Capítulo 5

2560 Palabras
No se atrevió a mirar un espejo ni para maquillarse, por lo cual no lo hizo. Salió del cuarto de baño sin decir una palabra ni emitir sonido, ya no confiaba en su mente, no podía hacer algo sin que su extraño cerebro retorciera la situación. Entró a su habitación dispuesta a arreglarse para una cena a la cual no quería asistir. Se sumió en el armario en busca de un atuendo decente; un vestido azul o tal vez uno rojo, ninguno le pareció apropiado ni cómodo. Intentó con uno color n***o, pero su piel oscura no hacía buen contraste. En lo más recóndito del armario, se topó con un ligero vestido blanco con rosas y tirantes delgados, no era muy formal, pero bastaría. También tomó un saco para cubrir la piel de miradas indiscretas…y del frío. Decidió utilizar los pendientes de plata que su madre le regaló un par de años atrás por su cumpleaños, nunca los había utilizado porque, a pesar de ser muy bonitos, no eran su tipo. Dos toques en la puerta la sobresaltaron, su madre se asomó con una sonrisa plasmada en el rostro. – ¿Ya estás lista? –preguntó alegremente, ignorante a los sucesos que, momentos antes, su hija había vivido –. Tu padre llegará pronto, ya va retrasado. – Sí, ya voy. Su madre le dedicó una última mirada cariñosa y la dejó en su soledad. Cerró los ojos por un segundo, su cuerpo se sentía tenso y entumido, hacía cosas en automático y no dejaba de pensar en la sangre caliente del señor, salpicada en su rostro. A las nueve y media (impuntual como siempre) su padre llamó para que salieran. – ¡Luces hermosa! –su madre depositó un beso en su mejilla, aquella que una hora y media antes estaba manchada –. Mi hija se ha convertido en una mujer bellísima. Era mentira, Cinthia jamás sería bellísima, por lo menos no como su madre. No habría de sentirse opacada por la mujer que le dio la vida, pero siempre que salían, la gente miraba al menos dos veces a su madre, a ella apenas le dirigían una mirada. No era bella, eso lo tenía bien claro. – Tu padre se pondrá feliz al verte. La dulce voz de su madre la sacó del ensueño, sacudió la cabeza fingiendo que acomodaba su cabello y salió de la casa. El coche de su padre era un Alfa Romeo, no sabía qué modelo ni le interesaba saberlo, los coches no eran de su interés. El metro ochenta de su padre se alzaba imponente junto al automóvil, en ese momento tuvo el fugaz pensamiento de que más que un hombre de negocios, parecía un guardaespaldas. Su madre, en unos tacones enormes y plateados, salió casi saltando a saludar a su esposo. No entendía ese don otorgado a la mayoría de las mujeres para caminar, correr o saltar en unos zapatos más parecidos a zancos. No es que ella nunca usara tacones, pero terminaba con un terrible dolor y la promesa de no usar ese tipo de zapatos de nuevo. Por un instante se sintió tonta, su madre se había arreglado demasiado, Cinthia no estaba a su altura. Tal vez debió maquillarse un poco, un vistazo al espejo no le habría causado mayor mal; sí, estaba alucinando, pero podría superarlo. Un poco de rímel y brillo labial no la habrían hecho enloquecer más de lo que ya estaba. ¿O sí? En tal caso, ya no era momento de arrepentirse, después de todo, no estaba tan mal, lo peor que podría pasar es que la confundieran con una chica de diecisiete años. Al menos el saco cubría sus rasguños. – Veo que elegiste un buen atuendo –su padre puso una mano sobre su hombro –. Te ves hermosa, apuesto a que todos quedarán asombrados. Una voz de alarma sacudió su cabeza. ¿Todos? Eso sonaba a manada, ellos eran tres…no podía creer que a su padre se le ocurriera… – Estarán presentes mis socios y sus hijos, queremos celebrar juntos este trato. Intentó mantener una expresión neutra, el disgusto en sus ojos debía pasar desapercibido o su padre la reprendería. Una buena hija se alegraría por aquel logro, esa vez se había superado así mismo, debería estar feliz…pero sólo podía pensar en lo terrible que sería estar rodeada de gente desagradable. No le eran del todo desconocidos, pues no era la primera vez que su padre los juntaba, pero no eran amigos; por dios, no eran más que los hijos de los socios a los que prefería evitar. Subió al coche mientras tragaba saliva; inexpresiva y bien portada, Cinthia no quería hacer enojar a su padre. Nunca la había golpeado, ni siquiera gritado, pero la mirada decepcionada que le dirigía cada vez que lo hacía enojar era el peor castigo. El sonido del motor al cobrar vida le molestó pues guardaba similitud con el gruñido de la criatura sobrenatural. Distraídamente, rascó su hombro, luego siguió con su antebrazo hasta llegar a la muñeca, el ya conocido calor sofocante comenzó a a****r su cuerpo. Abrió la ventana y el aire fresco golpeó su rostro, soltó un suspiro de