Entre tantas cosas absurdas que había oído en mi vida, esta era, de lejos, la peor de todas.
—Esto debe ser una broma —contesté sin siquiera titubear. Sin embargo, contrario a decirme que solo se trataba de una burla, se mantuvo firme en su propuesta.
—Sé que, tarde o temprano, aceptarás, por lo que mi propuesta se mantendrá. Vendrás a mí —aseguró él con una voz firme y declaratoria, como si con solo decirlo asegurara que ocurriría.
—¿Pero quién se ha creído? ¡De ninguna manera! Eso no ocurrirá ni en esta, ni en ninguna otra vida. ¿Me escuchó? ¡Nunca! Métaselo en la cabeza: nunca seré su esposa.
Y sin darle más tiempo a responder, salí furiosa de su despacho, encontrándome en la puerta con un hombre que custodiaba la entrada.
Tan pronto como salí de la casa de ese hombre, abordé mi pequeño pero cómodo auto, el cual encendí sin pensarlo dos veces.
—Víctor Viteri, nunca me casaré contigo.
Tras manejar alrededor de quince minutos, me detuve abruptamente, con mi cabeza dando vueltas, con su voz repitiéndome una y otra vez aquella propuesta.
—¿Por qué? —me pregunté—. ¿Por qué? ¿Por qué quiere casarse? ¿Por qué hacerlo conmigo? —solté un largo resoplido—. ¡Claro! Solo quiere hacerme la vida imposible, eso es más que evidente. No es necesario ser una genio para darse cuenta de que solo quiere incrementar su ego humillando a la hija del hombre derrotado. ¡Es un desgraciado! —dije furiosa, apretando mis dedos en el timón de mi auto.
Frustrada, me pasé una mano sobre la cabellera, tratando de acomodar mis mechones.
—Personas como él creen que con dinero pueden comprarlo todo —aparté los dientes de la rabia que me recorría por todo el cuerpo—. Preferiría mil veces que me devoraran los cocodrilos antes que aceptar desposarme con ese sujeto.
Encendiendo el motor de mi auto, volví a ponerme en marcha hasta llegar a un departamento que estaba alquilando momentáneamente, hasta que mis vacaciones terminaran y tuviera que regresar al trabajo.
Tras estacionar mi vehículo, saqué mi bolsa con mis llaves para poder ingresar y prepararme una manzanilla. Era lo único que me relajaba en momentos tensos como estos. Sin embargo, al llegar a la puerta, me di con la sorpresa de encontrar una maleta.
—¿Y esto? —me pregunté, extrañada.
Al mirar el color de la maleta, en tonos naranja, solo una persona vino a mi mente.
—¡Luna! —escuché que alguien gritó mi nombre detrás de mí. Entonces di media vuelta y encontré a Nicole lanzándose hacia mí con un abrazo, el cual apenas me dio tiempo de corresponder.
—¡Nicole! —dije con evidente sorpresa—. ¿Cuándo llegaste?
—Apenas llegué esta mañana y vine directamente aquí. ¿Recuerdas que me diste tu dirección por mensaje? Pues no lo dudé más y empaqué mis maletas.
—Nicole…
Entonces, sin dejar que terminara de hablar, su abrazo se volvió más fuerte.
—Lamento tanto lo que ocurrió con tu padre. Traté de venir antes, pero no podía dejar la empresa de mis padres, sin por lo menos colocar a alguien que me reemplazara. Pero apenas lo conseguí, tomé el primer avión —entonces, dejando de abrazarme, me miró al rostro y su mano tocó mi mejilla—. Mírate… estás pálida, tus mejillas han perdido color.
Es ahí cuando suspiro.
—Han sido días difíciles —le respondo.
—Lo comprendo, y por eso decidí venir. Algo me decía, en mi corazón, que no la estabas pasando nada bien, y yo no podía dejar sola a mi amiga. Eres casi como mi hermana. Puedo sentir lo que tú sientes, y, mirándote a los ojos, puedo intuir que hay algo más. ¿Verdad?
Yo la miré sorprendida. Era verdad: Nicole me conocía muy bien. Durante cinco años, nuestra amistad había sido fortalecida por lazos de comunicación y confianza.
—Bueno… no sabía por dónde empezar.
—Pues por el principio.
Entramos a mi departamento. Nicole sabe tanto de mí que, apenas ingresó, se fue directamente a la cocina y me preparó una taza de manzanilla, y para ella, una de té. Hecho esto, no me quedó otra opción más que contarle toda la verdad, incluido lo que acababa de ocurrir.
—Espera un momento… —me detuvo cuando iba a media conversación—. ¿Viteri? ¿¡Víctor Viteri!?
