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La Caída de la Reina

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reincarnation/transmigration
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de amigos a amantes
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Descripción

Lilith cayó del Eden, una reina caída que perdió su corona, pero vagando por la tierra comenzó a desplegar su poder y sensualidad. No existía hombre sobre la faz de la tierra que no cayera en sus pies hasta que lo conoció a él, el único hombre que parecía ser inmune a sus encantos.Lilith no solo perdió su corona, también perdió su corazón, por que ese hombre se coló bajo sus piel y se apoderó de todo su ser. Ella, decidida a tenerlo a cualquier costa, manipuló todo a su entorno, convirtiéndose en su flamante esposa, a pesar de que él no la amaba. ¿Logrará Lilith tener su corazón?

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Capitulo 1
El tráfico era terrible, como siempre lo era el día de la inauguración de la Feria. El aparcamiento se había vuelto tan malo que la gente alquilaba plazas en sus jardines delanteros a precios exorbitantes. El recinto ferial había estado abarrotado durante el día, pero ahora que el sol se había puesto, la afluencia de gente se había triplicado. Toda la zona estaba iluminada con luces de colores brillantes que invitaban a la gente a subirse a las atracciones, jugar a los juegos y ver las atracciones con ganadores de premios, animales y conciertos nocturnos. Entre la multitud se paseaba una mujer con mochila que observaba nerviosa cada rostro que pasaba a su lado. Intentaba mimetizarse con la multitud y pasar desapercibida mientras se movía con el resto de la multitud. Normalmente no le importaba que alguien le silbara o la abucheara, pero esta noche, esta mujer estaba nerviosa y segura de que cada sombra y voz sería suya, o de alguno de sus acólitos. Mientras intentaba mantenerse cerca de la multitud en movimiento, un niño se le cruzó de repente, haciéndola tropezar y caer de rodillas. Por un instante, se quedó agachada, pensando: "¿Qué estoy haciendo? Debería irme de la ciudad, no pasear por una feria". Su intención era ir directamente al aeropuerto y salir de la ciudad, pero al ver que un coche la seguía, cambió de planes. Ahora solo quería desaparecer. ¿Por qué no? Era algo que se le daba bien y lo había hecho miles de veces. Por desgracia, esta vez no era igual. Esta era una situación muy diferente y, curiosamente, más precaria. Un hombre poderoso la perseguía obsesionado con ella y creía que estaba destinada a ser su compañera. Normalmente podría haberlo controlado, pero eso fue antes de que todo cambiara para ella. Nunca se había sentido tan vulnerable y, por primera vez, desconfiaba de todos. Al ver las caras que reían y pasaban junto a ella, no pudo evitar preguntarse cuántos la señalarían con gusto por menos del precio de un billete de autobús. Siguiendo a la multitud, empezó a caminar por el Midway, con los oídos llenos del sonido de los charlatanes buscando un "objetivo". Sus palabras eran todas iguales: "¡Pasen y jueguen!" o "¡Oye, señorita, ¿te gustaría ganar un peluche?". Al detenerse ante un juego de "botellas de leche", alguien se acercó de inmediato y le aseguró que el juego tenía un ganador garantizado y que le preguntaron si a la bella dama no le gustaría ganar un mono de peluche con un plátano. El charlatán le ofreció una pelota de tenis amarilla brillante y le prometió que sería fácil derribar las botellas. "No, gracias", declinó cortésmente. Conocía el tinglado y no estaba de humor para participar. El lanzamiento de dardos con globos, el lanzamiento de aros y el rebote de la pelota eran conocidos por estar amañados, y aun así, la gente seguía cayendo en la trampa, como había sucedido durante siglos. Había habido versiones de tales juegos en la antigua Babilonia, Sumeria y Persia, pero la humanidad seguía apostando y arriesgándose. Siguiendo por la hilera de juegos, sus ojos observaban constantemente todo y a todos a su alrededor. Tenía que seguir moviéndose. Mientras se mantuviera entre la multitud y siguiera moviéndose, habría una posibilidad de que estuviera a salvo. Quizás debería haberse escondido detrás de un