Capítulo 2

2220 Palabras
>, pensó Laura ,mientras llenaba el carra d la compra. Todos estaban pendientes de ella, y algunos hombres, demasiado jóvenes para ella, la miraban casi con obscenidad. Les dedico una dulce sonrisa, la que usaba para derretir a los jueces en los concursos, y soltó una risita sádica. Reviso la lista y se dirigió hacia la caja. >, pensó, viendo que todos se acercaban lentamente, como gatos al acecho. La cajera la miraba expectante, aunque había mucha gente en la cola, los clientes la miraban con descaro. Era lógico que Smith nunca saliera de su casa.¡ Que había sido de la hospital sureña?. -¿Es nueva aquí -dijo la cajera, una rubia que llevaba unos pendientes demasiado grandes y mascaba chicle de modo muy poco femenino. -Sí. Es una isla preciosa -replico ella. -¿Esta en el castillo que esta en el cabo? -Soy la niñera del señor Smith -explico. -¡Niñera! -exclamaron varias personas al unisono. Laura los miro a los ojos, uno a uno. -El señor Smith espera la llegada de su hija, y yo estoy aquí para cuidarla. -Oh, pobre niña -exclamo una señora mayor. -¿Por que? -pregunto Laura, conociendo la respuesta. -Tener un hombre tan horrible como padre. -¿Conoce usted al señor Smith?  -No exactamente. -Entonces, ¿como puede saber como es? -pregunto, esperando que su rostro fuera la pura imagen de la inocencia. -No sale de ese sitio -replico la cajera -.No lo hemos visto en cuatro años, ni siquiera Sergio lo ha visto de cerca, y vive allí. Laura supuso que Sergio era el guardes que aun no conocía. -Esta...está desfigurado -tartamudeo el chaval que guardaba la compra en bolsas. -Si no lo has visto, ¿como lo sabes? - el chico se encogió de hombros como si fuera obvio, aunque nadie había visto a Smith  -. No veo que importancia puede tener su aspecto -dijo ella, intentando controlar su genio. La molestaba profundamente que se diera prioridad a la apariencia; era algo que seria continuamente, aunque por las razones opuestas. Las mujeres no le ofrecían su amistad, imaginando que se creería superior a ellas. Los hombres se esforzaban en impresionarla, para acostarse con ella o llevarla del brazo y lucirla en una reunión social como si fuera un trofeo; no una persona. Ni siquiera su prometido haba visto mas allá del bello rostro que Dios le había dado. Parecía que nadie quería ver mas allá de las cicatrices de Smith. Se le hizo un nudo en el estomago y sintió cólera. Deseo proteger a ese hombre al que no conocía también a si misma. Cargue esto a su cuenta y que lo lleven a casa dijo, y se marcho, consciente de los ojos que se clavaban en su espalda. En vez de regresar en taxi, volvió paseando por el pueblo, para calmarse. Pero la asolaron los recuerdos de su infancia, cuando su madre la obligaba a aparecer en anuncios de televisión y en concursos que solo provocaban maledicencia. Siempre la odio. Cuando creció, decidió elegir ella misma los concursos adecuados. Era una postura hipnótica, pero quería ir a la universidad y necesitaba el dinero de los premios. Miro los escaparates, los cuidados porches ya los turistas e isleños que paseaban y hacían sus compras. Habia dos viejos sentados junto al muelle, contándose historias y tallando madera; al juzgar por las virutas que había a sus pies, era un ritual diario. Sonrió al recordar a su abuelo en la mecedora tallando animales de madera para que ella y sus hermanos jugaran; no había dinero para nada mas.>, decía siempre su abuelo, y el recuerdo de su cariño le levanto el animo. Inhalo con fuerza la fresca brisa marina. En octubre hacia calor cuando el sol estaba alto, pero era temporadas de huracanes, llovía a menudo y el aire era húmedo y frió. Se abrazo la cintura y acelero el paso. Pronto salio del pueblo, y tomo la carretera que llevaba a la casa. Entro y puso la cafetera. Cuando se frotaba los brazos para entrar en calor oyó a alguien cortando leña. Frunció el ceño, se acerco a la puerta trasera y aparto la cortina. Todo lo que tenia de mujer se removió en su interior al ver la musculosa espalda desnuda de un hombre que alzaba un hacha y partía un tronco de un golpe. Smith. Era