Dorian llegó a las oficinas del Consejo con apenas unos segundos de sobra. Pero eso había sido hace más de treinta minutos.
A pesar de estar sentado en una habitación vacía, que parecía más un mausoleo que una sala de espera, Dorian no sentía frío. Incluso si los vampiros pudieran sentirlo, en este momento no lo haría. Su furia era suficiente para mantenerlo bien cálido.
Frente a él había una gran losa de mármol blanco que alguien había decidido usar como un escritorio adecuado. En este monumental escritorio estaba sentada una mujer de cabello n***o recogido en un moño severo, con rasgos angulosos y un vestido n***o ajustado, sin mangas. Lo observaba con grandes ojos oscuros en un rostro pálido y anémico.
Aunque tenía frente a ella una laptop plateada y ultradelgada abierta, había hecho poco más que examinar a Dorian con unos ojos tan fríos como la habitación.
Y, como había destruido su teléfono móvil, no tenía nada que lo distrajera de las visiones de Virgil llevándose a Camille a la cama.
Miró su reloj de nuevo. Habían pasado otros cinco minutos, y con ellos, el resto de su paciencia se evaporó.
Su decisión de legitimar su control sobre Camille con un documento legal sellado por el Consejo le había venido poco después de regresar a Las Vegas. Significaría que, si ella intentara huir, él tendría algo tangible que agitar frente a ella.
No le sorprendería si Camille había olvidado por completo el contrato que había firmado cuando aceptó ser transformada hace años. Era un documento destinado a asegurar que cualquier humano que aceptara el cambio comprendiera plenamente que, a partir de ese momento, las leyes humanas ya no importaban. Solo la obediencia a la Oficina Central de Vampiros —y al vampiro que la había transformado.
En su momento, ella apenas lo había mirado. Y él no la presionó para que lo hiciera, ya que en su mayoría consistía en una larga lista de castigos diseñados para infundir temor. Creía que ella nunca necesitaría saber cuán decididos estaban los del Consejo a mantener el orden, especialmente ahora que, al menos en Las Vegas, vivían abiertamente entre los humanos.
De vuelta en Las Vegas, recordando el poder y la amenaza del Consejo y de los Bladed que los servían al proteger la ciudad, se dio cuenta de que la obsesión del Consejo con los contratos férreos podía servir para otro propósito.
El suyo.
Pero si los burócratas insignificantes que manejaban las oficinas del Consejo pensaban que podían hacerlo esperar, bien podría prescindir de ello.
Si se iba ahora, podría llegar a la mansión que Camille y Virgil llamaban hogar y comenzar con los planes que había estado gestando desde que su amigo Zaden le había enviado las fotografías que lo habían llevado en su avión privado desde Praga.
Al ponerse de pie, se sobresaltó al ver una figura menuda en la puerta abierta de la sala de espera, observándolo.
—¿Señor Devereaux? —dijo el hombre, en un tono apacible.
Dorian no respondió al principio. En cambio, examinó al hombre detenidamente. No había oído ni sentido que alguien se acercara, pero allí estaba.
El hombre bajo, soportó la inspección con indiferencia calmada, como si estuviera preparado para esperar eternamente.
No había nada destacable en el hombre de traje n***o, con el cabello oscuro y en retroceso, y unas gafas de montura delgada plateada. Era tan ordinario que prácticamente se fundía con el fondo.
—¿Sí? —dijo Dorian, esperando que el hombre pensara que estaba reaccionando a su llegada, en lugar de marcharse sin decir una palabra.
—Si me acompaña —dijo el vampiro, sin cambiar de expresión.
La oficina del vampiro era austera y utilitaria, tan insípida y carente de personalidad como el propio hombre.
El tipo de traje n***o no tenía nada que lo hiciera destacar. Tenía el cabello oscuro y lo llevaba en un corte retro, además de unas gafas de metal que no decían nada. Era tan común que casi se perdía en el fondo.
Solo las finas líneas que enmarcaban unos ojos marrones, parecidos a los de un topo, daban algún indicio de la edad del vampiro, quien miraba a Dorian con una expresión impenetrable. Sus ojos servían como oscuros espejos que reflejaban la imagen de Dorian.
Para un vampiro, ser transformado a tan avanzada edad era inusual. No solo porque cuanto mayor es el humano, menos probabilidades tiene de sobrevivir al cambio, sino porque los vampiros eran vanidosos, y muy pocos vampiros que él conocía consideraban las arrugas y las manchas de la edad con algo distinto al disgusto o la lástima.
