A la mañana siguiente me despierto sobresaltado, sin saber por qué. Con un suspiro me paso la mano por la cara. Estoy sudando y las sábanas que esta madrugada me arropaban hasta el cuello, ahora están apiladas y amontonadas en un rincón. Parece que haya tenido una horrible pesadilla, pero no recuerdo absolutamente nada de nada, así que... voy a pasar de ello.
Me alzo de la cama y rápidamente me dirijo a la ducha. Los primeros 10 segundos dejo que el agua fría me despierte; luego disfruto del calor expandiéndose lentamente por mi cuerpo, todavía dándole vueltas al sueño de esta noche que no recuerdo haber tenido en absoluto. Cierro los ojos y dejo que el agua corra sin preocuparme por nada más, tan sólo escuchando el ruido que hace al caer, repiqueteando con persistencia.... Igual que los siguientes golpes en la puerta de la habitación.
Parpadeo confuso. Ismael se ha ido hace mucho, pues ya son las 10 de la mañana como poco, y como todos ha madrugado y se ha ido de buena mañana. Frunzo el ceño al oír que vuelven a golpear con dureza la puerta. Suspiro cansado, y grito que ya voy, que no tiren la puerta abajo. Me envuelvo la toalla alrededor de la cintura y salgo goteando hasta la puerta. Si Ismael estuviera aquí se horrorizaría seguramente, he descubierto que no le gusta mucho el desorden. Para ser un chico, y de la edad que es, es muy raro; en fin, no soy el más indicado a hablar.
Abro la puerta y: ¡Sorpresa! Hanna está al otro lado. Abre la boca, muy seria, dispuesta a contarme algo que tiene pinta de ser como: “Tienes que abandonar el edificio, ¡está todo ardiendo y en llamas!”, pero en seguida, al ver mi cara de atontado o al ver que estoy prácticamente desnudo, se detiene en seco. Parpadea un poco cohibida y me mira. En seguida se da cuenta de que no queda muy bien que se me quede mirando fijamente y se tapa la cara con las manos, las mejillas con dos manchones rojos pintadas.
—¡Lo siento, lo siento! No sabía que te estabas duchando, no quería molestar.... Yo sólo...— tartamudea.
Suspiro con aire derrotado. Esta chica es un caso perdido.
—Si te esperas un momento me visto y salgo.
Ella se aparta las manos de la cara lentamente y se permite mirarme un poco, luego asiente lentamente y deja que me adentre en la habitación para vestirme. Se ha quedado fuera en el pasillo, esperando. La puerta la he dejado ligeramente entre abierta pero no oigo ningún ruido; al menos esperarse calladita y sin armar jaleo sabe hacerlo. Cojo una camiseta simple sin letras ni dibujos de manga corta blanca y unos vaqueros de un azul claro y desgastado; luego me coloco las bambas que tenía tiradas al fondo del armario y con mi cazadora en la mano abro de nuevo la puerta. Tengo el pelo empapado todavía, y apenas acaba de empezar la primavera, cualquiera diría que quiero resfriarme, pero es que yo soy así.
—¿Y bien? — inquiero.
Parece salir de su raro trance y volver a poner esa cara de seriedad con la que la he recibido la primera vez. Rezo interiormente para que no me pregunte nada sobre ayer por la noche, o esta madrugada más bien dicha.
—Tienes que venir conmigo, ¡es horrible! – dice, y se empieza a encaminar hacia el ascensor— Sígueme.
Los pasillos están silenciosos allá donde vayamos. El 85% de los integrantes se han ido de fin de semana. Entonces frunzo el ceño. ¿Se pude saber por qué ella no se ha ido? Nunca se queda, ¿a qué narices espera? Si ya está pensando en alguna estrategia rara para que le conteste a sus preguntas, está muy equivocada si cree que lo haré.
Una vez en el ascensor percibo que me mira de reojo.
—Entonces... ¿es verdad? ¿Nunca te vas de fin de semana?
Siento ganas de mirarla con esa expresión ilegible mía, pero me mantengo mirando al frente.
—¿Eso se rumorea? — dejo un espacio en blanco— ¿Y qué si lo hago?
Y entonces es cuando me permito mirarla. Ella me devuelve el gesto. Su expresión es también ilegible. El pitido del ascensor al abrir las puertas, anunciando que hemos llegado abajo, hace que mire de nuevo al frente y salga del ascensor, sin esperarla. Ella me sigue aturdida momentos después.
—Nada— contesta y luego lo repite con más convicción— Nada. Y no se rumorea nada tampoco; me lo ha dicho Marie.
