Sin darme cuenta, ya es lunes. He conseguido pasar todo el fin de semana en tranquilidad relativa. Después de eso conseguí librarme de Hanna de alguna manera y dijo que estaría estudiando y que “si quería algo podía ir a su habitación, la nº 189, a pedirle lo que fuera”, literalmente. Obviamente no fui, y milagrosamente no me la crucé ni por los pasillos ni por la cafetería. Parece que la maldición se había terminado y mis apacibles y aburridos días en el internado habían vuelto. ¿He dicho ya que sólo lo parecía? Me he dado cuenta hoy de que no, era una pausa temporal, una tregua supongo.
Pero volviendo al fin de semana, pude concentrarme en leer mi querido libro robado de la biblioteca. Hacía tiempo que no se me pasaba el tiempo tan rápido leyendo. Casi les podría decir que he aprendido a despegar y a aterrizar cualquier tipo de vehículo volador después de todo lo que aprendí. Es increíble. Claro que la práctica y la teoría no son lo mismo, y todavía me queda la mitad del libro para acabarlo, pero de alguna manera me siento más... no sé cómo decirlo. ¿Inteligente, sabio? No, eso no es, suena fatal, además. Simplemente noto que estoy más cerca de meterme en una cabina y volar.
Lo peor es que he acabado en una situación muy extravagante: Ismael a mi izquierda, y a la suya Hanna, los dos hablando amistosamente como si fueran amigos de toda la vida.
Lo que ha ocurrido ha sido que casualmente Ismael y yo hemos salido del dormitorio a la vez. ¿Cómo que yo he salido, si estoy expulsado a partir de hoy? Pues verán, la directora me ha llamado al despacho, lo que puede significar tres cosas: a) se ha ablandado y me va a dar más libertad, aunque no ha quitarme el castigo; b) va a recordarme que estoy castigado; c) algo he hecho mal durante el fin de semana y me va a expulsar definitivamente ya. Me inclino por la “b”, preferiblemente, pero no lo sabré hasta que no hable con ella.
La cosa es que después de eso, ha resultado que Evan se encontraba esperando a su querido amigo de la 248, o Axel para ser más educado, cuando nosotros hemos bajado. Misteriosamente Hanna se ha olvidado de esperarlo y se ha unido a nosotros. No ha hecho falta ni que los presentara, al parecer ya se conocían, o al menos de vista. La cosa es que parece que han hecho buenos amigos, y yo estoy caminando a su lado como un imbécil marginado. ¿Que estoy acostumbrado no? Pero de alguna manera me siento mal porque Hanna me ignore, porque ella no lo ha hecho nunca, al contrario que los demás. No sé, lo encuentro raro, y he de admitir que estoy un poco molesto con Ismael. ¿Que no era él el que decía que no me acercara a ella, bla bla bla? ¡Ja!
—¿Y tú Andrew? — se asoma un poco y me pregunta alegre.
Ni siquiera sé de qué está hablando, no estaba escuchando en absoluto.
—Oh, no creo— interrumpe mi compañero de habitación, ¿quizá salvándome? — Esta semana y la que viene está expulsado, ¿no te lo había dicho?
—Ah, sí, es verdad, me había olvidado...
Yo simplemente no hago ningún comentario. No sé de qué iba la conversación, pero me importa poco. En el próximo pasillo nos separaremos y yo me iré al despacho de la directora, y ellos podrán seguir siendo amistosos en otra parte.... Dios, ¿qué demonios me pasa?
Golpe. Papeles volando.
Hanna se ha chocado con uno de último curso y se le han caído y desparramado los apuntes. A pesar de todo, claramente, el chico está nerviosísimo y no se ha ofendido para nada con el golpe. Hanna tiene las mejores clasificaciones de la escuela y debe de ser de las más guapas, es prácticamente un honor chocarte con ella; así pues, el chico no para de pedir disculpas, para desagrado de Evan, que le dice que no hace falta, que es culpa suya por no mirar por dónde va.
