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Leyendas y cuentos japoneses

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Descripción

Bienvenido, lector, a una recopilación de relatos sobre leyendas y cuentos japoneses. Habrán historias que te harán helar la sangre, como historias que ablandarán tu corazón. Hay contenido especial del autor y editor de esta entrega especial, yo, en el que conocerás un mundo de fantasía basado en samuráis.

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La triste historia de Kisen Mokuzai (sin edición)
Existe en los confines de las leguas que divide las cuatro naciones del continente Kanyuja, la belleza del relato sobre un ronin. Anochece despejado entonces el manto estrellado del cielo. Las constelaciones se funden con el difuminado flavo de las transparencias que brinda el ocaso. El maestro se detuvo al borde del risco. Surcaron en vuelo escindiendo el horizonte, las gaviotas convertidas en motas lejanas. Despierta espiritualmente cerrando los ojos, observando con el alma el paisaje extendido en el circunfluso piélago de crestas móviles, entregándose en zazen a la gracia del rocío oceánico. Dejó la alforja a un lado antes de continuar, bajo sus pies está el puente Satori a la espera de la piel de los pies descalzos. Relincha el caballo sereno, corcoveando y pastando, perfectamente ensillado a manos del guía que observa la calma pétrea del maestro mientras sostiene las bridas. Transcurrió el tiempo indeterminado, girando el mundo encarcelado, escuchando las maravillas nocturnas y el sollozo del mar hermoso. ¡Entonces los astros marcharon apremiantes, el tiempo se convirtió en silencio y el sonido en momentos! Restallaron las olas enfurecidas las unas con otras, subiendo la marea y consigo alzándose >. Revela sus ojos como pozos, solemne se incorpora el maestro, otorga una mirada vehemente y asiente. Revolotea el viento su cabellera alargada, como telas ondeantes bailan ingrávidas. Observa la catana a un costado y salta... Pero ocurren cosas cuando él salta. ¡Partículas luminosas como luciérnagas surgen derredor! Su cuerpo se transforma en un cometa, dejando una estela que se desvanece. Las olas chocan furiosas, las líneas abstractas del puente se encienden y un resplandor verdoso surge de las extrañas marcas. ¡Impacta contra la estructura del puente! Mojado de pies a cabeza, desprende un aura radiante como la luna; desliza la hoja de la catana, suave y ceremonial, trazando un arco a la altura del pecho para culminar con el filo apuntando a tierra. Fugaces como sangre en un torrente sanguíneo, corrieron veloces las luces para conectar con el templo. Se encendió el faro de los pesares, sopló una borrasca temible pero el maestro permanece impasible. Brillaban las estrellas con mayor intensidad señalando el sendero. Una ballena cornuda singular a las majestades de un unicornio, emergió partiendo el firmamento, expandiendo sus aletas como alas, salpicando el agua en el que comienza la vida marina a resplandecer. La orquesta vocal de la criatura suspendida hasta emerger con estridencia, causó un oleaje agresivo de tormenta. Avecina una ola y el maestro hace un corte con la catana, posicionando el pie con soltura propia del arte marcial. Dividió la ola en dos y con una mano, vociferó una palabra inaudible. ¡Expulsó ráfagas y ráfagas de aire! Esparció en una lluvia tenue bajo el cubrir estelar las provocaciones de la marea. Caminó decidido, no habían truenos ni relámpagos, solo el colérico océano perpetuado en el pentagrama del sendero del maestro. De improviso el sonido lánguido de la ballena resonó haciendo eco en las profundidades, las marcas en la anatomía del cetáceo se encendieron. Abarcaba el área a la gracia de su anchura magistral, nadaron peces alrededor formando un juego de luces carnavalesco. —Hado solitario, ¿quién eres noble servidor? Habló la voz de una mujer fantasmal, de las alturas del templo se formó primero como una vorágine un especie de cuerpo, después con las manos descendiendo lentamente, Kanyuja —la diosa primigenia del universo— observa