El inicio
En este momento, me encuentro entre los brazos de Fernando, el amor de mi vida. Su piel cálida contrasta con la mía, mientras sus brazos fuertes me envuelven con ternura, sujetándome suavemente por la cintura. Estoy completamente desnuda, sintiendo el calor de su cuerpo contra el mío, mientras su aliento roza mi cuello, enviando escalofríos placenteros por mi espalda. Cada beso que deja en mi cuello es una declaración silenciosa de amor, una promesa de que siempre estará allí para mí.
—¿Te sientes mejor, nena? —me susurra con voz suave, mientras sus labios se posan de nuevo en mi cuello, justo en ese lugar donde sabe que me estremezco.
—Sí, mucho mejor —respondo en un susurro, dejando que el confort de su abrazo disipe cualquier rastro de inquietud.
Durante los últimos días me ha dolido muchísimo el estómago. No he dejado de vomitar lo cual es extraño porque siempre he sido muy sana.
Fernando siempre ha sido demasiado cariñoso conmigo. Nos conocemos desde hace años, desde que mis padres me adoptaron cuando yo tenía cinco. Recuerdo esos primeros días con claridad, aunque quisiera olvidarlos. Mi mamá no podía tener hijos; después de sufrir tres abortos, le quitaron el útero.
A pesar del dolor que debió sentir, decidió adoptarme y darme una nueva vida. Nunca olvidaré la forma en que me miró la primera vez, como si finalmente hubiera encontrado lo que tanto buscaba. Fue mi luz en un momento de oscuridad. Su nombre era Julia y ella era tan hermosa y dulce.
Mis padres me salvaron de un destino cruel. El orfanato no fue un lugar amable. Las monjas, que se suponía debían cuidarnos, a menudo nos golpeaban. Los niños mayores no eran mejores; me hacían la vida imposible, burlándose de mí y a veces incluso pegándome. Pero todo cambió el día que mi mamá me llevó a casa. Mi papá, aunque siempre ha sido distante, sé que en el fondo me quiere. Es su forma de ser, reservada, y he aprendido a no esperar más de lo que puede darme.
Fernando es hijo de la mejor amiga de mi madre, la señora Daniela. Desde que tengo memoria, él siempre estuvo a mi lado. Es dos años mayor que yo, pero eso nunca fue una barrera entre nosotros. Cuando los niños me molestaban por ser adoptada, Fernando era mi escudo, mi protector. Recuerdo cómo se interponía entre ellos y yo, su voz firme pero calmada que los ahuyentaba. Esos momentos fueron el inicio de una conexión que solo se ha fortalecido con el tiempo.
—¿En qué piensas? —me pregunta Fernando, levantando suavemente mi rostro con su mano, obligándome a mirarlo a los ojos.
Hace un mes que mi mamá murió, y la herida en mi corazón sigue tan fresca como el primer día. La extraño cada momento, su voz, su risa, su manera de abrazarme cuando más lo necesitaba. Ahora, mientras estoy entre los brazos de Fernando, el dolor se mezcla con otro temor que me acecha: mañana también lo perderé a él. Se va a la universidad, y aunque sé que es lo que siempre ha querido, la idea de estar sin él me aterra.
—Volveré en cinco años y nos casaremos. Te prometo que te visitaré durante las vacaciones —me dice, su voz firme y llena de determinación, como si esas palabras pudieran disipar mis dudas.
—¿Y si conoces a otra? —mi voz sale más quebrada de lo que quisiera, revelando el miedo que no puedo contener.
Fernando esboza una sonrisa suave, y antes de responder, deja un beso en mis labios, un beso que parece decirme que no hay nada que temer.
Pero no puedo evitarlo. No puedo dejar de pensar en que él podría conocer a otra. Fernando siempre ha sido tan guapo, con su cabello oscuro y esos ojos azules intensos que podrían derretir a cualquiera. Es atlético, un deportista nato, y siempre ha tenido muchas novias. Desde que éramos adolescentes, las chicas se le acercaban constantemente, y aunque yo fingía que no me importaba, en el fondo siempre lo envidié. Pero hace un mes, todo cambió.
