CAPÍTULO 12

1390 Palabras
Al día, siguiente un pequeño rayito de la luz del sol comienza a colarse en su cuarto, atravesando lo que simula ser una cortina de tela. —Buenos días mi amor —dice Antonio, feliz de tener a su chica de nuevo en su cama. —Buenos días —responde Ester, girando su cuerpo mientras que al mismo tiempo busca el pecho de Antonio, para apoyarse en el—. Son horrorosas, tienen el gusto atrofiado —comenta abriendo un ojo. Antonio la mira a la cara y sonríe, busca el punto de dirección que acaba de mirar Ester. —La verdad es que sí, pero ellos son diferentes a nosotros —afirma antes de dejar un beso en su frente—. No puedes negar que tienen su puntito de originalidad. Ester se levanta de la cama y va a la cocina para preparar el desayuno. Comienza a rebuscar en los armarios, no encuentra ni un solo gramo de café, solo hay té de todos los sabores. Cabreada se acerca a la nevera y la abre en busca de algo que llevarse a la boca. —¡Hay, por Dios! Qué mal huele esto —afirma en alto, tapándose la nariz con la mano antes de cerrarla de un portazo. —¿Y qué esperabas? Estamos sin luz, no te acuerdas —reclama Antonio por detrás de ella. —Tienes que sacar al perro —dice Ester, pensando en que así puede salir a comprar algo para comer. —Cariño no tenemos nada de dinero, está todo en la caravana —explica Antonio, después de recordar que lo dejó guardado en la guantera. —Venga ya, tenemos que recuperarlo —argumenta Ester, antes de escuchar un fuerte golpe en su jardín. Los dos corren al salón y se asoman por la ventana. Es impresionante lo que están viendo en bruto de Tahe, acaba de introducir a la fuerza su Volswagen dentro del jardín. En realidad, acaba de destrozarles el vallado de fuera, y para el colmo les está cogiendo el generador de la luz. Antonio mira a Ester, y fuerza una sonrisa perfecta para que ella no se cabreé más con él. —¡Esto es el colmooooo! ¡Me tienen muy cansadaaaaa! —grita muy cabreada, mientras abre la ventana. Pero no nada más la cosa termina en eso, porque ahora también ve que Tahe y Rosana están revisando lo que hay en su caravana, y después de solo unos segundos, la ve salir a ella con un rollito de billetes en sus manos. —Tahe, Tahe mira. Tenemos mil euros —grita emocionada, sin dejar de mira a Estar desde el jardín moviendo los billetes en sus manos. —Ese dinero es nuestro, devuélvemelo —reclama Ester, abriendo un poco la puerta. —Más quisierra, my darly —responde Tahe, haciéndola una reverencia—. Y dame a mi perro, Willy es mío. —De eso nada, este animal estaba en mi casa, y lo que hay en mi casa es mío —responde Antonio, acariciando su cabecita. Después de una corta, aunque extensa disputa entre las parejas, Antonio llama a su madre para que le preste algo de dinero, ya que el suyo lo tienen Rosana y Tahe, y después busca una correa para sacar a su nuevo amigo de paseo por la calle. Ha rebuscado por toda la casa, pero no ha encontrado nada, después piensa para él que los perros de los hipies van casi siempre sueltos. Cuando termina de cambiarse de ropa, coge un par de bolsas de plástico y sale a la calle con su amigo Wily. Cuando Tahe ve a su perrito le llama enseguida para que se vaya con ellos, Wily se acerca a él y le lame la cara, sin importarle haber pasado la noche con Antonio y Ester. Antonio le mira embobado la verdad que ese nuevo amiguito tiene su encanto, aunque le da mucha rabia que no sea a él a quien se lo haga. Con la mirada perdida sale del jardín y se va a por algo para comer, al llegar a casa se encuentra que hay otra autocaravana dentro de su jardín. Las cosas empeoran para esta pareja, Rosana y Tahe tienen invitados, por lo que no tienen mucha pinta de marcharse del lugar. Antonio entra en casa, y para el colmo de sus males Ester parece estar tan cabreada como él. Sentada en el sofá después de dos horas de reorganizar su casa, le envía a Antonio a tirar como cinco bolsas con basura, de todo lo que acaba de recoger. Suelta primero la compra en la encimera de la cocina y después sale a la calle con las bolsas, pero antes de que le dé tiempo de salir uno de los amigos de Rosana se acerca a él y le dice: —Amigo, ¿necesitas ayuda? —No gracias, solo es basura —responde muy cabreado, separando las bolsas del nuevo componente del grupo. —Tú te lo pierdes, coleguilla —comenta pasándole la mano por la espalda. Con la basura en su sitio, Antonio regresa a la casa al entrar se encuentra con Ester en la cocina moviendo su culito mientras tararea una canción. Antonio se acerca a ella por la espalda, y la abraza con fuerza. —No seas tonto, estoy muy cabreada —cometa cuando siente que la besa la línea del cuello con delicadeza. —Venga, mi amor, que te parece si acabamos lo que empezamos anoche y así hacemos que se nos quite el cabreo solo un poco —trata de convencerla, acariciando sus pechos muy despacio. —Pero... tengo hambre —responde Ester jadeante, al sentir que Antonio desabrochar su faldita. A pesar del cabreo que tienen por tener el jardín lleno de personas extrañas, los dos están bastante receptivos y comienzan a besarse. Antonio aparta un poquito las cosas que tiene Ester sobre la encimera, la gira para tenerla enfrente y cogida por la cintura la sienta sobre la encimera. Cuando parece que todo está tranquilo y en calma, escucha a través de la ventana. —Vecinoooo, no tendrás un poco de pimenta negra en tu mueble. —No puede ser verdad, estoy cansada de que se entrometan en nuestra intimidad —comenta Ester cerrando la persiana, para que dejen de mirar. Antonio la ve que está muy cabreada, y se sube los pantalones al instante. —¡HEEE, TÚÚÚ! Ni se te ocurra. Ya cerré la ventana, quítate la ropa y terminas de hacer lo que estabas haciendo —dice casi como una sargento, señalándole con un dedo acusador que para Antonio no es indiferente. Al pobre por un lado se le desencaja la cara tras esa orden, pero por el otro deja caer la ropa al suelo, y vuelva a subir a Ester sobre la encimera de la cocina. Con la excitación, se los ha olvidado que tienen invitados en su jardín, y comienzan a hacer el amor como si solo existiesen ellos dos en este mundo. Los gemidos y suspiros de Ester salen a flote, y cuando más excitados están a punto de llegar juntos al orgasmo... —Dale más fuerte, no pares campeón... Tú sí que sabes —escuchan de fondo desde la puerta de la cocina. —¡Maldita sea! ¡Fuera de mi casa! —grita Ester, dando un puntapié a Antonio en el estómago para que se separe de ella. —Estás muy buena y me gustas más cuando te enfadas —se defiende el amigo de Tahe, dando pasos hacia atrás, mientras que la mira fijamente—. Tú eres la del internet —afirma con un dedo acusador señalándola. —No, yo no soy —responde avergonzada. —Que sí, que sí eres tú. A ver date la vuelta que te vea el culito —le pide recordándola. —¡Fueraaa... de mi casaaaa...! —grita empuñando un cuchillo en señal de amenaza. —Vale, vale —dice con las manos alto en señal de paz. Caminando hacia atrás sin perder de vista a Ester, llegan a la puerta y, antes de salir a la calle con el pomo entre sus manos: el amigo de Tahe dice: —Nena... estás muy rica, tienes un culito que jamás olvidaré. —¡FUERAAAAA...! —grita enfurecida una vez más.
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