Recojo un par de papeles justo cuando me doy cuenta de que ese no soy yo, sí el yo de antes del accidente, pero no el yo de después del accidente y antes de conocer a Evan. Yo nunca me pararía a ayudar a recoger unos papeles, yo simplemente pasaría por encima y los pisaría si es necesario. Hago una mueca y los dejo suavemente en el suelo. Nadie parece darse cuenta excepto Ismael, que me tira una mirada de reojo indescifrable mientras sigue recogiendo. No espero que lo entienda, y si lo hace, sé que no preguntará.
Al alzarme del suelo y mirar para fuera, veo en el campo de futbol a cuatro chicos haciendo pases con el balón, inseguros. No sé cuánto tiempo estoy ahí mirándolos, pero Ismael está de pie a un lado, mirándolos también, y Hanna ya se ha despedido y se coloca a mi otro lado.
—¿Qué pasa? — inquiere buscando qué miramos.
—Parece que les faltan jugadores— opina Ismael.
Curiosamente es lo que yo había pensado también. Sin embargo, Hanna al mirarlos, a pesar de estar a más de cien metros, piensa en otra cosa todavía más sorprendente. Estrecha los ojos y coge aire con sorpresa.
—¿Esos no son de nuestra clase? ¿Se la van a saltar o qué?
Dicho esto, sin esperar respuesta sale fuera y se adentra por el camino de piedra que lleva hasta el campo. Ismael, indeciso, mira a Evan y luego me mira inquisitivo.
—Sí, es así de impulsiva siempre— me encojo de hombros y, sabiendo que mi compañero no dará el primer paso, soy yo quien empieza a seguirla para que no se meta en ningún lío.
Él me sigue apaciblemente. Cuando llegamos, al parecer están hablando de que el profesor se ha quedado estancado en el tren de regreso por problemas en la línea y ha dicho que va a llegar más tarde. Los otros integrantes de la clase han decidido ir a sus dormitorios a dormir un poco o a estudiar, y otros a dar una vuelta; estos parecen ser los únicos que han querido venir a jugar.
Hanna los mira con curiosidad y por algún motivo, tengo un mal presentimiento, un muy mal presentimiento. Cierro los ojos y no me concentro en las palabras que salen de sus labios rosados, esos labios que me hipnotizaron aquel día en mi salida de la biblioteca, esos labios que sé que me volverían a hipnotizar cuando quisieran. Tampoco intento escuchar las risas o los comentarios de los chicos, simplemente me mantengo clavado en el sitio, como si quisiera que nadie me viera ni notara mi presencia. Lamentablemente no es suficiente.
Sé que Ismael está alucinando y tiene ganas de coger a Hanna y pedirle que se calme, pero no lo hará. No lo hará porque no sabe calmar a una tigresa enfadada, igual que yo tampoco sé y ni me arriesgo a probarlo.
Mi mal presentimiento era cierto, esta chica es un terremoto. La idea de todo me parece tan ridícula que intento no reírme entre dientes para no ser notando ahora que la discusión está en su punto helado. No quiero ofenderla, porque no quiero decir que ella no pueda jugar, si no que no me la imagino, sencillamente. Obviamente ellos no han sido tan considerados con lo de ofenderla y se la han pasado por el forro. No creen que ella sepa jugar, y por su tono de voz, está enfadada, y mucho.
Se incitan en una discusión en la que no digo ni pio. No entiendo cómo me he metido aquí, no entiendo cómo me meto en estas cosas. Estando con ella todo es impredecible y alocado.
Cuando vuelvo a abrir los ojos, tengo a Ismael dejando sus cosas en el suelo, al igual que Evan.
—Vamos— me dice decidida, indicándome que me prepare.
Claro, como no, se supone que yo también tengo que jugar...
No sé cómo, pero acabé metido en el campo, corriendo a la portería contraria, jugando.