Frunzo el ceño y me pregunto interiormente por qué Marie le habrá dicho sobre mí. ¿Está intentado hacer de casamentera? Agradezco su intento de hermana mayor preocupada, pero no necesito que lo haga. De todas formas, ¿es por eso que Hanna se ha quedado? ¿Porque yo no me voy? El sentimiento y la posible respuesta afirmativa son tan ensordecedores que por un momento me desorientan. Ella me sigue, caminando rápidamente, y de vez en cuando incluso trota hasta ponerse a mí altura, pues yo voy dando largas pasas. De alguna manera la situación me parece divertida.
—¿Dónde vamos? — inquiere de repente, molesta.
Sonrío con insuficiencia. Era ella la que me quería llevar a no sé dónde y sin embargo ha acabado siendo todo completamente al revés, pero es que toda esta excursión me ha recordado algo: La biblioteca. Mendoza no vigila por la mañana de los fines de semana, y la chica que lo hace no me conoce lo suficiente como para ponerme un ojo encima si entro, así que es mi oportunidad. Además, si por un casual hoy esa chica se ha ido de fin de semana en vez de presentarse voluntaria para hacer el turno de la mañana de los sábados y los domingos, no creo Mendoza haya conseguido levantarse con la resaca que debe de tener en estos momentos.
—A la biblioteca— respondo secamente.
Ella frunce el ceño.
—Si quieres ir para reírte de Mendoza, precisamente te iba a hablar de eso. Necesitaba tu ayuda para levantarlo de la cama. Dice que le duele la cabeza y que no quiere. Se supone que este fin de semana se iba a venir conmigo a casa. Mi padre lo ha invitado a una barbacoa; hace mucho que no se ven. Pero... no quiere moverse.
Ahí estaba. ¿Así que ese era el motivo de su aparición angelical un sábado por la mañana frente a la puerta de mi dormitorio, uh? Ya decía yo que nunca la había visto un fin de semana por aquí. Ahora todo tiene una explicación.
—Pues ahora no vamos a ir a despertarlo. Quiero aprovechar que no está para profanar su santuario.
Dicho esto, antes de que ella pueda llegar a preguntar de qué demonios hablo, ya hemos llegado y abro la puerta del recinto; luego, cierro tras de mí, dejando a una anonadada Hanna a mis espaldas. Miro de reojo hacía la recepción y confirmo con felicidad que está la misma chica de cada finde.
A penas he dado 4 pasos al frente que la puerta de la biblioteca se abre con cuidado, casi con temor, y se asoma Hanna. La cara con la que me mira no tiene precio; dice algo como: “¿¡Qué demonios haces!? ¡Sal!” La miro por encima del hombro, divertido, y sigo hacía delante sin hacer caso. Parece que le dé incluso miedo entrar, porque mira a la recepción cohibida, saluda con una sonrisita a la chica y entra rápidamente. Luego me sigue, incómoda.
—¿A qué te refieres con profanar? — susurra molesta— Aunque sea una estudiante y sepa que estás al borde de la expulsión me chivaré si haces algo inapropiado— amenaza.
Simplemente pongo los ojos en blanco.
—Oh, qué mala chica estás hecha— me burlo.
Ella junta el entrecejo, avergonzada por mi comentario. Puedo percibir que ahora está un poco más que molesta, está irritada. Sin embargo, no hago caso y sigo hacía adelante. Si bien me importaba que no me viera nadie hacer esto, con tal de que hoy salga victorioso, me da igual que Hanna lo sepa. Normalmente me hubiera negado rotundamente a que alguien supiese algo de mí, pero si tengo que escoger entre eso o morirme de aburrimiento, escojo eso, claramente; así que Hanna lo va a saber. ¿El qué? Se preguntarán. Esto amigos míos, esto:
—¿Qué es eso? — me pregunta, de repente olvidando su irritación, y habiendo activado sus antenas de curiosidad máxima— ¿Un libro de aviación? ¿Para qué quieres tú eso?
—¿Qué pasa? ¿No me puede gustar la aviación? — inquiero con las cejas alzadas, haciéndome el ofendido.
Y mientras ella intenta decir algo apropiado, abriendo y cerrando la boca como un pez del asombro que le ha generado que yo reconociera eso tan abiertamente, me meto el libro debajo de la camiseta, guardando la mitad debajo de mi pantalón. Con la cazadora, no se nota. Ella abre los ojos y me mira alucinada. Luego, sin abrir la boca, me sigue hasta fuera.
