Valeria llegó a la comisaría con el corazón acelerado y el rostro marcado por noches de insomnio. La búsqueda de un abogado para su hermana había sido infructuosa, y cada puerta que tocaba parecía cerrarse sin piedad. Se acercó al mostrador con voz temblorosa, y al pedir ver a su hermana, el oficial la miró con una expresión entre sorprendida y neutral.
—¡Su hermana ha sido liberada! —anunció el oficial sin mucha ceremonia.
Valeria sintió como si una avalancha de júbilo la envolviera, como si de pronto su angustia se esfumara en un estallido de alivio.
—¡¿Dónde está?! —preguntó con una sonrisa que apenas contenía la emoción.
Pero la expresión del oficial se tornó sombría.
—Lamentablemente… fue herida. Está en el hospital del Este.
El mundo de Valeria se desmoronó en un instante. Su s
