-A riesgo de parecer repetitivo, te diré de nuevo que me encanta que tengas las tetas grandes-comentó mientras me terminaba de rodear y apretar mi pecho con la cuerda. El otro ya estaba bien atado, y estaba duro por culpa de la soga. Creía que me iba a resultar muy incómoda toda la situación, ya que no solo estaba desnuda ante él, sino que también me estaba dejando tocar, porque él no se había limitado a rodearme cada uno de mis pechos con la cuerda, no. Antes de hacer eso, había manoseado y pellizcado a placer mi carne, recreándose y soltando un ruido de apreciación al tiempo que masajeaba mis grandes pechos. Sin embargo, y en contra de lo que tendría que ser mi buen juicio, mis pezones se habían puesto erectos bajo sus atención y, lo peor de todo es que estaban deseando ser tocados de nuevo. La espalda se me curvaba sola, ofreciendo mis tetas casi sin mi consentimiento, cosa que mi jefe temporal no había dejado de aprovechar ni un solo instante. Agarró mis pezones otra vez del mejor modo que pudo, ya que debido a la tirantez ejercida por la presión de la cuerda parecía que no podían endurecerse con normalidad, y los pellizcó y retorció, provocando que un gemido alto y claro saliera casi arrancado de mi garganta, ante el cual él sonrió satisfecho-. Reaccionas bien. Serás una excelente camarera para esta reunión.
Una vez dicho eso, agarró lo que yo había pensado en un principio que eran unas simples y pequeñas argollas. Seguía sin tener ni idea de para qué servían, hasta que apretó los dedos en la mitad de la argolla y se abrió un espacio donde más o menos cabría un dedo. También me fijé en que los lados que se habían abierto tenían como una especie de chapita. Con ese añadido que le acababa de ver, la argolla en sí me recordaba un poco al símbolo de encendido o inicio de los electrodomésticos. Después de ver eso, una idea fugaz y que esperaba que fuera equivocaba cruzó por mi mente. Mi cerebro comenzó a mascullar sobre eso, asegurándome a mí misma que no era posible que esas argollas tuvieran el uso que yo estaba pensando, porque mis pezones estaban completamente lisos, y sin nada que sobresaliera, y de ese modo no podrían agarrar nada. Pero esa razonamiento salió volando por la ventana porque él lo acercó a mi pezón y colocó éste entre esas chapas. Sin embargo, y extrañándome mucho en el proceso, lo dejó ahí quieto.
Su mano se colocó en mi costado y comenzó a rozar todo mi lateral solo con sus uñas, de manera tan suave que se sentía como unas apacibles cosquillas. Un escalofrío surgió de ese punto en concreto y me recorrió, provocando que el pezón que se encontraba ante sus dedos se endureciera todo lo que la cuerda le permitía. No perdió la oportunidad que él mismo había creado. Al instante rodeó mi semidura punta, dejó de apretar en el centro de la argolla y mi pezón pasó a estar cogido fuertemente sus chapas. La impresión que me provocó fue enorme, ya que jamás me había apretado tanto un pezón, ni siquiera durante el polvo más apasionado que hubiera tenido. Solté un jadeo mientras mi pecho subía y bajaba con rapidez. Levanté la cabeza y lo miré. Él me devolvió la mirada y una sonrisa de apreciación volvió a curvar sus labios mientras repetía la acción de cosquilleo en mi otro lateral y me ponía la argolla compañera de la primera en el segundo pezón. Mis ojos volvían a abrirse por la sorpresa del dolor que me atravesaba el pecho, pero una vez superada el primer impacto, la aflicción desaparecía para dejar un extraño e incómodo sentimiento en el que no quería ni deseaba pararme a pensar demasiado.
