Gelatina. Eso era ella, en esa sustancia tembleque y flácida se había transformado su cuerpo. Arcilla, moldeable y fácil de trabajar, a eso se reducía Sharon en manos de Aidan. Lo había sospechado cuando su sola presencia en fantasías bastaba para dejarla sin fuerzas, como inerte. La realidad era peor, lo había comprobado hoy.
No podía dormir. Habían pasado horas de ese beso devorador en medio del agua y ella sentía que su piel aún vibraba y su estómago se agitaba.
No había podido resistirse; sentir los brazos fuertes que la apretaban sin presionar, recostarse contra la dureza de su pecho y su estómago, todo le había hecho imaginar que el ambiente se desvanecía y ante ella solo existían esos ojos y esa boca que se hundía en ella y la presionaba forzándola a la rendición. No había tenido
