Maggie
El resto de la noche en casa de Lola fue un torbellino de emociones para mí. Noah estaba allí, sí, pero extrañamente, no se acercó. Se mantuvo al otro lado de la sala con Jayden y los otros chicos, enfrascados en videojuegos y bromas ruidosas. Sin embargo, su presencia era un campo de fuerza. No necesitaba acercarse. Se limitaba a lanzarme miradas intermitentes que quemaban más que cualquier conversación. No sabía si sentirme aliviada de que mantuviera la distancia o frustrada por no haber tenido la oportunidad de ponerle en su lugar. Era como un juego del gato y el ratón, y no estaba segura de quién era el depredador y quién la presa, aunque temía ser esta última.
Me encontré riendo más fuerte, bromeando más con Kit y Lola, tratando de actuar natural, como si la presencia de "Ice" Carter no me hubiera sacudido hasta la médula. Pero cada vez que nuestros ojos se encontraban a través de la sala, sentía un tirón en el estómago, una electricidad innegable que contrastaba con el silencio emocional que había cultivado. El recuerdo de esa primera mirada de Noah, la depredadora y genuina, se quedó grabado en mi mente.
Los días siguientes fueron... extraños. El ambiente en Westview High, que había sido predeciblemente indiferente, se volvió tensamente consciente. Noah Carter, el famoso jugador de baloncesto, el chico más popular de la escuela, empezó a aparecer en todas partes. Era como si mi vida se hubiera convertido en su nuevo campo de entrenamiento.
En los pasillos, "casualmente" su taquilla parecía estar cerca de la mía, aunque en el mapa escolar estaban en extremos opuestos. En la cafetería, "accidentalmente" se sentaba a unas pocas mesas de la nuestra, lo suficientemente cerca para que su voz resonara y su presencia se sintiera, pero lo suficientemente lejos para evitar la confrontación. Empecé a encontrar mensajes anónimos en mi taquilla, escritos en el reverso de servilletas: "El cálculo es fácil, el baloncesto es arte. Piénsalo." o dibujos torpes pero tiernos de un aro de baloncesto con una flecha apuntando hacia un libro. Una vez, incluso encontré un dulce de Nueva York que juraría que no se vendía en Georgia.
El punto de inflexión llegó a la salida de mi clase de Química Avanzada. Estaba inmersa en mis pensamientos, revisando la nomenclatura orgánica, cuando levanté la vista y lo vi. Estaba esperándome, apoyado casualmente contra la pared de ladrillo, con esa sonrisa ladeada que ahora conocía bien.
—¿Siempre estás tan sola en la clase de química? —me preguntó, sus ojos azules fijos en los míos, analizando mi reacción. Su voz era baja, íntima, a pesar de que el pasillo estaba lleno.
—No, solo estoy escapando de los gases venenosos que produce el profesor Smith —respondí con mi sarcasmo habitual, forzando una sonrisa para disimular que mi corazón latía un poco más rápido de lo que la ciencia consideraba normal. Me ajusté las gafas, un gesto de defensa.
—Interesante —dijo, acercándose un paso. Su aroma, una mezcla de loción para después de afeitar, sudor limpio y algo más salvaje y masculino, me envolvió. Era embriagador. Me obligué a no respirar demasiado profundo. —Me gusta tu sentido del humor, Maggie. Es... refrescante. No se te dan bien los cumplidos forzados, ¿verdad, Lawson?
—Solo digo la verdad, Carter —repliqué, cruzándome de brazos, defendiendo mi espacio. —Y a mí me gusta la gente que no necesita que se le recuerde constantemente lo especiales que son.
Noah se rió, un sonido grave que hizo vibrar el aire entre nosotros. —Touché.
El segundo viernes después de la pijamada, había decidido quedarme hasta tarde en la biblioteca. Necesitaba concentración total para una tarea de física. Salí, agotada, con la mente zumbando con fórmulas y la necesidad urgente de una siesta. Estaba inmersa en mis pensamientos, revisando las Leyes de Kepler en mi cabeza, cuando una sombra conocida me cubrió.
Noah. Estaba allí, apoyado contra el marco de la puerta de la biblioteca, con los brazos cruzados y esa mirada de cazador en sus ojos. No estaba fingiendo; me estaba esperando. El aire se cargó inmediatamente con esa electricidad que solo él parecía generar.
—¿Terminaste de resolver los misterios del universo, Lawson? —preguntó, con una voz baja y ronca que me erizó los vellos de la nuca. El tono era de burla, pero la intensidad era real.
—Solo los misterios de la tercera ley de Newton, Carter —respondí, tratando desesperadamente de sonar tranquila y profesional. —Pero creo que tú eres un misterio aún mayor. Un cuerpo con masa, en movimiento constante, que ignora todas las leyes de la física social.
Una sonrisa genuina, ancha y luminosa, se extendió por su rostro. Era la primera vez que veía una expresión que parecía puramente feliz, y me hizo tambalearme.
—Me gusta eso. Los misterios son divertidos de resolver —dijo. Se enderezó, dando un paso decidido hacia mí, acortando la distancia que yo instintivamente intentaba mantener. —Maggie...
Antes de que pudiera decir o hacer nada, antes de que pudiera retroceder o incluso procesar la orden de mi cerebro de correr, me tomó por la cintura con una mano. Me atrajo hacia él con una fuerza inesperada pero suave, sin darme oportunidad de reaccionar. Mi corazón dio un brinco violento en mi pecho. Mi cuerpo, traicionero y maleable, reaccionó instintivamente, pegándose al suyo. Podía sentir la dureza de su pecho, el calor de su piel a través de la camiseta.
Su otra mano se posó en mi nuca, sus dedos rozando mi piel sensible. No hubo advertencia, no hubo tiempo para pensar. Solo su rostro acercándose, sus ojos azules ardiendo, y luego...
Sus labios se posaron sobre los míos.
Fue un beso robado, descarado, atrevido, y absolutamente electrizante. No fue suave ni tierno. Fue posesivo, demandante, como si estuviera reclamando algo que ya le pertenecía, una respuesta a mi desafío. Mis sentidos se encendieron. El sabor a menta y a él, su tacto firme, la forma en que su boca se movía sobre la mía. Mi mente gritaba que lo empujara, que le dijera que no tenía derecho, pero mi cuerpo... mi cuerpo estaba traicionándome, respondiendo a su toque con una intensidad que nunca había sentido antes. Era como si mi alma, dormida desde hacía meses, hubiera despertado con un choque eléctrico.
El beso duró solo unos segundos, pero pareció una eternidad. Cuando se apartó, sus ojos todavía ardían, un azul oscuro, casi n***o, y una sonrisa de satisfacción se dibujó en sus labios.
—Así que no eres tan inmune a mi encanto, ¿eh, Lawson? —susurró, su voz ronca de deseo.
Yo estaba sin aliento, mi rostro ardiendo. Mis labios hormigueaban, la sensación de su boca todavía allí. Lo miré, furiosa y confundida a la vez.
—¿Quién te crees que eres, Carter? —logré susurrar, mi voz apenas un jadeo.
—El chico que te acaba de besar y que te ha dejado sin palabras —respondió, su sonrisa ampliándose en una mueca arrogante. Se inclinó, su aliento caliente en mi oído. —Y no te equivoques, Maggie. Esto es solo el principio.
Y con eso, se dio la vuelta. Su caminata era la de un vencedor que acaba de anotar el punto ganador. Se alejó por el pasillo, dejándome allí, temblando, con el sabor de sus labios aún en los míos y la certeza de que mi vida en Georgia acababa de dar un giro salvaje.