Capítulo 8

4997 Palabras
—No—admite con derrota— Es que... es igualito a él, en aspecto, y cuando está tranquilo, sobre todo. Samuel era muy calmado. Siempre se lo tomaba todo tan... parecía que fuera un monje de esos del Tíbet— recuerda con una risa nostálgica— veía las cosas con filosofía. Se preocupaba, claro que sí, tenía sus momentos; y también se enfadaba, evidentemente, pero no como cualquiera. Era quizá mucho más maduro que los demás, y aun así cuando quería se comportaba como un crío. “Axel sin embargo...”— se alza, recogiendo sus cosas— tiene una actitud de niño de 4 años la mayoría del tiempo. Me pone nerviosa. Es un gran creído cuando le da el venazo. Y luego... luego está el hecho de que es su hermano. Me siento en deuda con él. Dicho esto, se da la vuelta dispuesta a irse. Samuel. Así que ese es el nombre de su ex... Según ella es como el rottweiler, pero más educado y calmado, algo así como un pastor alemán, que suena más elegante. Je, doy pena, aquí comparando a la gente con perros. Yo debo de ser un buldog, o cualquiera que lleve una cara entre amargada y aburrida. —¿Todavía te gusta? — inquiere Jill. Está claro que se han hecho mejores amigas al empezar este curso escolar y por eso no debe de hacer mucho que se conocen, por eso les faltan muchos datos de la otra. Lo que me sorprende es que se lo cuenten delante de mí como si no existiera. Hanna se traba en el sitio y la mira en silencio, sin rastro de tensión o preocupación en la cara. Luego dirige sus ojos a la ventana y observa el cielo como si él tuviera la respuesta. Lentamente una suave sonrisa se extiende en sus labios y no estoy seguro de si es por tristeza, melancolía, felicidad, o emoción. Baja la cabeza y entreabre los labios para decir algo, pero cierra de nuevo la boca. Entonces, sólo entonces, siento su mirada, nuestros ojos se cruzan a penas unas micro milésimas cuando me observa de reojo. Luego alza el rostro de nuevo hacía Jillian. —No— dice firmemente— Sabiendo que te refieres a estar enamorada de él no, ya no lo estoy, claro. Gustarme es obvio que me guste, igual que me gustas tú. Jill ya sonríe con ternura para cuando ella termina. Luego se levanta al fin y estirándose perezosamente sigue ha Hanna fuera de mi habitación, como si nunca hubiera yo estado ahí. Yo todavía no puedo olvidar cómo me ha mirado antes de responder. —¿Entiendes? — me repite por tercera vez. No sé si seguir asintiendo o contarle la verdad y proclamarle que no, que no entiendo nada de nada. Comprendo lo que me dice, pero no por qué me lo dice, y eso es muy confuso. —No tengo todo el día, la gente normal está de exámenes ¿sabes? — gruñe ante mi silencio— Y Evan llegará pronto y no quiero que me vea aquí hablando contigo. Parpadeo. Así que Evan está de exámenes. Entonces quizá no debería de venir a darme clase hoy... —Sí, pero no entiendo por qué me estás contando todo esto. Jill suspira con pesadez. —¿Has escuchado algo de lo que he dicho? Evan nunca estaría con un trozo de cabeza hueca como tú a menos que le gustaras, cosa que todavía no entiendo, pero la cuestión es que tienes que hacer lo que te he dicho, ¿vale? Y nada de ser borde. Como me enteré de que le haces daño te abriré en canal, ¿estamos? —Da igual, le diré que no venga hoy, así que... —¿Eh? —¿Están de exámenes, ¿no? Entonces que no desperdicie el tiempo conmigo. Acabado esto, me doy la vuelta y cierro la puerta de mi habitación, dejándola fuera con una cara descolocada, en el fondo pensando también que Evan no debería de perder el tiempo con alguien como yo y que ha sido una estupidez que lo haya hecho ella ahora. No vuelve a llamar a la puerta, así que supongo que se ha ido. A pesar de todas mis quejas, Hanna se queda conmigo. Según ella, ayudarme a estudiar le