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Esposa Rebelde Del Magnate

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venganza
drama
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Descripción

¿Qué harías si un día despiertas en el cuerpo de otra mujer? ¿buscarías como regresar al tuyo? ¿te echaría a llorar? ¿o simplemente vivirás la nueva vida que te ofrecen?

Esto último es lo que hizo Luna Robets, cuando transmigó al cuerpo de otra mujer. Vivió la vida como un sueño hecho realidad, disfrutó cada momento, como si fuera el último, hasta que la dueña de ese cuerpo, regresó a reclamarlo, dentro del suyo.

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INTRO
FRAGMENTO DE ADELANTO. —Tú, ¿dónde vas con tanta prisa? —pregunta con ese tono autoritario y despectivo. —¿A mi querido esposo le dio por interesarse en mis actividades personales? —respondo con sarcasmo, notando cómo presiona los dientes. —Mira mocosa impertinente, no me saques de mis casillas, porque te aseguro que no conoces mi lado perverso… —amenaza inclinándose hacia mí, utilizando su altura como una herramienta más de intimidación. —Ah… ¿tendrás realmente un lado perverso? Te lo pregunto porque te pones tan vulnerable, debo decir, más bien patético cuando se trata de tu adorada Fiorella… —contraataco. —Tú, ¿te has atrevido a llamarme patético? –pregunta con incredulidad, como si no pudiera procesar que alguien, especialmente yo, osara cuestionar su inteligencia. —Sí, exactamente eso he dicho, y lo vuelvo a decir… te ves patético y tonto, incluso ridículo, cuando estás babeando por tu amante —observo con satisfacción cómo su rostro enrojece, desde el cuello hasta las orejas, un espectáculo fascinante de fisiología y ego herido—. Escucha con atención, viejito presuntuoso, no me interesa en lo más mínimo conocer tu supuesto lado perverso… y me vale un cacahuate, o cualquier otra legumbre que prefieras, si se te sale o no. Si no me soportas, tranquilo, solo has de cuenta que no existo en tu precioso universo, así como yo hago de cuenta que no existes en el mío, una solución perfectamente civilizada para ambos. —¿Viejito? —susurra Jonathan más irritado que nunca, pronunciando esa palabra como si fuera un insulto, peor que cualquier palabrota o maldición. —¿Qué, te molesta que te diga viejito? —sonrío, al ver su mirada oscurecerse— Pero si pareces uno, con esas arruguitas que se te forman alrededor de los ojos cuando te enojas, exactamente como ahora. —Estás colmando mi paciencia, que te advierto es limitada —gruñe entre dientes, acercándose más a mí. —¿Tienes paciencia? No lo creo, se nota que no llegaste a tiempo a la repartición de esa virtud —respondo sin inmutarme, manteniendo mi sonrisa desafiante. Le veo apretar los dientes con tanta fuerza que temo por su costosa odontología, incluso siento sus manos cerrarse como grilletes alrededor de mis brazos, para seguido sacudirme con una intensidad que debería asustarme, pero que solo alimenta mi diversión. —¡Jonathan! —es la voz de su madre resonando en el vestíbulo, razón por la cual me suelta como si mi piel quemara al contacto. —Madre, por favor dile a esa mocosa insufrible que se largue de mi vista, porque no soporto verla ni un segundo más —exige como un niño caprichoso pidiendo que retiren un juguete que no le agrada. —Entonces para que me de tuviste si no querías verme, hubieras dejado que siguiera tranquilamente mi camino hacia la puerta. Tú fuiste el que me interceptó, yo iba de salida… —¡Largo de mi vista! —ruge, perdiendo por completo la compostura. —Ok, viejito malhumorado, toma una pastilla para la presión arterial antes que te de un infarto si sigues acumulando irás y frustraciones. PRESENTE. —¡No, déjame, es mi dinero, no puedes tomarlo! —peleo con mi hermano, quien ha llegado drogado y borracho, para arrebatarme mi mensual. Logra arrebatármelo, lanzándome contra la pared, dejándome por un momento anonadada. Desde mi postura, le veo besar los billetes; sonríe y agradece. —Gracias, hermanita. Muchas gracias por este préstamo. Sin más, se va, dejándome ahí, sin siquiera preocuparse por cómo me encuentro tras golpearme la cabeza en la pared. Miserable Jairo, siempre es lo mismo. Siempre viene por dinero, solo para gastárselo en vicios. En buena hora, siempre divido el dinero en dos partes, tras pagar los servicios básicos de la casa, y así no me quedo sin dinero. —Oh, cariño —mi madre me ayuda a levantarme del suelo—. No pude hacer nada para evitar que se llevara el dinero. —Descuida, mamá —sé que ella jamás se metería a defenderme, aun cuando vea a su hijo robándome mi dinero. —Seguro te lo pagará. —Sí, claro, como todo el dinero que me ha robado desde que empecé a trabajar. —Cariño, no le llames robo. —¿Y de qué manera quieres que le llame, si eso es lo que hace? Viene a casa y se roba mi dinero, el tuyo y las pocas cosas que tenemos. Ya ni cuchara hay en esta casa; tenemos que comer con las manos porque él se las lleva a vender. Miro alrededor, donde todo lo que una vez tuvimos ya no está. Esta casa está vacía porque Jairo ha vendido todo para su porquería. No quiero seguir peleando con mi madre porque ella no escucha razón cuando se trata de su hijo, así que prefiero irme a la cama sin llevar nada a mi estómago. Me acuesto pensando en no despertar, porque creo que en esta vida que llevo, la muerte es la mejor