Capítulo 1.
Podía oír como, insistentemente el segundero corría, casi parecía que me avisaba de que necesitaba salir ahora o no me molestara en hacerlo. Respiraba entrecortadamente, intentando hacer el menor ruido posible, lo que, al estar de puntillas observando por el ojo de la puerta se me dificulta bastante.
Ciertos pasos me pusieron alerta, sin perder mi posición, giré la cabeza brevemente, consiguiendo a mi padre, abrochándose la camisa y mirándome con desaprobación.
- ¿Qué se supone que haces, Alexandra? - Con un siseo y un ligero gesto le exigí silencio, levantando de nuevo mi vista al lugar inicial, topándome esta vez, con una cara ligeramente deformada.
- ¿Me estás espiando? - Murmuró el muchacho del otro lado de la puerta, riendo sólo para después marcharse.
- Zack, me ha descubierto por tu culpa.- Mi padre paseó su mirada entre la puerta y yo mientras masticaba lentamente una tostada.- Siempre espero a que se vaya para no tener que cruzarme con él. Estarás contento.
- Más que contento, cariño, me tienes preocupado ¿Quieres que te acerque al instituto?
- Está bien.
El tiempo había corrido bastante con la breve conversación, por lo que eliminé la idea de entrar a primera hora, pero esperaba llegar a segunda. El atasco propio de la calle principal nos frenó a menos de cinco minutos de salir de casa, por lo que me tiré sobre el asiento un poco molesta. Zack me miraba de vez en cuando sin hacer mayor comentario, parecía con la necesidad de preguntarme algo, pero le faltaba atrevimiento. Cerca de nuestra posición, pude divisar una cara conocida pero desagradable, al verlo, conectó miradas conmigo y aunque intenté disimular, se acabó acercando a nosotros, tocando tres suaves veces el cristal de mi lado del coche. Mi padre bajó la ventanilla y después lo dejó subir.
- Gracias, señor Veigans. Me he quedado dormido y ya llego tarde.
- No te preocupes muchacho. A nosotros nos ha pasado lo mismo, ¿Verdad, cielo?
No me molesté en mirarlo, ni siquiera respondí, fijé mi vista a la ventana e ignoré cualquier comentario por parte de los varones. En cuestión de largos minutos, llevamos a Adán a su destino, poniendo camino hacia mi destino, ahora siendo mi idea llegar a tercera hora.
- Algún día tienes que superar lo que pasó entre vosotros.
- No hace falta, con que evite verlo.
- Eso se tiene que acabar.
- ¿Por qué?
De nuevo el misterio que envuelve la presencia de Zack. Constantemente parece que tiene algo que esconder, esta extraña aura lo rodea desde hace unos meses, sale temprano y vuelve tarde, me oculta las llamadas y cerca de mí siempre tiene el teléfono en silencio, esto parece más un matrimonio que una relación padre e hija.
- ¿No me vas a contestar?
- Eres muy pesada.- Respondió, soltando después una risa. La pregunta se vio desviada por una cuestión en relación a mi capacidad académica y a los próximos exámenes.
El tema se extendió hasta que aparcó frente a mi Instituto, siendo el timbre de la cuarta hora el que me dio la bienvenida. Antes de bajarme, Zack me paró y avisó que volvería tarde.
- ¿Otra vez? ¿Qué es esta vez? ¿Una reunión?
- Es una comida con mis jefes. Además creía que eras independiente.
- Lo soy. De hecho, también saldré yo.
- Bien.
- Pues bien.
Al cerrar la puerta ambos reímos y junto con un leve movimiento me despedí de él. Una vez que su coche desapareció de mi vista, me puse en marcha en dirección a la entrada. El regaño de la conserje fue evidente, por suerte, traía un justificante de mi padre, el que observó y me quitó para después ordenarme marchar en dirección al despacho del director.
Como si fuera un punto a favor del destino, esperando se encontraban mis amigos, todos cubiertos de un polvo blanco, cuando me vieron gritaron mi nombre y Catherine corrió a abrazarme.
- ¿Qué os ha pasado?
- Se nos ha ido de las manos la clase de cocina. Ha explotado el pastel.- Respondió Cat.
- ¿Explotado? ¿A cuánto habéis puesto el horno?
- No, si no hemos llegado a meterlo en el horno.
La risa inundó el pasillo hasta que el director apareció y de un grito los mandó a todos hacía dentro, observando cómo entraban de uno en uno, quedando solo yo.
- ¿Qué pasa contigo?
- He llegado tarde. La conserje me ha mandado aquí.
- Pues venga, entra tú también. Menudo grupo estáis hechos.
Después de un repaso resumido de todas las trastadas realizadas por nuestra parte en los últimos meses, añadiendo una hoja de comportamiento a nuestra colección.
El resto del día pasó sin mayor sobresalto. Cat me invitó a comer a su casa, por lo que volví a la mía cuando ya había caído la noche. Apurando el cigarrillo, vi un coche parecido al de mi padre aparcar en doble fila, siendo Dayanna la que bajó del vehículo y el dueño del coche detrás de ella. Con un tierno beso se despidieron tomando cada uno caminos separados. Fingiendo que no sucede nada.
