Cuando no hay niñeras

2579 Palabras
Emma Llegué al colegio más tarde de lo que pretendía. Estacioné un poco más allá de la puerta y volví por la acera, los pisos grises se extienden apenas paso la entrada principal. Una fila de lockers color mostaza, marca el camino a lo que sé será una complicada reunión. Tomo aire y me concentro en mis zapatos golpeando el suelo. La puerta de madera con vidrio deja ver dentro de un aula llena de alumnos, el aula de mi hijo, esa que ahora tiene a su profesora, la agredida. No me detengo, simplemente sigo mi camino al único lugar donde me he dirigido los últimos años, la dirección. Mi hermoso hijo me espera sentado en una de las sillas completamente ajeno a la mirada de reprobación de la directora. Se encuentra fuera, esperando junto a la puerta donde tendré que entrar, concentrado en su mundo, anulando a todos y con libro nuevo en sus manos. Lo observo por unos minutos. Oliver sostiene un manual de matemáticas avanzada. Su cabello castaño claro está revuelto dándole un aire rebelde, igual que como lo llevaba Nicolás en la universidad. Sus ojos verdes bajo una larga hilera de pestañas espesas repasando cada línea, su nariz perfilada se mueve y arruga mientras piensa. Es bellísimo y es mío. Mi hijo es todo un modelo para ser que solo tiene diez años, siempre le han dicho cosas por su belleza y él se molesta en cada oportunidad. Se parece mucho a su padre, lo sabe y no le agrada, nunca le gustó parecerse a él, aunque acomoda su cabello parecido, pero siendo honesta, no era igual a Nicolás. Por suerte solo se parecían en el físico, porque en lo intelectual y calidad humana, mi hijo simplemente superaba a cualquier persona en esta sala. Mi mirada sigue y se encuentra con su directora. Tomo aire profundo, la mujer no disimula su cara de pocos amigos, como de costumbre. Desde que la conozco nos mira igual. Su cabello va recogido en uno de esos peinados anticuados, un moño en la nuca, completamente apretado, que no va con esta época, al menos no, con aquella traba marrón. Tal vez se peinaba así para estirar su rostro de bruja. Maldición, la estaba juzgando, pero no lograba llevarme bien con ella, la mujer siempre tenía algo para decir de Oliver y nunca era algo bueno. Sus ojos repasaron mi cuerpo y los míos se quedaron en su ropa. Llevaba su falda de tubo verde musgo, con una blusa perlada y collar de colores. — Señorita Wood —arqueo una ceja —, creí que no volverían a suceder estas cosas —no me va a saludar. Oliver deja de leer y me observa. — Es lo que dijo la última vez —carraspea —. Hace solo diez días. Sabía cuánto había pasado, aunque en esa oportunidad Oliver decidió explotar el laboratorio. Bueno, no lo explotó literal, él simplemente puso químicos e hizo espuma rosa que llenó el lugar. Tuve que pagar el servicio de limpieza. — Hola, buen día señora —aquellas palabras salen de mi boca con saña —. Lo lamento mucho, como ya le dije, estoy tratando de conseguirle lugar en un colegio que sea bueno y adecuado para él —le hago señas a Oliver para que se levante. Pensaba hablar delante de mi hijo y yo no se lo iba a permitir, esto no era algo que tuviera que escuchar. — Este es un buen colegio —se encuentra llena de furia y desprecio, pero no lo lleva a su voz —. La institución no tiene la culpa de que su hijo sea un ra… —arqueo una ceja y se calla. — Jamás dije que la institución no fuese buena —me cruzo de brazos dándole mi mejor cara de te voy a matar perra —, pero no están capacitados para llevar la educación de Oliver. — No creo que nadie lo esté —está… —, el problema no es la institución, es su hijo. — ¿Disculpe? —me acerqué —. Mi hijo no es el problema, se aburre, no es su culpa, él no puede ir al mismo ritmo que los chicos, el médico fue muy claro con respecto a su inteligencia y usted se niega a adelantarlo de curso. Lo único que veo es rojo, la visión se me agudizó, mis sentidos se alertaron mientras me acercaba más a ella, nunca permito que hablen así de mi hijo. No me importa quién sea, ella no es nadie para decir eso de Oliver. — Está en el curso que le corresponde de acuerdo con su edad —eleva su voz. Bien, parece que lo haremos así —. No se puede tener favoritismo. A la mujer le faltaba vocación e inteligencia, porque no se trataba de eso, estaba permitido que él adelantase cursos, solo que ella no lo dejaba y no conseguía otra escuela por su conducta. — Tiene un coeficiente de ciento ochenta, por todos los santos —elevo mis manos, porque