—¿Por qué narices has hecho eso?
—No quiero que absolutamente nadie se entere que he cogido un libro.
—Pues yo sí me he enterado.
—Tú eres daño colateral. A veces hay que permitir que sucedan estas cosas con tal de que la misión acabe en éxito— concluyo con simpleza.
Ella al principio parece un poco ofendida, pero luego se da cuenta de que no tiene sentido discutir por ello y se percata de otra cosa.
—A ti no te gusta la aviación, dime la verdad, ¿para qué quieres el libro?
Alzo las cejas, ahora sí que divertidísimo. ¡No me cree! Pues no era una mentira. Me gusta la aviación; no sé cuándo, pero empezó a gustarme, y resulta que no se lo cree.
—¡Ja! Eso sí que me ofende, ¿que no me puede gustar algo? ¿no puedo coger un libro porque me guste? Bueno... si no te lo crees, mejor para mí, así no se lo dirás a nadie porque no te lo creerás ni tú— me encojo de hombros.
A continuación, me encamino hacía mi dormitorio. Ya que tengo mi libro, antes de dirigirme al dormitorio de Mendoza, quiero ponerlo a buen recaudo. Luego ya tendré tiempo de hacer caso Hanna y de ayudar a mi profesor a levantarse, pero de momento quiero guardar mi reliquia. Y cuanto más rápido mejor, así me podré librar de ella de una vez por todas durante este fin de semana y podré leer.
Le explico a Evan que voy a guardar el libro y que deje de quejarse, que luego iré a ayudarla, y parece callarse y quedarse conforme, siguiéndome en silencio. Al llegar a la entrada de los dormitorios masculinos, Hanna se queda en la puerta, decidida esta vez a no entrar. Según ella, no debería de tener ningún privilegio y ser tratada como los demás. Yo más bien creo que sus anteriores dos expediciones a nuestros dormitorios ya le han servido suficiente como para no querer volver a entrar, ya que cada vez que entra, algo todavía más embarazoso o malo ocurre.
Simplemente me encojo de hombros y subo sin prisas hasta mi cuarto. Al subir le echo una ojeada a los dormitorios del fondo del pasillo y recuerdo al rottweiler de la 248 y sus “educadas” miradas y palabras hacia mi persona.
Suspiro con pesar y me planto frente a la 231, la mía. Saco el libro de debajo de la camiseta y lo escondo bajo el cojín de mi cama. No es que sea el escondite más rebuscado del mundo, pero lo que interesa no es esconderlo, si no ocultarlo de la vista ajena. Total, nadie entra en los dormitorios. Es cierto que una vez al mes estamos obligados a una revisión y limpieza general de todos los dormitorios, en busca de desperfectos o cualquier otro problema, pero hasta entonces... Y Ismael, no está, así que... Nada de lo que preocuparse.
Al salir, mientras me deslizo dentro del ascensor y pulso el botón de la planta baja, mis pensamientos siguen divagando en el perro del otro lado del pasillo. ¿Por qué Hanna no le ha pedido ayuda a él, si son tan cercanos? Si son tan amiguitos él debe de saber que Mendoza y ella tienen una relación familiar, por así decirlo, así que podría pedírselo a él. Sin embargo, tengo que ser yo, ¿por qué? Decido que se lo voy a tirar en cara nada más verla abajo otra vez. A ver si se ha creído que soy una especie de criado...
Hanna se une a mí y caminamos en silencio. Pienso en cómo decirle lo de Axel. Al final decido que es una tontería pensar en cómo decírselo, se lo digo como me salga en el momento de la improvisación y punto.
—¿Por qué yo? — ella me mira aturdida— Podías pedirle ayuda a ese amiguito tuyo, el de la 248— explico.
Ella al principio me mira, cauta, luego sonríe divertida.
—¿Celoso?
Al principio la acusación me hace considerarlo, luego me avergüenzo y enseguida todo se diluye y aparece el enfado. ¿Esta chica qué se cree? No quería si quiera que fuéramos amigos, ¿qué narices está insinuando?
—¿Pero qué tonterías murmuras?— espeto, y ella parece encogerse de hombros con ligero susto ante mi tono de voz— Simplemente me siento utilizado como un trapo, es que no entiendo, tú y yo no nos conocemos de nada, me pareció dejarte bien claro que no quería volverte a ver en las escaleras de los dormitorios...— echo a andar hacia delante mientras sigo murmurando irritado, más a mí mismo que a ella— No sé ni qué narices hago aquí contigo, debí de haberte dejado cargar a Mendoza tú sola e irme a dormir. ¿Quién me manda a mí meterme donde no me llaman? No hay forma de que esté celoso de ese Axel, qué estupidez.
