I
—Na, na, na, na —canturreo mientras me cepillo el pelo bien liso y largo y me lavo los dientes.
Hoy es sábado y tengo que ir a la universidad, estudio Literatura y letras y me encanta. Estoy en el último año, así que estoy con más ganas de estudiar que nunca. Más tarde podré pasar por el comedor de huérfanos a visitar a mis chicos, son como mis hijos y soy feliz cada vez que los veo. Tengo todo lo que quiero; vivo sola, tengo muchos amigos, estudio lo que siempre quise, no me falta dinero… pero me siento extremadamente vacía cada vez que veo a una pareja junta y, es más, soy la única soltera de mi grupo. Pero no importa mucho, ya que no tengo tiempo para tener novio, vivo ocupada porque si no estoy cuidando a los
nenes o estudiando, estoy trabajando en el restaurante que hace poco inauguró mi tío.
Me pongo un jean ajustado color n***o, una camiseta con brillos roja y mis zapatos con taco favoritos, de color rojo también. Me pinto los labios de color rosa suave. Cuando estoy lista, tomo mi bolso y salgo.
Aunque la universidad no estaba lejos de mi hogar, hoy decidí dar un paseo, aprovechando el día soleado. Las calles estaban llenas de vida mientras caminaba hacia el campus. Al llegar, me encontré con mi mejor amigo, Martín, quien me recibió con una taza de café humeante en la mano. Intercambiamos sonrisas y agradecí el café.
Camino esas diez cuadras sin ningún percance y, cuando llego a la entrada, Martín, mi mejor amigo, me está esperando con un café en la mano. Le sonrío y agarro la taza de plástico, tiene espuma como a mí me gusta.
—Gracias —le digo—. ¿No llegaron los demás todavía?
—No, pero es por una buena razón —sonríe.
—¿Cuál?
—No hay clases hoy —nos sentamos en un banco que hay en el patio.
—¿Por qué? O sea que vinimos para nada —contesto. Él asiente.
—Algo así… pero tengo una propuesta estupenda —sus ojos brillan, y lo conozco tanto, que puedo decir que está muy emocionado por lo que va a decir—. Nosotros hicimos muchas locuras juntos, ¿verdad? Entonces, estaba pensando… ¿qué cosa no hicimos?
Porque ya nos tiramos por paracaídas, escalamos montañas, nos tiramos por culipatín en la nieve —me río al recordar ese día—. ¿Qué cosa no hicimos? Piensa.
—Mmm… no lo sé. ¿Tirarnos de un acantilado?
—Bueno, en realidad vine con una propuesta emocionante —dice Martín, sus ojos brillando con anticipación—. Hemos compartido tantas aventuras a lo largo de los años, ¿verdad? Pero hay algo que aún no hemos hecho. ¿Qué te parece el "street luge"?
Arqueo una ceja, confundida. No estoy familiarizada con el término.
—¿Street luge? ¿Qué es eso? —pregunto.
Martín rió ante mi expresión confundida y comenzó a explicar con entusiasmo. El street luge era una actividad extrema en la que te acostabas en una tabla y te lanzabas cuesta abajo por el asfalto a alta velocidad. Me contó sobre sus experiencias anteriores y cómo había sido una emoción increíble. Me emocioné ante la idea de probar algo tan inusual y emocionante.
Después de desechar nuestros vasos de café vacíos, subimos al auto de Martín y nos dirigimos al lugar de la actividad. Una hora más tarde, nos encontramos equipados con trajes de algodón, protectores en las rodillas y los codos, y cascos en la cabeza. El instructor nos aseguró a las tablas y, cuando estuvimos listos, nos empujó suavemente.
La emoción de la velocidad me invadió mientras descendíamos por la pendiente. La brisa acariciaba mi rostro, y la risa escapaba de mis labios en forma de gritos de felicidad. Miré a Martín, cuya expresión de alegría y emoción solo amplificó la mía. Cada curva, cada giro, me hacía sentir más viva que nunca. La adrenalina fluía por mis venas, y en ese momento, todas mis preocupaciones parecían lejanas e insignificantes. No le tengo miedo a nada, no le tengo miedo a la muerte ni a accidentarme en este preciso momento.
La tabla para de golpe y sentí como si saliese volando, pero no, había parado todo. Escucho la risa de mi amigo y luego unas manos que me desatan. Me saco el casco y me río con él.
Finalmente, llegamos al final de la pista, y el instructor nos ayudó a detenernos. Nos liberamos de nuestros equipos y nos quitamos los cascos. Mi corazón latía rápido por la emoción, y no pude evitar reír junto con Martín.
—¡Eso fue increíble! —exclamé, con el aliento entrecortado por la emoción.
—Definitivamente, tenemos que hacerlo de nuevo algún día —dijo Martín, su entusiasmo aún palpable.
Me miré las manos, aún temblando por la emoción de la experiencia. Mientras regresábamos al auto, me di cuenta de que este día iba más allá de lo que había planeado, llenándose de emociones y experiencias nuevas.
—Esto fue demasiado genial, tendríamos que intentarlo de nuevo otro día —digo.
—¿No quieres ahora? —interroga y suspiro.
—Me encantaría, pero les prometí a los chicos que iba a ir a visitarlos… ¿vienes?
—Si quieres te llevo, pero no puedo entrar contigo. Tengo que ir a ver a Valentina… —su novia.
—Claro, no hay problema entonces.
Más tarde me deja en el comedor y en la puerta de entrada hay un vagabundo con pelo y barba muy largo y grasiento, tirado contra la pared, pidiendo dinero. Le doy un billete de diez dólares y el hombre me mira con unos ojos azules maravillosos.
—Guau… muchas gracias —dice.
Sonrío y entro al lugar.
Cuando llego a mi casa, me ducho y como unos fideos recalentados. No dejo de pensar en ese pobre hombre que vi antes de entrar al comedor y en su mirada de agradecimiento cuando le di el dinero. Quizás pueda ayudarlo de alguna manera.
Después de comer, me acuesto y duermo tranquila, mañana es domingo y tengo todo el día libre, seguramente pueda pensar en algo para ayudar al hombre…
A medida que la noche caía y me sumía en un sueño tranquilo, me prometí a mí misma que encontraría una manera de hacer una diferencia en la vida del hombre. Con ese pensamiento en mente, me dormí con una sensación de propósito y determinación, listo para enfrentar un nuevo día lleno de oportunidades para marcar la diferencia.
Al despertar el domingo, una nueva sensación de determinación me inundó. Pasé la mañana investigando organizaciones locales que podrían brindar apoyo a las personas sin hogar. Después de un rato, encontré un refugio cercano que ofrecía programas de capacitación y asistencia para encontrar empleo. Decidí que sería mi objetivo ayudar al vagabundo que había visto en la puerta del comedor.