sombrero y gafas de sol, pero ya lo había intentado antes y la encontraron rápidamente. El sonido de los feriantes gritando "hola nena", "señorita", "hermosa" y "cariño" solo le traía a la mente la garra de su acosador. Esperaba que estuviera en cada esquina, con sus oscuros ojos de hurón observando cada movimiento. Incluso si no lo estuviera, sabía que tenía gente que lo hacía por él. Las personas de su riqueza y posición no realizan tareas desagradables a menos que se vean obligadas. Por lo general, prefieren contratar a otros para hacer el trabajo sucio. Al pasar junto al juego de carreras Roll-A-Ball, su agudo oído oyó a alguien susurrar su nombre, «Lilith». Al instante, se coló entre dos puestos y emergió de una feria ambulante. Carteles alineaban el exterior de la carpa, presumiendo de números como el tragasables, la vaca de dos cabezas, el zoquete y el encantador de serpientes. Eran espectáculos clásicos que existían desde antes de que PT Barnum abriera su museo. Debía de haber visto espectáculos similares una docena de veces, pero un cartel era nuevo para ella. Mostraba la imagen de un demonio con cuernos y lengua bífida que supuestamente había sido exorcizado de una niña y ahora estaba encerrado en una jaula. Debajo de la imagen, anunciaba la posibilidad de ver y oír al demonio aullar, junto con una advertencia de no tocar la jaula ni intentar hablar con la criatura, ya que intentaría poseerte también. Era un engaño, por supuesto, pero Lilith seguía sintiendo curiosidad por la afirmación. "Pasen y vean al demonio aullante conocido como Legión. Intentó corromper el alma de una joven inocente y fue exorcizado por un hombre santo, quedando atrapado en una prisión de hierro sagrado. ¿Quieren una entrada, señorita?", preguntó el vendedor. ¿Una entrada para ver a Legión? Lo conozco desde hace años, gratis, pensó. Era imposible que un zoquete como este hombre hubiera capturado a un demonio tan astuto como Legión. Por improbable que fuera, no podía descartar la posibilidad. La situación incierta en la que se encontraba era prueba suficiente de que incluso las cosas más improbables podían suceder. Si él estaba allí, podría liberarlo y él, a su vez, la ayudaría. Esta idea le dio una pequeña esperanza. Sí, todos los demonios la conocían y se inclinaban ante ella. No mostrarle el debido respeto solo traería dolor y tormento, porque esta mujer no se llamaba simplemente Lilith, era Lilith o Lilit, līlītu según la cultura. Era la chica mala y seductora original, y sabía más sobre el mundo demoníaco y celestial y sus habitantes de lo que cualquiera que paseara por la feria habría imaginado. En circunstancias normales, era físicamente poderosa y podía blandir numerosos talismanes potentes para conseguir lo que deseara. Para las criaturas del Infierno y el inframundo, era reina o diosa, y siempre le mostrarían el máximo respeto o pagarían el precio. Los del mundo celestial no necesariamente la tenían en alta estima, pero admitían que era una fuerza a tener en cuenta y al menos le daban el debido respeto. Tras comprar una entrada, entró tranquilamente en la tienda, decidida a encontrar al supuesto demonio enjaulado, y no tardó mucho. Un aullido lastimero llegó a sus oídos y, en un rincón oscuro, se encontraba una caja de hierro n***o, remachada y decorada con numerosos símbolos sagrados. La única abertura de la jaula era una pequeña ventana enrejada de la que ocasionalmente asomaba una mano con forma de garra. La exhibición estaba acordonada para impedir que nadie se acercara demasiado y mirara dentro, aunque solo fuera con la luz de un móvil. Por todas partes había letreros que advertían a los visitantes que no hablaran con el demonio ni creyeran nada de lo que dijera. Con la mirada fija en la mano retorcida y con garras, Lilith habló en un extraño idioma olvidado y esperó. Como era de esperar, no ocurrió nada. La criatura no reaccionó en absoluto. Cualquier demonio auténtico que hubiera escuchado estas palabras habría respondido, pero la única respuesta fue la continuación de la misma actuación que había presenciado. Rió para sí misma al salir de la tienda, y luego se inclinó hacia un hombre que escuchaba atentamente al charlatán y le susurró que el demonio no era más que un