Te propongo

3321 Palabras
Yo tenía una vida tranquila, incluso con comodidades que nos permitían costear el estilo de vida que llevábamos. Papá, mamá y yo éramos muy unidos. Y digo "éramos"... porque, en una noche, todo eso cambió. En tan solo un abrir y cerrar de ojos, mi familia se desintegró de la manera más trágica posible. Yo era muy pequeña; sin embargo, aquel dolor despertó mi conciencia ante el mundo. Mi madre sufrió un accidente del cual no sobrevivió. Pero ese sentimiento de pérdida vino acompañado por una sensación de traición hacia mi padre, cosa que durante años me negué a creer, porque mamá sería incapaz de abandonarnos. Eso era imposible. La vida de mi padre se llenó de amargura al creer que mi madre lo había traicionado. En un solo instante, pasó de ser ese padre amoroso a un hombre resentido y violento, que en cada oportunidad me decía que mi rostro le recordaba a la “maldita mujer” que había destruido su vida. Palabras que me herían en lo más profundo de mi ser. Él no toleraba verme. Su vida se resumía en la constructora que tenía, y fue así como invitó a vivir con nosotros a la hermanastra de mi madre, una mujer joven y bastante hermosa, que más tarde se convertiría en su esposa. Cuando eso sucedió, creí que volvería a tener un poco de aquella felicidad que conocí cuando mi madre vivía. Sin embargo, fui quedando cada vez más aislada, y todo eso se reflejó con el pasar de los años. Me concentré en estudiar, en ser la mejor de mi clase, pero al parecer nada era del agrado de mi padre. Su constante rechazo y su mirada de desprecio me rompían el corazón. Hasta que un día simplemente me cansé de intentarlo y le respondí de la misma manera en que él lo hacía conmigo. Éramos como dos conocidos viviendo en la misma casa. Ya no me molesté en tratar de acercarme. Me concentré en mí, y por suerte eso dio frutos, pues cuando terminé la escuela conseguí una beca para estudiar fuera del país. Con tan solo 17 años, una mañana de junio, tomé mi maleta y la llené con recuerdos y lágrimas que tuve que secar para ser valiente. Mi padre supo que me iría cuando me vio bajar por las escaleras. Su rostro, lleno de amargura, me observó solo por unos segundos, pero no dijo nada. Con una mano en el pecho, salí de esa casa, llevando en la mente el último recuerdo de su mirada llena de desprecio. —Adiós, papá... —susurré al viento, despidiéndome de su vida, sin saber que esa sería la última vez que lo vería con vida. … Los próximos cinco años me dediqué enteramente a prepararme para ser una gran profesional. La beca cubría mi vivienda y alimentación, así que no pasé por necesidades económicas. Finalmente, me gradué como la mejor de mi generación, lo que me permitió dar el discurso de graduación y ver cómo mis compañeros eran felicitados por sus familias, mientras yo solo observaba con una sonrisa y los ojos llenos de lágrimas contenidas, imaginándome al lado de mis padres en ese momento tan importante de mi vida. —Lo siento, amiga —dijo Nicole, con una mirada de lástima mientras apoyaba una mano en mi hombro. Luego me abrazó al ver mis ojos cubiertos de desilusión. En el fondo sabía que él no vendría. No sé por qué me había molestado en enviarle una tarjeta de invitación. —Muy bien, ahora queremos invitar a todos los recién graduados al salón donde se realizará la magnífica fiesta —escuchamos decir al animador. —Si quieres, me quedo contigo —me dijo Nicole, tomando mis manos entre las suyas. —No, no te preocupes. Ve y disfruta la ceremonia, por favor —le sonreí, ocultando mi tristeza—. Yo estaré bien. Solo estoy algo