La distancia no significa nada.
ASHER
OCHO AÑOS ATRÁS…
–Espera, Asher. Ya casi llego–
–¿Sí? ¿Por los góticos tocando el acordeón o por los punks veganos? –
Mila se ríe de esa manera que suena como ángeles suspirando. A través del teléfono, puedo oír el batir del océano de la Costa Oeste.
–Los punks veganos–
–Mierda, chica. Ya casi llegas–
La respiración entrecortada de Mila a través del teléfono se hace mas trabajosa. Cierro los ojos con fuerza para poder imaginarla, caminando por la arena de Venice Beach, entrecerrando los ojos ante el sol demasiado brillante de un día de noviembre en California, lo cual, según ella, es contra natura para la neoyorquina de nacimiento que es. Vive en Stanford, pero le gusta viajar a Los Ángeles de vez en cuando para ir de compras y a la playa.
–Date prisa, cariño– le reprendo, sonriendo para mí mismo mientras me siento en Coopers Beach en los Hampton. Esto es lo nuestro. La forma en que nos mantenemos conectados, a pesar de la asombrosa distancia. Dos mil quinientos kilómetros físicos no significan nada si ambos estamos en playas frente al océano. Es el vudú que nos mantiene juntos mientras cursamos el MBA en costas opuestas.
Visitas semanales a la playa y la ocasional vista a través del país. Pero solo cuando podemos encontrar la coartada adecuada.
–De acuerdo. Estoy aquí– suspira exageradamente y esta vez, la imagino desplomándose en la arena. En mi mente, estoy allí con ella. listo para atraparla, para envolverla en mis brazos y encontrar ese rincón perfecto donde ella existe en mis brazos. El que me permite enterrar mi rostro en un lado de sus exuberantes mechones color chocolate oscuro y embriagarme con su dulce aroma a clementina. Abrazarla así es la única manera de calmar mi corazón acelerado cuando mi ansiedad acecha como un depredador. Cuando está en mis brazos, siento que puedo entender las raíces de mi futuro; como si pudiera mirar hacia arriba y ver cómo se despliegan las flores de mi felicidad. Una de las muchas maneras en que supe que Mila no solo es una buena opción para mí, sino la única.
Planeo decírselo pronto. En el momento en que llegue el anillo y pueda reunir dinero para volar allí de nuevo.
–Bien– Apoyo los codos en las rodillas, con el teléfono pegado a la oreja derecha mientras miro las olas color cobalto que se agitan bajo la bruma gris del atardecer. La brisa salada, húmeda y fría a la vez, me atraviesa, pero el zumbido bajo Mila me envuelve en su cálido abrazo.
–Casi puedo verte–
–Si. Creo que yo también puedo verte– dice con una risa gutural. Tiene la voz ronca de una joven cantante de blues, etérea y erótica a la vez. Con cabello oscuro y brillante y ojos verde salvia que también funcionan como un maldito desfibrilador, es impresionante. Una belleza total. Y cien por ciento mía.
–¿Cuántos dedos estoy mostrando? – levanto mi dedo índice. Esta mierda nunca pasa de moda para nosotros. A un año y algunos meses de comenzar nuestras carreras de MBA, necesitábamos cualquier cosa que minimice el peso aplastante de la distancia.
–Dos–
Levanto mi dedo medio para unirlo al índice. –Correcto–
Su suave risa flota a través de mí, disipando todo el estrés que había traído de la semana. Segundos después de nuestras llamadas, todo en el mundo se siente bien. Como si estuviéramos juntos en la playa.
–Me dirás que tengo razón incluso si no tuvieras dedos–
–Bueno, cachetitos, es porque siempre tienes razón– le digo. dejo caer una mano en la arena, comenzando la búsqueda distraída de cristales de mar. El otro ritual importante de nuestras visitas a la playa.
–No siempre–
–Bueno, al menos tienes razón en una cosa–
La sonrisa burlona en su rostro es evidente en su voz. –¿Y qué es eso? –
–Estar contigo–
Esta es la parte en que la envuelvo en mis brazos de nuevo y nos dejamos caer de nuevo en la arena y nos quedamos allí durante mucho tiempo, posiblemente hasta el anochecer, o hasta que los chicos góticos raros nos echen con la música de acordeón de mierda, si estábamos en Los. Ángeles. Pero no puedo, y mi pecho palpita con la ausencia de su calor allí. El tiempo no está mejorando ni facilitando las cosas. De hecho, cada día adicional lejos de ella solo demuestra lo mucho que no quiero una vida sin ella. habíamos pasado nuestro tercer aniversario en costas opuestas, deseando poder follarnos con la lengua por FaceTime. No quiero que nuestro cuarto sea más de lo mismo. Me ajusto la chaqueta con más fuerza mientras un viento fresco azota la playa.