Fue el día en que mi mamá murió. Fernando estuvo conmigo todo el tiempo, no me dejó sola ni un instante. Me consoló de una manera que nunca antes había hecho, con una ternura y una calidez que hicieron que mi corazón latiera de una forma nueva. Esa misma noche, entre lágrimas y susurros, me confesó que me amaba, que siempre lo había hecho pero que no se había dado cuenta hasta entonces. Me dijo que quería estar conmigo, y aunque me pareció extraño, porque él siempre me había visto solo como su mejor amiga, como si fuera su hermana, en ese momento todo pareció encajar.
Esa noche me entregué a él por primera vez, dejando que todo el amor que había guardado durante años se derramara en sus brazos. Desde entonces, no hemos dejado de hacer el amor. Es como si quisiéramos recuperar el tiempo perdido, como si cada encuentro fuera una manera de asegurarnos de que lo nuestro es real. Antes de él, nunca había besado a nadie, nunca había dejado que otro hombre se acercara de esa manera. Siempre esperé por él, porque siempre supe que era el amor de mi vida.
—Te amo, Azul, y nada impedirá que te haga mi esposa. Te juro que me casaré contigo —susurra Fernando, su voz firme, pero cargada de emoción. Antes de que pueda responder, sus labios se posan sobre los míos, en un beso suave y lleno de promesas.
Me siento segura, envuelta en su amor, pero aún necesito escuchar una vez más lo que ha dicho.
—¿Lo juras? —pregunto, mi voz apenas un susurro, buscando desesperadamente la confirmación que mi corazón necesita.
—Lo juro, bebecita. Ahora debo irme —responde, con una mezcla de determinación y tristeza en su mirada.
Mi corazón se aprieta al escuchar esas palabras. Lo siento deslizándose de mi lado, y sé que debo hacer algo antes de que se marche. Rápidamente me levanto y busco algo en el cajón de la mesita de noche. Es una pequeña medalla, de un tono azul intenso, que he guardado conmigo desde que tengo memoria.
—Fer… toma esto. —Mis manos tiemblan un poco cuando se la entrego—. La llevaba conmigo cuando me abandonaron de bebé en el orfanato.
Fernando toma la medalla con cuidado, observando el pequeño objeto con una mezcla de sorpresa y reverencia.
—Amor, es demasiado… —murmura, como si no creyera que le estoy dando algo tan importante.
—Yo quiero que sea tuyo —le respondo, sintiendo cómo mi voz se quiebra por la emoción—. Es lo único que me quedó de aquel tiempo. Quiero que la lleves contigo, para que nunca olvides lo que significas para mí… para que nunca olvides que te estoy esperando.
Fernando me mira profundamente, sus ojos azules reflejando la intensidad del momento. Luego, sin decir una palabra, cuelga la medalla alrededor de su cuello, donde queda perfectamente colocada.
—Siempre la llevaré conmigo, Azul. Y cada vez que la mire, recordaré este momento, y lo mucho que te amo —me asegura, antes de inclinarse y sellar su promesa con otro beso, uno que me deja sin aliento.
Nos quedamos así por un momento, nuestras frentes tocándose, respirando el mismo aire, sintiendo la conexión que nos une a pesar de la inminente distancia. Finalmente, Fernando se aparta, pero no sin antes dejarme un último beso en la frente.
—Nos veremos pronto —susurra, y aunque sé que se está yendo, hay algo en su voz que me dice que esta despedida no es el final, sino solo el principio de algo mucho más grande.
Notas de la Autora
Buenas tardes, sé que los he tenido abandonados, pero tuve algunos problemas con la cuenta. Sin embargo, he regresado.
Volveré a subir el libro que eliminé. Seguramente ya lo han leído. Les agradecería si lo guardan en sus bibliotecas o dejan un comentario.
Besos.