cansada. —Luna… Vi la lástima en sus ojos, así que, con un nudo en la garganta, la abracé para demostrarle que estaba bien. —Por favor, disfruta por mí. Yo estaré bien. De este modo, ella finalmente se quedó, y yo me marché a la habitación donde me alojaba. Al llegar, suspiré y levanté la mirada al techo. —Es todo, Luna —me dije a mí misma. Con la intención de darme un baño, abrí la llave para llenar la tina. Mientras esperaba, escuché que alguien llamaba a mi celular. Regresé a la habitación para tomar el móvil y contesté, creyendo que se trataba de Nicole, pero no fue así. —Luna… Escuchar su voz provocó que todo mi cuerpo temblara, incluida mi voz. No podía creerlo. —Pa… pá… —titubeé, con un nudo en la garganta. —Felicidades… —escuché su voz, y fue entonces cuando las lágrimas que había estado reteniendo se derramaron por mis mejillas—. ¿Estás llorando, verdad? —No… yo no… —Luna, hasta aquí escucho tu titubeo, y nunca fuiste buena mintiendo. —Yo… yo creí que no… —Tómalo como una felicitación de un colega. Y tú sabes que siempre respeto a mis colegas. Aunque no fueron las palabras que esperaba, sentí una inmensa alegría amontonarse en mi pecho. ¿Qué habría despertado el interés de mi padre para llamarme? No lo sabía, pero fuera cual fuera el motivo, lo agradecía con todo mi corazón. Esa llamada fue la primera de muchas que vinieron después. Mi padre me llamaba, me dejaba algunos mensajes. No eran mensajes de cariño, pero al menos parecía estar interesado en lo que hacía. Pronto conseguí un empleo, pues mis altas recomendaciones me abrieron paso en el mundo laboral, donde pude desempeñarme con todos los conocimientos que había adquirido. Nicole, por supuesto, estaba a mi lado. Mi querida amiga era quien siempre me motivaba y mi principal admiradora cada vez que lograba algo. Y el tiempo transcurrió de esa manera. Mi padre y yo comenzamos a conversar con más frecuencia. No como padre e hija; nuestras conversaciones eran formales, pero al menos era un avance. Sin embargo, todo cambiaría el día que me enteré por medio de las revistas de la situación financiera de la constructora de mi padre. —En crisis… La noticia fue tan impactante que por un momento creí que todo era solo una pesadilla. —Esto tiene que ser un error. Yo lo habría sabido… —pensé, mientras continuaba leyendo y descubría más información, cosas que desconocía por completo. —¿Víctor Vitteri? —dije en voz alta al leer el nombre de la persona que había comprado varias acciones en la empresa de mi padre—. ¿Por qué no me dijo nada? ¡Hemos estado hablando durante meses y no me dijo nada! Yo no podía quedarme de brazos cruzados, así que solicité unas vacaciones adelantadas en la empresa donde trabajaba, con la intención de regresar a mi país y aprovechar ese tiempo para entender lo que estaba ocurriendo con la situación financiera de mi padre. Apenas obtuve el permiso, ese mismo día compré el primer boleto de regreso. Y durante el vuelo, un sentimiento extraño se apoderó de mí: una mezcla entre vacío, pesadez y ansiedad. Mirando por la ventana del avión, toqué mi pecho. —Papá… —susurré, sin tener la mínima idea de lo que en ese instante ocurría. … Tan pronto pisé suelo firme, saqué mi celular con la intención de llamar a mi progenitor; sin embargo, cuando estaba a punto de hacerlo, decidí retroceder. Lo mejor era ir en persona, ya que conociéndolo, lo más seguro era que me dijera que todo estaba bajo control. Él era una persona bastante orgullosa como para admitir sus problemas. Tomé un taxi que me llevó hasta la casa donde dejé muchos recuerdos. Por fortuna, el auto