un hombre magnifico. Solo llevaba unos vaqueros y botas. Lo veía de perfil y, obviamente, era el lado que no tenia cicatrices, pero su rostro tenia rasgos definidos y aristocráticos. Su cabello oscuro ondeaba al viento, demasiado largo y desaliñado. Él coloco otro tronco y los músculos de los brazos se hincharon cuando golpeo con el hacha, casi partiendo el tronco. Corto dos mas, e hizo una pausa, apoyando el hacha en el tocón. AL oírlo hablar comprendió que no estaba solo y se acerco a la ventana. Habia un hombre mayor sentado en un banco, jugueteando con una navaja. Debía de ser Sergio y, aparentemente, adema de guardes era amigo de Smith, quizás el único.  Sergio dijo algo y sus rasgos se arrugaron como una manzana vieja. Llevaba una camiseta que ceñía su estomago y las rodillas de sus vaqueros estaban blancas por el desgaste. Sus ojos fueron de un hombre  a otro; Smith, como si supiera que estaba allí, siguió de espaldas. Vio unas brillantes cicatrices, como cortés de daga, que marcaban sus costillas. Debió ser algo muy doloroso, pensó preguntándose como habría sido el accidente. De repente, él hecho la cabeza hacia a atrás y soltó una carcajada, y la sorprendió la profundidad y calidez del sonido. La alegro que no fuera totalmente ajeno a los placeres de la vida y controlo su deseo de unirse a ellos. Si él quisiera que lo viese, se habría  acercado. Smith dijo algo. Sergio se sonrojo y, con una sonrisa, se puso en pie y coloco un montón de troncos a sus pies. Él los partió uno tras otro mientras Sergio los recogía y apilaba. De pronto, Sergio se detuvo y la miro. Ella le devolvió la mirada. Smith dejo el hacha y agarro una sudadera con capucha. -Perdón  -dijo ella, saliendo -. No tenia intensiones de molestar. -Pues lo hizo -dijo Smith de espaldas a ella, poniéndose la sudadera. -Lo siento, me iré a otro sitio. -No -Richard suspiro, deseando darse la vuelta y mirarla a los ojos -. No puedo permitir que se sienta como si tuviera que evitar los lugares donde estoy yo. -Pero eso es lo que pretende, ¿no? Preferiría que no estuviera a qui -vio que él se tensaba -. Lo menos que podemos hacer es ser honestos el uno con el otro, señor Smith. -Si, es cierto -Richard apretó los labios -. Admito que me disgusta no poder pasear libremente por mi casa. -No tiene por que esconderse. -No me escondo. He elegido esta forma de vida, señorita De Las Rosas.; en los últimos cuatro años he comprendido que es lo mejor. -La mas fácil, quiere decir. -No tiene nada de fácil. -¿Y que me dice de su hija? Espera a su papi y necesita que la consuelen. Ha perdido a su madre, por Dios Santo. Richard sintió una opresión en el pecho al imaginarse el dolor de Kelly, y deseo con toda el alma poder consolarla. -Por eso la contrate señorita De Las Rosas. -¿Es que ni siquiera le importa? Se puso rígido, ¿Importarle?. No podía explicarle que cuando se entero de que tenia una hija solo había sentido rabia y cólera hacia la madre de Kelly por abandonarlo sabiendo que estaba embarazada, por no darle la oportunidad de conocer a su hija. Su amor por su esposa desapareció cuando ella lo rechazo y lo sentencio a esa prisión. No podía olvidar el pasado.  -Si, me importa, pero perdóneme si la paternidad no me ilusiona. Aun no me he acostumbrado a la idea -dijo, yendo hacia el garaje. -Pues vaya a costumbrándose -espeto ella a su espalda -. Llegara pasado mañana, deseando verlo. ¿como quiere que le explique que su padre no quiere conocerla? -Diga le la verdad señorita De Las Rosas -grito él sin dejar de andar -. Su padre no quiere provocarle pesadillas. Ella se quedo sin habla y cuando la recupero él había desaparecido. Se volvió hacia Sergio. -Eso no ha ido nada bien, ¿verdad? -No, señora -respondió él. -Soy Laura De Las Rosas. -Eso dijo el señor Smith. -¿Que mas le dijo? Con rostro imposible, Sergio se volvió y comenzó a pilar los troncos entre dos arboles. El montón media al menos nueve metros de ancho y uno y medio de altura. Probablemente necesitaban leña por si se iba la luz en las tormentas. La casa de piedra debía ser fría y húmeda. -Todos los del pueblo piensan cosas horribles de él, pero usted ya lo sabe, ¿verdad? -dijo ella, admirándolo por guardar los secretos del señor Smith, aunque tuviera que mentir para ello. Sergio coloco unos troncos en el montón -.