Agradeció que ella no lo hubiera visto en ninguna de las oportunidades en las que la miró sorber café, embebida en papeles, o conversando con Sharon o Tina, a veces sonriente, la mayoría con un tinte triste y meditabundo. La hubiera querido consolar contra su pecho cada vez; cuánto hubiera dado por besarla, por tomar sus labios y acariciar sus mejillas. Mas se contuvo cada vez, mordiéndose, obligándose a esperar. Si no había cometido desastres en la dirección de las empresas y en el control de la vida financiera de las corporaciones era porque sus hermanos lo habían sostenido. Habían estado ahí para él. No había querido hablar con su madre desde que supo que era una de las razones por las que Regina se había alejado de él. Tal vez si no se hubiera dado la muerte de la tía de Regina, si no