Hacía mucho que no jugaba al futbol, muchísimo más bien. Era el capitán de mi antiguo equipo en el barrio, pero esto es otra cosa; más cuando llevo tiempo sin entrenar. Por otra parte, su equipo está formado por tres chicos atléticos que practican cada día, mientras que el nuestro es de un ex futbolista, un tipo que juega de vez en cuando, y de una chica que seguramente no ha tocado una pelota desde los 6 años. Gracias a Dios que uno de ellos ha dicho que se iba a estudiar, que pasaba de estos rollos, y que así se equilibraba el número de jugadores: Tres contra tres. Aunque en habilidades poco compensados estamos creo yo.
Soy el único de los tres que tiene una experiencia real de un partido, así que me siento en la obligación de, por un momento, olvidarlo todo: quién soy, quiénes son, y qué es lo que intento esconder, sólo para ordenar mi equipo.
—Hanna, tú ve a la portería. No es muy difícil. Escúchame— ella alucinada por mi seriedad y mi posición, de repente, superior, asiente y me escucha— Desabróchate los dos primeros botones de la camisa y súbete un poco la falda. Mmm…— añado pensativo, y le desaliño el pelo con la mano— mucho mejor.
Ella me mira completamente estupefacta y molesta.
—¿¡Qué...!?— intenta protestar.
—Hazme caso— casi escupo— Son chicos. Si haces lo que te he dicho, te verán más indefensa de lo que eres. Van a tirar más suave a portería, vas a poder pararlas fácilmente... O eso espero. Al menos tendrás más oportunidades de pararlas.
Ella me observa con el ceño fruncido y las mejillas ligeramente hinchadas como una niña pequeña.
—¡Pero yo quiero salir al campo!
—Mira— suspiro— Ismael y yo tenemos más práctica en eso, y tampoco sabemos cuánto tiempo tardará en venir el profesor, es mejor que juguemos nosotros la primera parte para marcar la mayor cantidad de goles posibles. Yo nunca he hecho de portero, y te adelanto que Ismael tampoco, así que todos tenemos la misma probabilidad de ser buenos parando, pero no todos la misma de marcar, ¿comprendes? – le hago ver, y ella parece estar desinflándose con cada palabra— Así que creo que es lo más razonable si queremos ganar. Cosa la cual no estoy muy seguro de que logremos al final pero bueno...
Hanna me observa, ahora triste. Sabe que tengo razón. Suspira con suavidad, con un poco de resignación, pero no enfadada. Lleva su mano hasta su cintura y se sube un poco la falda, luego abre los dos primeros botones de su camisa, como le he dicho, casi a punto de mostrar el sujetador.
—¿Así? — inquiere lentamente, como en un susurro sensual.
—Sí— asiento apartando la mirada, intimidado.
Luego se da la vuelta y camina hacia la portería.
Me doy cuenta de que he sonado quizá demasiado duro. La discusión era porque ella no sabía jugar, y si no la dejo jugar, va a quedar como una tonta, lo sé, pero ya que estamos aquí metidos, lo bueno sería ganar, y sabe que esta es la mejor manera.
—Evan— la llamo, para intentar animarla después de todo, y se gira indagadora— El portero también es muy importante, ¿sabes?... De todas formas, luego cambiaremos y podrás salir al campo... si todavía quieres.
Dicho esto, no me espero a que me dé su típica sonrisita de felicidad al ver mi tierno intento de alegrarla después de mi bronca o discurso, o como quiera que lo quiera llamar, y vuelvo mi vista hacia mis adversarios, que charlan divertidos y relajados. Ellos saben que van a ganar. Ismael aparece entonces, después de haberse escapado al baño, y si parece sorprenderse de ver a Evan en la portería, no lo dice, simplemente escucha lo que le digo y asiente. Si bien veo que Ismael está igualmente con esa cara alucinada por mi seriedad, tampoco comenta nada sobre ello, y decide proponerse el ganar también.
Y antes de que me dé cuenta, ha empezado el partido, y corro, corro con la pelota a mis pies como hacía muchísimo que no lo hacía. Extrañamente me siento libre, rápido, ágil, como nunca pensé que lo haría, o, mejor dicho, como pensé que me sentiría en el aire. Y es ahora cuando me doy cuenta de por qué empecé a jugar al futbol: Porque descargaba esa tensión, porque sentía que podía tocar un poco del cielo, aún estar tan lejos de él, cuando marcaba un gol, cuando oía los chillidos del publico gritar esa hurra; porque sentía que podía volar, aunque fuera un poquito.