–Te extraño, Asher–
Puedo oír la profunda emoción en su voz. Mis mejillas se crispan, atrapadas entre una sonrisa y una mueca. –Te extraño más. Voy a volver pronto. Entonces podemos visitar esa otra playa que te gusta visitar. ¿Cuál es? ¿La playa de Cristal? –
Suspira con satisfacción. –Te encantará. Es una mina de oro para el cristal azul Asher. ¿Cuándo crees que puedes venir? –
–Una vez que me paguen, compraré el boleto– se me hace un nudo en la garganta y miro la arena fina entre mis rodillas dobladas. Mi pasantía actualizando el plan de negocios de una empresa tecnología con sede en Manhattan apenas paga las facturas. Vivo principalmente de dividendos de acciones, fondos de criptomonedas y puro ingenio. La verdad es que tengo que terminar de pagar su anillo antes de poder siquiera esperar pagar otro boleto de avión. –Y si eso no lo cubre, llamaré a Weston–
Mila suspira. –Déjame cagarlo a mi tarjeta de crédito…–
–No. Tu padre se pondrá furioso si haces eso. No necesito que tenga más munición contra mi–
Un pesado silencio resuena entre nosotros. Su padre reunió munición contra mí como un predador del fin del mundo. Necesito convencerlo de que se centre en una nueva ilusión, porque estoy a punto de enojarlo más pidiéndole a su hija que se case conmigo. Estará enojado pase lo que pase; solo necesito asegurarme de que sea más del lado de la molestia fugaz de la escala en lugar de la variedad de una fusión nuclear.
El padre de Mila es el tipo de hombre que deja que su fusión nuclear se extienda y afecte a la sociedad. Matando la flora y la fauna a su paso, dejando paisajes enteros áridos y radiactivos. El hombre es dueño de un imperio inmobiliario que hace salivar a los jeques. Tiene recursos a su disposición con los que yo solo he soñado. El tipo de dinero que provoca el verdadero y profundo desconcierto que le provocó cuando Mila y yo empezamos a salir y descubrió que yo tenía un trabajo.
“¿Por qué demonios trabajarías durante la universidad?” Me había preguntado. Su ingenuidad de cuna de plata es solo la primera de las millones de diferencias entre nuestras crianzas.
Pero la profundidad de nuestra conexión, nuestro amor, supera todas las diferencias. Incluso el hecho de que su padre esté cada vez más cerca del estado radiactivo, no importa.
Mila es mía; yo soy suyo. Ambos lo sabemos, y no importa lo que el piense.
–Puedo volver al este– suelta Mila después de que nuestro silencio se convierte en el revuelo de las olas en nuestra respectivas costas.
–Quiere que te concentres en la escuela– Esa es la excusa que siempre tiene su padre cuando ella quiere volar a casa de visita.
Conrad insiste en ir a California siempre que Mila quiere verlos. El hombre tiene una propiedad en Los Ángeles, que es donde Mila se aloja cada vez que hace el viaje de la escuela a Venice Beach. Pero también es dueño de la casa actual de Mila en Stanford, así como de una cantidad incalculable de otras propiedades en cualquier lugar que mires. Mila puede quedarse donde quiera, donde quiera ir. Se cómo leer el subtexto. Su objetivo expreso es evitar que Mila me vea.
–Asher, puedo comprar el boleto. Deja que despotrique y delire. No me importa–
Una sonrisa se dibuja en mis labios. Siempre había sospechado que encontraría a la mejor mujer del mundo a mi lado. simplemente no sabía que sería tan ruda como para arrojarse de cara a un desastre radiactivo por mí.
–Sabes que se va a enfadar…–
–No me importa. Deja que se enfade. Esta mierda de larga distancia me está matando–
Mis dedos tocan un fragmento de vidrio de playa, exactamente lo que había estado buscando. Recojo el liso resto. Brilla con un azul translucido en el día gris.
