Capítulo 15

1712 Palabras
Después de mi conversación con Jessica me dirijo al salón de maestros para una de las interminables reuniones del director Rodríguez, quien esta vez se tomó casi dos horas para hablarnos de la importancia del reciclaje y de los reajustes de presupuesto que empezarán a implementarse este mes. Estoy sentado en la mesa justo en frente de la maestra Cinthia, mareado con la enorme lista de cosas para las que, según el director Rodríguez, no hay presupuesto, cuando siento unos dedos curiosos tratando de acariciar mis pies por encima de la tela de los pantalones. Me toma solo unos segundos dar con la culpable; volteo la mirada hacia Cinthia, quien tiene su lujuriosa mirada clavada en mí, alzando una ceja y mordiéndose los labios. Siento como un escalofrío recorre mi cuerpo y trato de poner mis pies a una distancia a la que le sea imposible alcanzarlo. Gracias a dios la reunión termina y puedo abandonar la oficina antes de que se le ocurra saltar sobre mí. Camino por el pasillo, en el área de los casilleros, observando mi reloj; aún faltan unos minutos para mi clase, lo que me da ventaja para prepararme antes de que lleguen los chicos. Apenas si soy consciente de qué hay alumnos a mi alrededor, hasta que un estrepitoso ruido producido por una alumna me hace levantar la mirada, para presenciar cómo una tarántula enorme salta en la cara de Vanessa; una de las porristas de la escuela, delgada, rubia y de ojos verdes; justo cuando esta va a abrir su casillero. La chica empieza a dar gritos ensordecedores y a saltar de un lado a otro tratando de quitarse al velludo animal de encima mientras que sus compañeros, entre risas y temor de que la tarántula decida atacarlos a ellos también, sacan sus celulares y graban todo el espectáculo. Corro hacia ella para tratar de ayudarla, pero me distraigo al ver a Jessica y a Hannah observando todo desde a distancia. Hannah oculta su notoria sonrisa, cubriéndola con su mano mientras que Jessica no tiene ningún problema en reírse a carcajadas; la conozco lo suficiente como para adivinar qué esto es obra suya. Otro de los gritos de Vanessa hace vuelva a poner mi atención en ella y siga avanzando hacia su rescate. Estoy a unos centímetros de la chica, cuando de un manotazo logra quitarse al animal de la cara, pero esto también hace que pierda el equilibrio y resbale en el piso sin que yo pueda evitar su caída. Al caer al suelo boca a bajo su diminuta falda de porrista se levanta dejando al descubierto unas enormes pantaletas de color rosa; inmediatamente desvió la mirada de su ropa interior, pero sus compañeros no son tan considerados como yo y empiezan a burlarse ella aún más fuerte, mientras la porrista empieza a sollozar por la vergüenza. —¡Miren todos! ¡Tiene pantis de abuela! —Escucho vociferar a uno de ellos. Todos se ríen ante el comentario del chico y los sollozos de Vanessa se convierten en un llanto desconsolado. —¡Suficiente! Será mejor que vayan a sus salones si no quieren que los envíe a todos con el director —les grito mientras ayudo a Vanessa a ponerse de pie. Todos empiezan a retirarse de la escena, incluyendo a la misma Vanessa, quien es socorrida por sus amigas, después de que estás por fin pararon de reírse como el resto. Hannah y Jessica también empiezan a retirarse, pasando por mi lado. —Señorita Marie Claire, ¿me permite unos minutos por favor? Necesito que vaya a buscar unas cosas para la clase —me invento para poder hablar a solas con ella. —Por supuesto, profesor Prescott. —Se gira hacia mí con una sonrisa y luego voltea hacia Hannah nuevamente—. Adelántate, ya te alcanzo —le dice a Hannah, quien asiente y continúa caminando, dejándonos a los dos solos en el pasillo. —¿Tú hiciste esto cierto? —la acuso con expresión severa. —Tal vez. —Ni siquiera se molesta en negarlo. —¿Cómo se te ocurre hacer algo así? Te dije específicamente que no hicieras ninguna locura. —Lo sé, pero no pude evitarlo, la chica es una perra y se lo merecía. Ella hizo llorar a la pobre Hannah. —Puede que tengas razón, pero no puedes hacerle eso a una estudiante —le recuerdo. —De acuerdo, prometo no volver hacerlo otra vez —dice poniendo los ojos en blanco. Sin darme cuenta acerca su cara hasta mi oído—. Seré buena —dice en un susurro, haciendome sentir una corriente eléctrica por todo el cuerpo, para luego darse la vuelta y empezar a alejarse de mí.  