La misma rutina
Renata Corbin despertó como cada mañana, con el sol colándose a través de las cortinas y llenando su habitación de luz dorada. Tenía buen humor, una sensación cálida en el pecho que la impulsaba a levantarse de la cama con energía.
Ese día era un gran día. Mejor dicho, era el día. Se estiró, sintiendo la suavidad de las sábanas mientras se incorporaba y comenzaba su rutina diaria.
Sin embargo, al pasar por el espejo de su tocador, algo la detuvo. No pudo suprimir las ganas de observarse. Se acercó, sus ojos recorriendo su reflejo. Una mueca de desagrado se asomó en su rostro al notar las caderas anchas que siempre había tratado de aceptar. A menudo, se sentía atrapada entre la imagen que veía y la que deseaba ser. Se pasó las manos por las caderas, tratando de olvidar esos pensamientos que, aunque momentáneamente, la arrastraban hacia la inseguridad.
Sacudió la cabeza como si así pudiera despejar las dudas, porque no quería que nada opacara su gran momento. Se dio prisa, se aseó, mientras una pequeña voz en su mente le recordaba que debía enfocarse en lo que realmente importaba.
Una vez lista, bajó las escaleras y el aroma a café recién hecho la recibió, y una sonrisa natural se dibujó en sus labios.
Renata se encontró con un panorama habitual: Owen estaba allí, de pie frente a la estufa, dando vueltas a un par de huevos fritos. Se veía concentrado, como si su mente estuviera en otro lugar. Ella se detuvo un momento, observándolo, y sintió un ligero tirón en el pecho. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que su mirada se había encontrado con la de él y había sentido mariposas en el estómago?
Para Renata Corbin, el amor ya había tocado a su puerta. Esa chispa al ver al hombre de sus sueños la había experimentado hace dos años, cuando conoció a Owen, su novio actual, el amor de su vida. A su lado, cada momento se sentía mágico, desde las risas compartidas hasta las conversaciones profundas que se extendían hasta la madrugada. Sin embargo, a veces, en lo más profundo de su ser, sentía una leve inquietud. ¿Era posible que su historia de amor perfecta se estuviera desvaneciendo lentamente en la rutina?
—¡Buenos días, amor! —exclamó, sintiendo cómo su energía positiva iluminaba la habitación.
Owen, que estaba de pie frente a la estufa, le regresó el saludo con tranquilidad. —Buenos días.
La rutina entre ambos ya era habitual, pero era extraño que Renata no lo sintiera así. Para ella, cada mañana era una nueva oportunidad, un nuevo comienzo. Sin embargo, para Owen, poco a poco todo esto le estaba cansando.
Mientras se preparaban el desayuno, Renata intentó iniciar una conversación. —¿Tienes planes para hoy? Quizás podríamos...
—Tengo trabajo hasta tarde. No me esperes. —Respondió rápidamente.
—Creí que podríamos salir, tal vez ir a ese nuevo restaurante que han abierto.
Owen suspiró, su mente divagando hacia una realidad diferente. —Está bien, suena bien. Pero... —se detuvo, sintiendo que era mejor no expresar lo que realmente pensaba.
—Pero, ¿qué? —preguntó Renata, con curiosidad.
—Nada. Solo que sea otro día, este día no puedo —dijo finalmente, su voz baja pero firme.
Renata se quedó en silencio, sorprendida por su comentario. En su mente, todo parecía perfecto, pero la expresión en el rostro de Owen le hacía cuestionar si realmente lo era. Sin embargo, en lugar de confrontar sus sentimientos, se desvió.
—Vale, esta bien. No te preocupes, ya tendremos tiempo de salir con más anticipación.
—Debo irme. —Owen le dio un beso en la frente, le colocó el plato con un huevo frito y un par de tiras de tocino, con su habitual taza de café y se marchó.
—Esper… —Renata quiso detenerlo, pero ya era muy tarde, Owen ya había salido por la puerta y entonces dijo con voz decepcionada—. Feliz aniversario para ti también.