–¿Qué tan enojado se pondrá cuando empecemos a tener hijos? –
Se ríe suavemente. Tal vez suena un poco triste. –Le encantaran de todos modos. Se que si–
Estudio el bonito cristal marino antes de tirarlo. No es el correcto. Tiene que ser verde, una mezcla de miel y musgo. Para combinar con los ojos de Mila. Arrastro mis dedos por la arena de nuevo, buscando la siguiente pieza.
–¿Qué tan enojado se pondrá cuando nos casemos? –
Todo mi cuerpo esta tenso, esperando su respuesta. No tiene idea de que el anillo está en tránsito. Ni idea de que planeo pedírselo en cuestión de meses, no años. Ni idea de que físicamente no puedo esperar más de lo necesario para saber que ella será mi esposa algún día.
Su silencio se siente como una eternidad. Finalmente, dice: –No lo suficientemente loco para no venir a la boda–
–¿Tú crees? – Mis dedos se conectan con otro trozo de vidrio marino. Claro. Lo tiro.
–¿Cómo puede perderse la boda de su único hijo vivo? –
Ella tiene fe en su padre. Yo, sin embargo, no.
–Eso espero, mierda– mis dedos vuelven a la arena.
–Tenemos mucho tiempo para que acepte todas estas ideas– dice Mila.
Excepto que no lo tenemos. No ahora. No cuando mi propuesta resuena dentro de mi como partículas de energía dentro del colisionador de Hadrones. Esta mierda va a estallar fuera de mí. Una vez que llegue el anillo, se acaba el juego. He estado acechando al anillo de compromiso perfecto durante meses y me abalancé sobre el cómo un león en el maldito Serengueti cuando lo encontré, el halo de corte pera perfecto para mi Mila.
El sonido de la música de acordeón se escucha de fondo desde el lado de Mila. Me río, recordando los raros que eran esos artistas la última que visité Venice Beach. Tipos góticos en zancos tocando Lady Gaga en un maldito acordeón. Nunca vi una mierda así mientras crecía en las afueras rurales de Louisville. Sin embargo, hay mucha mierda que no vi mientras crecía en la Kentucky rural. Y algunas cosas que desearía no haber visto nunca.
Pero habíamos descubierto hilos que nos unen a Mila y a mí como un par de zapatillas para correr. Ambos estamos en la categoría de “hermanos vivos”. Una designación que ninguno de los dos quiso nunca. Pero hay una diferencia fundamental.
Ella sabe cómo murió su hermano. Nunca sabre adonde fue mi hermana ni qué tipo de miseria la acompañó hasta sus últimos días.
-Oooh, creo que encontré tus ojos– La emoción entrecortada de Mila me anima. Siempre hay una carrera no reconocida para ver quién puede encontrar primero el color de los ojos del otro en el cristal marino. Recogemos el cristal y lo guardamos como homenaje a nuestro amor. Diez piezas igualmente hermosas de un verde musgoso intenso estan guardadas en el apartamento que comparto con mis hermanos. Es una de las pocas cosas que no saben de mí, y me gusta que Mila tenga una parte de mi a la que ni siquiera mis dos mejores amigos, mis hermanos, pueden acceder. Mila guarda su cristal marino azul Asher en una bolsa de terciopelo que esconde en el caso de su lencería solo porque piensa que me gustaría estar junto a sus bragas. Y créeme, me gusta mucho el cristal marino inspirado en Asher que convive con sus bragas.
–¿Combina? – pregunto.
–Si. Creo que si– la sonrisa es evidente en su voz. Justo entonces, mis dedos tocan otra pieza. Un musgo amielado perfecto, con un toque de transparencia que la convierte en una apuesta segura para añadir a mi colección.
–Yo también encontré tus ojos– cariño.
Tararea alegremente. –¿Ves? Es Dios haciéndonos saber que esa distancia no significa nada cuando se trata de nuestro amor–
No creo en la parte de Dios, pero sí creo en el resto. “La distancia…el tiempo…nada puede interponerse entre nosotros”
Las palabras se sienten como un edicto, reforzando la verdad para que ninguno de los dos olvide, para que se convierta en un arma que ambos podamos empuñar en la guerra que seguramente se desatará pronto.
Porque no importa cuánto nos amemos, no importa lo cerca que estemos de nuestro MBA, solo una cosa tiene la posibilidad de interponerse entre nosotros.
Conrad Cargill y su férreo control sobre su hija.