Capítulo 6

2387 Palabras
– ¿También eres socio? – De hecho, sí –dijo con una risa burlona –. ¿Tan obvio es? – Nunca había escuchado sobre ti. – Me acabo de unir al equipo o algo así –dijo con una linda sonrisa –. La verdad yo sí he escuchado sobre ti. Claro que había escuchado de ella, su padre se quejaba con cualquiera que estuviera dispuesto a escucharlo. Por alguna extraña razón, le molestó la forma en que el hombre la miraba, por lo que ya no quiso saber más de él. Se despidió con una inclinación de cabeza y fue a tomar su lugar junto a su madre; para su mala fortuna, no estaba lo suficientemente lejos del tal Teodoro. La cena transcurrió lenta y aburrida, las charlas se redujeron a los negocios y la economía. Odiaba que eso pasara, había mil temas de conversación, ¿no podían abrir un poco sus mentes? Los hijos de los demás lucían casi igual de aburridos que ella, excepto Ana quien el año pasado entró a estudiar Negocios y al contrario que ella, no renunció. Detectó la mirada acusadora que le lanzó su padre cuando Ana lanzó un larguísimo discurso sobre el plan de estudios de la licenciatura. No iba a sentirse mal, no de nuevo, había tomado la decisión correcta y jamás se arrepentiría. Jamás. Cometió el error de cruzar miradas con Teodoro, no pareció muy impresionado con Ana y por ese simple hecho le agradó un poco. – Y dime, querida –dijo la esposa de Simón –. ¿Qué tal va la profesión? – Bien, es una carrera algo pesada, pero me gusta –su padre volteó para centrarse en su conversación, si no andaba con cuidado, eso terminaría mal –. Me gusta ayudar a la gente y buscar su bienestar, si tengo las herramientas para mejorar la calidad de vida, no pienso desperdiciarlas. Claro que eso no era verdad, pero no sabía qué más decir. Por el rabillo del ojo echó un vistazo a su padre, no pareció escucharla. – Me alegro, querida –la señora sonrió –. ¿Y qué opinan tus padres al respecto? Mierda. Mal tema de conversación. Dado que no podía dejar a la señora hablando sola, pero tampoco podía responder sin que su padre interviniera y todo se fuera a la goma. – Yo…no lo sé –dijo bajando el tono de voz –. Supongo que lo están llevando… – Cinthia –la voz grave de su padre no indicaba nada bueno –. ¿Por qué no le dices exactamente lo que opino? ¿Acaso al fin te avergüenzas de tu deserción? Se quedó tiesa, ella no era una desertora, sólo era una chica que se dio cuenta a tiempo de que no quería ser una mujer de negocios si no una mujer científica. ¿Era tan difícil comprender eso? – Yo no utilizaría la palabra deserción –dijo segura, se arrepentiría de eso –. Sólo me di cuenta de lo que en realidad quería hacer con mi vida. – ¡Me decepcionaste, mi hiciste creer que seguirías mis pasos y me traicionaste! En la mesa, todos habían interrumpido sus conversaciones para centrarse en el espectáculo que su padre había montado. Vaya, escena de novela. Qué vergüenza. – Tal vez lo hice, pero era preferible a decepcionarme a mí misma. – ¡Retírate! ¡No pienso tolerar más insultos tuyos hacia mi persona! No podía creerlo, en serio la estaba corriendo. Su cara ardía de vergüenza, ¿cómo se atrevía a hablarle así frente a sus socios? Sus ojos picaron con las lágrimas que luchaba por contener, se levantó con toda la gracia que pudo e inclinó la cabeza hacia los presentes. – Con permiso. Y no volteó hacia atrás por nada del mundo. No sabía qué hacer, podría tomar un taxi a casa o esperar a que se le pasara el enojo. Tal vez no le duraría mucho el enfado, a veces solía explotar y luego se calmaba. Se dirigió primeramente al sanitario, necesitaba tranquilizarse y debía controlar las lágrimas que amenazaban con escabullirse. Odiaba que su padre se comportara de esa forma, debía guardarle un poco de respeto, por dios ¡era su hija! Gracias al cielo el tocador estaba vacío. Mojó su rostro mientras su mente se calmaba de a poco. Se arriesgó a mirar su reflejo, era ella, nada había cambiado. No había guiños raros ni un reflejo que no le correspondía. Sólo era Cinthia. Estaba triste, era cierto, pero su tristeza no la hacía ver bella como aquella chica del lago, su tristeza la hacía parecer débil e indefensa; y tal vez lo fuera. Sus ojos no eran azules como los de su madre, no tenía el cabello rubio rizado ni una sonrisa hermosa; era