Preludio
—Debe hacerlo, no tiene de otra —ordena el príncipe Arón sosteniendo su zapato con asco en el aire—, no hay ningún sirviente cerca y yo no puedo andar descalzo.
Yo lo miro de pies a cabeza ¿Quién se cree para mandarme?
—No limpiaré la popó de tu zapato, quien te manda a caminar sin fijarte donde pones las patas.
Me doy la vuelta para alejarme del jardín y luego ingresar a la casa real. Me urge descansar, esa clase de equitación dejó adolorida mi entrepierna.
— ¡Oiga! ¡¿Por qué me habla de esa manera tan horrible?! —grita con molestia—. No puede irse y dejarme hablando solo, tiene que ayudarme con esto.
—¿Tengo? —cuestiono mirándolo por encima de mi hombro—.Yo no tengo que hacer nada por ti, no soy tu sirvienta, deja de ser tan inservible e intenta hacer algo por tu cuenta, además es solo el excremento de tu propio perro, no es para tanto.
El principito sensible frunce su ceño con molestia, parece que está ofendido, así que sin darle importancia vuelvo a girarme para continuar mi camino.
—Tú no eres nadie para decirme lo que tengo hacer, te recuerdo que mi familia ha gobernado por generaciones a este país, para que llegue una simple plebeya como tú a mandarme —expresa aventando el zapato sucio cerca de mí—. Además no olvides que debes decirme su alteza, eso ya debiste aprenderlo en tus clases.
Freno mis pasos y aprieto mis puños, ya estoy empezando a hartarme de que todo el tiempo quiera tratarme como basura.
—¿Gobernar? Arón, te recuerdo que estamos en el siglo veintiuno —digo agachándome y tomando su calzado—, su monarquía es parlamentaria, solo son un bonito símbolo de la nación, los respeto, pero el que tengas un mejor apellido que yo, no te hace más importante, su alteza.
La mirada del chico frente a mí era tan inexplicable, puedo jurar que sus ojos se tornaron rojizos del enojo o quizás de la impotencia, pero sin importarme camino con lentitud hacia él mientras lo observo fijamente sin espabilar.
— Deja de tratarme como tu esclava, esa época pasó hace mucho.
Respiro hondo, me lleno de valor y con mano firme estampo el zapato en su camisa blanca, dejando un bonito color marrón y un rico aroma en su pecho.
—Acabas de cavar tu propia tumba —dice apretando con fuerza sus dientes.
Sintiéndome como una triunfadora, sonrío por mi acto de valentía, la verdad no me dan miedo sus amenazas ¿Qué podría pasar? Ya cavé mi tumba el día que decidí aceptar este estúpido compromiso. Al volver al palacio, camino un largo trayecto hasta mi habitación, me siento mejor sabiendo que todas las mujeres que me ayudan hasta a peinarme el cabello, y que pasan detrás de mí, hoy me han dado algo de privacidad, tampoco tengo más clases, por lo que puedo descansar hasta la hora que quiera. Me acuesto en mi cama con el agotamiento más grande del mundo, así que apenas mi cabeza toca esa rica almohada rellena con plumas caigo en un profundo sueño.
—Espero que sea la última vez que intentas algo como lo de hoy —dice alguien en un susurro cerca de mi oído—.Te voy a demostrar quién es el que lleva las riendas, niñita malcriada.
Abro mis ojos con confusión, creí que era un sueño, pero luego de aclarar mi vista, me sorprendo al encontrar la cara del príncipe muy cerca de la mía.
—¿Qué haces aquí? ¡No puedes entrar a mi habitación!
—Grita todo lo que quieras, en el pasillo no hay nadie que pueda escucharte —menciona mientras desbrocha los botones de su camisa—. No quería llegar a esto, pero me lo estás haciendo muy difícil, necesito controlarte de alguna manera.
El príncipe se abalanza sobre mi provocando que mi corazón se agite, toma mis manos con fuerza y las lleva hasta la altura de mi cabeza.
—¡¿Qué haces?¡ —grito intentando salir de la cama.
—Hasta hoy aguanto tus rebeldías, maldita mocosa.
Los nervios me empiezan a invadir bloqueando mi mente por completo, el hombre que tiene una expresión de satisfacción por lo que hace, acerca su rostro con lentitud hasta el punto de sentir como choca su respiración en mi boca, quiero parecer fuerte para que no piense que estoy intimidada. Por más que haga o intente hacer, no sirve de nada, es mucho más grande y fuerte que yo; con una de sus manos sostiene mis dos muñecas, con la otra toma mi mentón y lo fija justo frente a sus verdes ojos, permitiéndole así observar cómo me tortura mientras roza sus labios con los míos, es como si estuviera jugando a ver cómo me mata de susto, en medio del miedo y del creer que solo se burlaba y que no me besaría, une nuestras bocas haciendo que me quede petrificada, inmóvil y con mis ojos como platos redondos por sentir como Arón absorbe mis labios y pasea su lengua por mi boca.