alivio, el calor apaciguó hasta desaparecer. Echó un vistazo a las casas que dejaban atrás mientras el auto cobraba velocidad, en el patio de una de ellas, el rostro blanquecino la saludó y le guiñó un ojo, pero no sonreía. Cerró rápidamente la ventana, cuando pasaron frente al patio de esa casa, la figura salió de entre las sombras y se paró a media calle, Cinthia sintió su mirada clavada en ella hasta que se perdieron de vista. Pensó en decirles a sus padres que estaba teniendo alucinaciones, eso no causaría daño a nadie, posiblemente la llevarían a un psiquiatra para que la ayudara a superar ese problema y luego todo regresaría a la normalidad. Se ahorraría los detalles de la criatura, eso ni ella se lo creía, aparte, eso involucraba a un hombre que había sido asesinado…un hombre que podría tener familia, amigos y un trabajo al que asistir. Mierda. Acababa de caer en la cuenta de la magnitud del problema, su aventura en el bosque culminó en la muerte de alguien inocente. Ahogó un gemido de frustración, si lo que sus ojos le habían mostrado fue real, entonces ella tenía la culpa de todo. Ella había matado a ese hombre, no estaba segura de poder cargar con esa responsabilidad durante toda su vida. De pronto, no pudo más, quiso llorar y gritar hasta desahogar todo el estrés que se adueñaba de su cuerpo y mente. Entonces supo qué hacer, debió haberlo dicho desde el principio, pero aún no era demasiado tarde. Abrió un poco la ventana para tomar un respiro, necesitaba uno antes de admitir que estaba loca. – Mamá –dijo temblorosa – Papá, tengo que hablar urgentemente con ustedes. Será mejor que te estaciones, esto no les gustará. Su madre dejó de arreglar la micro imperfección de sus pestañas para voltear a verla con una mirada preocupada. Su padre le lanzó una mirada confundida desde el espejo retrovisor. No quería decirles, pero sabía que era lo correcto. – ¿Qué pasa hija? ¿En qué podemos ayudarte? Ambos rostros la observaron a la espera de la confesión. Pestañeó varias veces y apartó la vista, sólo tenía que reunir el valor necesario…y entonces la mandarían al doctor, todo estaría bien. La noche era hermosa, siempre lo era, pero no lo era la sombra junto a su ventana abierta. Era la misma que los atacó, estaba segura. Y no era la única, los autos pasaban y entre las luces se asomaban más y más sombras. Alcanzó a contar seis. Su sombra adoptó una forma humana y se llevó un dedo a lo debía ser su rostro. El sofocante calor y la comezón la envolvieron. Se obligó a tragar su terror y formular las palabras. – Creo que voy a reprobar Metodología de la Investigación –lo dijo sin titubear, como si no fuera mentira –. He hecho lo posible pero no puedo, podría cursarla de nuevo, pero perdería un año…otro año. El calor desapareció junto con las sombras, tal vez no había hecho lo correcto, pero no se atrevió a desafiar a sus alucinaciones. La mirada de su padre fue dolorosa, pero no tan dolorosa como las palabras de su madre. – Ya perdiste un año con tu chistecito de cambio de carrera y ahora, por tonta ¿quieres perder otro? –la voz de su madre fue dura como la roca y sus palabras se clavaron en su mente para siempre –. A ver cómo le haces Cinthia, no voy a aceptar a una hija fracasada. Si fracasas en la escuela, imagina cómo te irá en tu vida personal. Sin marido…ni hijos…debes esforzarte. Le dirigió una sonrisa forzada antes de regresar a la imperfección imaginaria de sus pestañas. Su padre volvió su atención a la autopista y siguió conduciendo. No podía creer que sus padres actuaran así, bueno, en realidad sí podía creerlo, ya había pasado una vez cuando hizo cambio de carrera, pero eso había sido un poco más impactante. Resultó que ella no quería estudiar Economía como su padre, estuvo un año dentro para complacerlo, pero definitivamente no quería seguir sus pasos. Fue toda una tragedia, pero decidió seguir su camino y no el que su padre tenía contemplado para ella. Su osadía le costó el cariño de su padre, incluso dejó de hablarle dos meses. De pronto se sintió aliviada por guardar silencio, si se habían escandalizado por una simple materia reprobada, no quería imaginar lo que habría ocurrido si les hablaba acerca de su mente retorcida. Se preguntó qué habría pasado con sus compañeros. ¿Estarían igual de confundidos como ella? ¿También sufrían de ataques de picazón y calor? ¿Tenían extrañas alucinaciones también? Pensó en mandar un mensaje a Tania, ella era quien más le preocupaba, pero recordó que el teléfono móvil se había estropeado cuando estúpidamente cayó al agua. Algo le molestaba desde que habían abandonado la cueva, pero hasta ese momento se dio cuenta de lo que era; el anillo, había perdido el anillo. Lo soltó cuando escuchó el gruñido y seguramente lo dejó