Todo un desastre

1192 Palabras
Harper había decidido infiltrarse en el restaurante del hotel familiar para seguir con su papel de empleada del hotel. Se presentó como una ayudante de cocina, aprovechando su estatus para obtener el trabajo sin mucho cuestionamiento por parte del chef, quien estaba encantado de tener a una de las herederas en la cocina. La primera impresión fue positiva. Olivia comenzó a trabajar, o al menos a intentarlo, en la cocina del restaurante. Sin embargo, sus habilidades culinarias dejaban mucho que desear. Pronto, los platos que preparaba no solo eran insípidos, sino que también estaban mal preparados y desorganizados. El chef, un hombre conocido por su perfección y su pasión por la gastronomía, observó con creciente horror cómo sus creaciones se convertían en un desastre. —¡Yo lo hago, chef! —dijo la omega con determinación mientras se dirigía hacia el área de servicio con las órdenes. El chef, aún frustrado pero determinado a salvar la noche, gritó órdenes a sus cocineros mientras trataba de reorganizar el caos. Su rostro estaba enrojecido de estrés y enojo, pero también había un destello de esperanza. Uno de los camareros entró a la cocina con prisa. —¡Los comensales están más impacientes que nunca, chef! —¿Hay algún plato que esté listo? —preguntó el viejo alfa, desesperado. —¡Las costillas y el salmón! —una joven omega llegó apresurada—. Las órdenes de la mesa 6 y la 8 estarán listas en diez minutos. —¡Excelente! Si seguimos así, recuperaremos la noche. Ahora que alguien lleve esas órdenes a las mesas... —¡Yo lo hago, chef! Las cosas sucedieron en cámara lenta, sin que nadie pudiera evitarlo. Cuando Olivia logró despegar el pescado de la sartén, este cayó al suelo, justo a tiempo para que el camarero que llevaba las órdenes resbalara con él. Platos, comida y maldiciones volaban en el aire. Hubo un minuto de eterno silencio; el chef se puso tan rojo que las venas de su cuello se saltaron. Y toda esa furia iba dirigida a una pequeña omega rubia. —¡Esto es inaceptable! —gritó el chef mientras miraba los platos destrozados que Harper había intentado preparar. La indignación en su voz era evidente mientras examinaba los desastrosos resultados—. ¡Fuera de mi cocina! Olivia se quedó paralizada por el impacto de las palabras de Jong. No solo se sentía avergonzada por el caos que había causado en la cocina, sino también profundamente herida por la decepción de alguien que había sido tan amable con ella en su infancia. —Jong, lo siento. —Olivia trató de recuperar su compostura, aunque su voz temblaba. —Chef, por favor. —El chico le dio una mirada significativa—. Es la hija del presidente... —¡Y a mí qué me importa que sea la hija del presidente! —El chef estaba harto—. ¡Que me despidan si quieren, pero esa niña inútil no vuelve a pisar mi cocina! Las palabras del alfa hirieron a Olivia. El chef la conocía desde que era una pequeña cachorra y siempre fue paciente con sus rabietas. Cuando la omega se encaprichaba de que le hacía falta sal a la comida o si algún ingrediente no le gustaba, Jong cambiaba su comida por algo delicioso, sin enfadarse. —Jong... —¡No me des esa mirada, cachorra! ¡No puedes andar haciendo tu santa voluntad, sin pensar en los demás! —Jong estaba demasiado molesto con esa Omega mimada—. Te adjudicaste el nombre de mi aprendiz y, aunque seas hija de los dueños del hotel, no debiste venir a causar problemas. En ese momento, Alejandro entró a la cocina y se detuvo en seco al ver la escena: Olivia cubierta de comida y con lágrimas en los ojos, uno de sus compañeros en el suelo con platos quebrados a su alrededor y el chef gritando. —¡Fuera de mi cocina y no regreses! Alejandro sostuvo a Olivia con firmeza, intentando calmar su angustia mientras ella se aferraba a él. La situación había sido una mezcla de errores, y Olivia estaba abrumada por el sentimiento de haber fallado en algo que realmente quería hacer bien. —Lo siento mucho, Alejandro. —La voz de Olivia era apenas un susurro, y su mente seguía volviendo a los momentos de caos en la cocina—. Solo quería impresionar y... y... —No tienes que disculparte. Todos cometemos errores. —Alejandro acarició suavemente su espalda—. Lo importante es que aprendes y sigues adelante. No dejes que un mal momento te defina. Olivia levantó la vista, encontrándose con la mirada comprensiva de Alejandro. Aunque estaba herida y desanimada, sus palabras le daban algo de consuelo. —¿Y si no puedo enmendar lo que hice? —preguntó, la duda clara en sus ojos. —No es cuestión de enmendarlo todo a la perfección. —Alejandro la miró con ternura—. Es cuestión de aprender de tus errores y seguir adelante con más sabiduría. La perfección no es lo que cuenta, sino tu esfuerzo y tu voluntad de mejorar. Olivia asintió lentamente, tratando de absorber el apoyo y las palabras reconfortantes de Alejandro. Sabía que él tenía razón, pero el golpe a su autoestima era profundo y necesitaba tiempo para recuperarse. —Gracias por estar aquí. —Susurró, sintiéndose un poco más tranquila con la presencia de Alejandro a su lado. —Nada de esto fue culpa tuya, fue culpa del chef. —¿De verdad lo crees? —Por supuesto. —Alejandro hablaba con seriedad—. Nunca debió contratarte en primer lugar. Olivia soltó una carcajada y le dio un golpe. —¡Tonto! —Siempre estaré aquí para ti, Olivia. —Alejandro sonrió y, después de darle un último beso en la frente, se levantó. —Ahora que te sientes mejor, regresa a tu casa, toma un buen baño con burbujas y más tarde te llevaré a cenar a un lugar bonito. ¿Qué dices? Esa noche, Harper y él debían asistir a una cena de beneficencia. —En realidad, no tengo muchas ganas de salir. —Vale, no te preocupes, podemos hacer algo más tranquilo en tu apartamento. Será la primera vez que voy a tu casa y mentiría al decirte que eso no me emociona. —No creo que sea buena idea... mejor otro día. —No te preocupes, entonces solo ve a descansar. A pesar de que la actitud de la Omega le parecía extraña, ya que jamás dejaba que la fuera a visitar a casa, el seguía confiando en ella, no creía que ocultara nada malo. Con esas palabras Olivia se marchó mientras Alejandro se dirigió de vuelta a la cocina, dispuesto a confrontar al chef y arreglar las cosas a su manera. Entró a la cocina en busca del chef. —¡Qué bueno que regresaste! Lleva estas órdenes a las mesas... —Alejandro lo agarró del cuello de la camisa y le gruñó, no le importaba que lo despidieran—. Si vuelves a hacer que mi omega llore, te mato. ¿Está claro?
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