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Matrimonio fugaz

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matrimonio bajo contrato
el amor después del matrimonio
los opuestos se atraen
arranged marriage
drama
ambitious
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tyrant
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intro-logo
Descripción

Ángela es una dama poco convencional para su época, no está dispuesta a permitir que su padre maneje su vida, que la case con un hombre que ella desprecia. Cuando se cruza en su camino aquél extraño hombre enmascarado, su vida cambiará por completo, ¿Quién iba a imaginar que el hombre que la secuestró se convertiría en su marido? Aunque solo fuera una mentira, un falso matrimonio que les llevará a conocerse por completo y a sentir cosas que jamás pudieron imaginar.

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Capítulo 1
El mensajero entraba en la finca a lomos de su caballo y ella que le había visto desde el ventanal de su habitación corrió por toda la casa dirección a la puerta. —¡Pero niña! ¿A dónde vas? —Angelia Cortés, su tía, la miraba sorprendida bajar por las escaleras corriendo hacia la puerta. Corrió hacia el mensajero sonriente y él acostumbrado a la euforia de la señorita, le tendió el paquete que ésta tanto ansiaba. —Gracias —ella tomo su paquete sonriente, pero después volvió a mirar al mensajero—. ¿No hay ninguna carta? —Sí —él mostró el sobre cerrado por el sello de la familia Cortés—. Pero es para la señora Angelia. —Ah, de acuerdo —no pudo evitar entristecer, eran pocas las cartas que recibía de su padre y siempre esperaba ansiosa su felicitación de cumpleaños junto al regalo, pero en esta ocasión, solo un paquete. —Démela, se la entregaré a mi tía —después de tomar la carta y darle al mensajero unas monedas en compensación por tan buen servicio, se encaminó hacia el interior de la vieja Mansión Cortés. — ¿Ya tienes el regalo de tu padre? —su tía la esperaba sonriente en la entrada junto a la escalera, con su vestido morado y su abanico n***o. Angelia Cortés no era una mujer mayor, sino mas bien joven para tener una sobrina de esa edad, pero su tiempo de contraer matrimonio ya había pasado. Desde la muerte de la esposa de su hermano, ella se hizo cargo de su sobrina, la cuidó y le dió cariño como si fuera su propia madre, y es que ambas se querían como madre e hija. —Sí, tía —le sonrió, aunque no con toda la alegría que normalmente mostraría—. Y una carta para usted. — ¿Para mí? —Angelia se acercó a su sobrina y tomó el sobre, después caminó hacia el interior de la sala, seguida de su sobrina. Se sentó en un sillón junto al gran ventanal que daba a los jardines traseros, por el que se podía ver a los sirvientes arreglando todo para la gran fiesta. Todos los años Doña Angelia Cortés organizaba un baile de máscaras para festejar el cumpleaños de su querida sobrina. Abrió el sobre despacio y después lo leyó con expresión seria, mientras su sobrina desenvolvía el regalo de su padre ilusionada, para encontrarse con un hermoso colgante de plata. Era redondo con una piedra azulada incrustada en el centro, a ella le encantó y tardó poco en colocárselo en su cuello. —Niña —Angelia llamó la atención de su sobrina y cuando ésta la miró, pudo ver la preocupación y la tristeza en sus ojos—. Hoy cumples veinte años y tu padre piensa que ya es hora de que continúes con tu vida y que formes una familia. — ¿De qué estás hablando, tía? —ella miraba a su tía sobresaltada—. ¿Formar una familia? Desde los quince años había estado comprometida a Roberto Sánchez, pero siempre había visto lejana la posibilidad de casarse con ese hombre. —Tu padre piensa que es el momento de que regreses a Santa Lucia y contraigas matrimonio con tu prometido, el señor Roberto Sánchez —Angelia se acercó a su sobrina y posó una de sus manos sobre la de su sobrina—. Mañana en la tarde la guardia del señor Sánchez vendrá a escoltarnos en el viaje a Santa Lucia. — ¿Mañana? —ella se llevó una mano al pecho, mañana debía enfrentarse a su destino, a aquél destino al que tanto había temido—. ¡No! ¡No! Salió corriendo de la mansión dirigiéndose hacia el bosque del jardín lateral, su tía se quedó parada en la sala, pensaba que sería mejor que ella estuviera sola en estos momentos. Cruzó todo el jardín levantando su vestido para no caer, llegó