Me giré hacia la voz con los sentimientos encontrados, ya que estaba tremendamente enfadada por lo que ese hombre había tenido el atrevimiento de decirme, y a la vez algo atemorizada por lo que su color de voz le había hecho a mi cuerpo. Pero lo que encontré delante de mí casi consiguió que mis bragas acabaran por los suelos. Joder, su voz sin duda alguna casaba muy bien con quien tenía enfrente. Un moreno de ojos verdes, alto y con un cuerpo atlético, con una mandíbula poderosa y marcada y un aspecto de descuido, producido principalmente por la barba de unos pocos días que exhibía, que parecía más estudiado que fortuito. Su mirada se clavó en mí, provocando que mi cuerpo se quedara completamente quieto, clavado en el suelo para que él pudiera mirar todo lo que quisiera a placer, lo cual solo me hizo desear patearme a mí misma. ¿Qué está pasando contigo, Anabel? ¿Cómo puedes siquiera pensar en aceptar que un hombre que ofrece esta clase de trabajo te haga un repaso visual tan descarado?. Pero eso fue justamente lo que hizo, sin lugar a dudas. Y vaya si lo hizo. No sabía si era porque mi cuerpo hacía muchísimo tiempo que no recibía las atenciones de nadie debido a las numerosas preocupaciones que me asaltaban de un tiempo a esta parte, o porque ese era el efecto que este hombre era capaz de causar, pero cuando comenzó a bajar la vista por mi cuerpo sentí como si una llama me fuera recorriendo a su vez, dejando caliente y sensible todo lugar por el que sus ojos se hubieran paseado. Éstos se detuvieron principalmente en mi pecho, algo a lo que ya estaba bastante acostumbrada, y que me hizo poner los ojos en blanco. Tenía unas tetas grandes, y lo habitual era que la mirada de los tíos que hubiera a mi alrededor se detuvieran en esa zona para poder analizarla con detalle, aunque nunca con mucho disimulo.
-Me gusta que tengas las tetas grandes-comentó con absoluto desparpajo mientras se iba acercando a mí. Debería mosquearme por lo que acababa de decir. De hecho, estoy completamente segura de que si las circunstancias fueran diferentes, se habría llevado un buen ojo morado, o puede que una nariz rota. Pero no podía ir soltando puñetazos sin saber a quien se lo daba. ¿Y si este era la mano derecha de mi futuro jefe? O directamente podría ser el dueño de la casa. No quería dar una mala impresión. Al menos eso es lo que me dije a mí misma, sin embargo, mi cuerpo fue por separado de mi mente, reaccionando de la forma contraria a la esperada. Mi espalda se curvó un poco, provocando que mis pechos estuvieran más alzados y visibles, como si esta acción fuera un agradecimiento por el comentario totalmente fuera de lugar que había recibido de su persona. Parecía que se los estaba ofreciendo. Intenté volver a mi postura anterior. De verdad que lo intenté con todas mis fuerzas y ganas, pero mi cuerpo no quería e ignoró mis deseos de una forma flagrante y manifiesta. Había tomado el control, sin prestarle la más mínima dedicación a lo que mi cabeza tenía que decir al respecto. Esto era la primera vez en mi vida que me pasaba, y no quería analizar por qué me pasaba aquí y ahora, así que decidí centrarme en cualquier cosa que no fueran las sensaciones que estaban recorriendo mi cuerpo por entero.
-¿Quién eres tú?-increíble. Yo, que me enorgullecía de ser una persona segura de mí misma e incluso un poco osada en según qué ocasiones, le había preguntado eso con un penoso y casi inaudible hilo de voz.
-Soy el dueño de la mansión, el anfitrión de la fiesta y, teniendo en cuenta que te han traído hasta esta habitación, tu jefe-un brillo extraño y curioso apareció en sus ojos al decir eso que hizo que el verde de sus iris refulgiera aún con más potencia. ¿Por qué me había fijado en eso cuando yo apenas le daba un mero vistazo a cualquier hombre que se me acercara? Anabel, respóndele. Muestra tus buenos modales y deja de quedarte en silencio como si no supieras hablar o como si fueras tonta y no entendieras lo que te está diciendo.
-... Encantada. Me llamo...
-Ya habrá tiempo para eso más adelante. Ahora necesito que te vistas y salgas a recibir a los invitados.
