Capítulo 3

4900 Palabras
Lo próximo que descubro es que se llama Axel y no son pareja. Me alegro. Ese idiota, guapo, pero con poco cerebro, no es adecuado para ella. No quiero decir que yo lo sea, en realidad, creo que yo no soy bueno para ella, pero él es peor. En fin, averiguo eso, aunque no su verdadera relación. Hago un intento por deducirlo: ¿Hermanastros, primos, amigos de la infancia, antiguos vecinos...? No se me antoja que ninguno de esos pueda ser, pero tiene que serlo. Me planteo el preguntárselo, pero entonces me doy cuenta de que habíamos decidido no volvernos a hablar. Ella y yo hemos pasado a la historia. Tiro el tetrabrik del zumo a la papelera y suspiro con malogro; estaba bueno, demasiado. Debería de haberle dado el zumo a ella y haber cogido uno de chocolate para mí, pero no quería quedarme más segundos con ella y su amigo con cara de asco a mi lado. Visto en retrospectiva, había acabado resultando grosero al decirle aquello, pero me da igual. La opinión que tiene la gente de mí, ya no es un secreto. Sin darme cuenta, acabo en el despacho de la directora, no dentro, si no frente al escritorio de Marie. —¿Qué pasa Andrew? Es raro verte por aquí sin que te haya llamado. —¿Tienes experiencia como psicóloga? — pregunto medio en broma medio en serio. Ella ríe y se encoje de hombros, al fin mirándome de frente y dejando lo que está haciendo al ver que me siento en la silla, prestándome atención. —Depende de lo que sea. Cuéntame, ¿de qué se trata? Me recuerda a una afectuosa madre, sólo que, en este caso, como no tiene la edad suficiente para ser mi madre, más bien una hermana mayor responsable. —¿Conoces a una tal Hanna? De mi curso. Ella alza las cejas, pícara y asiente. No me extraña. Hanna ha resultado ser tan o más popular que yo, sólo que por dos motivos muy distintos. No sé qué se espera Marie, supongo que se espera que le diga que me gusta y que necesito consejos, pero en realidad no voy a hacer eso; siento decepcionarla, pero no. La verdad es que quiero preguntarle sobre su acompañante Axel. Cuando lo hago, ella se me queda mirando, entre extrañada y decepcionada. Se encoge de hombros y me cuenta lo que sabe de él. Al parecer son sólo amigos, aunque me dice que se rumorea que hay una extraña historia tras su amistad que nadie conoce. Cuando acaba, me indaga sobre mis motivos, de repente con una chispa de picardía. Al momento concluyo que cree que estoy celoso de Axel. —Sentía curiosidad, nada más. A continuación, alargo la mano y cojo, no uno, si no dos caramelos. Acerco mi cabeza por encima del escritorio y le doy un beso en la mejilla, extrañamente sabiendo que no se molestará conmigo, si no que se sentirá halagada. Murmuro un gracias y salgo de allí sin prisas. Aunque no me giro para comprobarlo, sé que Marie está negando con la cabeza con una sonrisa, quizá pensando que no tengo remedio. Mi sorpresa es, al llegar al patio interior que tanto me gusta, encontrarme parada en medio del pasillo a Hanna. Tiene la cabeza ligeramente ladeada y parece estar completamente absorta escuchando al pájaro cantar. Observo entre sus manos unos papeles. Seguramente ese es el motivo por el que está aquí. No me puedo mover. De alguna manera me quedo ahí, quieto, observándola igual que ella escucha el pájaro. Es la primera vez que veo a alguien que se queda embobado mirando algo que a mí me emboba. Es una sensación curiosa. Sé que tengo que irme de allí, pasar tras de ella mientras todavía está pérdida en el canto antes de que se dé cuenta de mi presencia, pero estoy clavado en el sitio y antes de que consiga que mis músculos me obedezcan, gira la cabeza y me ve.   