ミ★ NATHAN ★********* llegué a la fiesta benéfica, el ambiente estaba cargado de expectativas. Vestido elegantemente con mi traje hecho a medida, caminé con una postura que reflejaba la seguridad y superioridad que todos esperaban de mí. Sentí las miradas de los presentes posarse sobre mí, algunos con respeto y otros con una mezcla de miedo y admiración.
Los primeros minutos fueron un juego de observación. Noté cómo algunos se mantenían a distancia, temerosos de ofenderme o de no estar a la altura de mis expectativas. Sus miradas fugaces y susurros furtivos no pasaron desapercibidos para mí. Podía sentir su nerviosismo, casi palpable en el aire.
Por otro lado, estaban aquellos que aprovecharon la oportunidad para acercarse, ansiosos por establecer una conexión o simplemente ser vistos en mi compañía. Con sonrisas ensayadas y copas de champán en mano, intercambiamos palabras corteses, aunque superficiales. Apreciaba su interés, pero siempre mantenía un aire de reserva, una barrera invisible que los mantenía a todos a una distancia prudente.
En el fondo, sabía que esta fiesta, como tantas otras, era un escenario donde jugábamos roles predeterminados. Y aunque mi papel era el de la figura influyente y distante, no podía evitar sentir una cierta melancolía por la autenticidad perdida en estas interacciones.
Tomé asiento en el lugar más privilegiado del evento, donde cada detalle estaba pensado para resaltar mi presencia. Desde aquí tenía una vista completa del salón, y podía ver cómo las miradas se dirigían hacia mí, algunas con admiración, otras con curiosidad.
Las hijas mayores de los hombres ricos presentes no tardaron en notar mi ubicación privilegiada. Sus gestos y risas coquetas eran evidentes, deseaban acercarse, tal vez para iniciar una conversación, quizás para impresionar. Sin embargo, la seguridad que siempre me rodea, aunque discretamente, se encargaba de mantenerlas a una distancia respetuosa.
Me resultaba casi irónico, este juego de distancias y cercanías. Podía sentir sus deseos de aproximarse, pero también la barrera invisible que imponían mis guardias. Era como si cada movimiento estuviera estructurado, cada interacción se controlaba minuciosamente.
Desde mi asiento, observé cómo se desenvolvía la noche. El brillo de las luces, las conversaciones animadas, todo formaba parte de este teatro social en el que estaba destinado a ser el protagonista distante. A veces, incluso la compañía de la multitud no lograba disolver la soledad que acompaña a la superioridad.
Desde mi asiento privilegiado, observaba cómo el evento se desarrollaba con elegancia y lujo. Las luces brillaban intensamente, y las risas y conversaciones animadas llenaban el salón. A medida que la noche avanzaba, notaba cómo todos se movían según el guion social esperado.
Llegó el momento de hacer mi contribución. Me levanté con calma y me dirigí hacia el centro del salón, donde se encontraba una mesa destinada para las donaciones. Cada paso que daba era observado atentamente por los presentes. Sentía sus miradas de anticipación y curiosidad.
Entregué mi sobre al encargado, quien lo abrió con cuidado. El silencio se apoderó del lugar mientras todos esperaban escuchar el monto de mi donación. Al anunciar la cantidad en dólares, pude percibir la sorpresa en los rostros de los invitados. Murmullos de asombro recorrieron la sala, y por un momento, toda la atención estuvo centrada en mí.
Volví a mi asiento, sintiendo una mezcla de satisfacción y distancia. Sabía que mi gesto tenía un impacto, pero también era consciente de la soledad que acompañaba a mi posición. Mientras observaba cómo los demás continuaban con la velada, me pregunté cuántos de ellos realmente entendían la complejidad detrás de cada gesto y decisión en este mundo de apariencias.
Mientras saboreaba el vino especial, el más costoso de la noche, dejé que su sabor robusto y elegante se despliegue en mi paladar. Era una delicia reservada solo para los momentos más distinguidos, y esta ocasión no era la excepción. Observaba el salón con una sensación de control y superioridad, disfrutando del respeto tácito que se me otorgaba.
De repente, una figura familiar cruzó el salón, moviéndose con una mezcla de urgencia y determinación. Parecía estar buscando a alguien, sus ojos recorriendo cada rincón con insistencia. Mi interés se despertó de inmediato. Sin apartar la vista, bebí el vino de un solo sorbo, saboreando su exquisitez hasta la última gota.