morena como su padre, con el cabello lacio como si de una cascada se tratase, n***o como la noche y un par de ojos color miel. Podría tener parecido físico a la chica del lago, pero no en la belleza. Estaba con la vista clavada en su reflejo cuando sus sentidos captaron movimiento. Por el espejo vio a una persona entrar a un cubículo, se sintió tonta; se había asustado por nada. La persona empezó a cantar, más bien a tararear una bella melodía, el ritmo era tétrico pero bello. Se detuvo abruptamente seguido por un casi inaudible sollozo, fue tan repentino que logró sobresaltarla, ¿estaría bien la chica? – ¿Estás bien? Como respuesta, recibió el golpe sofocante de aire caliente, la comezón no tardó en aparecer. La puerta del cubículo comenzó a abrirse lentamente, quería salir corriendo de ahí pero su cuerpo no respondía, trató de gritar, pero su garganta no emitía sonido alguno. La puerta se abría cada vez más y el pánico comenzó a invadirla. Quiso apartar la mirada del espejo, pero le era imposible. Sollozó, eso sí lo logró y entonces la puerta se abrió por completo. Una figura grande cayó de bruces en el piso, Cinthia apenas se movió, quería ver si la persona se había hecho daño, pero no lograba moverse. De pronto, la figura cobró vida y lentamente comenzó a moverse, ahí se dio cuenta de la sangre bajo el cuerpo. Los miembros del cuerpo comenzaron a desarticularse, un extraño chillido inundó sus oídos, pero ella sólo podía mirar. La figura levantó la cabeza y entonces vio un rostro lleno de cicatrices y una mirada desprovista de vida, como si estuviera disecada. Y encima de todo, el bochorno no desaparecía. La cosa dio un paso hacia adelante y entonces reaccionó, ignoró cualquier malestar que tuviera y salió casi gritando del tocador. Debía advertirle a alguien. En su camino chocó con una señora vestida con un apeluchado saco ridículo. – Cuidado, niña –dijo enfadada –. Deberían ser más selectos con la gente que aceptan. Lo último lo dijo casi para sí. Tardó un segundo en recobrarse, pero le dio tiempo para advertir. – Espere, hay algo ahí adentro. Pero no había nada, el lugar estaba vacío. La señora le dirigió una mirada de desagrado total antes de meterse al cubículo, incluso escuchó que se quejaba consigo misma. Salió del tocador hecha una furia, ¿qué ocurría con su estúpida mente? Desde que entró a aquella cueva todo había cambiado, jamás debió llevar a sus compañeros. De esa forma, el idiota de Santiago jamás habría corrido como loco porque sentía que se sofocaba y…el rostro blancuzco estaba presente cuando eso ocurrió y había estado presente cada vez que le daba aquel ataque de comezón y calor excepto en ese momento ¿Y si la causa era el rostro blanco? También lo había sentido con las sombras, tal vez todo estaba conectado. Y tenía a un compañero que había pasado por eso, excepto que él no vio al rostro blanco. Buscó en su bolsa el familiar teléfono móvil, pero entonces recordó que lo había perdido. Tendría que esperar hasta el lunes, entonces les plantearía lo que su cabeza acababa de concluir. Podría ir a buscarlos a sus casas, sabía dónde vivía Tania y ella la conduciría a los otros, pero no era un asunto tan urgente, podía esperar. Cuando dio la vuelta en el pasillo que la llevaría de nuevo con la gente, volvió a tropezar con alguien. ¿Estás idiota, Cinthia? Concéntrate carajo, estás haciendo muchas tonterías. Al alzar la cabeza, se topó con un par de ojos claros con un brillo divertido. Lo que le faltaba; encontrarse con una persona que presenció su humillación. – ¿Por qué tanta prisa? –dijo mientras la sostenía por los hombros –. La noche es larga. Se abstuvo de poner los ojos en blanco, odiaba cuando alguien la tocaba y más si era un desconocido. – Podrá ser larga la noche, pero no lo suficiente –respondió al tiempo que se alejaba de él –. Debo encontrar la forma de volver a mi casa, con permiso. – Puedo llevarte –se ofreció el joven, por un momento no le pareció tan odioso –. Ya me iba, tengo más planes para la noche. Le guiñó de nuevo un ojo y desapareció por el pasillo. La gente y sus manías de guiñar ojos, era lo peor y después de que el rostro blanco lo hiciera, le resultaba incluso tétrico. Pero lo esperó, era una salida fácil y parecía dispuesto, no tenía por qué desperdiciar