Nuestros ojos chocan, sin embargo, nadie dice nada. Está a penas a 5 metros de mí. Corto el contacto visual y hago el amago de pasar por su lado e irme. Su voz me detiene. —¿Qué ha pasado? — indaga cautelosa. Al momento comprendo que me pregunta el porqué de mi vista al despacho de la directora. Sólo que esta vez se equivoca, no ha pasado nada, no he ido siquiera a ver a la directora. Sonrió brevemente, haciendo más una mueca que otra cosa y la miro por encima del hombro. Por un momento abro la boca, pero no hablo, dándome cuenta de que se supone que no tengo que hablar con ella, pero realmente necesito soltarle esto. Si estas van a ser mis últimas palabras, quiero que sean con mi estilo. —No he ido a ver a la directora— hago una pausa de efecto en la que veo que no se lo cree— He ido a tirarme a su secretaria. Dicho esto, ella parpadea, anonadada y yo me voy tranquilamente hacia mi próxima clase. Sé que ahora no podrá mirar a Marie con la misma cara, a pesar de que su sentido común le dice que el que me haya acostado con la secretaria no es posible, por su cara, supongo que ya no se sorprende de nada, realmente. Me pregunto si le dirá algo a Marie, alguna indirecta seguramente, ya que, si es cierto, no quiere equivocarse. Ante la imagen que me hago, carcajeo. Al instante me detengo y suspiro, percatándome que hacía tiempo que no me reía de verdad y dándome cuenta de que ha sido por ella. Balbuceo una maldición y me siento tras mi pupitre, aburrido. El profesor pide silencio y lentamente los murmullos se extinguen. Por orden de lista la gente va saliendo a corregir un ejercicio. Todo el mundo sale con algo para ayudarse: Calculadora, libreta, libro... Cuando llega mi turno, sin embargo, me alzo de la silla a sorpresa de todos, pues normalmente me niego a hacer nada en clases y camino hasta la pizarra sin nada. El ejercicio siendo examinado por mi mirada y yo por la de todos. —¿Vas a resolverlo sin ayuda Andrew? — me inquiere el profesor al llegar a su lado, entre desconfiado y divertido por mi inspiración divina— Si sales aquí es para hacerlo bien, no para perder el tiempo. Lo miro de reojo sin expresión alguna, no me importa nada de lo que pueda decirme, mi mente está llena de números ahora mismo y ni si quiera estoy seguro de lo que ha dicho. Nada más echarle una nueva ojeada a la operación, ya sé la respuesta. Es demasiado fácil. Llevamos repitiendo ejercicios de estos durante dos semanas, no entiendo por qué hay gente que todavía no entiende la mecánica, con lo sencilla que es. Pero supongo que también es un poco como ir en bici, hay que sustraer la práctica y una que vez que lo coges... Sin embargo, cuando me apodero de la tiza, hago ver que dudo, como si el problema fuera mucho más complicado de lo que realmente es. Justo entonces se abre la puerta y ahí está ella, acabada de volver del despacho. Deduzco que algún profesor la ha enviado antes a llevar aquellos informes, probablemente el de mate y no ha podido evitar saltarse unos minutos de clase. Pide perdón por interrumpir y se sienta tras su pupitre. Mi inseguridad fingida empieza a ser un poco real. Me pone nervioso, me distrae su presencia y por un momento me olvido de lo que iba a hacer. —Andrew— me regaña el profesor— Siéntate, no nos hagas perder el tiempo. Pienso que da igual, que tiene razón, que le haga caso y me siente, pero la voz de Hanna me detiene. —No le ha dado tiempo ni a pensar. Déjele más, no creo que nos esté haciendo perder el tiempo. El profesor parpadea anonadado, pero se calla y quita su sonrisa burlona. Maldigo interiormente. No tenía que protegerme. Ahora me sentiré fatal, pues si lo hago mal ella quedará como una imbécil. La tiza se desliza entre mis dedos con duda. ¿Qué hago? Maldigo de nuevo. ¿Por qué se tiene que meter donde no la llaman? Inspiro. Ya la he advertido de que no lo haga. Ya le he dicho que no vaya conmigo si no contra mí, pero no me ha hecho ni puto caso. Mis dedos danzan sobre la pizarra, dibujando con la tiza una respuesta calculadamente incorrecta. La dejo en la mesa del profesor y doy media vuelta, caminando hacía mi asiento, pensando que me da igual que ahora Hanna quede en ridículo; ella se lo ha buscado. Toda la clase mira con atención la respuesta, hasta que el profesor ríe. —¿Qué es esto? — se burla. Todos estallan en risitas mientras me siento con cara aburrida en tras mi mesa, aliviado de que se haya acabado la actuación. El profesor niega con la cabeza y empieza a borrar la respuesta. Cuando me siento, veo que Hanna me está mirando. Sus ojos me dicen mucho más de lo que ella cree. "¿Por qué?" Está decepcionada. No lo entiende. Ni siquiera lo entiendo yo. Llevo ya más de un mes en este sitio, ¿por qué de repente quiere fijarse en mí? ¿Por