avanzó con rapidez y, cuando llegué, observé que aquella residencia lucía exactamente igual que la última vez que estuve ahí. Era como si el tiempo se hubiera detenido durante todos esos años. Después de pagarle al taxista y bajar mi maleta, di un paso al frente. Pero, al hacerlo, un viento totalmente helado atravesó mi cuerpo, como si mil agujas se clavaran en mí. Aun así, no me detuve. Avancé hasta llegar a la puerta. Al tocar, esperé que alguno de los empleados me recibiera, y no tardó en suceder. —¡Señorita Luna! —exclamó sorprendida la empleada del hogar. Rápidamente llevé mi mano a los labios, haciéndole un gesto para que guardara silencio. Ella lo hizo, y entonces le dije que venía a ver a mi padre. —Señorita, realmente esta es una sorpresa. Y, ¿sabe qué? Ha llegado en un momento preciso. Su padre está ahora mismo en su despacho. Ha estado ahí durante toda la mañana… o bueno, eso creo, yo acabo de regresar con las compras para la comida. Pero ya que usted está aquí, prepararé algo aún más delicioso. Es grato ver que la mesa volverá a tener calidez. Ante sus palabras, sonreí agradecida. —¿Entonces puedo subir? —le pregunté. —Eso no tiene ni que preguntármelo, señorita. Esta es su casa. Suba —respondió con calidez. Le encargué mi maleta, de modo que pude subir las escaleras hasta llegar al segundo piso, donde se encontraban las habitaciones. Si mal no recordaba, el despacho de mi padre estaba al final del pasillo. Cuando toqué la perilla de su puerta, la sentí más fría de lo normal, pero decidí no prestarle atención. Solo quería ver a mi papá, ver sus ojos y recibir, al menos, un abrazo. Me sorprendí al ver que su despacho tampoco había cambiado. Todo estaba igual, incluso el lugar donde estaba su escritorio. —Parece que está dormido —sonreí de lado al ver que su silla estaba de espaldas. Planeé despertarlo suavemente, así que, sin hacer mucho ruido, caminé de puntillas hasta estar frente a su silla. Mas cuando por fin vi su rostro… Retrocedí, impactada por la visión que tenía frente a mí. Mi corazón se detuvo, mi respiración se paralizó y mis ojos se abrieron grandes con incredulidad. Pero mi voz… gritó: —¡AHHHHHHH! ¡NOOO! ¡NOOO! ¡Pa-pá! —grité abrazándolo fuertemente, como si con ello pudiera rogarle a Dios que me devolviera a mi padre, que lo regresara a la vida… pero era imposible. Aquel día cambiaría mi vida para siempre. … Tras el funeral de mi padre, descubrí muchas cosas que él no solo me había ocultado a mí… también a su esposa. Efectivamente, la constructora estaba en crisis. Pero él había jurado que lo tenía todo bajo control. Sin embargo, con los documentos en las manos, descubrimos que prácticamente mi padre ya no era dueño de aquello que construyó con tanto sacrificio. La venta de sus acciones lo dejó finalmente con solo un 10%, el cual sostuvo con un préstamo del accionista mayoritario… quien finalmente compró la empresa. —Todo fue culpa de ese tipo —comentó mi tía, quien ahora era la viuda de mi padre—. Ese maldito aprovechó la oportunidad y llevó a tu padre a la locura. Víctor Vitteri… así se llamaba aquel hombre que, aprovechándose de la desesperación de mi progenitor, le ofreció comprar lo que quedaba de sus acciones, volviéndose así el dueño total. —Tu padre confió en él, pero mira cómo le pagó. Al ver que sus esfuerzos no rendían frutos, lo despidió. ¡Lo sacó de la empresa que él construyó! Y él… se sumergió en una profunda depresión. Yo no lo sabía… —¿Pues cómo ibas a saberlo? ¡Si te largaste de aquí apenas terminaste la escuela! ¿Dónde estuviste durante todos estos años que tu familia te