La multitud alrededor de Liam había hecho imposible para Lola el saludarlo y así había estado mejor. Si saber de ellos dolía, el verlos de nuevo, la destrozaba.
Había conversado con Blas y sus ojos cargados de emoción habían traspasado la pantalla, no quería enfrentar a ninguno personalmente. Mucho menos a cierto jovencito que ahora lucía mucho más sexy, con ese cabello desprolijo víctima de largas horas de sol y mar, con esos brazos tatuados como los que alguna vez le había visto a su padre y esa sonrisa… esa sonrisa que la llevaba a querer olvidarlo todo. ¿Qué estaba haciendo allí? ¿Cómo había cedido ante la invitación de Miranda y Clara ¿Cómo se suponía que podría volver a la soledad de sus últimas navidades si todo el mundo se empecinaba en reencuentros y nostálgicas cenas ? pensaba abrumada mientras observaba las calles de la ciudad decoradas con ramas ficticias y falsos copos de nieve. Era increíble como el hemisferio norte había monopolizado la navidad haciendo que incluso con el calor que allí hacía, las personas quisieran decorar árboles de invierno y comer frutos secos.
-¿Por qué esa cara de enojada?- le preguntó Clara golpeando su brazo con cariño y Lola se obligó a sonreír.
-No estoy enojada,- mintió.
Lo estaba, estaba demasiado enojada y lo peor era que no terminaba de entender el porqué.
-Solo un poco cansada.- agregó al ver que no había sido del todo convincente.
-Bueno, hermana, será mejor que te quites el cansancio, porque no pienso perderme la cena con los mellizos,¿ya los viste?, si son increíbles…- dijo Miranda exagerando su ilusión mientras Clara y Lola no tenían más remedio que dejarse vencer por la risa que aquella joven irradiaba.
Era tan parecida a su madre, pensó Lola con nostalgia y el pasado de nuevo la inundó, haciendo de sus recuerdos una alegría injusta, un sabor a vacío que no quería volver a sentir. ¿Por qué las ausencias dolían tanto? ¿Por qué las cosas no podían ser como antes? ¿Por qué no podía regresar a la playa, a las canciones a capella, a las olas del mar rompiendo sobre su rostro sonriente, bañando sus cicatrices para prácticamente hacerlas invisibles. Sin pensarlo sus dedos rozaron su pecho y en ese momento el ambiente cambió.
Miranda abrió grande sus ojos y Clara supo que algo estaba pasando.
-¿Te duele?- le preguntó recordando aquella afección que ella poco había vivenciado.
Lola se sobresaltó y volvió a sonreír.
-No, no, no es nada. Estoy controlada, solo tengo que tomar mi medicación y .. vida normal.- les dijo con la sonrisa más grande que pudo.
No le gustaba preocupar a la gente, no le gustaba estar en una caja de cristal, ella era fuerte, como su madre, no necesitaba ojos temerosos y algodones para moverse. Era muy consciente de que la vida la había puesto a prueba muchas veces, conocía lo que podía y lo que no podía hacer y eso no le había impedido recorrer el mundo. Incluso, aunque los médicos quisieran una vida de oficina sin sobresaltos, ella les había demostrado que estaban equivocados y estaba dispuesta a seguir haciéndolo.
-Entonces no se diga más. ¡Nos cambiamos y volamos para el Ritz!- gritó Miranda recuperando su buen humor.
-En serio chicas, un poco de misterio, deberían dejar que sean ellos quienes las busquen, generen expectativa, cosquillas en el estómago.- les dijo sin perder el buen humor.
-¿Eso es lo que estás haciendo con León?- le preguntó Clara con suspicacia y ella se mostró indignada.
-No, no, para nada, entre León y yo no hay nada.- dijo con exagerado fastidio, lo que se tradujo en una mirada cómplice de las hermanas que supieron de inmediato que allí pasaba justamente lo contrario a lo que decía.
-En serio, chicas, no me miren así.. Yo , él.. Nada.- dijo cruzando sus manos como si fuera una madre que acababa de dar un ultimátum.
-No.. Si se nota que él y vos… Nada.- dijo irónica Miranda y Lola negó con su cabeza intentando buscar las palabras adecuadas.
-Vos no te acordas Clara, eras muy bebita, pero yo sí. Me acuerdo cómo se escapaban de mi y me dejaban sola jugando con Nino, me acuerdo que no dejaban de hablar ni un minuto, ¿no vas a decirme que ustedes nunca...?- le preguntó trayendo de nuevo al pasado del cual Lola tanto ansiaba escapar.
-Bueno, está un poco viejo, pero no lo vi nada mal… ¿vos seguís sola, no?- le preguntó Clara exagerando su interrogación, ya que conocía muy bien la respuesta.
Lola siempre hablaba de libertad, de soledad y de encuentros con ella misma. Nunca había nombrado a nadie especial en su vida y su i********:, demostraba que viajaba sola. Lo sabían, pero no por eso, querían que siguiera siendo así.
-Ey, que tiene mi edad, si él está viejo eso quiere decir que yo…- dijo intentando desviar el foco.
-Vos nada, en serio Lola, ¿qué onda con León? ¿No te gusta ni un poquito?- le preguntó Miranda de forma más directa y Lola puso sus ojos en blanco en busca de un respiro para ordenar sus ideas.
¿Que si le gustaba? ¡Le encantaba! Siempre le había encantado, no solo porque había sido su único amigo real, el único que nunca la había mirado como si fuera a romperse, el que le había hablado como a una igual, el único al que siempre le había podido contar sus peores temores, para recibir su sonrisa de lado y ese brillo en la mirada que la invitaban a creer que nada era tan malo.
Pero así como le encantaba, la aterraba. ¿Qué tenía ella para ofrecer? Era una mujer solitaria que no estaba habituada a compartir sus días, porque sabía que así era mejor. Ella no se sentía orgullosa de su vida, no desde hacía varios años, y sin embargo, era la única vida que se creía capaz de llevar. Una que no arrastrara a nadie a la incertidumbre de no saber hasta cuándo iba a durar.
-Ya les dije, chicas. No hay nada ahi.- repitió camuflando sus pensamientos.
-Bueno, entonces no veo el problema en que nos acompañes… mirá, ya son ellos los que nos buscan.- le dijo Miranda abriendo un mensaje de su celular en el que Mack le enviaba la dirección del hotel y en el momento en el que Lola lo leyó supo que estaba perdida