qué de repente creer que puedo hacerlo? Luego frunce el ceño y veo otro mensaje en sus pupilas "¿Ni siquiera lo intentas?" Y esas palabras son como un puñetazo en el estómago. Ella no cree que lo pueda hacer, estaba equivocado. Tan sólo quiere ver que me esfuerzo al menos por hacerlo, que no paso olímpicamente de todo. Y me duele. Me siento como si me acabara de decir que mis padres han muerto. Me hace sentirme un completo inútil y una fuerza me resurge del interior: Orgullo. Aprieto la mandíbula y me alzo con el ceño fruncido. Todos callan, el profesor se queda estático. —¿Qué...? — intenta preguntar, pero de dos pasos estoy ahí arrebatándole la tiza. Esta vez mis dedos son seguros, parecen estar poseídos. Escribo rápido, con claridad. Todo el mundo retiene el aliento. Cuando acabo, pongo malhumoradamente la tiza en la mano mi profesor y vuelvo a mi asiento. Nadie dice nada y sé perfectamente por qué: La respuesta es correcta. Increíblemente para todos ellos, está perfecta. —E, está bien... ¿A qué esperabas? ¿Lo copiaste? Todos lo hacen en silencio. De vuelta en mi mesa, con una sensación satisfecha al hacerles callar, paso mi mirada por toda la clase y mi vista encuentra la sonrisa divertida y admirativa de Evan. Niego con la cabeza con lentitud y la observo con frialdad; ella deja que su sonrisa muera, luego vuelve a mirar al frente como cohibida por mi seriedad. No lo entiende. No entiende que ella y yo ni siquiera deberíamos de habernos conocido. *** Decido que no vale la pena pensar en que he demostrado que soy más inteligente de lo que creen porque ella me ha picado en medio de clase. Ha sido un tonto error de orgullo, no volverá a ocurrir. —¡Andrew! Y antes de que pueda huir se ha posicionado frente a mí. —Eso ha sido increíble. ¡Ni siquiera has necesitado calculadora! ¿Cómo lo has hecho? No pensaba realmente que lo solucionarías tan bien. Definitivamente esta chica quiere que me maten. Estamos en medio del pasillo con la mirada de todos. Esto no puede ser bueno. Luego me refugiaré en el despacho de Marie para no acabar en otro lío y que me expulsen definitivamente. Aunque parezca imposible, esta vez no quiero que me expulsen, pues a mi madre le acabaría de dar un ataque de ansiedad y sigue siendo mi madre, la quiero. La miro, decidiendo qué responderle y entonces la veo a ella, preguntando a Marie si yo y ella nos hemos acostado y la imagen es tan cómica que no puedo pararme. Suelto un suspiro forzado, apretando los labios con fuerza, pero no me contengo lo suficiente, río, carcajeo ampliamente. Soy consciente de que nos miran, así que intento detenerme. Lo consigo a duras penas a los pocos segundos. Cuando miro a Evan, tiene la cara más sorprendida que le he visto poner nunca y eso genera una nueva oleada de risas, pues pienso que si esa es la cara que le puso a Marie mientras le preguntaba lo nuestro, si es que lo hizo, fue épico. Me paro a mí mismo al final, me seco los ojos lagrimosos y encogiéndome de hombros a modo de respuesta, me voy, todavía con una mueca de diversión en el rostro. El tiempo parece entonces acortase y alargarse a su antojo, adulterar macabramente a su aire. Lo próximo que sé es que se han acabado las clases y estoy en el despacho de dirección, buscando a Marie para esconderme de mi posible expulsión si me encuentran los testigos de lo que ha pasado en el pasillo con Hanna. No está. Suspiro. Tampoco puedo depender siempre de ella, no va a estar las 24h en el despacho... —¿Andrew? Me giro con sorpresa. Oh, oh, la directora. —¿Qué haces aquí muchacho? ¿Ya le has cogido cariño al despacho? — inquiere con burla. —No, eerrr, yoo...