Todos vienen por mí. Sé que Evan está conteniendo el aliento. Ismael está desmarcado claramente. Se la paso. Confío en que conseguirá aguantar con la pelota hasta que pueda desmarcarme.
Uno de los chicos gruñe y va a por Ismael mientras el otro me cubre. Decido otra estrategia. A este paso se la quitarán, y creo que entonces sería gol asegurado por parte de nuestros contrincantes. Corro, corro hacía Ismael como si fuera del equipo contrario, y él, aturdido, baja sus defensas los justos segundos para que le arrebate la pelota y salga corriendo. Nadie entiende nada durante unas milésimas de segundo.
“Si la pelota no va a venir a por ti, ves tú a por la pelota” Recuerdo esa frase más que nunca en estos momentos. Si no recuerdo mal, me la dijo el antiguo capitán, antes de que yo lo fuera, antes de que me cediera su lugar. Aquel día habíamos perdido el partido, y fue justo cuando nos íbamos a las duchas, derrotados, cuando él me llamó. El entrenador se alejó y nos dejó solos en el campo.
—Eres bueno Andrew... –comentó como de pasada— ¿Sabes? Dentro de poco me voy a tener que ir, voy a empezar la Universidad, ya ves... Mis padres no quieren que siga “perdiendo el tiempo” por aquí— me dijo, hizo una pausa en la que observó mi derrotada mirada. Era la persona a la que más respeto le tenía junto al entrenador, o quizá incluso más— Mira, lo he hablado con el mister; estábamos pensando en que tú podrías sustituirme, pero... ¿Qué demonios ha sido ese partido Andrew? ¿Por qué te has derrumbado después del primer gol? Si no te muestras firme siempre, aunque estés perdiendo, ¿cómo pretendes que lo hagan ellos?
Luego se quedó en silencio, mirando como yo no había podido mantener el contacto visual y tenía mi vista fija en la hierba del campo y en mis botas sucias.
—Andrew, recuerda esto— me cogió de los hombros, para que lo mirara— Si la pelota no va a venir a por ti, ves tú por la pelota.
Y entonces, recuerdo la siguiente frase que pronunció mientras se daba la vuelta con una sonrisa, sabiendo que lo había comprendido. Es la frase que me relampaguea en la mente cuando golpeo la pelota a portería y oigo a Evan chillando de alegría, dándonos ánimos. “La victoria no es algo que te dan Andrew, es algo que quitas”
Gol.
—¡¡Siiiiií!!— grita Hanna— ¡Uuuuuu!
Ismael sonríe. El equipo contrario gruñe. Se pelean con el portero porque no ha parado la pelota. Respiro agitadamente, sin creérmelo. Al mirar a Ismael, veo que asiente con serenidad. Al mirar a Evan veo que me levanta los pulgares. Pero hay algo que ellos no saben. Esto no es nada, esto ha sido suerte. Ahora se lo van a tomar en serio y seguramente nos marcaran tres goles antes de que tengamos oportunidad si quiera de marcar otro nosotros. Aun así cuadro los hombros y diseño una suave sonrisa de victoria. Si no me muestro firme, ¿cómo lo van a poder hacer ellos? Eso es lo que hace un capitán.
Lo próximo que sé es que los miro desafínate. Que vengan. Estoy listo. Estamos listos.
***
¿Por qué fue que dejé el equipo de futbol después del accidente? Todo fue tan rápido que me cuesta incluso asimilarlo. Recuerdo que no me concentraba en las prácticas. Ya no era un buen capitán, ya no animaba a mi grupo, ellos acababan teniendo que animarme a mí. Todo el mundo lo notaba. No podía seguir de aquella manera.
