CAPÍTULO 11

1255 Palabras
Saltando de la alegría dentro de su propia casa mientras escuchan como la otra pareja se ha quedado en la calle, Antonio y Ester, no dejan de abrazarse el uno al otro. —¡No me lo puedo creer! Estoy en mi propia casa de nuevo —grita Ester una y otra vez entre los brazos de su novio. La chica está repletita de felicidad, y Antonio no deja de mirarla, pero la claridad de la luna tampoco, lo que la hace que por cada brinquito que da Ester, la luna alumbra sus pechos turgentes botando. Antonio ya no aguanta más, la rodea con sus brazos y la pega a él para comenzar a besar sus labios. Ella aprovecha la felicidad que tiene y de un salto le rodea por las caderas con las piernas para recolgarse de él. Sin dejar de pasar el detalle que la bermuda de Ester se convirtió en una faldita muy corta, Antonio la sujeta por el trasero, mientras la besa y camina hacia delante dejando que sus cuerpos choquen contra una pared. —¿Qué haces? —pregunta Ester, al sentir que su braguita se mueve a un lado, dejando su pompis al aire libre. —Mi amor ya estamos en casa otra vez, quiero hacerte el amor —reclama Antonio, rozando su pubis contra el de ella. —Para... me haces daño, no ves que tu ropa está de por medio. Antonio sonríe al ver que la mirada de Ester se llena de picardía y como si de un déjà vu se tratara, él parece saber lo que su chica piensa. Tras unos segundos, con mucha maestranza se deshace de su pantalón y el bóxer, y lo deja caer al suelo. Sin dejar de escuchar las voces de Rosana y Tahe, desde la calle, y los golpes que dan para que les abran la puerta. Antonio aprovecha la excitación que tienen y con su m*****o bien duro entra dentro de Ester. Después de unos minutos y los gritos, los chicos pierden el ritmo, y por más que intentan hacer el amor, Ester deja de jadear y dice. —¡Ay! Antonio, Antonioooo. Para así no puedo. —No nena, no les hagas caso —responde sin parar de dar embestidas muy excitado. —¡QUÉ PARES! —grita muy nerviosa. Tras esa orden, Antonio baja el ritmo, y con cara de pena baja a Ester con cuidado al suelo. Ella se coloca la minifalda que la ha quedado y se asoma por la ventana, mientras su novio vuelve a colocar los pantalones en su sitio. —¡Abrid, Abriddd! No nos iremos de aquí —grita Tahe con su mal acento español. —De eso nada. Esta es nuestra casa, ya la habéis tenido mucho tiempo —se defiende Ester, abriendo solo un poco el cristal para que la escuchen mejor. Rosana no dice nada, solo se sienta en el césped como los indios, y mantiene la calma. Al cabo de media hora de discusión a voces con los nuevos invasores de la casa, Tahe se aleja de la puerta, y se acerca Rosana. —Concéntrate y haz yoga, ya saldrán a comprar. —Sonríe palmeando el suelo. —*I’m humgry! (Tengo hambre) —farfulla Tahe muy cabreado, pensando en el olor tan delicioso que tenían esas salchichas de tofu que estaba a punto de deborar. —*I know honey, but it’s his houese (lo sé cariño, pero es su casa) —trata de convencerle en su idioma, para que se calme. Tahe se acomoda a su lado, e intenta conectar su cuerpo con su alma haciendo un poco de ejercicios de relajación, al lado de Rosana. Desde dentro de la casa sin ir más lejos Antonio y Ester, se vuelven a asomar por la venta al solo escuchar el silencio que se ha creado en el jardín. Asegurándose de que todo está en calma, el olor a comida les llega rápidamente. Ester decide encender la luz de su teléfono, y comienza a entrar por todas las habitaciones, necesita asegurarse de que la casa sigue como ella se la dejó. Lo primero que hace es mirar a su alrededor dentro de su sala de estar. > piensa para ella, sin dejar de mirar que su pared principal está llena de pintura de colores, la pared de encima de su sofá, tiene un mándala gigante, con colores muy llamativos. —Tranquila, compraremos pintura y pintaremos toda la casa de nuevo. —se apresura a decir Antonio, antes de rascar sus ojos con los puños. —Los voy a matar, han destrozado mi casa —responde Ester llorando. —Yo tengo hambre, huele a comida voy a ver qué es lo que hay en el frigo. Antonio entra en la cocina, la mesa está colocada. En ella hay un par de platos de comidas los alumbra un poco una linterna y se acerca. —¿Has visto alguna vez salchichas de color verde? —pregunta, antes de mojar su dedo índice en la salsa verde que las acompaña. —Eso es comida para hippies, de seguro son veganos y comen tofú, semillas y flores —contesta Ester, caminando hacia su cocina. —Bueno, mejor esto que nada —comenta, después de chupar su dedo para saborear la salsa. Los dos se sientan a la mesa, y comienzan a comer algo, pero pronto un sonido les interrumpe y, algo muy suave roza las piernas de Ester. —Cariñooo, hay algo por debajo la mesa... ¡Me está tocando las piernas! —Cuando termina de chillar, se sube sobre la silla esperando que sea Antonio quien mire por debajo de la mesa. —¡HOLAAA! ¿Cómo te llamas campeón? —Pregunta Ilusionado. Al ver la simpatía con la que habla Antonio, Ester mira abajo, y un pequeño amigo peludo de cuatro patitas, lleno de rastas en color marrón chocolate está moviéndola la colita. —No, no, no... me niego rotundamente, el perro se va con ellos —dice Ester, bajando de la silla. Antonio enseguida se revolcó por el suelo con el perro y comenzó a jugar con él, sin importarle para nada el cabreo que Ester estaba cogiendo. Cuando terminó de jugar con su nuevo amigo, terminó de cenar, pero mientras lo hacía, cuando su novia no le miraba él dejaba asomar su mano por debajo de la mesa con comida. A su nuevo amigo no le importaba la presencia de Ester, el animalito solo se llenó su barriga y cuando recogieron los platos, se dignó a acurrucarse a los pies de Antonio. Mientras tanto Ester fue a su habitación y buscó unas sábanas limpias para dormir de nuevo en su cama. Estaba contenta por fin había recuperado su casa, pero todo estaba muy diferente a como ella lo dejó. La casa estaba llena de colores, las lamparitas de noche las habían sustituido por otras muy diferentes a las de ella, estas eran como dos piedras de cuarzo verde. Sus sábanas blancas, ya no estaban en el armario, si no todas las sábanas eran de millones de colores, habían decorado la casa como a ellos les había dado la gana y era algo lógico, ya que en dos años les había dado mucho tiempo. Cuando terminó de recolocar solo un poco su cama, llamó a Antonio. Después de un duro día lleno de tantas emociones y la ocupación de su propiedad, Antonio no se lo pensó dos veces y se acostó con ella, acurrucándola entre sus brazos.
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