Por supuesto, había excepciones, como en todo. Pero esas eran raras y solo se daban cuando un humano podía ofrecer algo valioso a la cultura vampírica.
Quizás el vampiro había sido un abogado que nunca perdió un caso, o un Camiio financiero de Wall Street. El Consejo siempre tendría lugar para personas así en los engranajes de sus oficinas.
—Soy el señor Nixon —dijo el vampiro, apartando la mirada de Dorian hacia el pequeño pin plateado que lo marcaba como funcionario del Consejo. Era una miniatura de una pluma con detalles en las plumas, el único toque interesante en su sobrio traje n***o y corbata a juego.
—Creo que está solicitando aprobación para un derecho de reclamo —dijo el señor Nixon, sacando un archivo delgado de un cajón oculto y hojeando las páginas—. Un proceso que comenzó hace más de cuatro años. ¿Es correcto?
—Sí.
—Que haya habido tal retraso en la emisión de un derecho de reclamo es algo... inusual, señor Devereaux —dijo, frunciendo ligeramente el ceño al cerrar el archivo.
—Hubo circunstancias atenuantes —dijo Dorian tras una breve pausa.
La expresión del vampiro de ojos marrones no cambió. —Me imagino que así habrá sido.
Dorian esperó el “pero” que sentía que vendría.
—Pero —continuó el vampiro, dándole la razón—, debido al retraso, podría haber algunas... complicaciones en el futuro.
¿Cuál era el problema de este vampiro en tardar tanto para decir lo que quería decir?
No solo eso, parecía que el señor Nixon estaba a punto de rechazar su reclamo... y por alguna razón, estaba alargando el proceso en lugar de negarlo directamente. Pero estaba bien. Podía prescindir del reclamo si era necesario. Después de todo, había estado dispuesto a irse incluso antes de que comenzara la reunión.
—Ya veo —dijo, esforzándose por ocultar su creciente frustración.
—¿De verdad? —preguntó el vampiro—. ¿De verdad lo ve?
—Está insinuando que podría haber un desafío a mi reclamo —dijo Dorian.
Había investigado bastante desde que regresó a Las Vegas, y no fue difícil enterarse de que ella vivía en Londres, muy alejada de la política vampírica de Las Vegas.
Por lo que entendía, ni siquiera había un Departamento de Reclamaciones en Europa. Así que la única forma en que ella sabría que tenía la posibilidad de impugnar la reclamación que él estaba presionando para hacer valer sobre ella sería si él se lo dijera, lo cual no tenía intención alguna de hacer.
—Mmm, tal vez sea mejor que lo provea del papeleo legal para que pueda familiarizarse más con las consecuencias. Me temo que...
—Eso no será necesario —interrumpió Dorian, con su paciencia agotándose ante la pedantería del vampiro. Se levantó—. Si va a rechazar la reclamación, hágalo de una vez —espetó.
El Sr. Nixon lo miró, su rostro una máscara de indiferencia. Sin embargo, en esa mirada silenciosa, Dorian sintió una tensión creciente en la habitación. No podía verla en el rostro del vampiro, pero había una energía en la habitación que indicaba una ira latente bajo la superficie.
—La vampira en cuestión... una Camille Everhart, está viviendo con un Virgil Tanner en su domicilio principal en Greenwich, Londres. ¿Es correcto?
Por un momento, Dorian vaciló, sin saber si debía irse o quedarse. No acostumbrado a la indecisión, volvió a sentarse. Escucharía al hombre un par de minutos más, y si sentía que el vampiro estaba perdiendo su tiempo, se marcharía.
—Sí —dijo, sin sorprenderse de que el Departamento de Reclamaciones, y este Asesor en particular, hubieran hecho su tarea. No parecía del tipo que dejaba ningún detalle sin atender.
—Es mi deber, como asesor de reclamaciones senior en el Departamento del Consejo, asegurarme de que esté al tanto de todas las consecuencias de su presentación tardía.
—¿Pero no Camille? —preguntó Dorian, queriendo asegurarse de que las cosas no habían cambiado en su larga ausencia.
Esos ojos inescrutables parecieron agudizarse—. La responsabilidad de proveer cuidado y educación recae en el Maestro para con su Childe. Como estoy seguro de que usted sabe.