Antes de que alguien me acabara preguntando qué me ocurría, pedí irme del equipo, de un día para otro. Nadie consiguió saber nunca qué es lo que me ocurría, y todavía nadie lo sabe. Es un peso que llevo en mis hombros todo el tiempo. Como una pesada mochila que alguien me haya colgado y pedido que protegiera bajo cualquier circunstancia. Una mochila que no me puedo descolgar del hombro por mucho que quiera.
—¡Sí! — dice quedamente, y choca la mano con su compañero, sonriendo superiormente.
Evan está en el suelo. Es el 4 gol que le marcan. Hemos tenido otras dos oportunidades de marcar, pero o hemos fallado, o nos la han parado. Ismael no sabe qué cara poner. Está cansado. Hanna no puede o no quiere levantarse del suelo. Se le ha levantado un poco más la falda y me da la impresión de que se ve su ropa interior, pero a ella no parece importarle.
Ismael hace el amago de ir para hablar con ella, pero lo detengo con un gesto de mano y voy yo. Al pararme delante de ella nos miramos. Los dos estamos sudando. Le tiendo la mano para que se levante, sin embargo, parece que ella siquiera la nota.
—¿Cómo lo haces? Para querer seguir jugando digo...
—El futbol es así— me encojo de hombros.
Ella niega, como si no me acabara de creer.
—No sabía que supieras jugar tan bien.
—Hay muchas cosas que no sabes de mí— recrimino, y ella sonríe, porque sabe que es verdad y porque me intenta decir que quiere hacerlo, que quiere saberlas; pero hago ver como que no lo he comprendido.
Bajo la mano porque sé que todavía no la va a aceptar. Tengo que decirle algo más. ¿Pero el qué? Siendo el capitán me tocó muchas veces animar al equipo, pero esto es diferente, no es lo mismo. Ellos creían en mis palabras, ¿pero lo hace Hanna? No, yo no soy su capitán ni me conoce de nada, ¿por qué iba a confiar en mí? Suspiro, y miro por encima del hombro como todos esperan a que reanudemos el juego, luego dirijo mi mirada al césped.
—Fui el capitán— espeto, y capto su atención— Fui el capitán de mi equipo de futbol. Y una de las cosas que has de aprender, es a no rendirte nunca. Aunque sepas que vas a perder... y si perdemos— añado— Siempre has de mostrarte firme y felicitar al otro equipo.
Le tiendo la mano de nuevo.
—Y cuando eres el capitán, has de dar ejemplo. No está bien que te tires en señal de derrota señorita Hanna.
—Pero yo no soy la capitana— dice débilmente impresionada por mis palabras.
—Sí que lo eres, tú nos has metido en este partido, ¿recuerdas?... ¿Cómo quieres que siga adelante si tú no lo haces?
Antes de que me desespere y ya no sepa que decir, acepta mi mano y se levanta del suelo. Hanna ha vuelto al juego. Y aunque más de uno hace alguna mueca y frunce el ceño al ver nuestra complicidad, nadie dice nada.
Evan me mira. Pero me he equivocado, ella no va a seguir el juego, y lo leo en sus ojos. Hemos perdido. Luego mira a otro lado por encima de mi hombro, para enseñarme la razón de nuestra derrota. Al girarme veo a Marie, junto a varios estudiantes curiosos, esperándome.
Mierda. La directora. Me había olvidado por completo.
Hanna se acerca al equipo contrario y les tiende la mano con serenidad. “Ha sido un buen partido, gracias” debe de decirles, a juzgar por las caras de sorpresa de los otros petulantes que en seguida se sienten estúpidos y se rascan la nuca, devolviéndole la cordialidad, aturdidos. Cojo mi cazadora, colgada de la portería, y para cuando Hanna se ha girado para preguntarme con la mirada si lo ha hecho bien, yo ya vuelvo a ser el de siempre: Aquel Andrew que no quiere verse involucrado en nada.
Siento cómo las miradas de mis compañeros de equipo me taladran la espalda mientras sigo a Marie fuera del campo, al despacho de la directora; a que me caiga la bronca, o, si la he enfadado mucho, seguramente a que me caiga la expulsión definitiva.