necesitó? Tal vez tu padre estaría con vida si no hubieras pensado tan egoístamente… —¡No me llame egoísta por pensar en mis sueños! ¿Y qué hay de usted? Se supone que era su esposa, ¡era su deber estar con él! —le respondí. No iba a dejar que me tratara de esa manera. —Pues aunque quieras pintarlo de otra manera, eso es lo que fuiste: una egoísta. No pensaste en tu padre, simplemente tomaste tus maletas y te largaste. Tienes tanta culpa como aquel sujeto para que tu padre haya tomado esa decisión. —¡Yo no hice nada! —le contesté, dando media vuelta y tomando mi bolso, el cual aferré con fuerza a mi hombro. —Claro… ahora vete. Haz lo que mejor sabes hacer en esta vida: huir. —Si me voy, es porque no quiero perder el tiempo hablando con usted. Además, no hay nada aquí que me pertenezca. La casa está a su nombre. —¡Pues es lo justo! Fui yo quien estuvo con tu padre durante todos estos años. Es lo mínimo que puedo recibir. —Y no se lo estoy reclamando. Disponga como usted quiera de este lugar. Hace mucho que dejó de ser mi hogar. Dichas esas últimas palabras, salí de la casa donde viví tantos recuerdos. Al estar afuera, saqué las llaves de mi auto —uno pequeño que había conseguido durante este corto tiempo para movilizarme a los lugares que necesitaba—. Sin embargo, al ingresar a mi vehículo, a mi mente volvió el nombre de ese sujeto. Tensé los dientes y apreté con fuerza los dedos sobre el timón. Fijé la mirada al frente y encendí el motor. Rápidamente busqué algo en mi celular y, sin dudarlo, pisé el acelerador. —Víctor Vitteri… … No conocía a ese sujeto en persona, no tenía ni la más remota idea de cómo era, pero mi mente ya lo imaginaba como un hombre lleno de frialdad, oscuro y con un corazón avaricioso. —Este es el lugar —murmuré, cuando me estacioné frente a la puerta principal de la vivienda de aquel hombre. Sin pensarlo mucho, salí de mi auto y caminé con paso firme hasta la puerta, la cual golpeé con mis puños con tanta fuerza… con tal intensidad… como si quisiera hacerme notar a —¡Abra la puerta! —exigí, pero no obtuve respuesta. Entonces noté una cámara de seguridad sobre la entrada. Levanté la mano y la señalé con firmeza. —¡Víctor Vitteri! Sé que me ves. ¡Cobarde! Abre ahora mismo, enfréntate a mí y responde por la muerte del señor Lascurain. Finalmente, después de pronunciar el apellido de mi padre, la puerta se abrió automáticamente. Me quedé unos segundos estática, sorprendida, pero luego volví a mirar la cámara. Tensando los labios, ingresé. Por dentro, la mansión era aún más enorme de lo que había imaginado. Pensé que al entrar encontraría a algún empleado o sirviente, pero no fue así. Todo estaba en absoluto silencio. Caminé con cuidado. Entonces noté unas escaleras y las subí lentamente. Al llegar al segundo piso, observé un pasillo amplio y largo… hasta que, de pronto, una mano se posó sobre mi hombro. —¡Ah! —grité, asustada. —Guarde la calma —dijo la persona—. El señor Vitteri está en aquel despacho. La recibirá. Sin saber qué decir, solo asentí y me dirigí a la habitación que estaba semiabierta. Solté un suave suspiro e ingresé cautelosamente, esperando ver a un hombre sentado como si fuera un rey en su trono. Sin embargo, lo que mis ojos encontraron fue a un sujeto de pie, con la mirada fija en la vista que le otorgaba la ventana. ¿Ese hombre era Víctor? —Esperaba que vinieras. Imagino que Amanda te mandó —comentó, mencionando el nombre de la viuda de mi padre. En ese momento se giró y me encontré con sus ojos azules, un rostro masculino, una barba incipiente pero bien cuidada, y labios varoniles. Antes