actor pagado en un escenario. Al oír esto, el hombre anunció de inmediato que todo era un fraude que estaba alborotando a la multitud. El charlatán intentó calmar a la gente y asegurarles que todo era real. Lili sonrió, contenta de esconderse entre la multitud enfurecida, pero enseguida la feria cerró y la multitud empezó a dispersarse. Antes de que pudiera seguir adelante, un rostro familiar apareció de repente cerca de uno de los puestos de algodón de azúcar y le tomó una foto con su teléfono. De inmediato, Lili echó a correr, abriéndose paso entre la multitud y subiendo las escaleras de una casa de la risa cercana. El hombre que la atendía la detuvo antes de que pudiera entrar y le pidió una entrada. Ella empezó a explicar que no tenía, pero pronto se dio cuenta de que no iba a ser necesaria. Él la miró con su larga melena negra y sus penetrantes ojos verdes y sonrió con coquetería. Su mirada bajó, contemplando cada curva voluptuosa de su cuerpo. "No necesitas entrada", le dijo, lamiéndose los labios y mirándola fijamente mientras entraba. Ignorando al feriante, se apresuró a atravesar el túnel giratorio y luego dobló la esquina, pasando entre los barriles, hacia la siguiente zona, donde chocó con alguien justo dentro. Retrocedió de un salto, esperando ver a la misma persona de la que quería escapar, pero para su alivio, no estaba. En cambio, se encontró frente al rostro impactante de un hombre de grandes ojos azules y suaves. "Lo siento mucho. Estaba intentando eludir a alguien y el feriante tuvo la amabilidad de dejarme entrar sin entrada y... y... bueno, supongo que debería haber mirado por dónde iba", se disculpó. "Está bien. No pasó nada malo", le aseguró el caballero con una sonrisa amable. Al ver cómo la miraban sus ojos azul pálido, Lili supuso que, sin duda, se sentía atraído por ella, como todos los hombres, y no se equivocaba del todo. El hombre la encontraba hermosa. Sin duda, era de esas mujeres en las que uno no podía pasar desapercibida, pero que sabía que estaba completamente fuera de su alcance. Quizás era la forma en que llevaba sus shorts vaqueros cortos, que dejaban ver la pierna justa para ser atractiva, o su top blanco sin mangas, abierto lo suficiente como para hacerte desear ver más. Incluso el cinturón que la rodeaba era intrigante. No pasaba por ninguna de las trabillas del pantalón, sino que simplemente estaba enrollado tres veces alrededor de su cintura y de él colgaba una pieza de metal con forma de diamante que él solo podía suponer que era decorativa. Su voz era la más interesante de todas. Sus palabras eran claras y, sin embargo, hablaba con un acento que no era del todo identificable. Parecía una mezcla de varios dialectos. Lo único que le parecía extraño era la mochila que llevaba. "¿Te dejaron entrar con mochila?" -¿Qué puedo decir? Soy muy persuasiva. "Obviamente", asintió. Su rostro mostraba poca emoción, pero ella pudo ver un brillo travieso en sus ojos. "El feriante me hizo pagar la entrada". "Quizás deberías haber mostrado más piernas", bromeó. —Sin ánimo de ofender, pero… tengo mis dudas de que fuera tu pierna la que admiraba —respondió con una leve sonrisa que iluminó su ya atractivo rostro e hizo que las líneas alrededor de su boca aparecieran incluso a través de su bien recortada barba rubia. "Probablemente tengas razón", rió. "Soy Lilith Eden", le ofreció la mano para estrecharle la suya, pero antes de que pudiera hacerlo, un grupo de adolescentes entró en esa parte de la casa de la risa, riendo e interrumpiendo momentáneamente su conversación antes de seguir adelante y dejarlos solos de nuevo. "Elijah, eh, Eli Asher", respondió, estrechándole finalmente la mano antes de guardársela en los bolsillos. A Lilith le gustaba bastante el aspecto de aquel hombre. Era alto y corpulento, aunque quizá no del todo esculpido y cincelado. Algo en su porte le decía que podía ser fuerte y enérgico cuando hacía falta, pero también poseía una dulzura muy atractiva. También notó algo más en él. Tenía una tenue aura que no lograba descifrar. Lili conocía la atmósfera que emanaba de un alma que había aceptado y estaba llena del Espíritu Santo, y eso sin duda estaba presente, pero esto era algo más que la confundía. "Me sorprende ver a un