ayuda a ella a repasar, creo yo más bien que la retraso y la lío, pero me callo y asiento porque como dije una vez, es una tigresa imparable. —¿Cómo murió tu ex? —suelto. Suena tan entrometido, tan brusco, y tan antipático, que me pregunto si ésta es mi nueva táctica: Conseguir que me odie metiéndome donde no me llaman. Ella deja unos libros encima del escritorio y me mira entre desconcertada e incómoda. —¿Por qué...? — empieza. —Curiosidad— la corto encogiéndome de hombros. Se queda un buen rato callada, observando el título del libro que acaba de dejar, pero sin mirarlo realmente, con su mente en otro día en el pasado y su memoria recordándolo. —Tenía cáncer— confiesa al fin. Algo no me cuadra mucho en eso, y se lo voy a dejar saber. El cáncer no aparece de golpe y porrazo y... —¿Cuándo empezaron a salir... también? —Sí— asiente, cerrando los ojos, como si un recuerdo desagradable hubiera surgido ante ella y quisiera desesperadamente taparlo. —Entonces... ¿Él no te lo dijo o.…? —No— niega ávidamente— él me lo dijo, claro que me lo dijo. Tardé 1 año en convencerle de que saliera conmigo, porque él no quería. Decía que no quería hacerme daño, pero lo que no entendía es que lo amaba y me daba igual el cáncer. Quiero decir, en el fondo sabía que iba a morir, pero no quería verlo todavía, quería amarlo hasta que se fuera de mi lado... Él no lo entendía... “Sólo te harás daño”, “No lo hagas más difícil” me decía. El amor no atiende a razones— niega con una dulce sonrisa que me provoca un estremecimiento— Así que lo amé hasta donde se me permitió. Acabado el discurso no sé cómo sentirme. Amar sabiendo lo que ella sabía es tan... No hay una sola palabra, son muchas: Trágico, hermoso, puro... Y entonces soy consciente de tres cosas: que comprendo cómo se sentía su ex al no querer salir con ella; que Evan es una persona increíble y que nunca llegaré a merecérmela; y que, si se empeñó en amarlo a pesar de todo e insistió durante 1 año en tenerlo, si se encapricha conmigo, no voy a poder escapar. *** Mientras me está explicando algo de historia, no sé qué de Marx y de lo que pensaba e intentaba hacer, me trabo. A penas la conozco hace 6 días, si recuerdo bien, y ya siento como si la conociera de hace meses. Hanna por aquí y por allá, he repetido ese nombre tanto que siento como si fuera el mío propio. Siento como si la conociera desde hace mucho, y es entonces cuando me percato de que ella nunca ha vuelto a su castillo, ella sigue sentada en ese campo de flores, saludándome cuando me asomo por la ventana, y esperando a que un día, la invite a entrar en mi mansión y me deje conducir por la suya. —No me estás escuchando— me increpa, llamándome la atención— ¿verdad? —No. —Andrew— suspira— No aprobarás a este paso. Sólo concéntrate 10 minutos ¿vale? Luego paramos un ratito si quieres— al verme la cara se da cuenta de que no ha acertado. No estaba escuchando, no porque no me guste o me aburriera la clase, sino por otra cosa— ¿En qué piensas? No digo nada. Si le digo no sé cuál será su reacción, aunque bien mirado, tampoco sé realmente qué decirle porque no sé qué estaba pensando. ¿En que es muy guapa? Eso ya lo sabe ella incluso. ¿En qué tiene una voz muy atractiva?... No sé qué decirle. —En nada. —¿Cómo que en nada? — alza una ceja, y puedo jurar que es un gesto que la hace ver malditamente atractiva. Todo. Todo en ella es interesante y atractivo ¿para qué negarlo. Pero hay algo más, algo remotamente más terrorífico. No es la primera chica por la cual siento deseo, el deseo lo siento muchas veces, muchas, como cualquier persona normal, más cuando hablamos de adolescentes; pero no esto. Me encanta su sonrisa, me encanta esa astucia suya, cómo se incita, cómo me desafía, cuando se irrita conmigo por