CAPÍTULO 4:

1825 Palabras
***** Habían transcurrido setenta y dos horas desde la operación, y Jessica aún estaba inconsciente el doctor les había indicado que la contusión en su cabeza seguía inflamada, lo que también era bueno para ella; que siguiera dormida porque ayudaba a que se recuperara un poco más rápido. Jessica sentía que una fuerte mano cubría la suya y calentaba todo su cuerpo, a lo lejos podía escuchar la voz de Arlene animando a que volviera, pero realmente no quería hacerlo. De pronto su mente recordó el episodio con Oliver, y todos sus sentidos se pusieron en alerta los monitores comenzaron a pitar fuertemente. Los recuerdos le traicionaron, su cuerpo comenzó a temblar. Comenzaba a tener una convulsión. Escuchaba a un hombre con una voz grave; tan masculina llamando a los médicos. —Vamos, nena, no te rindas ahora —decía el hombre. Ella tenía antes de morir saber quién era, sus ojos se abrieron de golpe y una mirada azul gélido se cruzó con sus ojos color miel, lo más increíble fue que sintió calor en vez de frío, al darse cuenta de la persona que le tomaba la mano, y la oscuridad la volvió a reclamar. De pronto todo quedó en silencio, ahora entendía lo que algunos decían escuchar al vacío, pues no escuchaba nada y tampoco veía nada. No podía creer como era que estaba caminando. —¿Hacía dónde voy? No puedo ver —cuestionó  Jessica en voz alta a la nada. De pronto sintió que alguien le tomaba la mano y ella se asustó trató de zafarse, pero no pudo. —Cierra los ojos —era la voz de una niña. —¿Qué haces aquí? ¿Está muy oscuro? —Cierra los ojos y me verás. Jessica no supo porque hizo lo que la niña le pidió, pero en cuanto cerró sus ojos la luz vino hacía ella. Era un niña de alrededor de seis años, con el cabello castaño claro y los ojos de color miel como los de ella, le sonría. —Debes volver, aún te queda mucho por hacer. —¿Volver a dónde? —preguntó un poco confundida. —Te están esperando. —Pero…. ¿quién eres tú?, ¿en dónde están tus padres?, ¿por qué estás sola? —No estoy sola, estoy contigo. —No puedes quedarte aquí, eres una niña pequeña. —Tú tampoco puedes hacerlo, aún te queda mucho por hacer. —Tenemos que encontrar el camino. —Ya sabes por dónde es, solo tienes que ir. La pequeña le recordaba a alguien, pero no sabía a quién. —Todo es vacío no logro ver nada. —Muy pronto lo harás, tú podrás con todo lo que te propongas, siempre y cuando quieras. —No tengo motivos, pequeña —acarició la cabeza de la niña. —¡Por supuesto que lo tienes! —le regañó—. No todo es tan malo, como te  han hecho creer hasta ahora. Si prestas mucha atención te darás cuenta de lo bueno que puede ser. —¿Por qué no vienes conmigo? La pequeña le guiñó un ojo. —Esto no se trata de mi, si no de ti. Tal vez la vida te recompense de manera inesperada. —Tienes razón tal vez deba hacer mi mejor esfuerzo. Seguía de caminando tomada de la mano de la niña. No entendía el porqué dejarla en el sitio le hacía sentir que se le arrugaba el corazón por tanto, muchas ganas de llorar. Fue como si siempre la hubiese conocido. —Debes irte, has tardado demasiado —la niña le soltó la mano, y le habló con cierto tono de  reproche. —¿Por dónde yo no veo ningún camino? —Recuerda que te están esperando. De pronto el cuerpo de Jessica comenzó a temblar de nuevo al recordar quien esperaba por ella. —Tienes que vencer tus miedos, no podrá contigo. ¡NUNCA! —Jessica se asombró al ver la firmeza de la niña—, recuerda que ya no estarás sola. —No creas que porque soy adulta, las cosas son fáciles para mí. —¿Qué es lo