Los meses siguieron pasando de la misma manera, sin cambio, sin prisa. El frio y las flores que decoraban los árboles se habían ido. El sol, con su calor infernal de verano, teñía la casa cada tarde con una luz dorada que, de alguna manera, llamaba a la oscuridad de la noche.
Aún me costaba creer en todo lo que se había desmoronado dentro de mí desde aquel día o, para ser especifico, desde el cumpleaños de Ant, pero agradecía cada día tener a Lucy a mi lado. Ella se había encargado de ayudarme a llevar mi día a día con normalidad, o por lo menos lo más normal que pudiera. Lo que más me impresionaba era que nuestra relación como pareja, aún con todas las vicisitudes, no había cambiado en lo más mínimo, o al menos era lo que yo quería creer.
—Siento mucho que esto te pasara, Olivia. Claro que sí. Puedes quedarte con nosotros un tiempo —le dije a nuestra amiga luego de haber llegado a la casa por sorpresa.
—Prometo no molestarlos, solo será por unos días. Apenas finalice todo el tema del divorcio, me mudaré de nuevo. Ustedes saben, él sabe dónde buscarme y por eso tengo que esconderme bien. Además, quiero salir unos días del radar de mi familia. Conocen lo intensa que puede llegar a ser.
Los Galeano solían ser intensos cuando uno de sus miembros se encontraba en una situación difícil y Olivia estaba pasando uno de los peores momentos en su vida. Su mejor amiga, sintiendo envidia de ella, había comenzado a alimentar con malos comentarios y pensamientos a la ex pareja de Olivia. Le había dicho que ella se acostaba con otros modelos en los camerinos y, el muy imbécil, se había creído cada palabra. Así, Olivia había preferido guardarse la noticia de su embarazo para cuando las peleas cesaran, pero fue atropellada y lastimosamente había perdido a su bebé y a su esposo, pues luego de perder a su bebé no dudó en pedir el divorcio.
Ninguno de los dos fue capaz de cerrarle las puertas de nuestra casa, aunque, en definitiva, yo no estaba en mi mejor momento, pero también pensé en que podía ser bueno tener un poco de normalidad en mi vida y posiblemente con Olivia cerca existía la posibilidad de mantenerme sereno.
Por otro lado, la visita de Olivia también me había servido para darme cuenta de que la vida no solo me había cambiado a mí. Olivia estaba sufriendo por su pérdida y su matrimonio fallido, mientras otras personas disfrutaban de segundas oportunidades; como Leo, a quien afortunadamente los médicos habían podido salvar. No obstante, el ver que otros lograban salir de su oscuridad, y yo no avanzaba, no hacía más que hundirme más en la mía. Y la paz que había sentido al principio, al regresar a mi familia, se comenzó a evaporar lentamente hasta quedar en nada.
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—Gracias por la cena, Lucy. Como siempre, todo estaba delicioso —dijo Olivia ayudando a levantar los platos. Tenía dos días de estar con nosotros y me sentía agradecido por no haber tenido ningún ataque de ansiedad enfrente de ella.
—De nada, estas en tu casa —respondió mi esposa. Se puso de pie y ayudó a arreglar la mesa hasta que, de repente, la vi tambalearse y sostenerse del borde.
—¿Estas bien? —pregunté. Ella asintió.
—Sí, solo me puse de pie muy rápido.
—Bueno, yo me encargaré de Ant, amor. Tú ve a descansar.
Nos despedimos por el día y Lucy se fue directo a descansar mientras yo fui a dormir a Ant. Leímos una historia sobre dragones con poderes mágicos hasta que se quedó dormido. Hasta ese momento parecía que iba a ser una noche común, pero mientras el cielo se oscurecía, la niebla de mis recuerdos comenzó a tomar forma de nuevo.
Todo comenzó con un sonido extraño en la cocina, como si algo se hubiese caído. Ese sonido resonó en mis oídos como un disparo lejano. Mi visión se estrechó. Las sombras de la guerra se cruzaron con la luz de la cocina que se reflejó bajo la puerta de la habitación, y, antes de que pudiera pensar, mi cuerpo y mi mente reaccionaron.
«¡Un enemigo!», fue lo primero que me vino a la mente. Salí como un disparo de la cama y fui hasta el lugar de donde provenía el ruido.
Tenía la mente nublada. Imágenes de los cuerpos de mis amigos llenaban mi cabeza, las explosiones, el sonido de los soldados gritando, las órdenes que nunca cesaban… entonces vi la sombra del enemigo que había irrumpido en mi casa y pensé en todos los que podían salir lastimados por su culpa: Ant, Lucy, Olivia. No podía permitir que le hicieran daño a mi familia. El terror, la ira, todo se mezcló y me dispuse a a****r.
Corrí hacia la sombra con la rapidez de un animal herido. La agarré por los hombros y la empujé contra la mesa; mi respiración estaba acelerada, mi pulso acelerado, el sonido de la guerra palpitaba en mi pecho y maldije el no tener un arma a la mano.
—¡¿Quién eres?! —grité.
La sombra trató de zafarse, pero yo la mantenía sujeta. Mis manos estaban firmes sobre sus brazos y mi cuerpo entero se tensó como un resorte a punto de romperse.
—¡¿Qué estás buscando?! Te juro que si le has puesto una mano encima a mí hijo voy a hacer que sufras hasta matarte. Vi su rostro, el miedo en sus ojos, y entonces algo, algo en mi interior, se rompió.
—Mi… Miles, Miles, por favor, soy Olivia —dijo la sombra. Tenía la voz cortada.