Ella ha estado escuchando atentamente todo mi discurso con un semblante preocupado y entristecido, pero en mi última frase parece recuperar su humor y su curiosidad. Me mira con esa sonrisa divertida con la que me ha preguntado si estaba celoso.
—¿Cómo sabes que se llama Axel?
Me detengo en seco en medio de pasillo y maldigo con aspereza palabras que, aunque las debe de haber escuchado muchas veces, le sorprende hacerlo ahora. Simplemente, el hecho de que haya preguntado por el perro es que sí que me importa que anduviera con él, aunque lo hice por curiosidad, ¿no? Ya ni estoy seguro. Mis mejillas se han teñido de un ligero rojo que me niego a que vea así que sigo mi camino con un gruñido. Todo eso, sólo le hace pensar que sí estoy celoso, y eso me molesta mucho; el problema es que no sé si me molesta porque es cierto o porque no lo es. Ella, de todas formas, no vuelve a preguntar, el que calla otorga ha supuesto, y por eso va con esa sonrisita arrogante y feliz en la cara que hace que me plantee ciertas preguntas que temo siquiera pensar, al menos de momento.
Entonces, caminando en silencio, me doy cuenta de una tontería que hace que por un momento me pierda: No sé ni dónde estoy, ni cómo he llegado, ni cómo me llamo, sólo sé que estoy aquí, y ella está aquí. Y es que estamos caminando a la vez, los dos pies derechos pisando el suelo a la vez, levantando el izquierdo simultáneamente y repitiendo el proceso. Es una tontería, y no soy a la primera persona que le ha pasado, pero de alguna manera hace que me sienta más cerca de ella, como si estuviéramos conectados por un hilo invisible; no puedo evitar quedármela mirando. El cabello votando con cada paso que da, sus largas pestañas, una suave sonrisa esculpida en sus labios.
Al instante, ella nota que la observo, me devuelve la mirada, desconcertada, y apenas dos segundos después, veo que nos hemos descompasado y nuestras pisadas dejan de ser una. Miro hacia delante sin darle explicaciones y acelero el paso. Cuanto antes acabe con esto, mejor.
***
Cuando consigo que Mendoza se levante de la cama de mal humor, me doy cuenta de que no sé qué hago aquí. Mendoza y yo no tenemos ni hemos tenido nunca muy buena relación y aun así Hanna quería que la ayudara no sé por qué. Si ni siquiera ella ha conseguido que se levantara, ella, quien debe de considerar a Mendoza como un padrino, ¿qué narices diría yo que hiciera cambiar de opinión a Mendoza?
El hecho es que lo he conseguido, y se preguntarán: ¿Cómo? Si tú mismo has dicho que no tenía sentido que lo hicieras... Pues verán, el simple hecho de verme entrar con Hanna en su habitación, juntitos como dos mejores amigos, le debe de haber revuelto el estómago, porque se ha alzado con un gruñido, inquiriendo que qué hacía yo ahí. Desde luego Evan no le había contado lo de la pasada noche y que si no fuera por mí se habrían metido los dos en un buen lío.
Hanna hace caso omiso y le explica que me ha traído para levantarlo de la cama, y entonces le echa una bronca alucinante, de 5 minutos por lo menos, en la que le dice que es un irresponsable y que, si no quiere ir a casa de su padre, que al menos debería de llamarlo para cancelar la cita. Me tenso en el sitio al oír eso. ¿Cómo que cancelar la cita? Supongo que será un ejemplo no quiere decir que lo vaya a hacer. Yo esperaba que se fuera y pudiera respirar tranquilo todo el fin de semana, ahora no me puede salir la chiquilla esta del demonio con que resulta que se va a quedar.... ¿o sí? Algo me dice entonces que es capaz, y viendo la cara de dolor de cabeza de Mendoza, me temo que es lo que va a ocurrir.
Efectivamente, Mendoza reniega, pidiendo una disculpa entre dientes y coge el teléfono para llamar. Hanna le pide que no sea un mentiroso y le cuente apropiadamente la historia, y se disculpe. Él, lo hace, y me recuerdan a una madre regañando a su hijo. Mendoza pide perdón y cancela el compromiso finalmente, luego le pasa el teléfono a Evan, dice unas cortas palabras y respuestas, aunque con una sonrisa y luego cuelga. Suspira.
