—¡¿Qué?!
Cuando le conté a Nicole lo que finalmente había decidido hacer, creyó que me había golpeado la cabeza o que estaba enferma.
—¿Pero cómo es eso posible? Tan solo hace poco te pregunté y me dijiste rotundamente que no. ¿Cómo es eso que ahora te vas a casar con él?
—Aún no es un hecho —le contesté mientras terminaba de empacar mis cosas en las maletas—. El trato es que debo pasar un tiempo con él mientras supuestamente decido aceptarlo como esposo.
—¿Y de verdad piensas casarte con él? —me pregunta.
Guardo silencio cerrando la maleta y entonces suspiro.
—Si es lo que tengo que hacer para poder recuperar la empresa, lo haré.
—¿Aun cuando ese matrimonio no pueda anularse?
—Aun cuando tenga que soportar al mismísimo diablo todos los días de mi vida. Pero recuperaré la empresa, cueste lo que cueste.
—Ay, Luna… Sé que el hombre es bastante atractivo, pero ¿no te da miedo que pueda estar tramando algo malo?
—Lo que menos me importa es su atractivo físico. Podrá ser considerado el hombre más hermoso del mundo, pero ni aun así me hará rendirme ante él. Ese sujeto es mi enemigo. Ese tipo llevó a mi padre a la locura, y jamás lo perdonaré.
Dichas estas palabras, solté un último suspiro y observé mis maletas ya hechas.
—Bien, solo le entregaré la llave al dueño y esperaré a que Héctor venga por mí. Dijo que no tardaría.
—Ay, amiga… honestamente creo que te estás arriesgando demasiado.
—Para poder tener algo, siempre es necesario correr riesgos, Nicole. Y tú me conoces muy bien: sabes que no temo enfrentarme a quien sea, ni a lo que sea.
Nicole finalmente exhaló, y acercándose a mí, tomó mis manos.
—Lo sé… y vaya que lo sé muy bien. Es por eso que voy a pedirte que, si necesitas algo —no importa lo que sea—, me avises, ¿de acuerdo?
—Nicole…
—Eres como mi hermana, Luna. Sabes muy bien que no tuve hermanos ni hermanas, pero si los hubiera tenido, me hubiera gustado que alguna fuera como tú.
—Por supuesto que lo haré —contesté, sonriéndole.
…
—Bien, parece que he terminado —dije, levantando la mirada y viendo alrededor.
No había pasado mucho tiempo en el departamento, sin embargo, las cosas tenían que tomar otro rumbo.
Pronto escuché unos golpes en la puerta. Sabía que se trataba de Héctor. Miré la hora en mi celular; realmente era muy puntual. Apenas abrí la puerta, él se presentó con formalidad y me dijo:
—El auto la espera abajo, señora. Indíqueme dónde están sus maletas y yo me ocuparé del resto.
—Solo son un par de cosas.
Entonces ingresó y vio mis maletas ya listas, junto a un par de cajas. Cuando las miró, volteó a verme.
—¿Qué son esos objetos?
—Son cosas personales. Algunos recuerdos y decoraciones para mi nueva habitación.
—Entonces sí me voy con la cabeza…
—Lo siento, pero ya el amor fue muy claro. Lo único que me encargó fue que se llevara maletas. El resto puede dejarlo o regalarlo.
—Está bien, escuché a tu jefe, pero no estoy de acuerdo. Nunca he estado acostumbrada a que se me compren las cosas. Esto es mío y quiero llevarlo.
Héctor, al ver mi firmeza, resopló levemente.
—Está bien, acepto. Llevaré esas cajas también. Trataré de hacerlas pasar sin que el señor se dé cuenta. Ahora le pediré que, por favor, espere en el auto.
—De acuerdo, estaré esperando.
Cuando salí del departamento, me encontré con un auto increíblemente lujoso. ¿Realmente me iban a llevar en este auto? ¿De dónde lo habían sacado? Según recordaba, cuando fui a la casa de Víctor, vi una camioneta gris, pero esta era completamente distinta.
Claro… me percaté. Un hombre como él debe tener hasta una docena de autos distintos, de marcas y colores. Solo Dios sabe de dónde sacó tanto dinero y a costa del dolor de cuántas personas.
Abrí la puerta y me senté en el interior, esperando que Héctor bajara con mis maletas para llevarme al lugar que ahora se convertiría en mi prisión.
…
—Hemos llegado, señora —me dijo Héctor, apenas abriendo la puerta del auto frente a la residencia Vitteri.
Salí con la mandíbula tensa.
—No es necesario que me diga señora. No me siento dueña de todo esto.
—Lo lamento, pero como la prometida de mi señor, es mi deber llamarla de esa manera. Lo hago por respeto hacia usted.
Como bien Nicole me había mencionado antes, cualquier otra mujer estaría feliz de vivir esto. Sin embargo, yo no. En lugar de tener una enorme sonrisa y una mirada llena de ilusión, solo sentía un profundo pesar en el corazón. Una sensación de que estaba en un lugar donde no debía estar.
Héctor no tardó en sacar mis maletas, me condujo hasta la entrada, y cuando finalmente ingresé a la enorme residencia, me preguntó si deseaba algo.
—Solo deseo conocer mi habitación. Necesito refrescarme. No me siento del todo bien —traté de sonar lo más cortés posible, pues lo único que en esos momentos deseaba era encerrarme para no tener que ver la cara de ese monstruoso ser que le causó un tremendo daño a mi padre.
Pero la respuesta de Héctor me dejaría con el corazón en la boca.