¿Puede al menos explicarme una rutina diaria para que no volvamos a pelearnos?. -No -dijo Sergio mirándola fijamente. -¿Perdone? -ella abrió los ojos de para en par. -El señor Smith hace lo que quiere, señora, y si vuelve a encontrarse con él, supongo que tendrá que apañarse como pueda. -Oh, es usted una gran ayuda -abrió los brazos y los dejo caer -. Prefiere verlo encerrado como un topo en este palacio...-señalo el castillo-...¿o que conozca a su hija? Él no contesto y se puso a cortar leña. Laura comprendió que no le sacara nada. Aun así, le puso una mano en el hombro. -No me iré de aquí hasta que sepa que Kelly recibirá buenos cuidados y toneladas de amor -farfullo. alargando las palabras y exagerando su acento sureño -. ¿Me oye, Sergio? -Si, señora -un brillo divertido relampagueo en sus ojos -. Le encantaba que Laura fuese tan persistente, en verdad demostraba un gran interés por la niña. -Laura -accedo ella, se volvió hacia la casa y añadió -. Van a traerme un pedido, y llegaran pronto. Si quiere seguir con su embuste, sospecho que mas vale borrar esa sonrisa de su rostro. -Si señora -Sergio parpadeo, luchando por contener una sonrisa aun mayor. El dulce aroma inundo la casa, y con él llego un coro de risa. Decidió bajar, utilizando la antigua escalera de servicio, que llevaba años tapiada. Un laberinto de pasadizos se escondía tras las paredes; los corredores eran empinados y estrechos. No los había utilizado desde que los descubrió y sintió cierta vergüenza al hacerlo. Pero había gente en su casa y hacia años que solo él y Sergio la recorrían. Ahora ella estaba allí, cocinando. Verla era tan tentador como el olor a chocolate horneado, pero sobre todo lo trajo su risa, limpia, fresca y feliz. Algo en Laura De Las Rosas tocaba su corazón. Ella lo desafiaba y se revelaba, y él ansiaba hablarle, empujarla hasta el limite, pero sabia que todo estaría perdido si veía su rostro. Su hija dependía de Laura, una mujer que solo estaba acostumbrada a ver lo hermoso de las cosas, por eso su madre la motivo siempre a los concursos de belleza. Se detuvo al final del corredor y oprimió el resorte, sujetando la pared para que no se abriera del todo. Ella estaba ante el horno, sacando una bandeja de galletas. Era una escena domestica, que no había conocido en Andrea, pero lo sorprendió aun mas ver a tres personas sentadas alrededor de la mesa. Laura les llevo un plato de galletas  y se las ofreció. Invitados en su casa, por primera vez. Deseo enfadarse., deseo que se fueran porque no podía unirse a ellos. Verla hablar tan animadamente solo consiguió que su aislamiento fuera mas agónico y amargo. Maldijo para si su belleza; los tres hombres la escuchaban embobados. Cuando fue a meter otra bandeja de galletas al horno, todos ladearon la cabeza para mirarle el trasero. Él se pregunto si estaban alli para ver la casa, verlo a él o para verla a ella. -Es una casa bastante grande -dijo el adolescente que solia llevar los pedidos. -Sí, no se acaba nuna -comento ella, dejando caer cucharadas de masa en otra bandeja. -Da miedo -dijo uno de  los hombre. -A mi me encanta. Es grande e impresionante. Y la piedra rezuma historia de todo el mundo. Richard se apoyo en la pared,recordando que él habia pensado lo mismo cuando la vio. -¿Ya lo ha visto? -pregunto el otro hombre- -Claro. -¿Es...es horrible? Richard inmóvil, espero la respuesta. -A mi no me lo aprecio. Ni menta ni daba información, y Richard se pregunto por que actuaba así. -Entonces, ¿por que se esconde? -Es un hombre solitario, y quinas sea porque no se le recibido bien y ... -hizo una pausa, volvió la cabeza para mirarlos, con una chispa de pasión en los ojos -. Os aviso que si una sola persona hace un comentario insultante a su hija, bueno..., digamos que mi abuelito me enseño a disparar un fusil y a despellejar las piezas cazadas.  
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