ahora grito —. Mire, lo va a tener que soportar hasta que consiga un colegio donde lo motiven, porque es claro que aquí no va a suceder. — Su hijo necesita una educación especial —mis dientes rechinan. Respira Emma, solo respira. — No, necesita maestros que trabajen, ¿Su personal hace eso? —me hago la que pienso —. Creo que no, dudo que usted lo haga — Oliver tira de mi mano. No le gustaba el conflicto, lo sabía, pero no iba a permitir que lo hiciera, no dejaría que lo tratara de esa manera. — No se lo voy a permitir —levanta la mano. — Yo no se lo voy a permitir —me acerco —. A mi hijo lo trata con respeto, ahora si me disculpa —miré a Oliver —, tengo que volver a trabajar. — No, tenemos que hablar de lo ocurrido —me giro mientras habla. Sé que dijo que debo firmar algo, pero que le den. Si vuelvo ahí terminaremos en una guerra y no puede suceder algo así, terminaré presa, él sin colegio y tiene que seguir sus estudios, y en lo posible con madre. Salgo del lugar expulsando humo, Oliver se mantiene callado y no lo culpo, es lo suficientemente inteligente para saber que no le conviene abrir su pequeña boquita, a menos que no quiera llegar a la facultad. Porque no lo hará si habla. — Sube. Señalo el auto y hace lo que pido. Mis manos giran el contacto y salgo directo hacia la oficina, necesitaba pensar en algo que me ayudara a manejar esta situación y conservar mi trabajo. Había una política de nada de niños en las instalaciones, no podía romper esa política, sin embargo, en ocasiones existían compañeros que los llevaban. Theo no solía pasear mucho, hacía un recorrido a la semana, hablaba con las personas, si tenían problemas con los chicos los dejaba ir, pero si era seguido todo el piso se encargaba de ocultar todo lo que pasaba. Mi celular sonó y el parlante anunció que Margo envió un mensaje, suspiro, mis labios se curvan en una sonrisa y ruego internamente que sea lo que espero. — Por favor, lee el mensaje de tu madrina. Oliver saca el teléfono de su soporte para desbloquear y abrir la conversación. — Lo lamento, puedo ir dentro de dos horas, con suerte —freno en el semáforo en el momento justo que termina. — Dos horas —susurro. Muerta, despedida, presa y sigo contando cargos, cada uno de ellos listos para condenarme la vida. — No es tanto —arqueo una ceja y lo miro —¿Qué? — ¿Qué? —las palabras salen entre dientes —, eso es lo que me pregunto yo ¿Qué pensabas? Su vista volvió al frente, solo miró hacia adelante y la bocina llegó. — ¿No piensas responder? — Estás enojada y manejando, soy joven para morir y quedarme huérfano —levanto una mano. — Maldición, Oliver —jadea. — ¿Estas insultando? — No te pases de listo —lo apunto. — Pero… Comenzó a hablar, sin embargo, mis ojos lo observan furiosos ocasionando que su boca se cierre automáticamente y mire hacia adelante. — Eso pensaba —seguí manejando —¿En qué pensabas? Claramente no lo hacías, te dije que hoy tenía un día complicado, lo hablamos anoche, te expliqué que hoy toda la empresa se dedica a los balances mensuales, es el día más complicado del mes y tú haces esto. Mi mano golpea el volante, Margo tardaría un poco más en venir por él, lo que complicaba mi día y aumentaba mis problemas laborales. No era lo mejor, pero al menos era algo, ahora solo debía fijarme qué hacer con él dos horas en la oficina, porque mi hijo no es lo más tranquilo del mundo. Maldición, debíamos comer. — ¿Por qué lo hiciste? No responde, ni siquiera habla. — Oliver —siseo. — Me estas mirando de esa forma, la que dice que si hablo o digo algo fuera de lugar sufriré las consecuencias —pongo los ojos en blanco. Le había dicho a Nicolás que necesitaba ayuda con una niñera, se lo dije y él hablo de irnos a Canadá. Me dijo de vivir con él, los dos, de esa manera me ayudaría. Solo diré que no fui la única que se negó. — Oliver, llevo una semana pidiendo permiso para salir, no puedo seguir haciendo eso —suelto el aire —, me van a despedir y es un buen trabajo, me gusta mi trabajo. Mi hijo no habla, simplemente mira por la ventana y quiero gritar de nuevo, porque no espero silencio, no de él. Oliver entiende todo, él siempre está un paso más adelante. — ¿Es eso? ¿Deseas que deje de trabajar? —su rostro giró. — ¿Qué? Ahora pensaba que tal vez Oliver estaba tratando de llamar la atención. Su psicólogo dijo que en la parte afectiva él no sabría expresarse como por ahí esperábamos. — Tal vez sientes que no estoy lo suficiente contigo —tomé aire —, para mí es