—Por supuesto —Dorian asintió mientras se reclinaba en su silla, más relajado ahora que las cosas parecían encaminarse en una dirección más favorable.
—Camille Everhart ha estado viviendo bajo el cuidado de Virgil Tanner durante tres años y siete meses —dijo el vampiro, inclinándose hacia adelante con sus ojos fijos en Dorian—. Su reclamación podría considerarse débil en el mejor de los casos.
La mandíbula de Dorian se endureció—. Ella es mi Childe.
—La aceptación de la señorita Everhart para ser guiada por usted no está en disputa, Sr. Devereaux. Después de todo, tenemos su firma aceptando el cambio justo aquí —el Sr. Nixon señaló el expediente en el escritorio, aunque sus ojos no se apartaron de los de Dorian—, lo que añade cierto vigor a su reclamación.
—Ella me pertenece —gruñó.
—Pero ha estado ausente de su vida durante tres años y siete meses. ¿Es cierto?
—Sí —dijo Dorian—. Es correcto.
Por un largo momento, el vampiro lo miró en silencio, con sus delgadas manos blancas cruzadas sobre el expediente en el escritorio mientras lo examinaba.
Dorian no pudo evitar sentir una pizca de incomodidad durante el escrutinio clínico, pero lo soportó en silencio.
No sabía cómo había podido olvidar que su regreso a Las Vegas significaba volver a estar bajo los ojos siempre vigilantes del Consejo, y de los Asesores que servían como los rostros públicos del Consejo.
Como siempre, los miembros del Consejo de Vampiros permanecían ocultos en las altas esferas de los enclaves vampíricos, muy por encima de la ciudad.
Aun así, tendrían ojos y oídos en todas partes, incluso en Europa. Dudaba que no estuvieran al tanto de cómo había sido atraído y emboscado casi hasta la muerte en Praga.
Después de todo, este Asesor sabía exactamente cuándo Camille había comenzado a vivir con Virgil. ¿Pero comprenderían la naturaleza de su regreso? ¿Les importaría su plan de vengarse de Camille y Virgil?
Sin romper su mirada, el Sr. Nixon extendió una mano hacia un cajón junto a él. Sacó un sello n***o. Abrió el expediente y estampó la hoja frontal con sorprendente fuerza.
—Aprobado —dijo el Sr. Nixon, cerrando el expediente.
Dorian parpadeó sorprendido. Luego sintió una oleada de anticipación recorrerlo. Se levantó. Aún era lo suficientemente temprano como para tener tiempo de ir a la mansión que Camille y Virgil llamaban hogar y sacarla de allí.
—Un mensajero le entregará una copia notariada en un plazo de cuarenta y ocho horas —dijo el Sr. Nixon, deslizando el expediente en otro cajón oculto.
Dorian se dio la vuelta. En su mente, ya visualizaba cómo reaccionaría Camille al encontrarlo parado en la puerta de su casa.
Virgil tendría que morir, por supuesto. Pero, dependiendo de cuánto resistiera Camille, eso determinaría cuánto haría sufrir a Virgil antes de ponerlo fuera de su miseria.
—¿Sr. Devereaux?
—¿Sí?
—Hasta que la reclamación haya sido notariada y entregada a usted, no debe tocar a Camille Everhart.
Se detuvo—. ¿Qué?
—Como Asesores servimos como las manos del Consejo, corresponde a ellos finalizar esta y otras reclamaciones. Hasta que lo hagan, Camille Everhart mantiene el estatus de vampira sin reclamar.
Dorian sintió una oleada de ira ardiendo en su interior, y por un segundo consideró tomar a este entrometido burócrata y arrancarle la cabeza, aunque sabía que eso le costaría la vida. Nadie mataba a un Asesor del Consejo y vivía mucho tiempo después.
—¿Me está diciendo —dijo Dorian con voz entrecortada— que hasta que reciba el documento...
—No debe tocar a Camille Everhart. ¿Me he expresado con claridad?
—¿Y si lo hago? —La voz de Dorian era suave.
Pero el Sr. Nixon ya había girado para recuperar otro expediente de un cajón diferente. Justo antes de abrirlo, se detuvo y miró a Dorian, como si hubiera olvidado que él estaba allí.
—No debería tener que recordarle las consecuencias de desobedecer al Consejo, ¿verdad, Sr. Devereaux? No cuando ya le han perdonado una infracción en el pasado.