Cierro los ojos unos segundos y me imagino que vuelo, que vuelo allí donde nadie pueda alcanzarme.
***
La verdad, me siento como hace unos días: Jugando con mi pelota en mi dormitorio, golpeando la pared insaciablemente. Sólo que la última vez lo hice para poder pensar con claridad; ahora lo hago para no pensar en nada, para evadirme del mundo durante todo el tiempo que pueda. Mi visita al despacho de la directora fue... No tengo palabras para describirla; y el simple hecho de que lo esté intentado quiere decir que estoy pensando en ello, y que por tanto el ejercicio de la pelota no está funcionando como debería.
No he visto ni a Hanna ni a Ismael desde que los dejé en el campo esta mañana, y apenas hace unos minutos terminó la última hora de clases, así que Ismael debe de estar a punto de llegar para dejar sus cosas. No sé con qué cara voy a mirarlo. Sé que me va a preguntar qué ha ocurrido. Es cierto que eso sería empezar a cruzar al otro lado de la línea, al terreno amistoso, ¿pero acaso no hemos empezado a desarrollar esa amistad esta mañana en el partido? Si la quiero detener, tiene que ser ahora. Si se expande un poco más, será imposible de parar. ¿Pero realmente quiero que se pare? Claro que me gustaría llevarme bien con él, pero, ¿estoy dispuesto a contarle mi secreto? No, y es ahí donde radica el problema de la ecuación.
Detengo el ir y venir de la pelota y la observo como si fuera la primera vez que la viera.
No puedo contarle mi secreto, y se supone que voy a tener que hacerlo si somos amigos. Estoy seguro que me dará tiempo, todo el que necesite, pero no la eternidad. Tarde o temprano, cuando su paciencia se agote, querrá saberlo. Y es un precio demasiado alto para una amistad. No pienso arriesgar tanto por esa relación. Puedo vivir sin ella.
Lo mismo con Hanna. Debería de haber cortado de raíz ese problema. Debería de haberlo hecho hace días ya.
La puerta de la habitación se abre, tímida. Ismael deja detrás de sí la puerta entreabierta y me mira. En seguida comprendo que ha dejado a alguien esperando fuera, presumiblemente a Hanna. Así que antes de que abra la boca lo intercepto.
—¿Dónde ha quedado el rollo de: “No te acerques a esa chica Andrew”? ¿Ahora incluso la traes a nuestro dormitorio?
Él suspira, derrotado. No sabe qué responder a eso porque sabe que tengo razón. Su mirada me da a entender que lo siente, que no ha podido pararla, que es imposible detener a esa cabezota, y la verdad es que lo comprendo.
La puerta se abre, dándole un golpe a Ismael, y aparece la cara indignada de Evan, que seguramente había estado escuchando.
—¡Tan sólo quería saber si te habían expulsado, no la pagues con él! No seas...— calla, y alzo una ceja para que continúe— ...tan antipático.
—¿Y qué si lo hubieran hecho? ¿Qué ibas a poder hacer tú?
—¡Pues hablaría con la directora! Espera... ¿en serio lo han hecho? Oh Dios mío— saca sus propias conclusiones nerviosamente, para mi sorpresa— Está bien, hablaré con ella y le diré que fue culpa mía. Que tú no querías meterte, pero yo no...
—Evan— la corto, y me arrepiento al momento de haber abreviado su nombre en voz alta. Me mira— No me ha expulsado— confieso al fin.
No sé cuál de las dos caras es más graciosa, si la de Ismael, o la de Hanna. Ninguno de los dos entiende absolutamente nada. Por mi cara, cualquiera persona normal hubiera supuesto que me habían dado malas noticias, y teniendo en cuenta mi situación... Pero no, o sea sí, me han dado malas noticias, pero no las que ellos creen. No me han expulsado, más bien, me han hecho algo peor que eso. Algo mucho peor... Claro que como todavía no es seguro que ocurra, no voy a decirles nada. La directora me ha pedido que no diga nada también, aunque sé que ocurrirá, tengo la débil esperanza de que no.