desde uno de los pináculos al maestro. Deteniéndose a medio puente, mira con ternura aquella anomalía de la naturaleza. La belleza inigualable de una deidad suprema embelesa y libra del mal fario a cualquier vástago podrido. —Me acercaba con el propósito de batirme en duelo con usted —dijo sincero el maestro. Deja la catana a un lado. —Librar una batalla de las miles que posees —dijo inmutable. Arrodillado, reverenció arrepentido. Kanyuja de piel tan blanca como el arroz, flotó hasta el hombre. —Ven conmigo, desaparece para tus hijos y padres. —No puedo, cadenas me mantienen anclado a ellos. Asintió, vehemente, Kanyuja. —Vienes a librar una lucha sin antes haber librado la tuya —dijo la deidad. El maestro arrugó el entrecejo, pues él había librado duelos, participó en batallas sangrientas en nombre del emperador, era uno de los militares condecorados de rango superior. Era buen padre, sabio hijo y dulce esposo. —¿Qué clase de lucha te refieres? —Escúchate. —No comprendo. —Entonces calla y ven conmigo. Tendió la mano lunar y el maestro tragó saliva. Entonces, fue con ella. Los primeros dos años fueron arduos, durante siete días y siete noches pensaba en ellos, soñaba con ellos, lloraba por ellos. Kanyuja lo abrazaba, acompañaba y ayudaba a comer. Los tres años siguientes fueron más difíciles, durante siete días y siete noches, se fue opacando la imaginación enfermiza del hombre. Olvidó el porvenir y la noción del tiempo. Se sentía inhumano. Aún así, pensaba en ellos, soñaba con ellos y lloraba por ellos. Kanyuja lo besaba en las mejillas, enjugaba las lágrimas y comía con él. Los cuatro años siguientes fueron aún más difíciles. Empezó a sonreír, comía con ganas, lo bueno y lo malo viajaba por su lengua fluyendo, apagándose el ego. Olvidó sus nombres, no lloraba por ellos, no soñaba con ellos. No tenían rostro y él tampoco lo tenía. ¿Quién era él? Kanyuja lo invitaba a pescar, compartían una taza de té y al final del día entregados en constante zazen, meditaban. En el último año no hubo dificultad alguna. Quedó atrás un hombre y renació un alma. —Debes irte —dijo Kanyuja en la entrada del templo—. Esperan por ti. ¿Quiénes esperan por él? ¿Quién era él? Callado, regresó por el puente. El sol brillaba el mar azul, danzando las crestas hipnóticas de la marea. Escaló el risco y encontró al guía reposando con el caballo. ¿Cuánto tiempo transcurrió? No sabe que decirle al guía. Pateó y cuando el pobre se levantó, sus ojos en platos redondos se convirtieron. Despavorido huyó, no dirigió palabra alguna. El antiguo maestro acarició al caballo que permanece quieto. Vio sus manos, piernas, no observó nada diferente y no hay nada anormal. Tampoco existía la normalidad para su nuevo pensar, solo lo natural. No recordaba montar un caballo así que emprendió una empresa nómada. Los mapas eran difusos en su cabeza, evocaciones vagas traían voces lejanas. Admiró el paisaje circunfluso de los llanos Monōnoka. La primavera sonreía en un campo floral alrededor de un camino labrado por los hombres. Ignoró la ruta y se adentró en el espeso campo floral. Caían pacientes infinitamente las hojas de un árbol alargado, ramas como fideos y textura aterciopelada. Trinan los pajaritos, cazando bichos con la velocidad de un parpadeo. Avista molinos de aspas monumentales, arrozales ondulantes al juego del viento. Se encaminó por el ruido del fluir del agua de un río. Sintió sed repentinamente. Hizo un cuenco con las manos en la vega, bebió hasta saciarse. Los rayos solares atravesaban el follaje de los árboles del bosque que delimitaban el final de las llanuras. Volteó por instinto y miró una mujer que lo examinaba desde la distancia. Esta saludó nerviosa. ¿Qué es un saludo? Encogió de hombros y continuó. Anduvo por días y noches, llegó hasta el final de la isla y se devolvió. Cada día olvidaba, cada noche dormía menos. Los aldeanos de Nanji veían al errante ser por la llanura y bosque. El rumor corrió de casa en casa sobre una criatura mística ambulante desde la desaparición del sámurai Kisen.

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