Dorian maldijo en silencio.
Los vampiros nunca olvidan, y el Consejo menos que nadie. No habrían olvidado su papel en buscar venganza por un acto de violencia deliberado contra el bar de su amigo Zaden y sus empleados hace diez años.
Sí, el consejero había frenado sus manos en aquel entonces, pero tenían los ojos del mundo observándolos en ese momento.
Ahora, no había reportero abarrotando las calles de Las Vegas armados con cámaras para reportar los históricos primeros meses tras la compra de Las Vegas por los vampiros a un gobierno estadounidense casi en bancarrota.
Si el Consejo quería actuar, Dorian podría terminar muerto en un callejón oscuro, con la cabeza separada de sus hombros por los guardias armados del Consejo, y no habría nada que él o su amigo Zaden pudieran hacer para detenerlos.
Sin decir una palabra, salió del despacho con pasos que resonaban fuertemente en el suelo de mármol.
Debería haber sabido que no podría entrar y obtener lo que quería sin que el Consejo hiciera todo lo posible para recordarle que no era más que una pieza de su máquina. Pero ahora que había dejado claras sus intenciones, estaba obligado a ceder a las exiCamicias de los trabajadores de rostro inexpresivo del Consejo.
Quería asegurarse de que Camille no tuviera ni la más mínima oportunidad de escabullirse de su trampa. Ahora, debido a su decisión, debía seguir las reglas del Consejo.
Al salir del edificio de mármol y vidrio en el centro de la Franja de Las Vegas, un elegante Audi A8 n***o arrancó, su motor ronroneando mientras se detenía junto a él. Sin esperar a que el conductor le abriera la puerta, la abrió bruscamente y se deslizó adentro.
—Sácame de este maldito lugar —gruñó.
Su conductor no dijo nada mientras se dirigía a la casa de Dorian en las Colinas.
No habían avanzado más de un par de cuadras cuando los semáforos en rojo los obligaron a detenerse. Fue entonces cuando la vio. Una joven de veintitantos, con largo cabello rubio y grandes ojos azules, vestida con un corto vestido rojo que revelaba más piel de la que cubría.
Los colmillos de Dorian palpitaban en anticipación, y los sintió alargarse mientras se fijaba en la larga línea de su cuello blanco. Ninguna mujer andaría por Las Vegas con el cuello expuesto de esa manera, y menos en medio de la Franja, a menos que estuviera en busca de placeres oscuros. Todos sabían que era buscar problemas. Pero eso estaba bien. En ese momento, problemas era justo lo que él buscaba.
—Detente —ordenó sin apartar la vista de la mujer rubia que esperaba en la fila para entrar a algún club.
El auto se desaceleró, y Dorian empujó la puerta para abrirla.
Ya estaba atrayendo miradas mientras la Gente se giraba para ver qué pasaba. En un Audi n***o con ventanas tintadas, era más probable que fuera un vampiro que otra cosa, y los turistas lo sabían. Algunos levantaron sus teléfonos para tomar fotos o grabarlo.
Ignorando a los turistas, Dorian levantó su mano en señal de invitación a la mujer que lo miraba como el resto. Ni siquiera necesitó hechizarla antes de que ella se apartara del club y cruzara hacia él, sus ojos brillando de emoción mientras tomaba la mano que él le ofrecía.
Luego cerró la puerta, aislando al mundo exterior, centrando su atención en el ritmo acelerado del corazón de la mujer. Colocando una cálida mano en su muslo, ella mostró una pequeña sonrisa tímida con dientes blancos.
Su mirada descendió a su mano, y por un momento la observó con fría indiferencia antes de darle la vuelta para examinar las finas venas azules en su muñeca. No tenía interés en su cuerpo; sabía que ella nunca podría satisfacerlo, y su hambre no era de sexo. No lo había sido desde hacía mucho tiempo.
Pero su rabia... su rabia aún ardía como una cosa viva, necesitando ser alimentada. Así que tomaría lo que ella ofreciera, y si eso terminaba con su cuerpo tirado en uno de los muchos callejones oscuros de Las Vegas, que así fuera.
No sería la primera turista que salió en busca de placeres oscuros y no vivió para contarlo. Todos sabían lo que podía pasar en Las Vegas, y si no, tampoco era su problema enseñarles la lección.