que más deseas en este mundo? Ella suspiró porque lo que ella deseaba, tal vez nunca iba a ocurrir. —Una familia, más que eso un lugar al cual llamar hogar. —¿Cómo se supone que la tendrás si no luchas por ella? Al escuchar la respuesta, Jessica parpadeó. —Créeme que sería una guerra en vez de una lucha. La pequeña se detuvo, y le soltó la mano. —Es aquí, es hora de que te vayas, confía en que todo saldrá bien. —¿Cómo puedes saberlo? —Jessica se puso de rodillas en el suelo, para quedar a la altura de la niña. —No puedo dejarte aquí, —miró a los lados— no sé nada de ti. —Me quedaré aquí porque este es mi lugar, y claro que sabes todo de mí. Siempre lo has sabido. —Dime algo, ¿estarás bien?, ¿te volveré a ver?, ¿cuál es tu nombre? —Son muchas preguntas para el tiempo que hemos estado aquí —la pícara le contestó sonriendo. —Es cierto —Jessica se encogió de hombros. —Vete ahora, yo estaré bien, tal vez algún día nos encontraremos de nuevo, y mi nombre ya tú lo sabes, solo tienes que recordar quién eres realmente. De pronto se escucho el pitazo de un monitor muy fuerte que le aturdió, tenía calor sentía mucha encima, la estaban ahogando. «¿Qué demonios estaba pasando?», se preguntó. Estaba decidida a enterarse en ese momento. Así que no perdió más tiempo y lo hizo, porque no pasó ni un segundo cuando sus ojos se abrieron. —Esta despierta, doctor —escuchó que decía una voz. —Despertó la bella durmiente —dijo un hombre que asumía era el médico con sorna—, terminemos de estabilizarla. El equipo médico se ocupó de ella, pero aún se sentía mareada, y también un poco desorientada, creía que era producto de todo lo que había pasado. Le hicieron en ese momento muchas pruebas que la habían dejado agotada, física y mentalmente. —Te pondremos un sedante para que descanses, tus amigos están afuera, podrán verte mañana. Le contestó con asentimiento de cabeza. Esa noche Jessica durmió tranquilamente sin sueños extraños. La mañana siguiente llegó. Se despertó más temprano de lo normal, había perdido el sentido del tiempo, se imaginaba que era de madrugada aún porque estaba oscuro. Trato de incorporarse, quería levantarse para ir al baño, pero todo en ese momento le dio vuelta, y no tuvo de otra que llamar a una de las enfermeras para eso. Una de las enfermeras la ayudó y la llevó al baño, la misma le dijo que tenía que tomarlo con calma, porque había sido operada de emergencia, no le dijo de qué, cuando ella le preguntó. Solo le contestó con un gesto amable que esperara al médico y él le daría la información. Regresó a la cama y volvió a quedarse dormida hasta que escuchó afuera de su habitación un escándalo, conocía la voz pero la otra no. —¿Cómo que no puedo pasar? Es mi mujer la que está ahí adentro. —Tiene prohibido el paso. La sangre abandonó el rostro de Jessica, llamó a una de las enfermeras, y le confirmó lo que ya sabía. Oliver estaba afuera sin embargo; le dijo que le hiciera pasar. El hombre entró como si fuese el mejor de los maridos, incluyendo un ramillete de flores, con un globo de helio que decía: “Mejórate pronto” y una caja de chocolates. —Jessica —tomó su mano y la besó—, lo siento tanto cariño. —Yo acabo de regresar de la muerte, pero tú te ves como la mierda —le dijo ella a modo de saludo, con voz pastosa. Oliver apretó su muñeca. Ella hizo un gesto de dolor. Enseguida se abrió la puerta. Era Arlene con un ramo de rosas gigante y dos hombres, que parecían sacados de la página de pinterest, eran hermosos; uno cruzó la mirada con ella. Esos ojos azules nórdicos eran