Yo había mantenido los ojos cerrados una vez que me había colocado ambas argollas para poder centrarme en lo que me hacía sentir y procurar no mostrar el desagrado que todo esto debería provocarme hacia fuera, sin embargo, y para mi sorpresa y fastidio, todo esto no estaba... mal. Al abrirlos tras ese descubrimiento, me encontré con la mirada fija de él. Una nueva sonrisa curvó su boca enmarcada por esa suave barba, casi como si hubiera esperado que mis ojos se conectaran con los suyos para continuar, como si ese fuera la señal de que todo estaba bien, pero una vez que lo hice, no volvió a detenerse. Retornó a la mesa y regresó con unas tiras anchas de cuero. No estaba muy centrada, así que no sabía si eran las tobilleras o las muñequeras, pero la duda se disipó en cuanto se arrodilló ante mí y comenzó a ponérmelas en los pies. Claramente eran las tobilleras. Una vez puestas siguió con las muñequeras y el collar. La verdad es que eran bastante cómodas de llevar. No quería pararme a pensar la razón por la que mi cerebro no parecía estar especialmente molesto ni belicoso al pensar en la imagen que debía estar mostrando con estos "grilletes" puestos. De hecho, me resultaban hasta acogedoras. Tenían una especie de forro de pelitos que las hacía muy confortables. Creo que sería lo único que podía considerar que iba a llevar de "abrigo" esta noche.
-Date la vuelta, apóyate en la mesa y abre un poco las piernas-solté un sentido y sonoro suspiro antes de colocarme en la postura que me había pedido. Entonces vi como su mano aparecía por mi derecha y alcanzaba el tapón anal con la cola insertada. Lo acercó hasta mi boca y lo apoyó contra mis labios. Sabía cuál era su intención. Debería ser ciega y estúpida para no saberlo, pero me negaba a hacerlo. Me negaba absolutamente y... De pronto mis labios se abrieron por su propia acción lo mínimo que podían hacerlo, pero él no pasó por alto esa acción. Movió esa bola metálica hasta que consiguió que la abriera lo suficiente para que entrara enteramente dentro de mi boca. Al ser metálico el frío llenó al instante todo el interior de mi boca-. Chúpalo bien y caliéntalo. No creo que sea agradable que te lo ponga estando tan frío.
Los ojos se me abrieron por la sorpresa y el desconcierto cuando sentí sus dedos en mi agujero trasero. Lo primero era completamente entendible, ya que ni siquiera me había dado un aviso de lo que iba a hacer, lo cual era lo mínimo teniendo en cuenta que se suponía que era mi jefe. Sin embargo, lo segundo... El desconcierto no era porque estuviera tocando mi ano y eso pudiera ser considerado completamente fuera de lugar, incluso en una situación como en la que estaba inmersa, sino porque... me gustó. Mi lengua comenzó a rodear la bola de metal con mi lengua, muy a mi pesar, y noté como poco a poco el frío iba desapareciendo. Mientras, los dedos de mi jefe iban haciendo su trabajo en mi culo. Primero un dedo, luego dos. Alguna vez que otra había jugado con mi culo, y siempre se amoldaba con rapidez, pero esta vez superó todas mis expectativas. A los pocos minutos sacó el plug de mi boca y comenzó a meterlo en mi agujero trasero. Estuvo otro par de minutos insertando y volviendo a sacarlo de mi interior, y todo ese tiempo no pude evitar soltar pequeños gemidos. Y sí, eran gemidos, no quejidos, lo cual me repateaba como hacía muchísimo tiempo que no hacía nada. Las veces que había jugado con mi culo siempre me resultaba doloroso, aunque de una manera excitante. Ahora solo era excitante, sin el más mínimo rastro de dolor o molestia. No tenía ni idea de lo que este hombre me estaba haciendo, pero solo deseaba que continuara.
Una vez que la cola estuvo bien metida en mi culo, él fue un momento hasta lo que yo había creído en un primer momento que era una simple puerta, pero que resultó ser un armario. De ahí sacó unos tacones altos y negros, de esos que solo las modelos de pasarela pueden llevar sin matarse en el intento. Se acercó y, sin permitirme cambiar de postura, me colocó los tacones, sorprendiéndome porque había acertado a la primera con mi número de pie. Cuando ya los tuve puestos, sí que me permitió darme la vuelta. Entonces me ayudó a colocarme el "uniforme". Subió la falda por mis piernas hasta llegar a mis caderas, donde lo ajustó con el lazo. Después subió la zona de la pechera que solo llegó a cubrirme hasta un poco más arriba del ombligo. Solo cuando terminó de atarlo a mi espalda para que se mantuviera en su sitio bajé la vista y me di cuenta de que las argollas que antes me había puesto en los pezones parecían piercings, lo que le daba un aspecto delicioso a mis areolas. Sentí como un molesto y desesperante hilo de excitación líquida iba bajando lentamente por mi pierna. Me lamí los labios mientras subía la mirada hasta los ojos depredadores de mi jefe. Una nueva gota se escurrió por mis muslos, uniéndose al resto.