tirado en la piedra. Se reprendió en silencio, esa debía ser la prueba de que no fue producto de su imaginación, pero estúpidamente lo dejó caer. Tendría que regresar a buscarlo. ¿En serio debía hacerlo? Sí, si estaba ahí se daría cuenta de que eso fue lo que desencadenó a la criatura que los cazó. ¿O habría sido una coincidencia? No podía saberlo. El asunto primordial era saber si todo había sido real o una extraña ilusión que todos sufrieron; la última teoría cada vez la convencía menos, sobre todo después de ver a seis sombras amenazarla. Apartó de su cabeza esas conjeturas sin fundamento, debía empezar a preocuparse por otras cosas como, por ejemplo; decirle a su padre que había destrozado el teléfono después de que este se arruinara por meterse al agua de un lago subterráneo en una cueva perdida. Cerró los ojos para tranquilizarse, ya había pasado, todo estaría bien de ahora en adelante, sólo debía sobrevivir a la noche. Dejar de pensar en esa tarde sería lo más inteligente que habría hecho en todo el día. Llegaron al lujoso restaurante en punto de las diez, un joven vestido elegantemente le abrió la puerta para que pudiera salir. El aire era fresco, así que el saco no levantó sospechas. – Buenas noches, señorita –saludó el joven –. Bienvenida. Construyó la sonrisa más sincera que pudo y se la dedicó. Él no tenía la culpa de su malestar. Su padre tomó el brazo de su madre y juntos entraron por las enormes puertas de madera. No pudo evitar sentirse excluida. Ella, sola como siempre, tuvo que entrar detrás de ellos; apartada. En ese tipo de ocasiones deseaba tener un hermano o una hermana. O tener ambos. Así tendría compañía y juntos podrían burlarse de las señoras ridículas con vestidos que no les favorecían o estarían quejándose de tener que asistir a cenas como esas o simplemente se acompañarían en un silencio cómodo. Pero no, era hija única y su única compañía era su reflejo, al que no se atrevía a mirar de nuevo. Los socios de su padre eran igual de imponentes que él, hombres gruesos y fornidos, con una mirada tan pesada como el plomo. Hizo una nota mental desde que los conoció hace varios años: no entablar algún debate con ellos, esa mirada sólo lograría trabarla y quedaría en ridículo. – Cinthia, la pequeña de Roberto, aunque ya no es tan pequeña. Gerardo, un socio algo intimidante, le dio un fuerte apretón de manos. Ese hombre le causaba nerviosismo, algo leve teniendo en cuenta que su mirada asesina nunca era amable. Saludó de beso a su esposa María y a sus dos hijos gemelos, Yara y Fidel. Los recordaba perfecto, eran menores que ella. Simón era el peor de los socios, su mirada azul podía dejarla helada, se alegró de no tener que trabajar con él jamás. Su esposa, al contrario que él, era una mujer amable y cálida, le recordaba a su madre. Sonrío al verla y le preguntó qué tal estaba. Entabló una minúscula conversación de formalidades con ella antes de dirigirse a su hija Ana; nunca le agradó, era orgullosa y engreída. Aun así, la saludó con respeto. Finalmente llegó con el último socio; Diego, fue el primero que conoció y una persona allegada a su padre, además, el único que consideraba realmente agradable. Tenía esposa e hijos a los cuales siempre llevaba a las cenas de socias, pero aquel día iba solo. Extrañamente. — Qué gusto me da verte, Cinthia –dijo al besar su mejilla –. Ha pasado mucho tiempo, has cambiado. — El gusto es mío –respondió sonriendo–. Espero haber cambiado para bien. — Tu padre comentó hace tiempo que decidiste dejarnos de lado y centrarte en las ciencias, no podía creerlo, pero siempre supe que seguirías tu propio camino. No tuvo respuesta para eso, no iba a decirle que iba en segundo semestre de Biología y que se disculpaba por haber dejado los negocios y la economía. En cambio, sólo sonrío y se despidió con una inclinación de cabeza. Tal vez debió preguntarle por su esposa e hijos, pero no le pareció correcto, tal vez era una situación complicada y no quería meterse en asuntos que no le incumbían. Estaba por tomar asiento cuando captó por el rabillo del ojo a un cuarto hombre. ¿Un nuevo socio? Eso sí que era extraño, su padre jamás lo mencionó y eso que él siempre alardeaba sobre asuntos del trabajo. – Buenas noches, soy Cinthia Vivar, no tengo el gusto. – Teodoro Sandoval –dijo mientras le extendía la mano para estrecharla –. Mucho gusto. Era el más joven de todos y también el más atractivo. Tenía un porte excepcional, si no fuera un hombre de negocios, pensaría que era un príncipe o un rey. Su cabello dorado despedía destellos cada vez que se movía ¿era por la luz o estaba alucinando de nuevo? Sus ojos claros brillaron divertidos al ver que Cinthia no apartaba la mirada.
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