Capítulo 2

1287 Palabras
Edric Rouhtown, marqués de Armstrong maldecía internamente el clima y las malas condiciones en la que se encontraban los caminos, causa por la cual veía en ese momento la rueda de su carruaje atascada en uno de los pozos que se encontraba en la misma, y para colmo de todos los males, roto e interrumpiendo el paso de otro carruaje que acababa de aparcar trás suyo.   Profirió otra maldición, no podía creer que, él siendo un marqués estuviera sufriendo ese tipo de percance. Miró hacia fuera por la ventana y fue consciente de que tenía que disculparse con el ocupante del otro carruaje, sospechando  que se trataba de alguien importante ya que aquel coche no podía ser de cualquiera, agudizó su vista para intentar ver el escudo familiar que solían portar las familias importantes en las puestas de los carruajes y rogó que no fuera ninguna matrona deseosa de encontrar esposo para sus hijas.  Su cochero, Gunther, en ese momento se encontraba hablando con el cochero del otro carruaje ideando una solución para poder llegar a tiempo al nacimiento de su sobrino hijo de su hermana y del muy respetado conde de Rondall, con el cual había estudiado en Eton y se habían hecho muy amigos y que al presentarle a su hermana, había quedado encandilado y enamorado locamente de ella y al poco tiempo casado, cuestión que había provocado algunos percances en su familias y amistades, pero que habían sido solucionados con el tiempo.   Saliendo de sus pensamientos se acercó hacia los dos hombres y saludando amablemente, no porque siempre lo hiciera sino, porque tal vez era la única forma de llegar a tiempo a la mansión de Londres que ocupaba su hermana durante la temporada.   Metiéndose en la conversación que llevaban los dos hombres, preguntó si habían hallado una solución, encontrando que estaban  muy preocupados por la situación, ya que la persona que se encontraba en el otro carruaje, al parecer, también tenía que llegar rápidamente al lugar donde se dirigía.  Elizabeth asomó su cabeza por la ventana del carruaje y llamó la atención de su cochero, este se acercó y le comentó cómo estaba la situación.  -llevará horas arreglarlo- comentó con respeto -el sol está bajando, si no encontramos un lugar donde pasar la noche, podríamos caer en manos de asaltantes de camino y le aseguro señorita que eso no sería agradable para ninguno-  Elizabeth le miró preocupada ante la información que el cochero le había brindado, tenía que llegar por lo menos al siguiente pueblo para poder encontrar una posada para poder descansar.     Esperó un momento más mientras su cochero intentaba encontrar una solución más rápida.  Ella consideró sus opciones y claramente, aunque se le cruzó por la cabeza, se negó a hacer una pataleta. Nadie allí tenía que aguantar, además de la preocupación con la que ya cargaban, las quejas ni exigencia de una dama que tampoco era capaz de dar una solución.  Sin embargo, unos minutos más tarde, cuando empezó a ver el sol esconderse y estando ya exasperada decidió bajar para poder hablar con el dueño del dichoso carruaje.   Saliendo acompañada de su doncella, Bhet se acercó al hombre que se encontraba de espaldas y que tenía ropas más caras, pareciendo ser el dueño.  -mi lord, disculpe mi descortesía-Edric se dió vuelta al escuchar esa suave voz detrás suyo y miró esos ojos de color miel que se encontraba delante , Bhet al ver que obtenía su atención prosiguió con su discurso- pero viendo que los dos estamos siendo retrasados por este inconveniente, me gustaría proponerle que compartamos mi carruaje, sé que no es tan grande como el suyo pero al menos llegaríamos al siguiente pueblo antes de que caiga la noche, ya sabe usted como son los caminos a esas horas y la verdad me gustaría llegar a Londres con todas mis pertenencias –  Edric sorprendido por la cantidad y rapidez de palabras que podían salir de la boca de esta joven dama, se detuvo un momento a pensar en lo que ella le propuso. Unos minutos más tarde y  pensando que era lo mejor para poder llegar a tiempo decidió aceptar su propuesta, no sin antes observar, extrañado por la falta de lacayo y de otras seguridades, que la inusual compañía con la que contaba aquella dama era solo una doncella y el chofer.     -mi lady-se inclinó ante ella y aprovechó la ocasión para hacer su presentación- Edric Rouhtown marqués de Armstrong –  Elizabeth inmediatamente se dio cuenta de su torpeza y de su falta de educación, con los pómulos cubriéndose con un fuerte color rojo, respondió con un leve tono de timidez, dejando la perspectiva de un  carácter diferente al  fuerte y decidido que había mostrado hace unos momentos- lady Elizabeth Cromwell –respondió a la presentación extendiendo su mano hacía el hombre para que se la besara como se le había enseñado.  Sin embargo al sentir el tacto de los labios del hombre se dio cuenta que había olvidado los guantes en el asiento del carruaje y que acababa de romper otra regla de cortesía. Sonrojada quito la mano de aquel hombre que había hecho que se avergonzara dos veces en cinco minutos.  Edric, estaba disfrutando la inocencia y el bochorno de la peculiar dama que se encontraba frente a él.  Mirándola fijamente, intrigado por el repentino sonrojo natural que cubría los pómulos de ella, dedicó unos minutos a observar llevándose la satisfacción de comprobar que no tenía un pelo de fea.  Pelo color chocolate tirando a rojizo, unos ojos miel grandes enmarcada por unas gruesas pestañas arqueadas, una piel blanca como la porcelana, delgada pero no famélica, alta casi de su porte si no fuera por unos centímetros, tal vez no era una belleza inglesa pero la belleza estaba sobrevalorada y ella era hermosa a su forma.     Elizabeth a su vez pensaba que el caballero seguramente creía que era una impostora.   Más allá de su linda y cara ropa, no tenía nada más que le asegurara de que ella era una persona con educación. Hasta el momento su comportamiento había sido todo menos el dictado por la alta sociedad.  Se imaginó al pobre hombre corriendo por los caminos espantado por todo lo que ella había hecho en ese pequeño encuentro, lo que no era poco.  Primero lo invitó a compartir un carruaje, siendo él un desconocido y contando con poca compañía. Segundo había olvidado toda presentación, sin contar que las reglas de cortesía decían que alguien más debía hacer la presentación de una dama soltera. y su tercero y último error había sido olvidar completamente los guantes, dejando que el hombre tocara su piel en su primer encuentro  Y por Dios que nunca había pasado tanta vergüenza ante un desconocido.  -lady Elizabeth, sería un placer poder acompañarla a usted y a su doncella en su carruaje-contestó,   Beth abrió los ojos sorprendida ante la respuesta recibida, intentó balbucear alguna palabra y llegó a pensar que tal vez la que tenía que estar preocupada y a punto de salir corriendo era ella misma, tal vez el hombre estaba más loco que ella y por eso había aceptado apresuradamente y sin rechistar su propuesta, que debía reconocer, era bastante descabellada.  Dándose vuelta, queriendo parecer cortes, Edric, le hablo al cochero  - Gunther, muevan por favor el coche a un costado, iremos con las damas-  Beth, aunque acobardada y tensa, aceptó la mano que el hombre le ofrecía y subió al carruaje sin prestar atención a la sonrisa que Edric solía regalarles a todas las damas y que lo consolidó como uno de los mejores partidos de Londres.  pocos minutos después emprendieron marcha al siguiente pueblo donde planeaban descansar unas horas y seguir viaje hasta llegar a su destino. 
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