–Markus no puedes viajar ahora, aquí te necesitamos más que en Italia, las cosas se pueden llegar a complicar. Además, aún no estás del todo recuperado.
– ¿Crees que me importa lo complicada que estén las cosas? Me conoces, sabes que no te haré caso, mi deber es estar allí, la organización tiene problemas de nuevo y no podemos quedarnos de brazos cruzados. Tú tendrás derecho a muchas cosas, pero no a decirme lo que tengo que hacer. –Giré mi mirada a los ventanales de mi despacho en el décimo piso de un edificio de empresas en el corazón de Estambul. Era el puto Dios desde donde controlaba un conglomerado de empresas que servían de tapadera para lo que realmente hacíamos –. Y por mi salud no te preocupes, estoy bien. –Agradecí mirando de él al resto de hombres que se encargaban de nuestra protección, mientras abría el pequeño refrigerador oculto para coger una botella de agua.
Teníamos el control del setenta por ciento de la heroína que se consumía en Europa, eran unos simples conejillos de indias que se consumían por el vicio. La mayoría de la heroína que distribuimos nos llegaba desde el sudeste del país y Afganistán, luego era repartida en Alemania, Holanda e Italia; lugar donde hacía poco habíamos tenido un conflicto por el control de la heroína y del que salí con una herida en el hombro de la cual me estaba recuperando. Llevábamos unos seis meses peleándonos por el control de la heroína en Milán, pero los italianos no entendían que con la mafia turca nadie se mete y vive para contarlo.
–Markus… entonces cuídate y cuida al equipo. –Pidió Argelis preocupado, sabía perfectamente a quien nos enfrentamos, pero eso era el negocio, esa era la vida que habíamos elegidos.
–Claro que lo haré, siempre lo hago. –Respondí mirando a uno de los jefes de la organización. Tres años atrás no éramos iguales, yo era un simple traficante, pero por mi valor y mi astucia quedé como jefe cuando mataron a Ali, quien no tenía familia y su última voluntad fue que yo me quedara con su legado, controlando todo lo que era suyo, por eso había llegado a ser uno igual que Argelis, por lo que no podía darme órdenes.
–Prepara el avión, salimos en una hora para Milán. –Di la orden a Llul desde mi teléfono. Miré mi despacho, uno de los tantos que teníamos en la torre, desde donde podía ver el Bósforo y todo lo que quisiera. Con el poder y el dinero que tenía podía permitirme lo que no estaba escrito, bueno… casi.
A mi señal, todos salieron de mi despacho, lo cerré, no me llevaba nada, lo único que me hacía falta lo llevaba encajado en su funda debajo de mi chaqueta, lo demás lo podía conseguir en Milán.
Llegamos a Milán de noche, siempre que podía viajaba de noche, así por la mañana estaba fresco como una lechuga y preparado por si tenía que cargarme al enemigo.
– ¿Han revisado todo antes? –Pregunté a Llul. Tenía un séquito de hombres cuidándome la espalda, pero solo me sabía el nombre de Llul, era el único en quien confiaba, él se encargaba de controlar a los demás.
–Todo en orden señor. –Respondió lo que quería escuchar, porque así es como me gustaba, que todo estuviera en orden, no me gustaban las sorpresas.
–Arréglalo para que sea la puta de la última vez. –Le dije antes de entrar en mi suite. –. La quiero aquí en media hora.
–Señor… pero es que… la hemos buscado según nos ordenó, pero ya no trab…
– ¡No quiero un puto no! He dicho que quiero a la última puta, fabrícala, maquíllala, ponle tetas, pelo y… ojos azules. –Ordené cerrando la puerta con un estruendo.
Esa hija de puta llevaba semanas quitándome el sueño, se aparecía cuando menos me lo esperaba. Cuando estaba herido me acompañó en mis devaneos, estaba ahí todo el puto día burlándose de mí, con esos putos ojos azules mirándome y preguntándome, ¿Todo en orden señor? Y no se lo iba a permitir, la encontraría hasta debajo de las piedras si era preciso.
Mi corazón salto con un burubumbun cuando escuché el toque de la puerta, suspiré y me dirigí a abrir, me quedé mirándola, era muy parecida, pero no era ella, dejé que pasara y cuando estaba en medio del salón de la suite empezó a quitarse la ropa, me quedé observándola. Cuando se quedó totalmente desnuda me acerqué, toqué su pelo, pasé mi mano por su cara y sus labios y no sentí nada, su olor no atravesó mis fosas nasales, mi estúpida polla no se movió por debajo de la toalla que tenía atada a mi cintura.
Sentir que mi polla no tenía ninguna reacción me puso de un humor de los mil demonios.
– ¡Fuera! –Ordené
– ¿Qué? Pero aún no he hecho mi trabajo. –Contestó con intención de quitarme la toalla. Alcancé mi pistola; mi fiel compañera y la coloqué en su frente.
– ¡He dicho que fuera! –Ordené de nuevo. Esta vez quien salió totalmente desnuda al pasillo fue una puta, pero no la que yo quería. Mis hombres no dijeron nada, sabían que no debían hacerlo.
–Entra, saca su ropa y que se vaya de aquí o de lo contrario el muerto será otro. –Ordené a Llul. Cuando estaba recogiendo las pertenencias de la puta, se levantó y me miró.
–Lo siento, pareciera que se la ha tragado la tierra, hemos preguntado, pero nadie sabe nada. –Dijo antes de salir y cerrar la puerta. Me quedé analizando sus palabras, una puta no puede desaparecer, de la noche a la mañana, tendrá que trabajar para vivir.
–Si ha sido así, es lo mejor que has hecho, que te haya tragado la tierra, porque si yo te encuentro juro que te mataré y me beberé tu sangre, por quitarme el sueño, por meterte en mi vida sin permiso, por… –Reaccioné cuando escuché el disparo de mi pistola, apreté el gatillo sin querer y todos mis hombres estaban en la habitación buscando quien lo había hecho.
–He sido yo. –Informé cansado.
–Markus… –Me llamó Llul cuando nos quedamos solos, solo me llamaba por mi nombre cuando no había nadie presente, ante todos era su puto jefe, el gran gánster de la mafia turca.
–No sé qué te pasa, es solo una puta.
–Lo sé, pero es mi maldita puta, y tiene que contestarme un par de preguntas, así que dile a tus contactos que la encuentren, es una puta, saben dónde buscar, ni que fuera alguien importante.
–Quien no te conociera pensaría que nunca había tenido una puta, pero yo que te conozco… no sé qué pensar.
–Llul, ¡Cierra la puta boca! –Me acerqué con la pistola en la mano.
– ¿Piensa dispararme por decir lo que pienso? –Preguntó mirándome sin moverse del sitio.
–No, pero puedes hacerlo tú, ten dispara, eres el único que tiene licencia para matarme.
–Quizás no para matarte, pero si para decirte lo que pienso. –Enfatizó sin hacer intento de coger la pistola –. Y si te sirve de algo, no la hemos encontrado porque no es una puta que trabaje en un club de esos, es una chica de compañía, así le llaman a las que trabajan por su cuenta.
–Y… para matarte no necesito tu pistola, tengo la mía. –La risa de Llul cuando salió de mi habitación era una burla para mi machacado ego.