- ¿De quién nos escondemos? - El susurro por parte de mi amigo Nickolas me provocó un sobresalto, dejándome los pelos de punta.
- De mi padre.
- ¿Otra vez?
- ¡Sí, Nick otra vez! Está saliendo con el enemigo…
Por mucho que intenté sonsacar a mi padre en referencia a donde había estado, mantuvo su versión y no me dió ni una sola explicación, al contrario, me generó más dudas al avisarme que mañana necesitaba que a la hora de comer estuviera lista, que teníamos una salida pendiente.
- Pero mañana trabajo.- Avisé.
- Por eso será a la hora de comer. Vendré a recogerte.
La hora se aproximaba y mis nervios aumentaban, intenté buscar información entrando en su habitación y forzando la cerradura de su despacho, pero lo único que encontré fue el recordatorio el día de hoy con un círculo, sin mayor detalles que la palabra "comida" Y otro día marcado sin ninguna explicación. Al oírlo llegar bajé corriendo las escaleras, con un saludo que no respondió sino que me entregó su móvil, exigiendome leer el mensaje recibido por la conserjería de mi instituto.
- Pone que la escuela ha recibido tu justificante satisfactoriamente, ¿Qué tiene de malo?
- Que yo no he mandado ningún justificante, ¿Hace cuánto falsificas mi firma, Alexandra?
- Te responderé si me contestas que pasa hoy.
- No hay trato enana malcriada. No te metas en problemas, sólo te digo eso.
Con ese regaño y una ducha rápida por parte del adulto pusimos camino al restaurante. Aún en el coche, siguió sin darme ningún detalle más que me calmara, que necesitaba que estuviera lo más positiva posible.
El trayecto se me hizo eterno, pero no se comparó al vuelco que dio mi corazón en el momento en el que al llegar el metre dijo que nos estaban esperando. Aquel enunciado empeoró al llegar al lugar en cuestión, donde la cara de Dayanna y Adán nos recibieron.
- ¿Qué es esto? -Preguntamos ambos adolescentes al unísono.
- Siéntate. Tenemos que hablar.
Los adultos se sentaron juntos y tomaron de las manos, anunciando sin querer lo que más miedo me daba. Las frases de ambos se entrelazaron en un discurso de mimos y recuento de recuerdos que anunciaban el motivo de su enamoramiento, siendo el aviso final el que más me perturbó.
- Vamos a casarnos.- Comunicó la mujer, sacando a relucir su dedo anular, donde el brillo de aquel enorme diamante resaltaba innecesariamente.
A diferencia de lo que yo pensaba, la cara de Adán reflejaba una paz impropia de alguien que comparte mis opiniones por lo que cuestioné el motivo, llegando la confesión por parte de mi padre, que el joven conocía de la relación desde años atrás.
- ¿Y a mí por qué nadie me había dicho nada? - Golpeé la mesa poniéndome de pie, dispuesta a marcharme, pero mi padre siseó y me pidió con un gesto que volviera a tomar asiento, ya que las miradas de los demás comensales se habían fijado en mí por mi pequeño alboroto.
- Hace dos años que llevamos la relación en secreto. Haz cuentas y sabrás la respuesta de por qué no se te ha podido decir nada. He respetado que estuvieras dolida, pero ha llegado el momento de poner las cartas sobre la mesa.- Respondió mi padre, con cierto tono de molestia disimulado con una pequeña tos, la pareja restante observaba en silencio, intercalando la mirada entre mi padre y yo.
- ¿La mejor idea que se te ha ocurrido es decirmelo en medio de un restaurante?
- Así no podrías marcharte ni hacer escándalo.
La muestra de que se equivocaba en asumir que no podría hacer lo previsto llegó en cuanto finalizó su frase. Una vez fuera corrí en dirección a ninguna parte, quería simplemente huir, que no supieran dónde estoy por los menos un rato. Necesitaba estar sola o por lo menos acompañada de quien sí me sepa escuchar.
- Estoy un poco nervioso.
- No va a pasar nada. Si de verdad quieres trabajar aquí lo primero que necesitas es confianza. Y un buen físico.
- ¿Y si consideran que no tengo ninguna?
- Yo veo que eres guapo y creo que tengo un gusto muy normalito.- Nick me miró por medio del reflejo, arqueando su ceja izquierda exigía una respuesta.- Normalito, me da igual grande que pequeñito.
Con las manos hice un gesto en referencia a tamaños que no le hizo mucha gracia. El momento de tomar la entrevista llegó en el preciso instante en el que uno de los guardaespaldas de Lola lo mandó llamar, le mandé todo mi apoyo tirándole un beso, saliendo dispuesta a tomar el último descanso antes de empezar la jornada laboral.