reírme de ella... —¿Qué? — se sonroja ligeramente, juntando el entrecejo confuso porque la estoy taladrando con la mirada con una expresión ilegible. Me encanta también ponerla nerviosa y que se sonroje igual que ahora porque la miro. Pero no lo digo. Todavía no estoy seguro de haber asimilado lo que estoy diciéndome, así que necesito que me deje sólo. Sí, eso será lo mejor: Soledad. Rompo el contacto visual. —Creo que hoy no me encuentro bien, lo siento. Quizá deberíamos de dejarlo por hoy. Parece que lo digo ciertamente cansado, porque ella ablanda la expresión facial. —¿Tienes fiebre? — parece de verdad preocupada. Acerca su palma y me palma y me la planta en la frente. Trago saliva, y no puedo evitar quedarme embobado mirando de rojo su mano. La retira y el hechizo mágico se rompe. —No parece que tengas fiebres, mmm... Yo creo que sí, seriamente. No sé qué me ocurre hoy, debo de tener las defensas bajas, o una subida de testosterona, y como no se aleje pronto de esta habitación acabaré diciendo o haciendo algo que no va a culminar en un bonito desenlace. —¿Quieres que te traiga algo? ¿Te duele la cabeza? —No, bueno...— titubeo. Sólo quiero que se vaya y me deje, pero se ha inclinado y me observa con ternura y preocupación, como si fuera un niño desvalido. —Evan, en serio— me paro dos segundos, afectado al haber abreviado su nombre— Ve a estudiar, estoy bien, descansaré un rato, no te preocupes por mí. En el mismo momento en que digo lo último me maldigo por mi osadía. ¿Por qué se iba a preocupar por mí? Es cierto que parece que lo esté, pero aun así no puedo ser tan egocéntrico. Además, nadie lo hace, ella no puede ser la excepción. Evan duda entre ponerse seria y no dejar convencerse, cosa que conllevaría seguramente a que me rindiera ante ella, o apiadarse de mí e irse, lo que conseguiría dejarme pensar con claridad por unos malditos segundos. Quiero que se vaya, ya. De repente no puedo soportar esto, es demasiado. Me estoy enamorando de ella, si es que no lo he hecho ya, y eso, es lo más horrible que podría ocurrir en la situación actual. Al fin, parece que el hecho de que mi ceño se frunza con profundidad y ponga una cara de asfixia la convence de dejarme sólo y descansar, si bien no se olvida de decirme que puedo llamarla si necesito algo, amabilidad la cual no mejora las cosas. Cuando he conseguido que se vaya, me estiro en la cama, mirando el techo y respiro hondo seguidas veces, con mi pelota de goma entre mis manos. La dejo encima de mi pecho, junto con mis manos que la cogen. No sé si pienso. ¿Pienso algo? Cierro los ojos. Queda media hora para que se termine la hora de estudio impuesta que aún ahora deberíamos de estar cumpliendo. Hanna. Tasto su nombre en mi mente. ¿Por qué suena tan bien? Siento que le tengo un afecto especial a ese nombre, no sé por qué. Que me ata algo a él, que me intenta decir algo. Él y yo tenemos algo muy importante en común y no sé qué es. Seguramente Ismael volverá tarde hoy. Se quedará en la biblioteca estudiando y perderá la noción del tiempo un poco, mientras que yo estoy aquí, aburrido, y con ganas de salir. Si me quedo más rato aquí me asfixiaré, pero no debo, estoy castigado. Mi mirada se dirige a los cristales de la ventana. El cielo limpio, sin nubes...; o no, hay una pequeña mancha blanca que surca el azul recelosamente, ajena a su alrededor, rebelde... Antes de que sea consciente de lo que verdaderamente hago, he salido fuera de los dormitorios: Invisible. Y de alguna manera, he llegado a la biblioteca. Ismael está ahí, según lo supuesto. Está estudiando con el que creo que es su mejor amigo. ¿Qué, qué esperaban? ¿Qué sería yo o algo? Ya dije que él y yo: Cero, a pesar de ser compañeros de habitación. Y Ismael no es un antisocial; tiene amigos, como cualquiera, y ríe y queda con ellos. Este es con el que más le he visto, aunque no recuerdo su nombre, pero tampoco es de mi incumbencia. Evan no está aquí, como imaginaba. No sé ni por qué la estoy buscando. ¿Por qué lo hago? No sé por qué pero quiero verla, necesito verla otra vez, como si quisiera cerciorarme de algo. Mi mirada vaga por la biblioteca. Al fondo, seria, veo a la chica que suele hacer guardia en la recepción durante los fines de semana, estudiando. Ladeo la cabeza. Debe de tener calor, porque se ha hecho un recogido y lleva una camiseta de manga corta; raro porque queda todavía mucho para el verano. Y ahora que la veo así, no es tan norma lucha como creía. Al fijarme le encuentro hasta guapa incluso. Tiene su punto. —Dios— murmuro con pesadumbre. Hace demasiado que sólo cuento con mi mano para el sexo, esto no puede ser. ¿Pero qué puedo hacer al respecto? Salgo de la biblioteca sin más dilación y me azota una oleada de frío. Me encojo un poco sobre mí mismo. Empiezo a entrar en el gélido mundo de las sombras. Considero el volver a hacerme visible y dejar de romper mi expulsión; ser un buen chico y regresar a mi cuarto... Espero un impulso y me pongo en dirección del dormitorio de las chicas. Siento mi corazón latir con aprensión. No debería de estar aquí. Esto está prohibido. Adrenalina. Hanna... Qué horror, parezco un asqueroso psicópata pervertido. Y lo peor es que no sé qué vengo a hacer aquí. Sólo quiero verla. Sólo quiero verla una última vez por hoy. Al plantarme frente a su habitación, dudo. “No debería de estar aquí” me repito en mi interior. Ahora mismo debería de dar media vuelta e irme a mi habitación. Si Ismael vuelve y no me ve ¿qué pensará? ¿Llamará a Hanna para preguntarle dónde estoy? ¿Se inmiscuirá en mi vida así, de un día para otro? Desde luego no puedo afirmar que nuestra relación sea igual que la semana pasada. Miro mi reloj. En teoría ahora estaríamos acabando la clase. Ismael debe de estar recogiendo para ir al dormitorio... De repente me percato de un melodioso y compasado sonido: Unas voces apagadas resuenan al otro lado de la puerta. Mis dudas desaparecen. Todo lo que pudiera tener en mente desaparece. Me adentro a la habitación con la mente completamente en blanco. Sólo para aclarar, esto de atravesar cosas no es tan fácil como aparenta. La sensación es horrible. Es como si cada célula de mi cuerpo se desprendiera de mí, me convirtiera en nada, en materia, me muriera, no existiera...; y luego se volvieran a juntar todas con un fuerte impacto que me marea y me deja una sensación de vacío en el estómago que alguna vez he abajado la vista y he llevado las manos para saber si seguía de una pieza. —¿Vas a vestirte luego otra vez? — me distrae la voz de Jill. —No, hombre, que pocas ganas... Evan habla desde el baño, que tiene la puerta abierta. Gira el grifo de la ducha y deja correr el agua. Sale del cuarto y, si bien por un momento se me ha parado el corazón al pensar que estaría desnuda y definitivamente no debería de haber venido aquí, no lo está. Se ha quitado el poco maquillaje que llevaba y se ha descalzado, pero la ropa la sigue teniendo en su sitio, gracias a dios. Mi equilibrio mental le está agradecido. Suspiro más relajado. —¿Entonces? — inquiere confundida Jill— ¿Y la cena? ¿No vas a bajar a cenar? Evan, que a mirada atenta mía iba a empezar a desabrocharse los tejanos, mira a su amiga con el cansancio patente en el rostro. Retengo otra bocanada de aire. Que quedaré aquí 10 segundos más y me iré... Sí, me iré. No debería de... Quiero, decir, se está desvistiendo y... Me iré, definitivamente. —No tengo hambre— contesta con simpleza, aunque con el ceño fruncido. La cara de Jill es el vivo retrato de la incredulidad; y al instante veo en su mirada que averigua lo que le ocurre en realidad a su compañera de habitación. —No quieres correr la suerte de ver a Axel, ¿no? Evan se muerde el labio inferior de una manera tan... Me obligo a cerrar los ojos para no verla y sólo escuchar. —No...— dice al fin. —Bueno, ¿y Andrew? ¿Se llamaba Andrew, ¿no? Podrás verlo si vas— recrimina Jill esperanzada. ¿Qué demonios? ¿Por qué iba ella a querer verme? Inmediatamente abro los ojos de nuevo. —No puedo, ¿recuerdas? Está expulsado. Su compañero de habitación es quien le trae la cena estas semanas. Además..., no se encontraba muy bien hoy. —Ah... Por la cara agria de Jillian, debe de estar maldiciéndome en todos los idiomas existentes, y lo mejor del caso es que ni siquiera sé por qué, bueno, sí lo sé. Lo hace por lo que me dijo antes, justo cuando fue a verme a mi dormitorio antes de que llegara Hanna para darme clases, pero no le veo el sentido aún a nada de todo esto. —¿Quieres que te traiga algo entonces? — se resigna al fin. Evan, agradecida de corazón, acepta la oferta y, empezando a desnudarse, entra en el baño y cierra tras de sí la puerta. Jill se mantiene un buen rato examinando la puerta por al que se ha ido su amiga, como si ella contuviera la respuesta a lo que sea que tiene en mente ahora. Al poco suspira profundamente y, con el entrecejo arrugado, como si estuviera harta de tanta tontería, grita: —¿Te gusta Andrew, ¿verdad? El agua de la ducha se interrumpe bruscamente. Mi cara es épica. ¿A santo de qué... esta chica...? Además, yo no... No creo realmente... Puede que le guste como persona, pero no como nada más, si bien es cierto que hemos tenido sus momentos en los que parecía que íbamos a besarnos, sobre todo cuando me dijo que quería.... comerme; pero eso no significa nada. El que haya cierta atracción s****l no significa nada. Después de un par de ruidos ahogados, la puerta del baño se abre de súbito y Evan se asoma. —¿Qué? — pronuncia con la voz estrangulada, como si le hubiera costado si quiera decir eso, como si casi se hubiera ahogado con el agua. Sus mejillas están ligeramente coloradas. Su pelo está mojado. Ella está mojada. Intento hacer el intento de apartar mi vista, pero me cerebro me ladra con fiereza que me quede. Quiero saber qué responderá Evan, y al menos ha tenido el favor de envolverse en la toalla. Si hubiera salido desnuda creo que... creo que.... No sé qué hago aquí todavía. Había dicho que iba a quedarme sólo 10 segundos más, pero... —Oh, ¡vamos por favor! — se queja Jill, exasperada— No lo niegues. Ella desvía por un momento la mirada y observa su pijama, encima de la cama, que ha sacado antes para cuando saliera de la ducha. Se acerca hasta allí con lentitud, pasando por delante de mí, y lo coge distraídamente, mirando las sábanas de la cama igual que Jillian momentos atrás la puerta del baño. Paulatinamente, doy un paso en su dirección. Entreabre los labios y cuando habla, lo dice con el tono de voz suave y dulce que me imaginaba que le saldría. —No lo intento negar. Simplemente me sorprende tu “sutileza”— dice con una sonrisa medio divertida. Jill también sonríe. —Sí, bueno, ya sabes que no soy de dar rodeos. Voy directa y corto de raíz. Si bien Hanna no ha respondido a la pregunta, es como si lo hubiera hecho, y por si no me había quedado claro, al momento siguiente, lo hace: —Sí... me gusta— suspira— No sé por qué, siendo tan diferente a Samuel, pero... Lo hago y punto. Es lo que siento y supongo que no puedo buscarle razones. No sé en qué momento, he llegado hasta ella. Pegado a su espalda. Su respuesta hace que me olvide de todo y de todos. Y el tenerla así, frente a mí, mi mente se queda en blanco. Lo único que logro hacer es, siguiendo uno de mis impulsos, inclinar la cabeza hacia su cuello, como Drácula a su víctima. No llego a tocarla, me detengo a penas a unos pocos milímetros de poder rozar su piel, aunque no podría hacerlo ni, aunque quisiera, porque soy invisible ahora. Quiero besarle el cuello, y creo que voy a volverme visible si con ello voy a poder hacerlo. Justo ahora, con la cabeza vacía y sólo siguiendo impulsos, me parece la mejor idea del mundo y ni siquiera pienso en las consecuencias que eso acarrearía. Justo cuando voy a intentar rozarla, aun en mi invisibilidad. Ella inspira, incomoda. Su columna vertebral rígida. Robóticamente ladea su cabeza y mira su hombro, en el que estoy. Sé que no puede ver, pero me intimida tanto que me tiro hacía atrás paneas unos centímetros. Ella, con el ceño fruncido, apoya la palma de la mano encima y se acaricia el sitio justo donde la iba a besar. —¿Qué pasa? — interrumpe Jill. —No sé— dice Evan, confusa— he notado algo en el hombro, algo raro. —¿Algo raro? —Sí, un frío... una sensación...— titubea— desagradable. Una vez he dado el primer paso hacia atrás, los otros se dejan hacer con facilidad. Se me ha parado el corazón. Una sensación parecida al vomito me hace un nudo en la garganta. Le doy asco. ¿Por qué no había caído antes en eso? No sé cómo, pero estoy corriendo, a pesar de que el frío que siento es desgarrador. Normalmente es el frío de la noche el que me hace tiritar, ahora es el frío de Hanna el que, como mil cuchillas me va arrancando lentamente capas y capas de piel y al llegar al hueso sigue rascando, intentando herirme más de lo que es posible. Quiero arrancarme el corazón del pecho y romperlo yo mismo en mil pedazos. Quiero morirme. Siempre lo había tenido frente a mí, pero no me había dado cuenta, o no había querido darme cuenta: Ella quiere al antiguo Andrew, no a mí. Al monstruo. Y el antiguo Andrew murió. Lo siento por Hanna, pero murió. Yo lo vi morir, yo lo enterré, y no va a regresar, no hasta que esta bestia se vaya; y parece que eso no va a suceder. Se acabó. No sé por qué demonios había caído en su tentación, por qué quería intentarlo... Pero ya da igual. Evan y yo hemos pasado a la historia, o al menos, ella para mí lo ha hecho. Y es que por un último segundo, mi corazón, el antiguo Andrew, había querido creer que Evan comprendería..., que domaría a la bestia; pero no, y no pienso seguir con esta farsa ahora que lo sé. No le puedo echar la culpa, es normal, no estoy enfadado. Así que todavía no es demasiado tarde. Todavía se puede dar marcha atrás. Haré borrón y cuenta nueva, y todo estará bien: Ella no sabrá nunca mi horrible secreto y nunca se sentirá mal, y yo nunca me sentiré rechazado al saber que me odia. Es lo que me acaba de pasar, pero no estoy todavía suficientemente enamorado de Evan como para que me destroce el dolor, además de que ella lo ha dicho inconscientemente, sin saber a qué se refería. Sería peor si lo supiera. Así pues, la soportaré hasta que se acabe mi expulsión, y mis clases y lo que sea, y adiós. Ni siquiera sé por qué estoy actuando tan dolido. No es como si no hubiera pensado que esto podría pasar. Desde un principio sabía que no acabaría bien. Cuando llego al pasillo de mi piso, me vuelvo visible. Está extrañamente silencioso. Debe de ser por los exámenes. O están concentrados estudiando, o están todavía en la biblioteca o de camino hasta aquí. Sin embargo, una puerta abriéndose y cerrándose acompañada de unos murmullos, perturba la paz. Al final del pasillo veo aparecer a quien menos quería encontrarme ahora mismo sin contar a Hanna: Axel. Él, nada más verme, arruga la frente y su mirada brilla con hostilidad. Parece que en cualquier momento se vaya a poner a ladrar. Alzo una ceja, con cierto deje burlón y, si bien podrías haber pensado que no me ha visto, sí lo ha hecho, así que se planta frente a mí, aislando el paso. Nuestras narices chocan. Unas invisibles chispas de cóleras también. Intenta intimidarme. —¿Te crees muy graciosito, ¿no? — gruñe. Por un momento casi río ante la idea de que realmente es como un perro, sólo le falta sacar baba. Me mantengo firme e indiferente por fuera; dentro, el dolor del rechazo, el sentimiento de molestia que sé que siente Hanna con él y el ver que intenta controlarme o la exasperación de ello, se mezclan lentamente con mi sangre, y sé que esto no va a acabar bien si seguimos así. No estoy seguro de qué mirada es más amenazadora, la suya o la mía. Tiene la respiración pesada. El puño derecho le tiembla por la fuera que hace al cerrarlo. Tiene ganas de pegarme un puñetazo, pero se retiene. Por una parte, si me meto en una pelea, seré definitivamente expulsado del internado, pero él también... No definitivamente, quizá 1 semana o menos, pero no puede permitirse el lujo de una mancha en su asquerosamente perfecto historial que debe de tener, y menos en una semana de exámenes. Por otro lado, está Evan. Si bien yo y Hanna no nos volveríamos a ver, Evan no le dirigiría la palabra más... Espera. ¿Realmente haría eso Hanna? Ella fue la que discutió fuertemente con Axel y me defendió, pero, ¿acaso no fue ella también la que dijo que él era su debilidad, que le recordaba a su ex, y que sentía que debía de cuidarlo? ¿Por qué iba ella a romper una gran amistad por mí, alguien a quien apenas conoce? —Tranquilo vaquero— digo lentamente— Relájate. —No me jodas. Como le toques un pelo a Evan...— gruñe dejando la frase en el aire, a duras penas separando los dientes. —No tengo ningún interés en tu princesita. No he sido yo quien decidió esto, ¿sabes? —No me lo creo— casi escupe. —Está bien, está bien. Parece que mi tono calmado de voz, ha calmado su ira, al igual que la mía, aunque yo estoy tranquilo mientras que él todavía está furioso. —Tú y yo no empezamos con el pie derecho— intento razonar— Hagamos un trato. —¿Un trato? — me increpa receloso— ¿Qué trato? —Una tregua. Ayudémonos. Ya te he dicho que no tengo ningún interés en Hanna. Tú mantenla alejada de mí. —No me hará caso— recrimina al instante. —Yo la rechazaré. Seguramente se sentirá mal. Entonces será tu momento de aparecer como el salvador. Le dirás que tenías razón, y llorará en tus brazos. Él me mira desconfiadamente. No se cree que sea así de fácil. Me encojo de hombro y estiro los brazos a los lados, enseñándole que ya está, no hay más, Sin trucos, sin trampas. —Será toda tuya. Salimos beneficiados los dos, y tú doblemente, ¿no lo ves? Te quedas con la chica y la separas de la bestia. ¿Qué saco yo? Como ya he dicho, yo me quiero librar de ella, no tengo interés. Él suspira y se rasca la barbilla, dudoso. No se fía ni un gramo de mí. —No te fías de mí, lo entiendo— medito— Mira, pídeme lo que sea. ¿Qué podría hacer que confiaras en que cumpliré mi parte del pacto? Axel me observa con los parpados entrecerrados, parece que mi actitud por sí sola lo está convenciendo, pero sé que no es tan estúpido como para no pedirme algo. —Quiero verlo. Quiero ver cómo la rechazas hoy mismo. Así sabré que has cumplido tu palabra. Y después de hacerlo, no te quiero volver a ver hablar con ella. Si no pensaré que me has traicionado y has ido a mis espaldas a contarle todo este jueguecito. Si le digo que no, quedaría bien claro que estaba intentando engañarle, que soy un embustero... Pero tampoco quiero decirle que no, justamente, al contrario. Me es igual. Está bien para mí su condición. Me tiene la mano. —¿Trato hecho? —Trato hecho— se la estrecho con solemnidad en el vacío y silencioso pasillo.
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