—Oh, por supuesto. Imagino que desea esperar adecuadamente al señor. Pero no se preocupe, él llegará en cualquier momento. Usted puede esperarlo en la habitación que compartirán.
—¡¿Qué?! —grité abiertamente.
—¿Sucede algo malo, señora?
—¿Que si sucede algo malo? ¡Por supuesto que sí! ¡De hecho, todo está mal! ¿Cómo es eso de que mi habitación es la misma que la de tu jefe?
—Fue la orden que dio el señor Víctor, señora. Solo estoy cumpliendo con su orden.
—¿Él dijo eso?
Entonces le di la espalda, apretando los puños y los dientes, con una sensación de rabia que me carcomía por dentro.
—Todo está bien, señora…
Di media vuelta, completamente furiosa, y cuando estaba por responder, escuché que alguien ingresaba.
No hizo falta intentar adivinar de quién se trataba, pues su presencia se hizo notar al instante.
—Bienvenido, señor —dijo de inmediato Héctor, con una ligera inclinación en modo de reverencia.
—Veo que ya estás aquí —dice Víctor, quitándose el abrigo, el cual entrega a Héctor, y este lo sostiene en su brazo—. Parece que hay algo que me quieres decir, ¿tienes alguna queja? —me pregunta.
—Pues ya que lo dices… sí, la tengo.
Víctor asiente, relamiéndose los labios.
—De acuerdo… ¿Puedes dejarnos a solas, Héctor? —le dice a su empleado, y este se retira sin titubear.
Cuando me aseguré de que ambos estábamos a solas, lo miré directamente a los ojos y le hice saber mi descontento.
—¿Me puedes explicar… cómo es eso de que compartiremos habitación? Tu empleado dijo que fue una orden tuya, pero imagino que es un error, ¿verdad?
Con total calma, él se sentó en el sillón, provocando que su camisa marcara sus músculos y abdomen. Tenía un cuerpo muy bien cuidado. Ahora entendía por qué Nicole decía que las mujeres se morían por él.
—No, no es un error —respondió—. Tú y yo vamos a compartir la misma habitación.
—¡¿Pero qué?! —grité con el ceño fruncido—. ¿Por qué? ¿Acaso no hay más habitaciones? Esta casa es enorme y…
—En efecto, hay más habitaciones. Pero tú vas a compartir habitación conmigo.
No podía creer lo que escuchaba. Si antes lo llamaba monstruo, ahora estaba más que segura de que esa palabra le quedaba como anillo al dedo.
—¿Pero qué pretendes? —dije con horror—. Tú dijiste que no me forzarías, que no te gustaba obligar a las personas, pero ahora, al hacer esto, te contradices por completo.
—Y es lo correcto. Yo jamás obligo a nadie.
—¡¿Pues qué crees que estás haciendo al ordenar que comparta habitación contigo?!
—¿Tiene eso algo de malo? Eres mi prometida.
Tragué saliva al imaginar lo que estaba pensando. Si accedía a compartir habitación con él, tendría que… Una serie de imágenes se me vinieron a la cabeza y mi corazón se aceleró.
Pero todos esos pensamientos se vieron interrumpidos cuando sentí que mi cuerpo era elevado.
—¿¡Pero qué!? ¿Qué crees que estás haciendo?
—Para ser una mujer pequeña, tienes una boca muy grande —respondió, subiéndome a su hombro pese a mis protestas.
—¿Qué estás diciendo? ¡¿Cómo te atreves a insultarme de esa manera?!
Él no hizo caso a ninguna de mis protestas, hasta que finalmente abrió una puerta —la que supuse era la habitación.
¡¿Qué planeaba hacerme?! Mi cuerpo tembló por completo.
—¡No voy a entrar contigo! ¡Bájame! ¡Bájame!
Pero Víctor no lo hizo. Con mis ojos llenos de terror, entró a la habitación conmigo en su hombro y solo me bajó cuando cerró la puerta detrás de sí.
—Esto es secuestro, ¿lo sabías? Me estás reteniendo aquí contra mi voluntad.
—¿Reteniéndote? Pero si ya te he soltado.
Fue ahí cuando vi que ya no tenía sus manos en mi cuerpo.
Levanté la mirada, lo apunté con el dedo y lo llamé:
—¡Mentiroso!
Él levantó una ceja.
—¿Y dices que no me obligarás a nada? ¿Tan lujurioso eres que crees que compartiré la cama?
—¿La cama? —pareció confundido—. ¿Cuál cama?
—¿Cuál cama? —dije indignada—. ¡La cama en la que planeas obligarme a satisfacer tus bajos instintos! Pero ¿sabes una cosa? Yo…
Inesperadamente, soltó una sonora carcajada. ¿Se estaba burlando de mí?
—Creo que has estado imaginando demasiado. Quizás sea por el tiempo que has estado fuera del país. La falta de socialización te ha vuelto una mujer poco comunicativa, que piensa lo peor.
—¿Me estás insultando?
—Solo digo lo que sé de ti, Luna Lascuraín. Y sobre lo que estás pensando… ¿por qué no volteas a ver?
Finalmente, solo por curiosidad, volteé… y lo que encontré fue…
—¿Dos camas? —dije incrédula.
—Como puedes ver, la habitación es amplia. Y no te preocupes por tu privacidad —me llevó a una división de la habitación donde fácilmente podía entrar otra persona con todas sus cosas—. Héctor se encargará de que tengas aquí todo lo que necesites. Y si preguntas por qué no te di una habitación propia, es porque tengo razones personales. Pero tampoco significa que faltaré a mi palabra. No te obligaré a hacer nada que no quieras, Luna.
Mi voz guardó silencio, y solo escuché el sonido de mi respiración.