al árbol en el que de pequeña solía jugar y se apoyó en el dejándose caer en el suelo y derramando las lágrimas que guardaba en su interior. — ¿Por qué me hace esto? —ella no podía parar de llorar, se aferraba el pecho con fuerza tratando de calmar el dolor que sentía—. Me condena a una vida con ese hombre... Ángela Cortés, ese era su nombre, poseía la belleza y rebeldía de su madre, Laura Méndez, que falleció cuando ella tenía tan solo doce años. Tenía una melena larga y ondulada, morena, con unos ojos grandes y marrones, y unos labios carnosos y sedosos que cautivaban a cualquier hombre. Su padre, Don José Cortés, decidió mandar a su hija con su hermana Angelia, para que cuidara de ella y la educara como toda una señorita. Pero ella era una mujer indomable, con una fiereza que nadie era capaz de controlar y su tía se dio cuenta, la educó como una señorita, pero también la dejó disfrutar de las cosas que a ella le atraían. Montaba a caballo, aprendió el manejo de las armas, se defendía perfectamente con la espada y es que Mariana adoraba pasar el día con Leonardo, un militar bien condecorado con el que jugaba de pequeña. Eran grandes amigos y él no podía negarse a enseñarle todo lo que ella pedía. A los quince años, Ángela recibió un mensaje de su padre, en el que le notificaba su compromiso con Roberto Sánchez un rico hacendado de Santa Lucia y además, gobernador del pueblo. Ella no estaba realmente ilusionada con la noticia, pero su tía logró convencerla de conocer a ese hombre, quizás le cayera en agrado y lograra ser felíz y formar una familia con él. Ángela creía en el amor, soñaba con él y esperaba sentirlo por el señor Sánchez, pero en las pocas ocasiones que le vió, se dió cuenta que era un hombre frío y distante, además de ser serio y desagradable. No le gustaba para nada la idea de casarse con él, pero para su matrimonio quedaba mucho tiempo y quizás ella lograra convencer a su padre de que anulara el compromiso. Pero hoy, el día de su cumpleaños número veinte, había recibido la noticia que tanto temía, había llegado el momento, regresar a Santa Lucia, enfrentar su destino, casarse con un hombre que detestaba y entregarse a él y a una vida que la harían la mujer más desgraciada del mundo. ¿Era ese su destino? Regresó a la mansión caminando despacio, tratando de sopesar sus posibilidades, su padre jamás permitiría que ella se negara a casarse y ella no quería atar su vida a ese hombre. —Niña, ¿estás bien? —Angelia se acercó a su sobrina y la abrazó con cariño—. Deberías arreglarte para la fiesta, los invitados tardaran poco en llegar. —Claro tía —sin dirigir una mirada a su tía, subió las escaleras desanimada hacia su habitación, donde las criadas le habían preparado el baño de sales y le habían dejado preparado su vestido. Se metió en el baño, relajándose con el agua tibia y tratando de pensar y aclarar sus ideas. Su destino se veía muy oscuro, si se casaba con ese hombre estaba segura de que sería muy infeliz. Salió de la bañera y comenzó a arreglarse para la fiesta, su tía le había regalado un vestido de tonos dorados, que se ceñía a su cintura con un lazo sedoso, suaves volantes calan por la parte derecha del vestido y la otra quedaba cubierta de una tela de un dorado mas claro, junto con unos zapatos dorados adornados con perlas. Sus damas le recogieron el pelo hacia un lado, dejando sus tirabuzones caer suavemente sobre uno de sus hombros y una hermosa máscara con brillos y plumas doradas cubrían su rostro. Cuando bajó al salón, su tía la esperaba sonriente, con un vestido marrón de brillos plateados de tirantes y su pelo recogido con finas pinzas plateadas que dejaban algunos mechones de pelo libres. —Estás preciosa mi niña —Angelia se acercó a su sobrina y le dió un beso en la mejilla, después le tomo la mano—. Ahora sonríe, es tu cumpleaños, no dejemos que nada lo estropeé. Salió al jardín donde todos los invitados les esperaban, estaba decorado con grandes lazos blancos y dorados por todos lados y el pianista tocaba música suave. —Vaya, la preciosa cumpleañera —Vanesa Gondero se acerco con una gran sonrisa, era la vecina y amiga de su tía—. Felicidades, preciosa. —Gracias, señora Gondero —ella sonrió y asintió en agradecimiento. Cuando el vals sonó, Leonardo la invito a bailar y ella aceptó sonriente, bailaron animados varias canciones hasta que ella le indicó que