Esa sombra familiar continuó moviéndose entre la multitud, y sin pensarlo dos veces, me levanté de mi asiento para seguirla. Algo en su presencia me inquietaba y me atraía a partes iguales. Mientras me deslizaba entre los invitados, las conversaciones y risas parecían desvanecerse, dejando solo la silueta de esa figura en mi campo de visión.
Caminé apresurado, mi corazón latiendo con fuerza mientras intentaba ver mejor a esa mujer. Algo en su figura me resultaba inquietantemente familiar. Cuando finalmente la reconocí, no pude contenerme. Me acerqué rápidamente y, sin pensarlo dos veces, la tomé del brazo.
Ella se sobresaltó, sus ojos reflejando una mezcla de sorpresa y miedo. Sin soltarla, la guie hacia una sala adyacente que estaba vacía. Necesitaba respuestas, y no podía esperar más. La puerta se cerró detrás de nosotros, aislándonos del bullicio del evento.
—¿Eres tú? —ella me miraba, su rostro confundido.
—¿Quién eres? —dijo en un susurro, como si se hubiera olvidado de mí.
—Soy Nathan. —sus ojos se abrieron como platos.
—Nathan, Nathan. —repetía, incrédula.
—El mismo… aunque ya no soy el mismo.
Sus ojos se cristalizaron y las lágrimas comenzaron a caer en cascada. Creía que eso me iba a conmover, pero me alejé de ella, repugnado por su hipocresía.
—¿Qué haces aquí? Tu familia se hundió, ya no tiene tanto dinero para asistir a este sitio. —ella se limpió las lágrimas, dándose cuenta de que ya no soy ese joven ingenuo que revoloteaba a su alrededor en el pasado—. ¿De verdad crees que puedes venir aquí y actuar como si nada hubiera pasado? —le espeté, mi voz cargada de desprecio—. ¿Piensas que tus lágrimas pueden borrar todo el daño que hiciste? No eres más que una sombra de lo que alguna vez fuiste, y ni siquiera eso merece mi compasión.
Ella intentó hablar, pero la interrumpía.
—No quiero escuchar tus excusas ni tus mentiras. Has perdido todo derecho a mi respeto y a mi tiempo. Si estás aquí buscando redención, no la encontrarás conmigo. —mi voz se volvió más fría—. Ahora, sal de mi vista antes de que decida que incluso tu presencia es una ofensa demasiado grande para tolerar.
Ella retrocedió, sus lágrimas aun cayendo, pero ya no me importaba. Había dejado de ser la persona que alguna vez conocí, y yo había dejado de ser el joven ingenuo que ella recordaba. En ese momento, supe que no había vuelta atrás.
—Busco al señor Eduardo Williams. No voy a molestarte más.
—Espera. ¿Qué quieres con él?
—Quiero conseguir una cita con él para proponerle un proyecto.
—¿Tú, vas a sugerir? No eres nadie para acercarte a él.
—¿Lo conoces?
—Lo tienes enfrente.
—Tú… tú eres esa persona…
—No me interesa nada que venga de ti.
Mi desprecio hacia ella era palpable, la odiaba con todo mi ser y no tenía intención de ocultarlo. Le advertí, mi voz cargada de odio.
— ¿Realmente crees que puedes presentarte aquí y comportarte como si nada hubiera sucedido? ¿Tienes el descaro de pensar que tus lágrimas pueden borrar todo el daño que causaste? —mi voz se elevó, cargada de una furia contenida—. Ya no eres más que una sombra patética de la persona que fuiste, y ni siquiera esa sombra merece mi compasión.
Ella intentó hablar, pero la interrumpí bruscamente.
—¡Cállate! No quiero escuchar ni una sola de tus excusas ni tus mentiras. Has perdido todo derecho a mi respeto y a mi tiempo. Si estás aquí buscando redención, no la encontrarás conmigo. —dije, dejando que cada palabra destilara mi desprecio—. Ahora, lárgate de mi vista antes de que decida que tu mera presencia es una ofensa demasiado grande para tolerar.
Ya no me importaba. La persona que antes conocí había fallecido para mí, mientras que yo había dejado de ser el joven insensato que ella recordaba. En ese momento, supe que no había vuelta atrás, y me regocijé en la amargura de mi resentimiento.
La observé darse la vuelta y marcharse, y aunque mi corazón dolía, mi interior reía a carcajadas. Había superado su recuerdo, y ya no me dolía tanto como antes. Regresé al bullicio y Clarissa ya no estaba; sonreí satisfecho; esto es apenas el principio de mi desprecio.