Cuando por fin llegó a casa trato de hacer todo lo posible para distraerme y no pensar en Jessica, en sus locuras y en su salida con ese tipejo; voy al gimnasio para hacer una rigurosa sesión de dos horas de ejercicios,, vuelvo a casa a tomar una ducha y preparar la cena, leo un libro, organizo closet, en fin, hago cualquier cosa que pueda mantenerme ocupado. A eso de las once de la noche me pongo la pijama y trato de dormir, pero me es imposible; solo puedo pensar en Jessica y en ese tal Jonathan juntos, de solo recordarlo me da jaqueca. El muy imbecil a penas si me miró cuando Jessica nos presentó, su mirada estaba fija en ella y no niego que me molestó bastante. Pero no tengo porqué preocuparme, ella misma me aseguró que solo son conocidos que quieren ponerse al día y que nunca ha habido nada entre ellos; aunque eso no significa que él nunca lo haya intentado, tal vez a eso vino, a tratar de conquistarla... ¡Dios ya basta! Me estoy poniendo paranoico. Miro a mi alrededor, buscando algo que pueda ayudar a calmarme y veo que mi teléfono está en la mesa de noche; lo tomo en mis manos y empiezo a ojear mis fotos hasta que doy con las fotografías que le tome a una de las postales de Jessica, a mi mente llega el recuerdo de las palabras de Carlos: «Mientras más sepas sobre ella más difícil te será sacarla de tu mente». «Borra las fotos y vive el momento». Sé que él tiene razón, no tenía ningún derecho a invadir su privacidad. Pongo el dedo en la opción de borrar, con la intención de presionarlo pero algo me detiene, la postal muestra en el remitente una dirección de Washington DC. Jessica dijo una vez que sus padres vivían en el estado vecino pero nunca especificó cual. Me maldigo a mi mismo por mi curiosidad y continúo leyendo: «Mi dulce Jessica, tu padre y yo te extrañamos mucho. Se que no puedes llamar muy seguido así que te enviamos estas postales para que sepas que estamos bien. Se que no querías que le contáramos a nadie donde estabas pero el podré Jonathan estaba muy preocupado por ti, además quiere protegerte tanto como nosotros. No te preocupes por nada cariño, él nunca te encontrarán». Termino de leer la postal sintiéndome como un bastardo metiche, pero a la misma vez tengo más mil preguntas rondando mi cabeza. ¿De qué está huyendo Jessica? ¿Por qué ese idiota tiene que protegerla? ¿Quien es él y por qué no deben encontrarla? ¡Maldita sea! Todo esto es demasiado confuso. Pongo en teléfono a un lado y masejeo mi cabeza y mis sienes, tratando de relajarme; Jessica no debe saber que leí esto o nunca me lo perdonará.  Al día siguiente me presento en la escuela una hora tarde, gracias a que no pude dormir en toda la noche; me siento decaído y avergonzado de mi mismo. Entro en el salón y veo a Jessica sentada en la silla delantera dedicándome su traviesa sonrisa... pero no puedo mirarla a los ojos; durante toda una hora evito el contacto visual durante con ella hasta que termina la clase. Cuando está apunto de salir toco su brazo disimuladamente y ella capta el mensaje, vuelve a su asiento fingiendo que olvidó algo y, cuando todos se han ido, se acerca a mí. —¿Qué sucede? —me pregunta algo extrañada. —Necesito que vayas a mi oficina en media hora —le pido. La veo alzar una ceja mientras una sonrisa sugerente se dibuja en su rostro. —¿Quieres que hagamos algo divertido en tu oficina? —me pregunta con voz seductora. —Jessica, no estoy jugando, tengo que hablar contigo —le digo en tono serio. —De acuerdo, allí estaré. —Su expresión de lujuria es reemplazada por una de inquietud y sale del salón sin decir nada más. En pocos minutos estoy en mi oficina pensando como diablos voy a decirle lo que hice. Una parte de mi cerebro me dice a gritos que cierre la boca pero la otra parte, la que está siendo torturada por el remordimiento de conciencia, me exige que le cuente todo. Mis piernas están temblorosas y las manos me sudan. Sé que todo será un desastre pero debo ser honesto, además necesito respuestas, si ella está en peligro debo saberlo y tratar de ayudarla. Mis pensamientos son interrumpidos al escuchar que alguien toca la puerta, debe ser ella. Respiro profundo y me dispongo a abrir la puerta, pero para mi sorpresa no era Jessica quien tocaba sino... —Maestra Cinthia, ¿qué hace aquí? —Ella entra el cuarto sin esperar ninguna invitación y cierra la puerta. —Roy, sé que esto es atrevido pero ya no puedo ocultar mis sentimientos por ti —me dice caminando hacia mi despacio mientras se desabrocha la blusa, dejándo al descubierto su sostén de encaje n***o. «La verdad no creo que alguna vez se haya molestado en ocultarlos», pienso con ironía. —Cinthia no creo... Antes de que pueda terminar de hablar se lanza sobre mí, ignorando mis intentos por detenerla. Enreda sus brazos alrededor de mi cuello y empieza a besarme a pesar de mis protestas. Justo cuando estoy a punto de quitármela de encima un movimiento en la puerta capta nuestra atención, Haciéndonos girar la mirada para ver a Jessica parada frente a nosotros. «Mierda».
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