—¿Entonces? — inquieren aturdidos.
—Bueno... pronto lo entenderán, seguramente.
Habiéndolos dejado con la duda, me alzo de la cama, tirando la pelota de goma encima de las sábanas, y me voy al baño, cerrando tras de mí. Para que no se tomen la libertad de esperarme, abro el grifo de la ducha. Si piensan que me voy a duchar, no esperarán a que salga; al menos no Hanna, y a Ismael puedo evadirlo más fácilmente. Me siento en la tapa del retrete y cierro los ojos con lentitud, pensando en todo lo que ha ocurrido recientemente.
Todo había empezado cuando decidí postrarme al lado de la biblioteca para desayunar y la conocí. Si no lo hubiera hecho…, posiblemente nada de esto estaría ocurriendo, y ahora ya es demasiado tarde como para detenerla.
Cuando oí que la puerta del dormitorio se abre y se vuelve a cerrar, sé que Hanna se ha ido. Cierro el grifo y vuelvo a sentarme en el retrete.
Recuerdo con demasiada nitidez mi vista al despacho de dirección de esta mañana.
—¿Está muy enfadada? — pregunté suavemente siguiendo a Marie, que se mostraba inexpresable desde que me había recogido en el campo.
Ella me miró con una sonrisa.
—Un poco, pero si se lo explicas, que te pedirá que lo hagas, lo comprenderá.
—¿Eso crees?
—Sí.
Marie golpeó educadamente con los nudillos en la puerta y me la abrió para que me adentrara a mi perdición. La directora parecía estar escribiendo algo concentradamente sin tenerme siquiera en cuenta cuando me senté en el sillón frente al escritorio. Cuando acabó, lentamente ordenó los informes y se quitó las gafas, apretándose el puente de la nariz como si le doliera la cabeza ya.
—Vamos a ver señor Andrew... ¿Puede explicarme por qué he tenido que mandar a mi secretaria a buscarle?
Tragué saliva, no es como si le tuviera miedo a que me expulsara, pero esta escuela, como ya he comentado antes, es la que más me gusta de las que he asistido, y creo que, para mi madre y mi padre, el que no me hayan expulsado todavía es un milagro; creo que ya no sabrían qué hacer conmigo si me expulsan otra vez, seguramente hacerme buscar trabajo.
—Verá...
Marie entró en el despacho entonces, para entregarle no sé qué papeles, y al ver mi cara de socorro se permitió la insolencia de interrumpir y contar la verdad del por qué tras mi retraso. Quizá si se lo explicaba ella se ablandaba un poco, o se comprendía mejor, o sonaba incluso más inocente de lo que era... Para mí sorpresa ella no pareció si quiera escuchar nada. Se distrajo y se olvidó de mi retraso tan pronto se mencionó a Hanna de por medio.
Me miró con aire pensativo, habiéndose, a mi parecer, olvidado de todo lo que tenía pensado decirme.
—Es extraordinario que conozcas a Hanna. Es una de nuestras mejores estudiantes... ¿Son amigos?
Eso rozaba incluso el límite del ámbito personal y, por tanto, el de la grosería, pero como me daba igual responder, y no quería enfadarla ahora que parecía haberse olvidado de mi fallo, respondí abiertamente que no. Tanto como amigos... Simplemente me limité a admitir a regañadientes, ante la sonrisa petulante de Marie, que nos caíamos bastante bien.
La directora se levantó de la silla y paseó por el despacho hasta colocarse frente al escritorio, justo delante de mí. Cruzó los brazos en el pecho y golpeó con suavidad su pie contra el suelo, recapacitando acuradamente alguna profunda cuestión. Pensé que nada malo iba a ocurrirme a partir de entonces, pero me equivoqué. Esa “cuestión” que tenía en mente, iba a ser mi perdición.
—¿Sabe señor Andrew? Creo que tengo una buena idea...
—¿Ah... sí? — pregunté confuso.
—Ya que se llevan tan bien y a la señorita Hanna no le disgusta su agrupación...