La noche se anunciaba con un ligero toque en el cielo, al igual que todos los días a finales del invierno, las últimas brisas frías pasaban como si se despidieran un poquito todos los días y exigieran ser extrañadas. En mi espera observando el cielo pude ver como Michael, uno de los guardias de seguridad, se acercaba a mí con sus imponentes dos metros y su bolsa de gimnasio color fucsia.
- Cómprate una mochila acorde con tu trabajo.- Bromeé, lanzando humo al mismo ritmo que salían palabras de boca.
- Así doy más miedo.- Comunicó mi compañero.- Nadie se mete con ese hombre grande que no le da miedo llevar rosa. Es sinónimo de persona violenta.
Al avisar que entraría a cambiarse para iniciar también su turno fue cuando noté cómo brillaba el enorme cartel sobre nosotros anunciando a los cansados conductores el apartado lugar al que podía acceder discretamente: Lolita’s
A los pocos minutos de comenzar mi jornada, el lugar comenzó a llenarse y los muchachos encargados del entretenimiento bajaron, tan puntuales como todos los días. observé como de las escaleras privadas bajaba Nick, tardó poco en acercarse a mí y pedirme una copa, en su cara reflejaba el rechazo por parte de la jefa.
- Cuéntame, querido.
- Dice que me falta masa muscular.- Al terminar su frase, dejó caer su cabeza sobre la barra, llorando falsamente.- Me parecía una buena manera de sacar dinero rápidamente.
- No te desanimes, te ha dicho que vuelvas cuando ganes músculo, no te ha negado la entrada para siempre.
- Que por cierto menudo descaro el tuyo, seguro que has cogido este turno para poder ver a los chicos desnudarse.
- Los turnos se asignan dependiendo de las actuaciones idiota. Cuando las bailarinas son mujeres, los camareros son hombres, cuando son hombres, las que atienden son mujeres, así se evita la interpretación errónea de que los camareros también son parte del show.
La distribución horaria por parte de Lola es lógica y evita problemas típicos de lugares como estos, aunque no todo el mundo esté conforme con ello. Nick, con sus aires de casi-caballero decidió esperarme hasta que mi trabajo diera por concluido, siendo el sueño un grave impedimento para su objetivo, el cual era hacerme compañía, por mucho que en mi puesto eso fuera lo de menos.
A la hora de irme tuve que despertar a mi amigo, su intención sólo aguantó hasta las tres de la mañana, por lo que al llegar las seis tuve que arrebatarlo de los brazos de su subconsciente y la marioneta en la que nos convertimos cuando soñamos. El permiso de quedarme a dormir en su casa fue pedido a nadie, pero me lo tomé como si hubiera sido concedida por cualquier autoridad divina como puede ser Dios o el propio Morfeo.
Desperté sudando en el sofá de la casa de alguien que consideraba amigo, pero alguien con ese título debería haber avisado que al vivir encima de un restaurante el suelo acumula demasiado calor, por lo que la calefacción es del todo innecesaria. Al buscarlo por todo el lugar noté su falta de presencia, tomando la decisión de desayunar sin él, no fue sino hasta pasada casi media hora que decidió aparecer, totalmente sudado y colorado.
- Buenos días rubia. Salí a correr, te hubiera despertado pero como parecía que tenías una pesadilla decidí dejarte dormir.
- Que mayor pesadilla que el calor que hace aquí, podrías haberme dado un ventilador por los menos.
- En septiembre lo guardo, como en el segundo piso no llega el calor.
- Pues muchas gracias, AMIGO.
Cuando mi noche dejó de ser una anécdota cómica para él, se ofreció a llevarme a mi casa, lo que tuve que agradecer y aceptar. Con un exhaustivo cálculo que se limitaba revisar la foto que tomé del horario de mi padre, sabía en qué momento del día podría volver a casa, recoger mis cosas y volver a salir sin tener que verlo.
- Si en diez minutos no he vuelto, huye y no mires atrás.
Si el horario no me engaña, debería haber salido no hace más de dos horas, por lo que si tenía intención de volver a casa por algún descuido, ya debía haberle dado tiempo a venir y volverse a ir, por lo que las posibilidades de que lo vea se reducen al 5%
Abrí la puerta lo más lentamente posible, dejando la llave puesta en caso de que hubiera que realizar alguna salida de emergencia, me escurrí sutilmente entre las habitaciones, buscando las evidencias de algún ser vivo no identificado que pudiera delatar mi posición, al cerciorarme que lo único que hay escondido es el buen gusto decorativo de mi padre, subí más tranquila a preparar mi mochila con mis provisiones de hoy.
Fue sólo en el instante en que se dejó oír el fuerte golpe de una puerta azotar que mi instinto de alerta comenzó a resonar en mi cabeza cual alarma antirrobo. Apoyada en la pared, intenté divisar al mal espectro que me acosa, temiendo más la posibilidad que sea mi progenitor el dueño de los pasos que suben lentamente en dirección a mi habitación, acompañados de un silbido al ritmo de cualquier película de terror.
- ¡Te encontré!