familiares. Vio como los hombres apretaron la mandíbula al verla acompañada del hombre que había causado su estado de salud en ese momento. —¿Qué estás haciendo aquí, imbécil? —preguntó su amiga a Oliver, con un tono mordaz. —Lo obvio; vine a ver a mi mujer —contestó dándole un beso en la cabeza a Jessica. En el rostro de la paciente se reflejó la repulsión que sentía por él. —Estoy bien, Oliver. Ya viste que estoy viva, ahora puedes retirarte e ir hacer tus cosas pendientes. —¡Para nada cariño! Me quedaré a tu lado todo el tiempo. Eso lo dijo mirando a los dos hombres, cuando iba a decir algo en la habitación llegaron dos oficiales de policía. —Señorita Jessica Staton, venimos a tomar su declaración en el ataque que ha recibido. Ella disfrutó al ver como el rostro de Oliver palideció. —¿Cuál declaración? ¿Quién ha puesto una denuncia? —preguntó Oliver un poco nervioso y con el rostro más blanco que una tiza. —¡El hospital idiota! —contestó Arlene. Los dos hombres gigantes estaban en silencio, pero en estado de alerta. Jessica podía sentir la mirada fría sobre ella, de parte de uno de ellos. —¿Amor les contaste que fue un robo? —Oliver hizo la pregunta a Jessica, como si no hubiera pasado nada. —Puedes irte tranquilo Oliver, yo me encargaré —ella respondió con sarcasmo. Los ojos azules se dieron cuenta, cuando el apretó la mano de Jessica y ella hizo una mueca de dolor, pudo ver la mirada de odio que este le dio. —Está bien, cariño —Oliver se acercó a ella y le dio un beso encima de la cabeza—, ya sabes los que puede suceder si me traicionas —le dijo muy bajito y luego rozó sus labios con los suyos. —Me iré entonces, cariño. Vendré luego de hacer mis cosas, para ver cómo te encuentras y saber cuándo volverás a casa. Caminó pasando por el medio de Ryan y Rowdy, y a propósito chocó sus hombros con cada uno de los hombres que acompañaban a Arlene. Se dio cuenta que él de los ojos azules se interpuso en su camino, y lo miró entrecerrando los ojos. —Entonces señorita, tomaremos su declaración. Jessica suspiró.  —Lamentablemente no puedo ayudarles mucho, porque hay muy poco, creo que ni siquiera lo que les diré servirá para hacer alguna declaración. La historia es simple, unos asaltantes llegaron a mi casa y eso fue todo. Los oficiales miraron a Arlene confundidos. —Jess… —No hay nada que decir, esa es la verdad. Nadie me va a devolver lo que me han robado —se dirigió a los oficiales—, pueden marcharse. Los oficiales la miraron sorprendidos, y uno de ellos manifestó: —Está bien, señorita. Pero todos aquí sabemos que usted está cometiendo un grave error. Por eso volveremos en otro momento, cuando usted este… más lúcida. Salieron de la habitación. —¿Qué ha sido todo eso? —La voz de Arlene era de asombro mientras la abrazaba. —No puedo hacer nada por el momento —hundió un poco más su cabeza en la almohada, cerró los ojos y suspiró. —No puedes dejar que te intimide de esa forma —hablo el de los ojos azules. Enseguida ella abrió los ojos y cruzó su mirada con él. —¡Oh Jess! Él es mi primo, Ryan —sonrió—. Ya te había comentado de él, y este otro es Rowdy. Giró su cabeza para verlo mejor, ese era el hombre que hacía suspirar a su amiga, ahora la entendía era muy guapo, a pesar que intimidaba con los ojos de un azul translucido que parecían más bien color plata. Ella trató de sonreír y asintió con la cabeza, todo lo estaba haciendo con mucho esfuerzo. Sintió malestar de nuevo, por eso no pudo evitar preguntar: —Arlene… ¿Por qué fui operada?
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