Yo asentí con la cabeza. Entonces mi amiga abrió los ojos al mismo tiempo que sus labios, mostrando el impacto en su rostro.
—¿Dije algo malo?
—Viteri no solo es un famoso empresario en Italia, tiene una fábrica en América y ha sido top empresarial durante los últimos tres años. Ha sido portada en revistas; incluso mis padres lo conocen.
Al oír las palabras de Nicole, cada vez entendía menos. ¿Por qué alguien como él querría casarse conmigo? Yo no le otorgaría ningún tipo de beneficio.
—Realmente estoy muy sorprendida con lo que acabas de decir, Lu. Que ese hombre te haya propuesto matrimonio de la nada es algo que muchas mujeres hubieran deseado. No solo nada en una fortuna increíble, sino que también es altamente codiciado. Se sabe muy poco de su vida personal, y eso no ha impedido que figuras realmente conocidas en nuestra sociedad pongan sus ojos sobre él. Y hablo en serio, Luna, no solo me refiero a mujeres… también a hombres.
—Pues seguramente eso es porque no lo conocen. O quizás solo ven una apariencia. En cambio, a mí solo me hizo falta intercambiar unas cuantas palabras con él para darme cuenta de la clase de persona que es.
—¿Entonces es un no rotundo?
Al mirar a mi amiga, lo hice con una expresión de incredulidad. No podía creer que me estuviera preguntando eso.
—Lo siento, lo siento. No quiero ser imprudente —se disculpó de inmediato—. Es solo que cualquier otra mujer en tu lugar se habría prácticamente lanzado a sus brazos.
—Tú lo has dicho, amiga: cualquier otra mujer, no yo. Créeme que lo último que quiero ahora es casarme, y mucho menos con ese tipo que llevó a mi padre a cometer semejante locura —bajé la mirada con tristeza, recordando el escenario en el que encontré a mi padre. Con los recuerdos envolviéndome, siento mis ojos humedecerse.
Nicole se percata de esto y, sin dudarlo, me rodea con sus brazos, dándome el consuelo que necesitaba.
…
Al día siguiente, desperté con el aroma de pancakes recién hechos… y mi chocolate caliente.
Y como si fuera magia, Nicole ingresó con una charola para colocarla en mi mesita de noche.
—Tranquila, no es necesario que salgas de tu cama. Durante el tiempo que estemos aquí, me encargaré de consentirte. No te dejaré sola, amiga.
Su gentileza me conmovía. Solo pude sonreír con los ojos llorosos, y ella simplemente me abrazó.
—Estoy aquí, mi Lu. Todo es temporal. El dolor va a pasar y volverás a sonreír como siempre lo hacías. Y brillarás como las estrellas en el cielo. Harás honor a tu nombre.
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Los días con ella eran geniales, pero no todo podía salir bien. Nicole me dijo que se iría a buscar un departamento donde pudiera quedarse. Yo le ofrecí quedarse conmigo; sin embargo, no pudo aceptarlo por motivos que escapaban de sus manos.
Si bien Nicole había venido para hacerme compañía durante este tiempo de duelo, había dejado un reemplazo en el puesto que ocupaba en la empresa de sus padres, con el fin de reunirse con un cliente en este país. Y debido a la distancia, le convenía vivir más cerca de la dirección de ese cliente.
Así que, con la promesa de que vendría a visitarme todos los días, Nicole se fue.
—¿Qué se supone que haga? —me pregunté—. No tengo ganas de hacer absolutamente nada. Siento como si todas mis energías se hubieran perdido, como si la razón para hacer algo se hubiera simplemente esfumado. No voy a lograr absolutamente nada aquí… Ya no tengo nada. Esta será la última vez que pise esta tierra.
Con la intención de ir a comprar un boleto de regreso a mi trabajo, la llamada en mi teléfono me interrumpió.
Tomando el celular, contesté tras mirar el número.
—Pensé que no tenías nada que decirme —le solté apenas escuché su voz.
Pero de repente dijo algo que cambió totalmente mi expresión.
—¿Estás segura de lo que estás diciendo?
Apreté el celular entre mis dedos con fuerza. Me vi obligada a cambiar de planes.
—Estaré ahí en quince minutos.
Tras colgar, me puse en marcha.
No tenía planeado regresar a la casa que ahora le pertenecía a la viuda de mi padre. Sin embargo, las circunstancias me obligaban a hacerlo.
—Vaya… viniste. Por un momento creí que tampoco te importaría esto —me recibió ella con una sonrisa sarcástica.