una oportunidad como esa. Su madre estaba en la entrada del lujoso restaurante con su móvil en la oreja, lucía preocupada. – Cariño, aquí estás –le dijo como si nada hubiera pasado –. Llamé a tu teléfono, pero dice que está fuera de servicio. – Bueno…la realidad es que lo perdí. – ¡¿Qué?! –abrió los ojos como platos al escucharla –. Bueno, tendrás otro para el lunes, no te apures. ¿Qué fue lo que pasó? – No lo sé, dejé mi mochila en la escuela por un minuto y al volver había desaparecido. La mentira le salió más fácil que la de Metodología de la Investigación. Su madre puso una cara de angustia. – Eso pasa por elegir una universidad pública –su madre la miró con pena –. Si le hubieras rogado a tu padre, apuesto a que sí te pagaba una privada. Intentó no gritarle a su madre. El ir en una universidad pública no significaba que estuviera repleta de ladrones, le había dicho ladrones a sus compañeros y a ella. Quiso gritarle que los corruptos del gobierno eran más ladrones que sus compañeros, pero claro que no lo hizo. – ¿Te irás en Uber a casa? Tu padre sigue muy enfadado, pero tranquila, se le pasará de aquí a mañana. – Yo puedo llevarla –dijo alguien a sus espaldas –. Me ofrecí hace rato, pero no supe si aceptó mi oferta. – ¡Oh Teo! Qué dulce por tu parte –su madre se alejaba a cada paso –. Claro que acepta, hasta una chica como ella tiene sentido común. Su madre se alejó de ellos con una sonrisa radiante. “Hasta una chica como ella tiene sentido común.” ¿Qué se supone que significaba eso? Prefería no pensar en ello, siempre supo que sus padres no la veían como una chica muy inteligente, pero lo era, inteligente y valiente. – ¿Nos vamos? Mientras más pronto mejor. Siguió a Teodoro al exterior y esperaron pacientemente a que le entregaran su automóvil. Se llevó una sorpresa cuando vio que no era un automóvil ¡Era una motocicleta! – ¿Cómo vamos a caber los dos ahí? – ¿Nunca te has subido a una? –le dedicó una sonrisa y le pasó un casco –. Te encantará. Debido a que no quería gastar en un taxi y no quería tener que conseguir uno, se subió con él. Y fue la peor decisión que había tomado; después de entrar al bosque, claro. Pudo sentir que la escasa cena se le subía y tuvo que contener las ganas de vomitar, el vestido tampoco ayudaba, seguramente estaba mostrando piel de más. Gritó, pero recordó al pobre hombre siendo destrozado y pensó que esa sí era una buena razón para gritar, no el hecho de ir montada en un transporte de dos ruedas. En poco más de veinte minutos de viaje, llegaron a su casa. Le pareció aterrador que supiera cómo llegar sin siquiera preguntar. – ¿Puedo saber cómo sabes dónde vivo? Podría llamar a la policía en este momento. La risa del joven fue casi melodiosa. – He venido un par de veces —explicó tranquilamente—. Tu padre suele ser muy hospitalario. ¿Había ido varias veces? ¿Cómo no se había dado cuenta? Estaba muy ciega, o demasiado ocupada con la universidad. Se prometió estar más atenta, se estaba perdiendo de demasiadas cosas. Estaba por preguntar acerca de esas misteriosas visitas cuando escuchó el suave gruñido de la criatura que no podía olvidar. Se tensó de inmediato y supo que el terror se reflejaba en su rostro, pues Teodoro la observó preocupado. – ¿Estás bien? –dijo acercándose a ella –. De repente te pusiste rara. Ella asintió y dio media vuelta. Debía entrar a su casa antes de que la criatura saliera de su escondrijo. – Estoy perfecta –dijo mientras caminaba a la puerta de entrada –. Gracias por el viaje, vete pronto que es tarde y puede ser peligroso. Y no quería otra muerte en su conciencia. – ¡Espera! Al menos dame tu número. – Puedes pedírselo a mi padre, apuesto a que con lo bien que se llevan te lo dará sin problemas. Entró y cerró la puerta de un golpe. Al fin estaba segura. Escuchó el rugido del motor de la motocicleta y sintió que se quitaba un peso de encima al escuchar cómo se perdía con el viento. Una muerte menos. Tardó poco en cambiarse a las haraposas ropas con las que amaba dormir, deseaba no tener pesadillas esa noche, no quería despertar sudorosa y con un grito en la garganta. Pero, sobre todo, deseaba que esa cosa no encontrara la forma de entrar a su casa y la matara mientras descansaba.
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR