Unos golpes apresurados y agitados suenan en la puerta del dormitorio. Abro los ojos aturdidos. No sé cuánto rato ha pasado. Distingo la voz de Ismael avisando de que ahora abrirá. En seguida me doy cuenta de que todo es un error. Por algún motivo sé que es Hanna, que ha averiguado cuál ha sido mi castigo divino. Debe de haber ido corriendo al despacho de la directora a preguntar y esta se lo ha dicho felizmente. Al fin y al cabo, quería hablar con ella lo más antes posible, y no ha sido necesario ni que la fuera a buscar, la chica ha ido allí ella solita.
Efectivamente Hanna entra apresurada y pregunta por mí. Logro escuchar que Ismael le dice que todavía no he salido del baño, pero que seguramente sólo estoy ahí escondido como una rata para que nadie me hable. Esta afirmación parece darle las fuerzas que le faltaban a Evan para abrir la puerta de golpe sin importarle si quiera si fuera cierta o no, y encontrarme sentado mirándola con cara aborrecida.
—¡No me lo creo! — chilla— ¿¡Voy a darte clases extra escolares!?
—¡Agh! — gruño, y me dejo caer en la desesperación que esa sentencia me provoca de nuevo.
Lo curioso es que yo no puedo elegir. A mí me han obligado a decir que sí, pero a Hanna no. Ella podía decidir si hacerme de tutora personal o no, y conociéndola sabía que diría que sí, pero... ¿Por qué yo no puedo negarme?
Ismael todavía no se lo cree, y la verdad es que yo tampoco me lo creo. ¿Cómo demonios he llegado al punto de recibir clases particulares de la persona a la que supuestamente no debería de acercarme? Esto debe de ser una pesadilla, no puede ser verdad. Hanna, por su parte, parece emocionada, como una chiquilla con un juguete nuevo.
—No entiendo por qué la emoción…— le hago saber de mala manera.
Ella tan solo me mira como si le hubiera preguntado por dónde sale el Sol, me da la impresión de que interiormente me pregunta “¿Tú no lo estás?” como si fuera un perrito abandonado. Por un momento mi boca se abre y quiero negarlo, quiero decirle que sí para que no esté triste, para que sonría de nuevo, pero mi cerebro es más rápido y detiene a mi cuerpo a tiempo, cerrando la boca igual de rápido que al abrirla. Tanto Ismael como Evan alzan las cejas inquiridoras, pero me limito a negar con la cabeza, como si fueran ellos los que no tuvieran remedio.
—Bueno, entonces…. Hay un día, el jueves, que quizás llegue un poco tarde porque tengo que pasarme por la biblioteca, pero el resto de los días a partir de las 4 podemos empezar a estudiar. ¿Te parece?
La miro como si no la conociese. Definitivamente se ha vuelto loca.
—¿Hasta cuándo?
—Pues no lo sé, hasta que la directora te quite el castigo supongo... O sea, hasta que te reincorpores a las clases digo— responde confundida.
—No, no, no me refiero a eso, me refiero al horario. ¿De cuatro a cuánto?
—Pues… creo que con dos horas estará bien. De cuatro a seis, pero si necesitas un poco más de cuatro a seis y media.
Definitivamente se ha vuelto, loca no, lo siguiente, o sea, demente. ¿Quiere que pase dos horas cada día con ella, a solas? Una sensación que no sé describir me oprime con fuerza y me siento tambalear. Sin decir nada salgo de la habitación y me voy. Ni siquiera tratan de seguirme, o al menos eso es lo que me parece, y lo agradezco. He ido a dar un paseo, a evadirme un rato de todo lo que me rodea. La directora no podría haberme impuesto peor castigo que este. Se ha lucido. Quizás la expulsión era mejor idea incluso.
Según ella al juntarme con Hanna mejorará mi conducta y al darme clases, mejoraré mis notas. Lo que ella no sabe es que todo eso es fingido así que yo no necesito ninguna “niñera-profesora” a mi cargo, pero ella cree que sí.
Sin darme cuenta me dirijo hacia su despacho, en parte porque quiero hablar con ella, para saber si todo esto es realmente necesario o me puedo librar, y en parte también para hablar, o más bien dicho para desfogarme, con Marie; aunque conociéndola, tan solo me dirá burradas tales como que “es mi oportunidad”. ¿Oportunidad para qué? Yo sólo quiero que me dejen en paz hacer mi estudio. Ya tengo suficiente con eso. Ya tengo suficiente con ser lo que soy….
Al llegar al despacho, Marie no está. Suspiro. Supongo que empezaré por la directora.
Me acerco al despacho y llamo con decisión, pero suavidad. Después de estar 10 segundos ahí quieto en frente de la madera como un idiota, me doy cuenta de que tampoco debe de estar. Parece que hoy todo el mundo está en mi contra. ¿Qué demonios? Esta sensación no me gusta. No me gusta nada. Siento como que mi vida no la puedo controlar como he estado haciendo desde el accidente. Algo me está arrastrando fuera, a un lugar que desconozco y al cual no quiero ir.
Meto las manos debajo del grifo y me echo el agua en la cara.
En algún momento he llegado al baño, aunque no sé cuándo, sólo sé que me estaba mareando. Respiro profundamente y me miro en el espejo. Algunas gotas de agua se dejan resbalar por mi cuello hasta mojar el de mi camiseta. Bajo de nuevo mi rostro y miro fijamente gotear el agua y perderse por la cañería. No me gusta nada de esto, nada excepto una cosa: Hanna. No sirve de nada ocultarlo. Fue evidente después de que nos encontráramos en la salida de la biblioteca, después de mi intento fallido al coger el libro de aviación; pero no puedo. Si fuera normal, si no hubiera tomado esas copas de más…, no sería ella la que iría tras mío, más bien al revés, pero ese no es el caso. Y ella no lo entiende, o no lo quiere entender.
Pero llega un momento en el que de nada sirve ya luchar contra las cosas, llega un punto de no retorno en el que debes dejar que la corriente te arrastre, y creo que ahora es ese momento. Pero no tengo ni la más mínima intención de mencionarle nada de mi peculiaridad, ni loco. Sólo seré un buen niño e intentaré comportarme. Seré amable con ella y estudiaré; y sí, me dejaré llevar por la atracción, quiero decir, no ligaré con ella, pero si ella me provoca, no voy a darle largas. Tampoco pienso dejar que “lo nuestro” vaya más allá, si es que ella está pensando en eso... Hanna no parece el tipo de chica que tiene “ligues”, si no novios, y yo no quiero ese tipo de relación ahora. Bueno, ni ahora ni nunca, o al menos mientras tenga esta “maldición”. El día que consiga quitármela de encima, si es que llega, me lo trataré, hasta entonces nada.
Cuando vuelvo a la habitación, Hanna se ha ido. Según Ismael a estudiar a la biblioteca, según yo, se ha sentido herida por mi entusiasmo, que era bien poco, por no decir ninguno, y ha preferido irse antes de que yo volviera; sin embargo, no lo comento y me estiro en mi litera.
Ismael está en su escritorio, ha pasado de escribir en sus hojas algún complicado ejercicio de no sé qué materia y me mira, sin ninguna expresión clara.
—No va a ser bien aceptado... nuestras clases particulares digo— me aclara— Hay muchos chicos que matarían por poder estar si quiera un minuto a solas en su habitación con ella, y tú estarás nada más ni nada menos que 2 horas...
—Ya...— suelto.
Se creerá que no lo había pensado antes. Claro que lo sabía. Claro que es por eso por lo que no quería que se me acercara esa chica. Una cosa es ser el marginado, y otra muy diferente es ser un marginado que llama la atención a gritos yendo con la gente popular. Esto es lo que yo no quería, pero bueno... como tampoco tengo permitido pasear por ahí al estar expulsado, durante mi tiempo de expulsión no podrán partirme la cara; eso está bien, puedo ponerle fecha a mi muerte. Que optimista soy.
En fin, en teoría, veré de nuevo a Hanna mañana a las cuatro... a no ser que se retrase, cohibida por la supuesta mirada que cree que le haré. Ella no sabe que he decidido comportarme adecuadamente todavía. Espero que no se tome mi buen comportamiento de otra manera, quiero decir, lo único que quiero es hacer esto más ameno, si colaboro todo pasará más rápido.
Ismael, después de mirarme un buen rato, ha acabado por volver a sus cosas. Tengo la impresión de que quería decirme algo, pero se ha callado. Aprecio el gesto, sabe que no estoy ahora para hablar mucho. Bueno, no lo suelo estar casi nunca, pero ahora en especial. Miro el techo en silencio, las manos tras mi cabeza. Y en lo único en lo que puedo pensar es en que mañana estaré dos horas o más, a solas con Evan. Que dios se apiade de mi alma, si es que existe, y se acuerda de mí.
Por la noche, mientras paseo por el lugar, invisible, y el frío me encadena los huesos, me intento mentalizar de no ser grosero. Aunque sé que no lo conseguiré muy bien, porque cuando a la tarde siguiente alguien llama a la puerta con timidez mientras yo leo, gruño. Quiero seguir leyendo, pero supongo que se acabó. Le abro la puerta con el ceño fruncido.
—Hola...— saluda miedosa— como al final no me dijiste si te iba bien la hora o...
—Pasa— la corto, echándome a un lado.
Ella asiente y entra casi con temor, completamente al revés de cómo entró ayer para gritarme que va a ser mi profesora, cuando ya lo sabía.
—Perdona si parece desordenado— digo, y luego hago una mueca, estoy acostumbrado a decir eso porque yo no soy muy ordenado, pero Ismael es un “maníaco” del orden así que nuestra habitación siempre está impecable— Bueno no, no creo que lo parezca, Ismael se encarga de ordenar y matarme si cambio algo de lugar.
Hanna ríe, habiendo liberado la tensión. De súbito ya vuelve a ser la de siempre. Mi broma parece haberla relajado. Como una niña ilusionada, mete las manos en su bolsa y saca unas gafas alargadas.
—Mira, mira— se las pone en la punta de la nariz— ¿Qué te parece? ¿Parezco una profesora?
Es increíble, esta chica es increíble. Es como una bomba, y con eso quiero decir que es explosiva. Atrae a la gente hacia ella, te mete en su onda, te arrastra por donde quiere, y dice las cosas tal cual le salen con una sonrisa feliz como si todo fuera genial.
Parpadeo. La verdad es que no le quedan mal, está guapa. Por otra parte, le dan un toque...eeerr... estricto, que a un masoquista le encantaría; lástima que yo no sea maso. Lo siento por ella, pero soy pitcher, no cátcher. Mi antiguo yo lo era por lo menos, y eso no me lo puedo quitar. Alzo las manos y le saco las gafas con delicadeza.
—Te prefiero sin –explico simplemente.
Luego, por algún motivo sobrehumano, me dejo llevar. En vez de tendérselas para que las cogiera, como cualquier persona normal, cojo y, cerrando una varilla, dejo que la otra entre lentamente por el escote de su camisa, que tiene los dos primeros botones abiertos. Ella da un respingo al principio, hinchando su pecho, y se queda quieta, muy quieta, ni respira. Luego tiembla momentáneamente y suspira, seguramente por la diferencia de temperatura entre su piel y la varilla de metal de las gafas.
Cuando ya he dejado el peso de estas sobre la camiseta, alzo la mirada. Ella hace lo mismo. Está hipnotizada. Yo, sin embargo, sigo con la misma expresión seria, imperturbable, o al menos aparentemente. Doy media vuelta y me dirijo al escritorio. ¿¡Qué demonios he hecho!? ¿Se me ha ido la cabeza al planeta rosita de los ponis o qué? Es cierto que iba a dejar llevarme por la atracción, pero sólo si ella provocaba... A no ser que aceptemos ese intento de: “¿Quieres que te azote?” como provocación. Espera, ¿qué estoy diciendo? Ella no quería decir eso, ella me ha preguntado si le quedaban bien las malditas gafas, nada más. Suspiro con malogro. No vamos bien... nada bien. Si ya estamos así en el primer día cuando ni siquiera hemos empezado, no quiero saber qué ocurrirá mañana o pasado.
Ella consigue aterrizar su consciencia al mundo y me sigue, ligeramente aturdida. Nos sentamos uno enfrente del otro.
Por un momento, mi antiguo yo vuelvo y pienso en volver a hacer algo parecido para sacarla de quicio, para meterme con ella, pero lo reprimo inmediatamente. Ese ya no soy yo. Ese yo ha muerto, murió hace tiempo y no quiero desenterrarlo. Sin embargo, al ver la cara todavía un poco descompuesta suya, me muerdo la lengua con fuerza conteniendo la risa. ¿No está acostumbrada a esto, a que sean los chicos los perseguidores y no ella? No me lo creo. Debe de ser más bien lo que dijo Marie, que no está acostumbrada a que lo haga yo.
—¿Andrew? — cuestiona alucinada.
Y entonces de repente vuelvo a la realidad: Tengo los ojos llorosos y una mueca en los labios al intentar contener la risa. No sé por qué, pero al imaginar la cara de Hanna aturdida ante mis ataques, mi antiguo yo no se resiste y quiere reír; y al final, lo consigue. Carcajeo, agarrándome el estómago con fuerza al ver como encorva las cejas todavía más perplejas.
—De verdad— pretendo calmarme— eres un caso.
Lentamente me detengo, y cruzamos las miradas. Mal. Otra vez he vuelto a ser yo por un rato. Hago una mueca, poniéndome muy serio de súbito y miro hacia delante. Hanna rápidamente posa su mano en mi antebrazo y me obliga a mirarla. Intenta decirme algo, parpadea, quiere, pero no puede, porque además sabe que diga lo que diga no la escucharé, ya me he cerrado en banda. Deja una pausa en blanco para olvidar lo que ha ocurrido y empieza la clase como si nada.
—Bien cómo no sé cómo estás con cada asignatura dime cuál es tu mejor y tu peor y luego te haré unas preguntas de cada una, no sólo de esas, para verlo. Creo que la clase de hoy consistirá en una evaluación preliminar, y mañana comenzaríamos con las lecciones.
—Bien— digo pensativo— Matemáticas es la que se me a mejor, historia la que peor.
Me mira ciertos segundos y sé con certeza que está recordando mi numerito en mi última clase de mate, espero, pero no dice nada, se limita a escribir algo en su libreta como si fuera una psicóloga.
Aparte, coge una hoja y un esfero y me escribe una ecuación, me lo da. Fácil. En menos de 15 segundos la desarrollo y soluciono. Ella la mira, un poco sorprendida, y luego escribe otra, esta vez más difícil. La analizo con la vista rápidamente. Todo esto es de mi agrado, es lo mío, es mi mundo. Siempre he sido ágil con los números. Ellos nunca me fallan, son exactos, son sencillos.... En otros pocos 20 segundos he vuelto a hacerlo. Ella mira la ecuación y mi cara respectivamente, como si no se lo acabara de creer. Después de un par más de preguntas teóricas y operaciones, cambiamos a historia.
—Bien, pregunta fácil. ¿Cuándo cayó el muro de Berlín?
—Mmmm... en el... ¿89?
—Correcto, ¿Y cuándo se alzó?
—Eeerr...— dudo, miro hacia otro lado, como si las paredes pudieran darme la solución— en el...— intento recordar— ¿...61...?
Evan me mira divertida pero no contesta ¿Me he equivocado? Maldita sea, debe de pensar que soy idiota por no saber algo tan simple.
—Correcto— asiente al fin.
Me normalizo y la miro con irritación por el pequeño mal rato que me ha hecho pasar. Debe de resultarle graciosa mi estupidez después de mi superioridad en matemáticas.
Pasa el tiempo lentamente, segundo a segundo, a tic de aguja y tac de la misma; como si quisiera marcar el compás de la vida, como si quisiera enseñarnos a qué velocidad debemos avanzar por sus rincones, por sus pasillos construidos de dudosos o intensos sentimientos que nos arrastran a decisiones, a veces, erróneas... ¿pero ¿qué es errar? Esa es mi pregunta. ¿Erré yo aquella noche en el bar? Durante un par de segundos me entran ganas de gritar, de dolor, de frustración, de desesperación, pero mi autocontrol es más fuerte, como una roca, así que mantengo mis labios sellados y escucho a Hanna hablar.
Después de la hora y media estamos completamente relajados, tranquilos, acostumbrados a hablar el uno con el otro, acostumbrados a su presencia. Me gusta su voz, no sé en qué punto de la clase he empezado a intentar que hable más, y no sé si es mi impresión, pero ella parece intentar lo mismo conmigo. Lo único que me sorprende es nuestra suavidad en la voz. Hablamos con un tono calmado y cómplice, como si sólo nosotros pudiéramos entendernos. Por un momento me asusto de nuestra compenetración, pero al mirar su rostro sereno mientras pasa páginas del libro y apunta pequeñas cosas, me calmo inexplicablemente. Debe de sentir mi mirada, puesto que levanta los ojos y me observa.
—¿Qué? ¿No entiendes algo? — inquiere lentamente.
Acerca su silla a la mía y se inclina sobre mi libreta. Ojeo lo mismo que ella: El ejercicio acabado. Se queda un momento quieto y luego alza la cabeza y nos quedamos a unos 10 centímetros de que nuestras narices choquen. Lucho durante unos segundos al impulso de acercarme; si quiere que la bese, va a tener que acercarse ella. Apenas se acerca un par de centímetros, la vibración del móvil encima de la mesa la detiene. Desvío la mirada al aparato, abandonado al lado de su libro, moviéndose frenéticamente. Ella tarda un par de segundos en desistir y darse la vuelta para cogerlo. Al mirar la pantalla hace una mueca. Responde.
—¿Sí?... Sí... ¿eh?... no, oye, no, ¿Pero ¿qué dices?... No, no digas tonterías, ¿te das cuenta de que no tiene ni pies ni cabeza lo que me dices?... ¿¡cómo qué e.…!?... Ni siquiera le conoces, ¡ni tú ni ellos!... No es el caso, ¡y si lo fuera me da igual!... ¿Uh? No eres mi padre; he decidido hacerlo yo, ni me han obligado ni forzado ni lo hago para subir nota, ¡y vas a tener que aceptar mi decisión si quieres que...!... ¡¡No metas a Samuel en esto!! ¿¡Cómo se te ocurre!?... No, no, eres tú el que no lo entiende, ¡déjame en paz de una santa vez con eso! Como me entere de que haces algo, ¡prepárate!
Acabada la retahíla de palabras, cuelga y tira el móvil encima de la mesa de nuevo, cabreada. Con un suspiro cansado se cubre el rostro con las manos y gruñe con pesar.
No es difícil deducir que hablaban de mí, y Evan me ha defendido a capa y espada.
—Ya te dije que no soy buena compañía— murmuro.
—Ya lo veo— espeta de mal humor.
Al momento se percata de lo que ha dicho y alza la vista, alarmada, mirándome arrepentida. Abre la boca para negarlo, para pedirme perdón, para intentar explicarme que no quería decir eso, pero el hecho de que haya sido tan impulsivo el gesto de decirlo, es porque es lo que realmente pensaba, no hay excusa, y mi cara se lo dice todo. Se calla.
Todo lo que habíamos avanzado en esa clase, lo hemos retrocedido. Ahora que estábamos en territorio neutral, ha hecho que retroceda hasta mi castillo y volvemos a ser dos desconocidos.
Coge mi libreta y se pone a corregir en silencio. Cuando está a punto de acabar, alguien toca con irritación a la puerta, de fondo, un murmuro de voces. Hanna frunce el ceño, entre asustada y enfadada. Esto parece la revolución francesa... ¿Ahora a qué vienen, a cortarnos las cabezas? ¡Ja!
Como es mi cuarto voy yo, preparándome para si alguna mano o puño cerrado vuela en mi dirección, sin embargo, sólo me recibe una chica. Es del tipo de “chica mala” al que le importa un bledo quién seas, ella está por encima de ti, siempre. Está masticando un chicle ruidosamente. Lleva una cola alta recogiendo su cabello azabache, unas pocas horquillas para asegurarse de que no se le descoloque, y unos ojos maquillados: La raya hecha y rímel, que hacen que cuando parpadea, parece que sus pestañas aleteen curiosamente y resalten dos orbes grises tan profundos como un pozo. Va vestida con una escotada camiseta y unos tejanos cortos. Aun así, como todavía no hace tan buen tiempo para ir en pantalón corto, unas finas medias le cubren las piernas hasta llegar a sus botas cortas de tacón. Encima lleva su cazadora, obviamente, aunque no consigo apreciar cuál es la inicial bordada en ella.
Personalmente, encuentro que esta chica es muy atractiva. Debe de ser junto con Hanna de las más guapas del recinto. De todas formas, Hanna sigue siendo bella, puesto que las dos tienen algo distinto, Hanna tiene aspecto de diosa griega, y esta otra... no tiene pinta de nada en especial.
—¿Está aquí Hanna? — pregunta.
La aludida se asoma con sorpresa, alivio y un poco de felicidad al reconocer la voz. El mal humor de la del chicle parece suavizarse, e incluso sonríe.
—Evan cariño— se abrazan— el idiota de Axel se ha vuelto loco y casi derrumba la puerta de nuestro cuarto, pensaba el muy inepto que estabas allí. Vas a calmarlo, ¿quieres? No quiero ir a la cárcel por asesinato todavía.
Hanna suspira con evidente molestia.
—Ese idiota... No, no quiero ir, estoy enfadada con él y con sus pequeñeces. Se piensa que voy a hacer todo lo que a él le dé la gana y está muy equivocado. No sé qué se piensa que soy para él, su criada, su esclava o qué..., pero no estoy dispuesta a aguantarlo más si va a seguir en este plan.
—Cariño— dice la otra con el rostro iluminado— no sabes lo que me alegra que por fin te hayas dado cuenta y lo mandes al infierno, pero si no vas, seguramente va a venir a partirle la cara a tu alumno— dice mirándome con cierto aborrecimiento, para ella sólo debo de ser el causante de este maldito y molesto problema.
Mientras ellas discuten el tema del perro furioso, ese que se aloja unas habitaciones más allá de la mía, miro fuera, al pasillo, para identificar qué era aquel murmullo que se oía justo cuando le he abierto la puerta a la amiga de Evan, y que todavía sigue vigente. Resultan ser un grupo de chicos, y deduzco que han sido atraídos hasta aquí por la morena, como las abejas tras la miel, hechizados, y luego se han quedado para hablar mal de las nuevas noticias sobre mí siendo alumno de Evan y vigilar que, conociendo cómo piensan, no las viole.
—¿Estás segura?
—Sí, ve a mandarlo a tomar fresco de una vez.
Hanna le da un tierno beso en la mejilla y sale corriendo. Sin embargo, la que he deducido que debe de ser su compañera de habitación, no se va.
—Cierra la puerta, no te quedes ahí parado como un imbécil— me gruñe.
Está claro que no le gusto ni un pelo. Cierro la puerta y observo cómo se sienta en la cama de Ismael, aburrida, con el que debe de ser su habitual mal humor. Evan y ella son tan diferentes y tan parecidas a la vez que entiendo por qué se llevan tan bien. Deben de considerarse como hermanas, una complementa a la otra.
—¿Qué demonios miras? — me escupe— Tienes toda la pinta de ser un holgazán, no entiendo qué interés tiene Hanna en ti.
Mira quién habla. No debería ella precisamente de decirme que tengo pinta de holgazán cuando ella tiene pinta de... de... de lianta.
—Bueno, tampoco sé qué le ve a ese idiota de Axel, pero mira— murmura para sí.
Alzo las cejas imperceptiblemente mientras me siento en mi silla. Así que no sabe lo de Axel, ¿eh? No sabe la relación que tienen... No me lo creo. ¿Con lo buen amigas que parecen ser y Hanna no se lo ha contado, y a mí sí? Aquí hay gato encerrado, debo de estar equivocado. Hago distraídamente unos garabatos en el borde de mi página de ejercicios mientras le doy vueltas a esto y me percato de que estaba antes en lo cierto. Son igualitas, sólo que, de distinta manera, se comportan opuestamente. Lo digo porque siente curiosidad por mí, lo noto, pero al contrario que su amiga, no lo hace de manera explosiva, provocándome y acercándose a mí como un depredador hambriento, si no que me mira de reojo en algo que ella cree, es discreto.