necesitaba tomar aire. Pasearon por el jardín, lejos de la zona del baile. — ¿Qué te pasa, Ángela? —él detuvo su paso y le miró fijamente—. Te conozco demasiado bien como para saber que algo te aflige. —Me casaré —ella no pudo evitar que las lágrimas brotaran de sus ojos—. Mañana debo iniciar mi viaje a Santa Lucia escoltada por la guardia de mi prometido Roberto Sánchez. — ¿Estás hablando en serio? —él la miró confundido, siempre había conocido el desprecio que ella sentía por ese hombre—. ¿No hay forma de evitarlo? —No, mi padre lo ha dispuesto todo —Ángela le abrazo llorando—. Tengo que casarme. —Quisiera poder ayudarte —él la abrazaba tiernamente—. No sabes cuanto lo lamento. —Hazlo, ayúdame —a ella se le ocurrió de repente una idea, escapar, con la ayuda de Leonardo podría conseguirlo. El viaje a Santa Lucia era muy largo y tendrían que parar en varios lugares, se las apañaría para librarse de su escolta y huiría. Iría al puerto y allí se encontraría con él, podría tomar el barco a España—. Ayúdame a escapar. — ¿Qué? —Leonardo se sorprendió, pero oyó dispuesto los planes de su querida amiga y estuvo de acuerdo en cada detalle. Trazaron la ruta del viaje, tendrían que hacer un alto en el camino al anochecer y ella aprovecharía para escapar, después podría pasar la noche en la posada Tiarata, y se encontrarían a mitad de camino del puerto. Ángela regresó al baile sonriente y esa noche disfrutó de su cumpleaños mas que nunca, mañana a esas horas sería libre, no tendría que casarse y podría vivir su vida tal y como ella siempre había soñado. Bien entrada la noche despidió a los invitados junto a su tía y después se dispuso a marchar a su cuarto. —Ángela, ¿estás bien? —Angelia paró a su sobrina antes de que se retirara a su cuarto, se había comportado de manera muy extraña y conociendo a su sobrina sabía que algo tramaba—. ¿No estarás tramando algo? — ¿Yo, tía? Para nada, acataré la decisión de mi padre —sonrió como toda una señorita, Ángela prosiguió su camino a su habitación, y dejó a su tía pensativa, observando como se alejaba. Esa noche apenas pudo pegar ojo, estaba nerviosa, librarse de la guardia de su prometido sería complicado. En la mañana se levantó temprano, se arregló con un vestido azul, bastante simple, después de todo sería un viaje muy ajetreado. Arregló toda su ropa y la metió en el baúl de viaje, junto a toda su ropa escondió un vestido n***o de luto, que pensaba ponerse para huir, se haría pasar por una viuda, de esa manera llamaría menos la atención. — ¿Señorita Ángela? —Berta, una de las criadas, entró en la habitación—. Disculpe, venía a organizar las cosas para el viaje. —No te preocupes Berta —ella sonrió—, ya organice todo. —De acuerdo señorita —algo confusa pero sin rechistar, Berta se marchó de la habitación. Se paseó por el cuarto, recordando todos los momentos que había vivido allí, ahora se marcharia para no volver, porque se iría lejos, sin que nadie supiera de ella y pudiera vivir libre la vida que soñaba. Se acercó al amplio ventanal de su habitación y vió al cochero organizando el carruaje, después observó como unos guardias entraban cabalgando a la firma, debían ser la escolta que el gobernador Sánchez había mandado. Ángela y Angelia ingresaron al carruaje, mientras los sirvientes cargaban el equipaje y los guardias tomaban sus posiciones alrededor del carruaje. —Ya podemos iniciar el viaje —uno de los guardias dió la orden e inmediatamente el cochero inició el trotar de los caballos y el carruaje comenzó su camino. Durante horas, Ángela estuvo callada, pensativa, observando por la ventana aquello que dejaba atrás, aquello que no volvería a ver jamás. —Niña, ¿estás bien? —Angelia miraba preocupada a su sobrina—. Sé que no es de tu agrado el viaje y menos el matrimonio, pero tu padre solo quiere lo mejor para ti, creeme. —Lo sé, tía —ella suspiró—. Pero sinceramente dudo que la vida que mi padre me planea me haga una mujer feliz. —Mi niña, ojalá pudiera ayudarte —a su tía se le salieron las lágrimas—, pero no puedo nacer más nada. —Lo sé tía —Ángela le sonrió—. No te preocupes. Angelia quería mucho a su sobrina y deseaba lo mejor para ella, ¿Pero sería capaz de aceptar la conflictiva decisión de ella? Pues, si ya la estaban entregando como acuerdo a un hombre, no sería tan descabellada esta idea...

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