Pasé de largo e ingresé a la casa. Entonces, girando sobre mis talones, la miré.
—No tengo tiempo para tus juegos, así que confírmame lo que me dijiste por celular.
—¿Crees que me agrada tenerte aquí? Si te llamé, es porque lo que te dije es totalmente cierto. Y si tienes dudas, puedes revisarlo desde tu celular. La noticia ya debe haberse hecho pública.
Para comprobarlo, volví a tomar el celular y revisé las noticias. Y efectivamente, lo que ella había dicho… era cierto.
—La va a derrumbar —titubeé, con las manos temblorosas y tragando saliva.
—Ya viste que no te llamé en vano.
—¡Está orate! —reaccioné, con la rabia corriendo por mis venas—. ¡Ese sujeto es solo un loco con dinero! ¡No puede hacer eso!
—Pues en eso te equivocas, Luna. Ese hombre es dueño de la constructora. Y si decide derrumbarla… se acabó.
—De modo que esta es su estocada final —murmuré—. Claro, como no puede humillarme, ahora quiere destruir lo que representa mi padre…
—¿Qué? ¿De qué estás hablando?
Entonces la miré fijamente y le dije:
—Me propuso casarme con él.
Sin siquiera darse tiempo de parpadear, rápidamente me tomó de los hombros y me dijo:
—Tienes que aceptar.
—¿¡Pero qué estás diciendo!?
—Lo que ya oíste. Tienes que aceptar. Aceptas ser su esposa, y así podrás tener control sobre lo que él haga.
—¡¿Qué tonterías estás diciendo?! ¿Acaso crees que ese hombre va a obedecerme? ¡Eso lo hace para humillarme, y yo no se lo voy a permitir! Casarme con él sería la peor de las traiciones hacia mí misma.
—¿Entonces qué vas a hacer? ¿Aceptar de brazos cruzados que ese tipo derrumbe lo último que quedaba de tu padre? ¡Eres una malagradecida!
—¡Yo no voy a permitir que me llames de esa manera! —le grité, sacudiendo sus manos de mis hombros.
—¡Pero lo eres! ¡No te importó tu padre durante todos estos años! ¡Actuaste igual que la infiel de tu madre!
Esas palabras sobrepasaron la línea de lo que podía tolerar.
—¡No te atrevas a hablar de mi madre!
—Digo lo que me plazca. Esta es mi casa. Y la verdad es que tu madre fue una infiel. Se largó y te abandonó junto a tu padre. Pero claro… el plan no le salió, y terminó muriendo con todo y el amante.
—¡Mi madre no es así! ¡Yo sé que ella no iba a escapar! ¡Debe haber otra verdad!
—Pues aquí la única verdad es que ella siempre será recordada como una infiel… y que la constructora será derrumbada.
Bajé la mirada. Sentí el pecho oprimirse, apreté los puños y cerré los ojos con fuerza. Tomé mi bolso y me dirigí a la salida.
—¡Eres igual a tu madre! Escapas sin dar la cara.
No me importó lo que dijera. Simplemente salí y subí a mi auto, con un solo destino en mente.
…
El camino me llevó al lugar donde jamás quise volver.
—No puedo creer que haré esto —me repetí, mordiendo mis labios hasta sentir el sabor metálico de la sangre.
Caminé hasta la entrada. No hizo falta tocar. La cámara captó mi presencia y la puerta se abrió.
Apenas puse un pie dentro, me encontré cara a cara con el hombre que custodiaba la entrada del despacho.
—Vine a ver a tu jefe.
—De modo que finalmente decidiste venir —interrumpió una voz masculina y grave que descendía desde las escaleras.
Víctor se acercó a mí. Con un simple gesto de su mano, el otro hombre se retiró.
Al verlo, sentí el impulso de gritarle, de reprocharle todo lo que estaba haciendo con la constructora. Pero me contuve. Mordí mis labios y respiré.
—He considerado su propuesta.
Él levantó una ceja, visiblemente interesado.
—Parece que has recapacitado.
Yo apretaba los dedos contra mis palmas. Me negaba a aceptar algo que iba contra mis propios valores. Ese hombre era mi enemigo… y no podía creer lo que estaba a punto de hacer.
—Niña… perdón, quise decir Luna. ¿Estás aquí por voluntad propia, o alguien te ha obligado?
Levanté el rostro y, con firmeza, respondí:
—A mí nadie me ha obligado. Vine porque lo decidí.
—Muy bien. Si esa es tu respuesta, entonces adelante. Dime lo que tengas que decir.
—Yo… he considerado su propuesta y… acepto —finalmente lo dije.
