Enemigos ocultos
Abril 2015
Italia Portofino.
La angustia se reflejaba en los ojos de Alice mientras aguardaba frente al doctor, su rostro pálido era un retrato del miedo y la incertidumbre.
Cuando finalmente el médico rompió el silencio, sus palabras fueron desgarradoras.
—Lo siento, fue un infarto fulminante, el señor Sanders ingresó muerto.
Alice no pudo sostenerse más; sus piernas cedieron ante la noticia y cayó de rodillas en el frío suelo del hospital.
En un instante, su esposo, Carlos Greco, fue a su lado, ayudándola a levantarse con suavidad.
Ella se aferró a él, buscando consuelo en su fortaleza, mientras las lágrimas brotaban y mojaban la chaqueta de su marido.
Con el corazón desbordado por la tristeza, sólo podía pensar en su madre, que necesitaba su apoyo en esos momentos tan oscuros.
Carlos, entendiendo el tormento interno de su esposa, le susurró palabras de aliento, recordándole que debía ser fuerte, que juntos intentarían sobrellevar la carga que les había impuesto la vida.
Dos semanas antes:
Alessandro Sanders se secaba el sudor de la frente, cada gota resbalando en su piel como una sombra de su creciente de su angustia.
La tensión había comenzado a carcomer sus nervios.
Con manos temblorosas, tomó el teléfono y ordenó a su secretaria:
— Dile a Carlos que venga de inmediato a mi oficina.
La espera fue breve, pero suficiente para intensificar sus nervios.
Cuando Carlos finalmente entró, lo hizo con una actitud descarada y desafiante.
— ¿Para qué soy bueno, suegro? preguntó, aunque ya sabía que las noticias no eran buenas.
La respuesta del padre de Alice fue lapidaria.
—Para nada, por lo visto, ese negocio que me recomendaste se vino abajo.
La habitación se llenó entonces de un pesado silencio. Carlos respiró hondo, con un aire de resignación que parecía envolverlo.
— No soy adivino para saber que invertimos en una compañía fantasma; además, yo también he perdido dinero.
Alessandro trató de controlar la situación, reprimiendo su frustración, consciente de que estaba perdiendo todo lo que había construido a lo largo de su vida.
Las deudas le acechaban como sombras amenazantes.
— Años de trabajo perdidos; me veré obligado a vender todo.
Carlos, sintiendo el peso de la miseria familiar, ofreció una solución.
— Puedo pagar la deuda. Te compraré las acciones y las propiedades. Todo quedará en familia.
Rápidamente redactaron un documento donde Alessandro firmó, atrapado entre la desesperación y la exigencia de mantener a flote su legado.
Mientras tanto, Alice vivía ajena a todo, no era alguien rodeada de muchos amigos; sin embargo, desde su infancia había forjado un lazo especial con Nicole.
Decidida a distraerse, tomó su celular y marcó su número.
— Vamos de compras, quiero comprar lencería sensual—le propuso.
Nicole, envuelta en sus propias complicaciones amorosas, se excusó.
— No puedo acompañarte porque ando con mi novio.
Sin embargo, la pregunta crítica quedó suspendida en el aire.
— ¿Cuándo lo vas a presentar?
Como siempre, el tiempo se detuvo ante el dilema. Luego de un breve silencio, Nicole se comprometió a hacerlo
— Pronto,lo verás.
Al colgar, sus pensamientos fueron interrumpidos por las manos juguetonas de Carlos, quien comenzaba a explorar su cuerpo con familiaridad.
— ¿Quién era, mi amor?—preguntó con voz provocativa.
Una risa nerviosa escapó de los labios de Nicole, mientras los instintos tomaban el control.
La tragedia que comenzó poco a poco a arrastrar a la familia Sanders, se expresó de forma brutal cuando la madre de Alice sucumbió a un abrumador estado depresivo tras la muerte de Alessandro.
Alice, preocupada por su bienestar, intentó alimentarla, anhelando que su madre recuperara la energía perdida. La negativa de su madre resonó como un grito sombrío:
—Déjame dormir.
El tiempo fue cruel, y una tarde, el grito desgarrador de Dominga, la ama de llaves, quebró la quietud del hogar.
Alice se encontró abrazando el cuerpo sin vida de su madre, incapaz de procesar la pérdida.
El médico dictaminó que también había sido víctima de un paro respiratorio, sumiendo a la familia en una espiral de tristeza y desesperación.
Carlos organizó rápidamente el velorio, en un intento de establecer control y estabilidad en medio del caos.
La astucia brilló en sus ojos cuando preparó un poder que pidió a Alice firmar, un acto que facilitara tomar posesión de la fortuna de su madre difunta.
Sin embargo, Alice, confiada en su esposo pero alertada por las últimas revelaciones de su madre.
— Tienes una hermana, gemela mía— fue la confesión que su madre le había hecho dos días antes de su fallecimiento.
La historia de su hermana robada resonó en su mente, impulsándola a buscarla.
La promesa de devolverle la vida que le habían arrebatado a su hermana ardía dentro de ella.
Esa misma tarde durante el velorio, sus pensamientos fueron interrumpidos por la insistente cercanía de su marido, quien se escabulle con Nicole hacía la privacidad del auto.
Al cerrar la puerta, la relación clandestina floreció en un torbellino de deseos, donde las palabras fueron menos importantes que las acciones.
— Si te divorcias de ella, me tendrás todos los días para tí — murmuró cediendo ante la desesperación y desbordando la pasión reprimida.
Mientras su mundo se hundía en el caos, Alice recibía condolencias de amigos.
La fachada que mantenía ocultaba las desgracias de los Sanders; su esposo parecía emerger como una figura prometedora en el ámbito empresarial.
Sumida en su dolor, Alice no percibía las sombras que ahora rodeaban su matrimonio.
Ella ignoraba los sutiles movimientos en el tablero de la traición y la desconfianza que estaban surgiendo a su alrededor.
Jamás hubiera cruzado por su mente que las personas en que más confiaba le pudiesen pagar tan mal.
Para ella Carlos era el amor de su vida,el hombre a quién deseaba darle un hijo.
El mundo de Alice era perfecto,la niña rica que se casa con el príncipe guapo y encantador.
Preguntó entre los presentes si alguien había visto a su marido y nadie le supo dar respuesta.