El mundo daba vueltas en mi cabeza. La ira incendiaba mi consciencia e instintivamente apretaba cada vez más el agarre. La amenaza no se podía ir, no cuando la vida de Lucy y Ant estaba en riesgo.
—Miles, por favor, soy Olivia. Me estás lastimando. —La sombra estaba llorando.
De repente sus palabras resonaron en mi cabeza: «Soy Olivia. Me estás lastimando». Y toda la niebla se dispersó. Solté de un empujón a Olivia y ella cayó al suelo, temblando. Seguía agitado. Sus ojos estaban llenos de horror y en sus brazos tenía las marcas de mis manos.
—Lo siento, lo siento mucho... —dije.
Olivia no se movía, simplemente me miraba y se sobaba los brazos. Caí al suelo junto a ella, cubriéndome el rostro con mis manos, tratando de entender qué demonios había pasado.
—Olivia —dije y me arrastré un poco hacia ella, pero ella se alejó.
Entonces alguien encendió la luz de la sala. Volteé a ver a Lucy, y en sus ojos estaba el mismo miedo que había visto en los ojos de Olivia.
—Miles… —su voz temblaba—. ¿Qué has hecho?
Estaba temblando en el suelo, mi cuerpo entero se sacudía como si tuviera fiebre. Lucy me miraba con esa mezcla de amor y desesperación, esperando alguna respuesta. En ese momento entendí que no podía seguir mintiéndole, ni a mí mismo. «Hay algo en mí que no está bien». Mi garganta se cerró cuando traté de hablar, cuando traté de disculparme, pero otras palabras sí salieron a la fuerza:
—No soy bueno para ustedes, Lucy —tenía la voz quebrada, llena de frustración—. Soy un desastre. No soy el hombre que te prometí que sería. No sé qué me está pasando. Todo se me está saliendo de las manos.
Ella me miró con el rostro lleno de lágrimas.
—Miles —su voz tembló al pronunciar mi nombre. Respiró y sus palabras se endurecieron—. Tienes que volver ir a terapia. Tienes que enfrentarlo. Lo que viviste allá, lo que te rompió, está controlando tu vida. Tienes que hacerlo por ti, por Ant, por mí. Por nosotros.
Todo lo que tenía dentro de mí se rebeló. No podía solo. No ir al psicólogo no estaba ayudando de nada. En lugar de sentirme mejor, estaba perdiéndome cada vez más. Me sentí atrapado, perdido, como si cada intento por seguir adelante solo me arrastrara más hacia el abismo. Mi mente ya no me pertenecía.
—Lo siento, Lucy, lo siento. Solo les haré daño.
Lucy se quedó en silencio, pero su mirada no se apartó de la mía.
—¿Qué quieres decir con eso, Miles?
Suspiré. Listo para renunciar a todo lo que ya había perdido.
—No puedo quedarme aquí más tiempo, Lucy.
No podía seguir siendo un peligro para ellos. No podía seguir con el peso de mis fantasmas sobre mis hombros, sabiendo que cada vez que me miraran, verían al hombre que los había lastimado. Se lo acababa de hacer a Olivia, no iba a esperar a que luego siguiera Lucy o Antonio. Ellos no se merecían eso.
Me levanté sin decir una palabra más y caminé hacia la habitación, dejando a Lucy parada en el umbral del pasillo, sin poder hacer nada para detenerme. Agarré una mochila, mis documentos y un par de mudas de ropa.
—Miles, ¿qué estás haciendo? No puedes solo irte y dejarnos así. Solo necesitas aceptar la ayuda. No estás solo, cariño. Yo estoy aquí. Háblame, Miles. —Lucy se acercó y me abrazó por la espalda con fuerza.
—Necesito volverme a encontrar, Lucy. Necesito saber que no soy un obstáculo más para su vida. Tú has dejado todo por estar pendiente de mí. Hasta el ir por el mundo presentando tu libro, algo que te tenía tan feliz. Ya no quiero detenerte. Veo el cansancio en tus ojos, veo cómo esa luz que brillaba en ellos se ha ido apagando por mi culpa.
—Por favor, no nos dejes, Miles. No de nuevo —su voz me partía el alma.
—Lo siento, pero no puedo quedarme y ver cómo con mis propias manos podría destruir lo que más amo.
—No lo hagas. ¡No te vayas! Te necesito.
En ese momento me solté de su agarre.
—Es lo mejor para todos, Lucy.
Olivia entró a la habitación después de escuchar el grito de Lucy.
—Miles, yo… yo entiendo que te sientas mal por lo que pasó, pero no solo puedes irte y dejar a tu familia. Lucy te necesita.
Me volteé para mirarla y Lucy le había cogido las manos.
—No lo voy a detener más —dijo en voz baja—. Si eso es lo que él quiere, que luego no se arrepienta de la decisión que tomó. —Y sin decir más, salí de la habitación.
De camino a la salida pasé por la habitación de Ant, quien dormía despreocupado, le dejé un beso en su frente y continué. Antes de salir me topé con una libreta y un lápiz. Tomé una hoja de papel, escribí unas pocas líneas con la mano temblorosa, y dejé la nota sobre la mesa de la entrada.
Lucy,
No soy el hombre que tú necesitas. No puedo seguir aquí. Necesito estar solo, arreglar esto, por mí y por ustedes. No sé si esto podría mejorar o empeorar, pero prefiero que ustedes no sean testigos de cómo mi mente me destruye poco a poco.
Los amo tanto que me da miedo hacerles más daño.