-¿Que me vista con qué?-la incredulidad se escuchaba perfectamente en mi voz. Dos segundos después de que la pregunta surgiera de mis labios me di cuenta de la estupidez que había dicho. Y las acciones de él, sin duda, apoyaron ese pensamiento ya que avanzó de nuevo en mi dirección y señaló a mi espalda. A la mesa cubierta de esos infames juguetes sexuales. Me sorprendí a mí misma al pensar en eso. Nunca había sido una mojigata, y de hecho, había usado varios juguetes en mis interludios amorosos. Entonces, ¿por qué había usado la palabra infame para describirlos, cuando no eran diferentes a los que ya había utilizado en el pasado? Al notar la cercanía de él a mi cuerpo, llegué a la conclusión de que era culpa suya. Antes de haberlo visto y cruzado esas pocas palabras con él, jamás habría pensado eso de unos simples objetos que no tenían culpa de nada. Me giré y observé de nuevo todo lo que había sobre la mesa. La primera vez que las había visto, lo había aceptado más o menos. Ya venía advertida de que sería una reunión con tintes sexuales donde tendría que dejarme tocar. Pero saber que él vería mi cuerpo expuesto me hacía sentirme rebelde, y también extrañamente... Ansiosa. Mi respiración estaba alterada solo de pensar en recibir su mirada sobre mis tetas, esta vez sin que estuvieran protegidas por la ropa. No quería que él pudiera mirarme. La razón por la que respiraba de manera irregular era por la furia que bullía en mi interior. No era nada diferente a eso. Y con ese convencimiento decidí mostrarme altiva al hablar-. ¿De verdad pretende que me ponga esto?
-Así es. Quítate la ropa. Ahora-la autoridad en su voz detuvo en seco la idea de protestar y resistirme a lo que, sin duda ninguna, era una situación para nada profesional. Mi cuerpo, a diferencia de durante el camino hasta aquí, cuando se había estado reteniendo a sí mismo cada dos pasos, ahora obedeció al instante y con ligereza. Solté un suspiro mientras aceptaba que debía hacerlo si quería el dinero que ganaría tras unas pocas horas de un trabajo a todas vista, bastante denigrante. Vamos, Anabel, solo una noche y ya está. No tendrías que verte obligada a volver a verlo a él, ni a esta casa. Comencé a desnudarme, dejando la ropa sobre la mesa, donde la fui doblando-. No te preocupes por eso. Las criadas se ocuparán de tu ropa y la tendrán lista para cuando termine la reunión.
Sin levantar la cabeza para mirarlo, asentí. Cuanto menos me relacionara con él, mejor. Esto solo era una labor más, como otra cualquiera. Si no me paraba a pensar en los detalles, podría creer que solo era un trabajo de camarera como cualquier otro y listo. Una vez que pasara esta noche, podría olvidarme de esto y volver a retomar mi vida. Terminé de quitarme la ropa. La primera intención de mis manos fueron taparme de la vista de ese hombre que me estaba perturbando tanto, pero me detuve a tiempo. No quería mostrarme cobarde o tímida ante él. No sabía por qué, pero mis instintos siempre solían acertar, así que les obedecí sin procesar mucho. Dejé caer las manos a mis costados y entonces fue cuando levanté la vista para mirarlo directamente a la cara. Y lo que encontré me gustó, muy a mi pesar. Sus ojos estaban encendidos y sus dientes mordían su labio inferior mientras me miraba por entero, sin dejar escapar a sus escrutadores ojos ni el más mínimo detalle de mi expuesto cuerpo.
-Preciosa. La pena es que ahora no puedo recrearme en tu cuerpo. Tengo que prepararte, porque en breve comenzarán a llegar mis invitados.
-¿Prepararme?
-Así es. ¿O es que creías que te ibas a vestir tú solita? No, preciosa. Yo no dejo nada fuera de mi control. Te vestiré yo mismo para asegurarme de que vas exactamente como quiero y deseo-ni me planteé poner en duda sus palabras. Era evidente que tenía una forma de ser bastante pervertida, por lo que supuse que sería bastante habitual para él hacer pasar a las muchachas que vinieran por el trago de ser vestidas por él mismo, como si fueran unas niñas.
Se acercó a la mesa y observé cómo agarraba la cuerda y la comenzaba a desenrollar. Se le notaba mucha soltura al hacerlo. Genial, Anabel, entre todos los trabajos que podrías haber cogido, fuiste a parar justo a esa maldita página de contactos. Al terminar de desliar la cuerda bajó una de sus manos y se apretó el bulto de su entrepierna. No pude evitar que una pequeña sonrisa inconsciente surgiera ante su acción, aunque apreté los labios en cuanto me di cuenta de ello. ¿Se puede saber qué coño estaba pasando conmigo?