La decepción se instaló en el corazón de Renata. Ella quería creer que la actitud de Owen era por el aumento de trabajo, que simplemente se sentía frustrado y que tal vez en realidad necesitaba descansar y era por eso que se le había olvidado su aniversario. No quería admitir que su relación en verdad se estuviera fracturando, porque no podía imaginar que pudieran tener un final así.
Renata aun recordaba aquellos días de locura, de desenfreno y pasión que ambos compartían. ¿Cuántas veces tenían sexo al día cuando comenzaron su noviazgo? Ni siquiera podía contarlas, y ahora… A Renata se le estrujó el corazón al pensar que tal vez su físico tuviera algo que ver con estos problemas. ¿Sería posible que ella ya no le gustara a Owen?
Renata salió de su apartamento rumbo a su trabajo, sintiendo cómo el aire fresco de la mañana la invadía. Curiosamente, su vida laboral era muy diferente a la sentimental; mientras que en casa las cosas parecían estancadas, en su carrera se sentía vibrante y llena de energía. Era reconocida en su ciudad como una de las mejores diseñadoras de interiores, y eso le proporcionaba un sentido de realización que a menudo le faltaba en su relación con Owen.
Al llegar a su estudio, fue recibida por el aroma del café y el sonido de las herramientas de diseño. Su equipo la saludó con sonrisas y entusiasmo. Era un grupo diverso, lleno de talento y creatividad, lo que le permitía a Renata explorar su pasión y dar rienda suelta a su imaginación. Cada proyecto era un nuevo desafío, una oportunidad para transformar espacios y crear ambientes que contaran historias.
—¡Buenos días, Renata! —gritó Clara, su asistente, desde el fondo del estudio—. ¿Lista para la reunión con los clientes?
—¡Por supuesto! —respondió Renata, sintiendo cómo la emoción se apoderaba de ella—. ¿Qué tenemos en la agenda hoy?
Clara le entregó un dossier. —Es un proyecto grande, una renovación completa de una casa en la zona costera. Los clientes quieren algo moderno, pero con toques de calidez.
Renata sonrió al leer sobre el proyecto. La idea de trabajar en un espacio tan especial la llenaba de inspiración.
—Esto es perfecto —dijo, con los ojos brillando de entusiasmo.
—Por cierto, el nuevo fotógrafo te está esperando en tu oficina para que elijas las fotografías que usarán para la campaña de marketing —comentó Clara, sonriendo al mencionarlo, sus ojos se iluminaron con un destello de emoción.
—¿Qué fue eso? —Renata alzó una ceja, intrigada por la actitud de su asistente.
—Perdón, jefa, es que ese hombre está para chuparse los dedos —dijo Clara, ensoñada, con una sonrisa traviesa en su rostro.
Renata se rió ante las palabras de su asistente y negó con la cabeza, sin creer que fuera para tanto. A pesar de que la vida personal le ofrecía poco en términos de emoción, nunca había sentido la necesidad de mirar a otro hombre. Sin embargo, la curiosidad la llevó a adentrarse en su oficina.
Al cruzar la puerta, se encontró con la imagen de un hombre alto, con cabello n***o rizado que caía en desorden, manteniéndose de espaldas a ella. La manera en que estaba vestido le llamó bastante la atención: una chamarra de cuero ajustada, pantalones de mezclilla oscuros y botas que parecían haber visto muchas aventuras. No era como creía que se vería un fotógrafo; parecía más bien el típico chico malo del que toda mujer debería escapar, pero que, en el fondo, resultaba irresistiblemente intrigante.
—Buenos días, señor Blake —saludó Renata, acercándose a su silla detrás del escritorio, evitando por un momento alzar la mirada. Sin embargo, la voz que respondió era gruesa y seductora, y la curiosidad la impulsó a mirarlo.
—Llámame Austin —dijo él, girándose lentamente hacia ella con una sonrisa que, aunque sutil, tenía un aire de confianza que la dejó momentáneamente sin palabras.