de que pudiera contestar, él tomó asiento en su escritorio, sin apartar la vista de mí. —Nadie me mandó. Vine por mi cuenta. ¿O cree que soy una marioneta? —Una marioneta no… pero por tu tamaño puedo intuir tu juventud, y lo manipulable que puedes ser. —¿Perdón? —levanté la voz, mirándolo con incredulidad—. ¿Qué acaba de decir? —Digo lo que pienso. Me baso en tu presencia y tu postura para describirte. —¿De qué rayos está hablando? ¿Acaso cree que soy una empleada suya? ¿Quién se creía este sujeto para hablarme así? Su tono áspero y ácido hacía que mi estómago se revolviera. —No. Pero al estar aquí, puedo adivinar tu intención. Y eso te hace alguien predecible. ¿Eso había sido un insulto? Parpadeé. Me tomó unos segundos antes de poder responder. —¿Pero qué clase de persona es usted? Apenas me conoce y ya me está poniendo calificativos. ¿Esa es su manera de trabajar? Claro, usted cree que por tener todo el dinero del mundo y robar puede tratar a las personas como le dé la gana. ¡Pero no! —¿Robar? —levantó una ceja y, con voz más gruesa, preguntó—: ¿Qué pruebas tienes para acusarme de algo tan vil? —¿Pruebas? ¿Está tratando de tomarme el pelo? Soy la hija del señor Lascurain. Y si sabía que vendría, entonces debe conocer los motivos por los cuales estoy aquí, parada frente a usted. —Mandé un arreglo fúnebre… —¡Qué descarado es usted! —lo miré con total desprecio—. ¿Cómo se atreve, cuando fue usted el responsable de que él ahora esté muerto? —¿Entonces estás acusándome de su muerte? —No solo lo acuso, lo señalo directamente. Usted le quitó todo lo que él tenía. Se aprovechó de su debilidad y de los problemas que enfrentaba para apoderarse de la constructora. —¿De modo que me comporté como un hombre cruel? —respondió con sarcasmo, en un tono que ya detestaba. —Se supone que ustedes dos eran socios. ¿Por qué no solo le hizo un préstamo? ¿Por qué tuvo que quitarle lo que era de él… y después despedirlo? —Yo no le quité nada a nadie. Lo que hice fue comprar las acciones que quedaban de la empresa. Tu padre ya no daba frutos, y como bien sabrás, cuando algo no funciona… simplemente se desecha. —¡Mi padre no era un objeto para que se refiera a él de esa forma! ¡Él fue quien fundó la constructora! —Una constructora que me vendió. Por lo tanto, él se volvió solo un empleado más. Yo le di muchas oportunidades. Sin embargo, la capacidad de tu padre fue disminuyendo cada vez más… así que no me quedó otra opción. —¡Pues su decisión lo mandó a la muerte! —le grité, golpeando con mi puño su escritorio. En ese instante, el hombre que resguardaba la puerta del despacho ingresó rápidamente. Sin embargo, Víctor levantó la mano, indicándole que todo estaba bajo control. Hizo un gesto breve y el hombre se retiró sin decir una palabra. —Sabes una cosa… —dijo Víctor, con una media sonrisa—. Ninguna mujer antes se había atrevido a levantarme la voz de esa manera. —Tal vez no lo habían hecho porque no veían el monstruo que es usted —respondí, sin vacilar. —¿No me tienes miedo? —¿Por qué debería temerle a un resentido social que se esconde tras las paredes de su despacho? Guardó silencio. Me sostuvo la mirada durante varios segundos, observando con intensidad mis ojos color miel, hasta que finalmente soltó un suspiro. —Te tengo una propuesta —dijo con tono inesperadamente sereno. —¿Propuesta? —repetí, frunciendo el ceño—. ¿Acaso cree que vine aquí a pedir trabajo? —No se trata de trabajo, niña —replicó con voz firme. —¿Cómo me llamó? —pregunté, ofendida. —Te propongo que seas mi esposa.
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