Cerré los ojos, esperando su reacción. Pero solo encontré silencio. Al abrirlos de nuevo, él seguía mirándome con una ceja levantada.
—Sabes… nunca me ha gustado obligar a nadie a hacer algo que no quiere. Y no soy un hombre que se deje engañar fácilmente. No quiero una esposa por obligación. No tengo la intención de divorciarme. Si te casas conmigo, serás mi esposa hasta el día de mi muerte. ¿Lo tienes claro?
Tragué saliva. Dios… ¿qué estoy haciendo?
—Lo tengo claro —respondí, apartando la mirada hacia otra dirección.
Entonces, inesperadamente, él tomó mi mentón con los dedos, con una suavidad que me sorprendió. Me obligó a mirarlo.
El contacto de su piel contra la mía detuvo mi respiración. Sus ojos azules estaban fijos en los míos. Sentí que podía leerme por completo.
—No eres buena mintiendo —murmuró, observando cada uno de mis gestos. Su mirada pasó de mis ojos a mis labios, y luego deslizó con delicadeza sus dedos por mi mejilla antes de alejarse.
—No es una decisión fácil —le dije.
—Lo comprendo. Acabas de perder a tu padre. Sé que necesitas tiempo para reponerte, y por eso te ofrezco venir a vivir aquí, conmigo.
Lo miré, impactada.
—Serás mi prometida, hasta que decidas aceptarme como esposo. ¿Lo entiendes? Una vez que lo hagas, se realizará la boda. Y tú… —su voz se volvió más profunda— serás mía.
No sabía cómo responder. Había demasiadas cosas que me costaba asimilar. ¿Un matrimonio para toda la vida? ¿A qué estaba jugando?
—¿Cuál es tu respuesta?
No sabía si esto era lo correcto… pero debía arriesgarme.
—Está bien. Seré su prometida… y vendré a vivir aquí, con usted.
Sus ojos estudiaron mi rostro con detenimiento. Luego sacó una mano de su bolsillo, y en ella sostenía un anillo con un… ¡¿Diamante?!
Tomando mi mano con firmeza, colocó el anillo en mi dedo.
—Como mi prometida, ahora te pertenece el anillo que fue de mi madre.
Me quedé inmóvil, sin saber si debía aceptar algo tan valioso. El solo imaginar llevar ese anillo conmigo a todas partes me producía ansiedad. Era hermoso… pero también un peso.
—Quiero verte con ese anillo todo el tiempo —añadió con voz grave—. No importa dónde vayas ni lo que tengas que hacer. Ese anillo no debe abandonar tu dedo. ¿Lo has entendido?
—Lo cuidaré —respondí casi en un susurro. Pero entonces algo me distrajo… una mancha. Bajé la mirada y noté que provenía de su mano. Era sangre.
Mi expresión lo delató; Víctor también se dio cuenta y, sin decir palabra, sacó un pañuelo de su bolsillo para limpiarse con tranquilidad.
—Héctor te acompañará a traer lo necesario para que vengas esta misma noche.
—¿Esta noche? Pero… son varias cosas. Me tomará más de un día llevarlas.
—Dije lo necesario. Lo que falte, Héctor lo conseguirá.
Todo esto comenzaba a parecerme irreal.
—Mierd@ —murmuró con fastidio, mirando su camisa manchada de sangre—. ¡Héctor!
El trabajador apareció enseguida, sin que hiciera falta repetir la orden.
—Tráeme otra camisa.
Héctor desapareció y regresó al instante con una prenda limpia. Ahí, justo frente a mí, Víctor comenzó a desabotonarse. Uno a uno, sus dedos se deslizaban con calma por cada botón, revelando un torso firme, marcado por músculos perfectamente definidos.
Desvié la mirada con rapidez, obligándome a enfocar mi atención en algún adorno de la sala, cualquier cosa que me ayudara a ignorar lo que estaba ocurriendo delante de mí.
Esperé a que terminara de vestirse para volver a levantar la vista.
—Como te dije —añadió, dirigiéndose a Héctor mientras se colocaba la nueva camisa—, obedece en todo a mi prometida. Su palabra cuenta como la mía. ¿De acuerdo?
—Sí, señor —respondió Héctor con seriedad, y salió con la camisa manchada aún en sus manos.
—Volveré a mi despacho. Tengo pendientes que atender. Cenaremos a las nueve en punto. Ni un minuto antes, ni uno después. Hasta entonces, él te ayudará con tus pertenencias.
Dicho eso, dio media vuelta y se marchó.
En cuanto desapareció de mi vista, solté un largo y profundo suspiro.
—Dios… ¿en qué me he involucrado?