importante que entiendas que te amo y puedo intentar otro horario… — Mamá, estaba aburrido, solo eso. No me dejó terminar de hablar y ahora que lo pensaba, prefería su versión de la historia, porque me hacía sentir menos culpable. — Tienes prohibido moverte dentro del edificio —aclaré cuando llegamos. — ¿Y cómo entro? —entrecierro mis ojos. — Oliver… Mi aviso inundó el auto mientras estacionaba, lo vi mover su labio, hacer una mueca y luego observarme en silencio. — No puedes hacerte el listo conmigo. — Eso es imposible, soy listo —sonrió —, pero es gracias a ti, eres buena creando vida, la mejor, nunca ha existido mujer más perfecta para… — Basta, no importan tus halagos, no puedes —lo apunté —, no quiero que te muevas. Levantó un dedo y supe que diría alguno de sus comentarios ingeniosos de nuevo, de esos que estaba segura me dejarían con ganas de gritar. — Pese a tu enojo, es una buena pregunta —aquí venía —¿Cómo entro si no quieres que me mueva? Cerré mis ojos, mi mano subió hasta tocar el puente de mi nariz, tomé aire, lo mantuve. Necesitaba calmarme porque la locura no me ayudaría en nada. — Puedes caminar hasta donde yo te diga, luego te sientas en una esquina y te quedas callado —abro la puerta —y quieto. Bajé del auto y me siguió, sacó su mochila, acomodó la tira en su hombro y comenzó a caminar conmigo. — Sabes los traumas que puede ocasionar eso —me frené en seco —, ese tipo de castigo es muy conductista —mis dientes rechinan —, en pleno siglo XXI, no es algo aceptable, sobre… —mis ojos volvieron a él cargados de furia —. En la esquina, agendado. Caminé hasta donde se encontraba el ascensor, jamás he traído a Oli, nunca y no era solo por su intento de explotar todo lo que tocaba. Mi hijo no era sociable. — Solo no digas nada, por favor, no te muevas —siguió mirando todo. — ¿Y si me hablan? — Dices hola y listo —chasqueó la lengua. — Pero tú siempre hablas de que te tengo que responder —la puerta se abrió. Uno de los empleados entró, sus ojos fueron un momento a Oliver y luego a mi rostro. Sus labios se curvaron en una sonrisa. — Emma, hermosa como siempre —Oliver arrugó la nariz. — ¿Te pagan por coquetear con las empleadas? Ahí estaba mi hijo. — ¿Qué? No, solo fue un halago, trabajamos juntos —formuló nervioso. — Oliver, por favor —jadeé —perdón, él no… — Tranquila, Emma —sonrió de nuevo. — Tienes que controlarte, los hijos no vienen a la empresa —me miró solo unos segundos y luego al hombre —lo digo en serio. Mi hijo no me miraba, solo observaba al hombre que estaba con nosotros. — Nadie viene con los hijos —insistí —, no puedes moverte, tocar o ir a ningún lugar que no sea tu asiento. — Ya entendí, no soy idiota —movió la mano. — No insultes — siseo. — No soy un chico con capacidades mínimas, mamá —sus ojos van de nuevo a mi rostro —. Comprendo que nadie puede venir aquí a menos que trabaje en la empresa —señaló al hombre a mi lado —, él parece más interesado en tu escote —miré al sujeto —. Se te paso el piso, genio —su rostro se elevó —¿Le miras el pecho a todas las mujeres con las que trabajas? —abrí la boca —, eso es acoso, podemos demandarte. Sus brazos se cruzaron y el hombre salió del ascensor apenas lo detuvieron en uno de los pisos, no era el suyo, por lo que prácticamente huyó de nuestra charla. — Por favor, Oliver. — Es acoso, no puedes permitirlo —miró los números —¿Tú jefe es igual de idiota? La migraña volvió, fuerte, punzante. Era mejor fingir algún evento desafortunado que entrar en la oficina, pero las puertas se estaban abriendo y Oliver saliendo. — Oliver, por favor, necesito conservar mi trabajo, no puedes hackear nada, ni mucho menos explotar cosas por diversión —afirmo —, tampoco insultar, menos a mi jefe. — Lo capto, tranquila. Solo esperaba que el señor Hamilton no saliera, ni me despida, porque vamos, ¿A quién en su sano juicio se le ocurre llevar a su hijo que explota cosas al trabajo? «A ti» La pequeña voz de mi cabeza me responde dejando en claro lo complicada que estaba en este momento. No era una buena idea. Tomo mi bolso para dejarlo en mi escritorio, Oliver pasa por mi lado poniendo los ojos en blanco cuando le muestro la silla a la que tiene que ir. Su mano se mueve para dejar su morral en el suelo, saca su libro y vuelve a leer en completo silencio. Sonrío, podía sobrevivir, lo haríamos. Estaba por sentarme cuando la puerta a mi espalda se abre, la única puerta que podía condenarme.
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