Massimo Mi mente vagaba lejos de esta habitación, mucho más allá del vaso de whisky que giraba distraídamente en mi mano, las luces del bar privado del club eran tenues, pero el resplandor del cristal me resultaba casi insoportable. El dolor de cabeza que había comenzado como un leve cosquilleo la noche anterior ahora latía con fuerza, recordándome que apenas había dormido. Ella. Savina Caravaggio. El nombre resonaba en mi cabeza como un eco interminable. Lo había repetido tantas veces en silencio desde que la vi de nuevo que ya no parecía real, pero lo era. Ella era tangible ahora, ya no era un sueño, ni una fantasía que invadía mi mente en las noches más solitarias. No. Ahora tenía un rostro, una voz, una identidad que iba más allá de mi imaginación. Dos años. Dos años fantaseand

