Fue comunicando los avances y todo el mundo aplaudió cuando comunicó que este año, la deuda que teníamos con los otros países, sería pagada. Pero todas las personas esperaban un anuncio, el caso del duque de Acacia.
»—Sé que muchos esperan información sobre el caso del duque de Acacia. Pero me temo que lo único que podemos saber, es que tanto él como su familia siguen desaparecidos.
Los murmuros inundaron la sala. El rey miró a su hijo mayor pero este tenía una expresión lúgubre quizás ¿enojada?
La atención del rey volvió a los invitados del baile—Cualquier información que recibamos sobre mi cuñado y su familia, será lo más pronto notificada.
Más murmuros.
—Tan bien notificaré que mi familia, se encontrará en Allium por unos meses. Queremos asegurarnos que todo este en orden en la ciudad—sonrió, pero había preocupación en sus ojos.
—Va a asegurarse de no tener más familiares muertos—ríe Bruno.
A Lilian no le causó gracia alguna.
—Los Duques de Acacia no están muertos—dijo ella—. Sólo desaparecidos.
—Están muertos—sentenció él—¿Cómo se esconde un duque, sino?
A su pesar, Lilian no pudo más que darle la razón. Después de todo hace cuatro meses de la desaparición de la familia aquella misteriosa noche.
Eso hizo que a ella se le revolviera el estómago.
El rey por fin terminó su discurso, deseándoles a todo un feliz baile. La música que hasta ahora estaba pausada, volvió a reanudar su marcha.
Bruno tomó a su mujer del brazo y se dirigió rápidamente hacia donde el rey se encontraba.
—Maravilloso discurso, su majestad—Bruno hace una reverencia y su novia le sigue.
—Muchas gracias señor...
—Castellón. Bruno Castellón y está es mi acompañante, la señorita Lilian Wellington.
Acompañante...
La palabra no ayudó a su estómago.
El rey reconoció al instante los apellidos de los hijos de los empresarios más grandes del país—Claro, encantadora compañía debo agregar.
El rey le sonríe a Lilian.
—Gracias—dice esta, haciendo otra reverencia.
—Padre, debemos hablar...—interrumpe el príncipe Andrew, que hasta ahora no se había dado cuenta de la compañía de su padre.
En esos momentos sus ojos se encontraron por unos segundos con los de la encantadora mujer pero la removió la mirada rápido para observar a su padre.
—Andrew, estos son la señorita Lilian Wellington y el señor Bruno Castellón.
—Encantado—dice él en un tono, que para Lilian sonó melifluo [3].
Bruno y el príncipe se dieron un apretón de manos, luego, este último se giró hacia Lilian y tomando su mano, deposita un beso allí.
—Bueno—dice Bruno cortando la tensión que derrepente se creó allí—Mi padre estaría feliz de poder tener una reunión con su majestad...
Pero Lilian no le prestaba atención, no mientras alguien como el príncipe estuviera con ellos. Ella pasea su mirada por toda la habitación, al parecer, el alcohol cumplió su cometido. Las personas se ven alegres y bailas al ritmo de una canción más movida.
—¿Querida?—Lilian pega un brinco nerviosa y se voltea hacia Bruno—Propuse que sería provechoso reunirnos mañana en una cena.
«¿Por qué me pregunta? Al final harás lo que quieras sin importar mi opinión», indaga Lilian.
—Eso sería estupendo—responde ella, y Bruno pareció conformarse con eso.
—Entonces nos veremos mañana—dice el rey Luis.
En eso llegaron unas personas más a las que Lilian no deseaba escuchar.
—Iré al servicio—le dice a Bruno.
Eso incluso se sintió como una decisión propia, su pareja se dió cuenta de ello y dice:
—Sí, tienes mi permiso.
Ella se excusa con los demás y camina a través de las personas, rumbo a los lavabos.
Adentro del baño, sólo se hallaba una mujer que salió tan rápido como entró. Lilian agradeció tener suerte por una vez, al tener el servicio sólo para ella, cosa que no era común en una celebración.
Después de hacer sus necesidades y acicalarce un poco, toma unas cuantas respiraciones antes de salir a la jungla en la que estaba metida.
Camina por el solitario pasillo que conecta los baños del gran salón, cuando siente que algo la retiene por la cintura. En otras circunstancias, ella entraría en pánico, pero reconoció el perfume que desprendía el cuerpo que se pegaba a su espalda.
—Prometo liberarla, señorita Wellington—susurra el príncipe Andrew a su oído.
Su mano se siente caliente en su cintura y eso, más el calor que desprende del resto de su cuerpo, no resulta beneficioso para ninguno. Andrew desarma su agarre y se va de allí como si la escena que acababa de pasar, jamás ocurrió.
Lilian llegó justo a tiempo para la cena. Le costó más tiempo de lo usual llegar a la mesa junto a los demás invitados, pero Bruno no comentó nada.
«Las mujeres tardan muchísimo en el baño», pensaba él.
Para Bruno, las mujeres eran algo simple de manejar con tal de que las llevaras muy controladas.
El gobernador del Estado Allium, se para en el mismo atril donde horas atrás se paró a dar el Rey Luis su discurso. Dice una palabras de bienvenida y se afinca un poco más a la hora de agradecer a la familia real su presencia.
—La alcaldía de Allium, nuestra capital, trabajó aliada junto a la gobernación, para hacer esto posible.—aplausos— Y como agradecimiento al trabajo de nuestros monarcas, decidimos darle un regalo en su honor.
El gobernador luce orgulloso, sabía con certeza que una enorme placa en el centro de la plaza de la capital del estado, sería un buen agradecimiento. Además de la oportunidad de meter unos billetes extra en su cuenta bancaria sin levantar mucho alboroto.
—¡Sin más preambulos!— Dice el gobernador contento con el recuerdo del dinero. Eleva sus brazos a el enorme rectángulo de 20 metros que tanto le costó obreros ingresar y que sería un dilema para lograr sacarla. Pero eso al gobernador no le importaba—¡Con ustedes, la estatua Real!
Lo siguiente que pasó pareció cámara lenta, la gran tela violeta cayó, revelando la amenazadora águila—El animal de la casa real Battenberg—sobre una placa hecha de mármol con el escudo real. Aunque no es lo único allí. Colgados con soga a las patas del ave, estaban tres cuerpos que aún destilaban sangre.
El duque de Acacia, la duquesa y su hija de once años.