hombre como tú aquí solo", comentó. "No. Mis amigos y yo solo estamos pasando el rato hasta que empiece el concierto en la Tribuna. Me esperan afuera... al menos eso espero, ya que entraron y salieron antes que yo gracias a que un par de chicos de secundaria se me adelantaron en la fila", explicó, y se pasó las manos por su espeso cabello rubio. Ella sospechó que era una costumbre suya, dado que sus mechones ya lucían un poco despeinados. "¿Y tú? Normalmente, una mujer como tú tampoco andaría sola por la feria". Ante esta pregunta, frunció el ceño ligeramente y comenzó a mirar a su alrededor con cuidado. "Bueno... no estoy aquí precisamente por diversión ni por comida frita", explicó, jugueteando con un enorme anillo de sello de cobre con incrustaciones de joyas que llevaba en el dedo y que parecía bastante deslustrado. No había razón para contarle más. No lo conocía y la confianza no era lo suyo. En cambio, intentó parecer despreocupada y relajada, pero sus ojos no dejaban de escudriñar el espacio a su alrededor y la forma en que se abrazaba a sí misma era todo menos relajada. "Eh... ¿estás bien?", preguntó, notando cómo se comportaba como si intentara levantar una barrera entre ella y el mundo. También vio cómo miraba nerviosamente a su alrededor, como si algo o alguien la estuviera esperando. Sabía que no era asunto suyo, pero no podía evitar sentirse preocupado por una mujer que estaba en apuros. "¿Necesitas ayuda?" Por un instante, una parte de Lilith quiso contárselo... o a cualquiera, pero no pudo. Además, él jamás se creería toda la historia. Parecía amable, pero no podía estar segura de que no fuera una fachada. Durante siglos había conocido a mucha gente capaz de hacerse pasar por un amigo cariñoso, mientras te apuñalaba por la espalda en secreto. El infierno estaba lleno de ellos. "Necesito... necesito irme. En fin, seguro que tus amigos se preguntan por qué tardas tanto en escapar de la casa de la risa", rió entre dientes, pero no fue una risa fácil. Por un momento, quiso decir algo, pero el sonido de un objeto golpeando la pasarela metálica la sobresaltó y miró a su alrededor nerviosa. Repentinamente asustada, se despidió rápidamente, y entonces Lilith salió disparada de la atracción y regresó al Centro. Al ver a un grupo grande de gente caminando hacia el Gravitrón, aprovechó la oportunidad para colarse entre ellos y desaparecer. Al mismo tiempo, Eli emergió por la salida entre las risas burlonas y las bromas de sus amigos. Uno se apresuró a decir que solo Eli podía perderse en una atracción infantil tan pequeña. Empezó a explicar que se había topado con una mujer guapísima, pero ninguno se creyó la excusa y, en cambio, bromearon sobre su cita invisible. Como no le interesaban las atracciones, Lilith siguió caminando por el sendero hasta llegar a una taquilla donde compró unas veinte entradas. Si necesitaba subirse a otra atracción, quería estar preparada, ya que no siempre podía estar segura de que una feria la dejara entrar gratis. También se detuvo en uno de los puestos de comida y se compró una botella de agua. El líquido frío le sentó bien en los labios y la garganta. El Medio Oeste era conocido por sus veranos sofocantes y, aunque sabía que había zonas mucho peores, le costaba pensar en ellas con el sudor corriéndole por la espalda. Por muy buena que fuera el agua embotellada, era un mal sustituto de la comida real. Lili había estado demasiado absorta como para comer nada en todo el día y ahora estaba rodeada por el olor a algodón de azúcar, palomitas, pasteles de embudo, perritos calientes, hamburguesas y helado. Todo era tentador, y ya no podía ignorar los ruidos de su estómago. Se detuvo en un puesto, compró una caja de palomitas y se las zampó con un gusto poco elegante. Por desgracia, solo había dado un par de bocados apresurados cuando su mirada penetrante divisó un rostro familiar que la observaba y luego se escabulló detrás de uno de los puestos de comida que vendían Twinkies fritos. Fue solo una fracción de segundo, pero suficiente para que sintiera una punzada de miedo. Rápidamente se metió en la sala de exposiciones donde se exhibían las piezas e intentó esconderse entre la multitud.

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