—Está bien, ha dicho que, para la próxima semana, y que no te metas ni me metas en más líos, que eres un desastre.
Él asiente apesadumbrado.
—Mejor nos vamos y te dejamos descansar... No te olvides de hidratarte, y ni se te ocurra beber. Un clavo no quita otro clavo— dice imperativa, y luego la sigo fuera.
A todo esto, me pregunto de nuevo qué demonios he venido a hacer aquí, si al final no he hecho nada. Ella podría haberle soltado ese discurso antes, ¿no? ¿Para qué diablos me ha traído?
Al parecer mi mirada se lo dice todo, pues pone una cara de disculpa.
—Cuando he venido antes ni siquiera hablaba, simplemente me ha dado manotazos cuando he intentado levantarle y gruñidos. Tú presencia ha hecho que reaccione...
No sé si sentirme halagado o insultado, y decido que definitivamente lo segundo, así que hago una mueca con la boca y camino mal humorado lejos de allí. Ella me sigue sin preguntarme si puede, porque sabe que no puede, o más bien dicho que no quiero que lo haga, pero lo hace igualmente.
Mis temores han resultado ser ciertos. No se va a ir este fin de semana y me va a tocar aguantarla. ¿Existe humano más desgraciado que yo? Si lo hay todavía no lo he conocido.
Camino sin rumbo. La verdad es que no sé qué hacer hoy. ¿Qué he estado haciendo estos otros fines de semana? Seguramente nada interesante, porque no los recuerdo muy bien. La cosa es que me apetece un poco leer el libro que he “pedido prestado” hace un rato, pero estando Hanna... Eso me recuerda que en ningún momento me ha contestado qué ha pasado con su amiguito Axel, que antes me ha dado una evasiva alucinante. Así pues, decido incitar un poco más sobre eso, con suerte, quizá se sienta acosada y piense que soy un pesado y se vaya.
Cuando le vuelvo a preguntar, argumentando que antes no me ha respondido, ella me mira entre curiosa y sorprendida. Luego me sonríe misteriosamente. Estamos los dos sentados en un banco de fuera en el jardín de la entrada.
—No tenemos ese tipo de relación como para que yo le pida algo así— acaba diciendo.
—¿Y conmigo sí? — pronuncio sarcástico.
—Aunque no lo creas— me sonríe— Sí.
Niego con el cabeza aturdido, quién entiende a esta chica. ¡Si ella y yo apenas nos conocemos! No, no, es que no nos conocemos.
—Axel es...— frunce el ceño pensativo, y quizá melancólica— Bueno, era el hermano pequeño de mi ex novio... Cuando murió, él le pidió que cuidara de mí, y por eso intenta lo mejor que puede, pero más de una vez consigue molestarme al final— suspira.
Cuando ha nombrado que su ex murió, lo ha dicho de tal manera dolida que me doy cuenta de que es posible que siga enamorada de él. Me preguntó, su ex porque falleció, o porque cortaron antes de ello; sin embargo, creo que sería demasiado brusco y entrometido meterme en eso, así que me callo.
—Así que, si puedo meterlo en lo mínimo que pueda con mis problemas, lo hago— concluye— Además, él sí se pudo ir ayer de fin de semana así que hoy no está; me propuso esperarme, pero le dije que no.
Me quedo en silencio, y ella no hace el esfuerzo por rellenar nada con palabras, simplemente me ve mirar con detenimiento el jardín y se pone a hacer lo mismo. Luego, alzo la vista y con un suspiro observo el cielo. Ella dirige su mirada a mí sin entender. De todas formas, no intento explicárselo, mi mente está ocupada imaginando, imaginándome volando en el cielo, partiendo las nubes con el pico de algún caza, desafiando todas las reglas de la gravedad. No sé cuándo empezó esto de querer volar, y menos con algo militar, pero quiero hacerlo. Tengo un recuerdo, un recuerdo de cuando soy muy pequeño, no sé de cuándo ni de dónde, pero estaba caminando, cogido de la mano de alguien, cuando un fuerte y arrollador sonido hizo que levantara la cabeza, y allí estaban: Tres cazas militares volando en formación.
Si cierro los ojos, soy capaz de verlos otra vez, haciendo esa pirueta, dejando un rastro de colores detrás, y marchándose elegantemente con el mismo silbido con el que habían aparecido. La verdad es que el recuerdo es tan nimio que a veces he llegado a pensar que me lo imaginaba, que había sido un sueño, pero algo dentro de mí me dice que está ahí, y que ocurrió de verdad.