solución. Apenas me gradúe, me iré de esta casa, buscaré un trabajo mejor y tendré una vida diferente. Ya tengo veinte años y apenas voy a graduarme del colegio, y eso porque he trabajado duro para poder estudiar yo misma y así mejorar mi calidad de vida. Tengo esperanza de que, cuando al fin consiga mi título, las puertas se me abrirán a un mejor trabajo. Los días pasan y mi vida de esclava continúa. Solo llego a casa a dormir, porque paso trabajando todo el día; en la noche estudio y realizo mis tareas. La graduación llega; mi madre me acompaña. Sé que está feliz por mi logro, porque, aunque su hijo es el consentido, no deja de quererme; al fin de cuentas, soy su hija también. Llegamos a casa y encontramos a Jairo ahí, bebiendo con unos amigos, lo que me pone de mal humor, y prefiero irme a mi recámara. Al entrar, encuentro mi cama en hueso; no hay un colchón como lo recordaba en la mañana. —¿Por qué has vendido mi colchoneta? —increpo a Jairo. Este se levanta; empezamos a discutir, mi madre pide que guarde silencio y no moleste a mi hermano. Le grito a mi madre, lloro de impotencia porque nunca tengo su apoyo, porque no hace nada para echar a la calle a ese imbécil o encerrarlo en un centro de rehabilitación. Mientras discutimos, Jairo me agarra del cabello por faltarle el respeto delante de sus compañeros, me sacude y escupe mi cara al gritar. En ese momento la puerta se abre de golpe y varios hombres armados ingresan. Apenas logro mirar cuando Jairo me lanza hacia ellos, usando me como su chaleco antibala. Caigo de rodillas, llevo mis manos al abdomen mientras observo al hombre que me ha disparado. Nunca voy a olvidar ese rostro, nunca voy a olvidar esos ojos. Caigo de lado y solo pido que, si hay otra vida, yo no tenga esta familia. —¿Dakota? ¿Dakota? —escucho que me llaman, me mueven con desesperación. Abro los ojos de golpe y me encuentro en un lugar extraño, lleno de zapatos caros, un piso brillante y un silencio sepulcral. ¿Así de hermoso es el infierno? ¿O será que fui al cielo? No creo haber ido al cielo, si me comporté muchas veces muy mal con mi madre. Sentía tanta rabia cuando defendía a mi hermano que la maldije en un par de ocasiones. Miro a la mujer que me llama y no sé quién carajos es. Lleva su mano a mi frente y toca; entre sus dedos hay sangre, y es ahí donde recuerdo que… acabo de morir. Llevo mi mano al vientre, miro y no hay sangre, no hay dolor. Descubro que tengo una ropa distinta a la que llevaba. —Dakota, ¿te encuentras bien? ¿Dakota? ¿Quién rayos es Dakota? Levanto la mirada hacia la mujer a mi lado, confundida, extrañada por lo que está pasando. ¿Quién es esa mujer? ¿Dónde estoy? —¿No vas a ayudar a tu esposa? —pregunta la mujer, dirigiendo la mirada a alguien que está parado frente a nosotras. Dirijo la mirada en su misma dirección y me encuentro con un hombre que exuda belleza, elegancia y arrogancia. Por Dios, nunca mis ojos habían visto algo tan hermoso como eso que tengo enfrente. Tengo mi mirada fija en la suya, que es fría y penetrante, tanto que me obliga a apartarla. Miro a mi alrededor; hay muchas personas vestidas elegantemente, observándome con intriga, pena, qué sé yo. Pero nadie es conocido. Pronto esas largas piernas se mueven, se detienen delante de mí, se inclinan y me agarran entre los brazos para luego dirigirse hacia las gradas. Sigo en shock, anonadada, intrigada, incapaz de formular palabras o resistirme a ese agarre. Solo observo a ese hombre con devoción, con ojos agrandados y fijos. Su perfil es de un Dios griego, sus padres debieron hacerlo con mucho amor para dejarlo tan hermoso y perfecto. Al llegar al segundo piso, donde los ojos de los demás no nos ven, aquel hombre me suelta de golpe, cosa que me hace ir contra la pared, pues me coge desprevenida su soltura. —¿Muy cómoda? —tensa la mandíbula y el azul de sus ojos se oscurece; me observa de una manera que me congela, seguido me agarra de la mano y me lleva arrastrada hasta la habitación, donde me lanza a la cama y cierra la puerta de golpe. —¿Qué prendes, mocosa? —se inclina hacia mí y me agarra del mentón, donde hace presión—. ¿Quieres que tu hermano desate la segunda guerra mundial? ¿Mi hermano? ¿Desatar la segunda guerra mundial? Sonrío al pensar en ese idiota, drogadicto y borracho que ni siquiera se desata los pantalones para lavarse el trasero y va a desatar la tercera guerra mundial. Mi sonrisa parece molestarlo más de lo que ya está. No comprendo por qué ese hombre me mira con odio, menos aún por qué me trata de esa forma. —Ven, para que te des un baño —me agarra de nuevo y me lleva a otra habitación, la cual es un vestidor, y frente a la puerta está un espejo, que me devuelve mi imagen. Me detengo abruptamente cuando diviso que la mujer del espejo no soy yo. Mis ojos se abren como platos mientras toco, palpo mi cara y voy caminando lentamente hacia el espejo. —¿Dónde está mi rostro? ¿Mi… mi cuerpo? Está… no soy yo… —susurro en voz baja, pero el hombre a mi espalda escucha. —Dakota, estás tan borracha que pareces una momia. Báñate y recuperarás tu imagen perfecta, de niña estúpida que tienes —sin más, se gira y desaparece cerrando la puerta detrás de mí de un golpe. ¿Dakota? Yo no soy Dakota… yo… soy… Luna… Este no es mi cuerpo, esta no es mi cara, mi cabello. Miro alrededor. No es mi casa.

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