—¿Cómo era que te llamabas?
La miro con una media sonrisa de burla que hace que endurezca su rostro nada más verla. Ella es la dominante, ella es la superior, ¿por qué parece que tengo el control de la situación?
—Andrew, y ¿tú?
—No es de tu incumbencia— reniega, recuperando el control que ella creía haber perdido.
Arqueo las cejas con escepticismo. Es increíble, esta chica es un caso, y ella sí que está perdida, más que su control que no había yo intentado robarle en ningún momento. El resto del rato hasta que vuelve Evan lo pasamos en silencio. Mi “profesora” entra con un suspiro cansado.
—He conseguido tranquilizarlo y se ha ido porque tenía partido. Aun así, sigue emperrado en que deje de darte clases— me mira, me encojo de hombros.
Nunca quise esto desde un primer momento, así que, si consigue convencerla de algo que yo no pude, por mí mejor. Voy a ser libre de su mirada.
—Perdona por pedirte que vigilaras a Andrew— se dirige a la otra. ¿Vigilarme? ¿Uh? — Pero no me confiaba ni un gramo de él— gruñe, haciendo broma.
¿Cree que este tipo de comentario cómplice va a hacer que parezcamos más cercanos? ¿Qué voy a olvidar el que soy un problema para ella? La miro en silencio, sin pizca de expresión, y ella parece encogerse sobre sí misma, intimidada y arrepentida por haberme dicho eso. Nos quedamos largos segundos en silencio, dubitativos sobre qué hacer o decir, hasta que al final, Hanna tímidamente pide por ir al baño y le hago un gesto con la mano en señal de “Tú misma”. Ella se adentra y cierra tras de sí.
Su amiga me mira con cara amarga, y no sé si es por la amistad que demostraba el comentario que ha hecho Evan o por mi reacción a este. Se revuelve, un poco incómoda, y al fin puedo apreciar su cazadora. Una estilizada J bordada en el lado del corazón. ¿J? ¿Qué nombre será? ¿Jordana, Jolie, Jessie o Jessica, Jazmín...? ¿Quizá Ji...?
—Jill cariño— interrumpe mis pensamientos— ¿te quieres quedar y me esperas? Sólo quedan 10 minutos, con todo este rollo que ha ocurrido hemos perdido un buen rato de clase.
Ahí está, Jillian, lo que iba a decir. En algún momento Hanna ha salido y ha sido lo suficiente oportuna como para cortarme la línea de pensamientos que llevaba.
—Bueno...
—Ahora acabo, ¿ok?
Evan se vuelve hacía mí y se sienta para acabar de corregir mis ejercicios. Al coger la hoja se queda unos momentos observando mis dibujos, parpadea, pero no dice nada. Sonrío interiormente. ¿Qué debe de pensar de “mi gran” habilidad para dibujar? ¿Si quiera a entendido el dibujo? Y si lo ha entendido, ¿qué opina de él? Mi intención era que pareciera un helicóptero. Me he dibujado a mí siendo empujado por Jill fuera del helicóptero y yo protestando que quién conducirá. Al volante se ve a Hanna. Un dibujo después se ve cómo el helicóptero, que lleva mi nombre, se empieza a desestabilizar y yo sólo puedo mirar desde el paracaídas. Es obvio adivinar qué sería lo siguiente: Se estrellarían. Es una gran metáfora en realidad, de cómo intenta controlar mi vida y acabaremos todos mal, incluido yo.
—Bien— me saca de mis pensamientos con la voz un poco tensa— Hazme esto como deberes y estudia y repasa todo esto que te preguntaré mañana.
—No puedes echarle, ¿no? — interrumpe su amiga súbitamente con seriedad.
Evan se detiene. Quizá no estaba tensa por mi dibujo y me había equivocado. ¿Por qué había dado por hecho eso? Yo no soy tan importante.