— me rasco la nuca. ¿Le cuento la verdad? ¿Me escabullo pidiendo perdón? Antes de que pueda decir nada, aparece la secretaria y le explica que he venido a verla a ella. Si parece esto sorprender a la directora, no lo demuestra; simplemente asiente y entra a su despacho dejándonos solos. Marie se sienta tras su escritorio. —¿Qué ha pasado? — me pregunta tiernamente. Me sorprende que no se moleste ni un poco porque siempre venga a fastidiarla. Es increíble. —Vengo a refugiarme de la tormenta. Ella arquea las cejas. —¿Qué has hecho? —Nada— gruño— Es culpa suya— me interroga con la mirada— de esa tal Hanna por la que te pregunté— aclaro. Una sonrisa pícara asoma en sus labios y al momento se borra, recordando algo. —Cierto— empieza— ¿Qué demonios le has dicho a esa chica, ¿eh? —No sé— se me empieza a escapar la risa— ¿Qué pasa? ¿Qué tan inocente ha sido? —Me contó que le habías dicho algo de tirarte a la secretaria, ¿uh? Está enfadada, a ella no le parece gracioso, pero no me aguanto la carcajada y río. De verdad lo había hecho. ¡Le había preguntado! No me lo puedo creer. ¿Hasta dónde llega su inocencia? Marie me da un golpe en el hombro con una suave risa. Al parecer viendo que no lo había hecho con mala intención, que no quería ofender a nadie. —Es la primera vez— comenta distraídamente ordenando unos informes en su mesa— que te veo reír así desde que llegaste— mi sonrisa se extingue como si me acabara de atragantar— Y supongo que ese es el motivo oculto por el que has venido. Asiento con lentitud, considerando si es cierto y lo es. —¿Y qué más da Andrew? ¿Que no está bien reírse? ¿Qué más da si es por ella o por nadie? Lo importante es que has recuperado tu sentido del humor. Niego lentamente Ella no lo entiende. Hay cosas que ni siquiera ella sabe. No puede ayudarme. Pero no estoy enfadado porque no pueda, estoy agradecido porque lo intente. —Pero es que yo no quería recuperarlo— añado. Y es cierto ¿Cómo puedo estar riendo, sabiendo que de aquí a unas horas habré muerto para el mundo? No tiene gracia. Ninguna. No puedo vivir una vida normal si no soy normal. —Pues no sé por qué. Tu risa es muy musical. Puede que sea tu mayor atractivo. Asiento con una sonrisa torcida, como si quisiera dar las gracias, pero mostrándole que no me ha convencido en absoluto. Hay un largo silencio. Suspiro, cansado. Ella no dice ni hace nada, seguramente meditando sobre lo que le acabo de decir. Justo cuando pienso que está todo perdido, que no se le ocurre nada, que voy a tener que cortar el silencio para despedirme, un golpe en la puerta nos sobresalta. Marie inquiere en un grito por nuestro visitante. La femenina voz que pide permiso para entrar entonces, no es nada más ni nada menos que la de Hanna. Marie y yo nos miramos entre perplejos e incómodos. ¿Qué hago? ¿Me voy? ¿Me quedo? ¿Si quiera la va a dejar entrar, le va a decir que espere, o que está ocupada y no puede atenderla? Antes de que pueda seguir pensando en ello, Marie estira el brazo a través de la mesa y me agarra de la cazadora. —¡Vamos! — susurra con apuro. Tira de mí hasta su lado. Yo me dejo conducir sin entender su estrategia. Luego ejerce presión en mis hombros, queriendo que me agache y lo comprendo todo: Quiere que me esconda bajo su escritorio. Qué típico, pero qué buena idea. Tan sólo espero que no me vea. Mientras me agacho y me coloco, doy gracias a dios que la parte delantera del escritorio esté cubierta, pues el plan no funcionaría si estuviera destapada. Marie le pide que entre. Oigo como la puerta se abre, entra una fresca brisa que permite que suspire con alivio. Estoy sudando, ya sea por el nerviosismo, o lo estrecho y ajustado que estoy aquí abajo. Cierra tras de sí y vuelvo a sentir que me achicharro. Observo distraídamente las piernas de Marie, envueltas en esas finas medias hasta llegar a la falda de tubo. Son bonitas, cabe desatacar. Esta le pide a Hanna que se siente. Al parecer lo hace, todavía en silencio. Me pregunto interiormente qué demonios está pasando y por qué está aquí Evan. Marie inspira hondo y le pregunta por el motivo de su visita. Casi puedo sentir mis ojos dilatarse cuando al hacerlo abre ligeramente las piernas, sin acordarse seguramente de que estoy debajo y le veo la ropa interior. Después de unos segundos contemplativos cierro los parpados con fuerza. "Si te pregunta, no has visto nada, tú no has visto nada..." La voz de Hanna hace que mis pensamientos eliminen cualquier rastro de lo que he visto y se despejen, concentrándome en ella. —Quería..., pedirte consejo— empieza confusa. ¿Desde cuándo no soy el único que le pide consejos? — Como la última vez que vine me dijiste que podía hacerlo cuando quisiera pues...— Ah, ahora lo comprendo— Pero si estás ocupada no quiero interrumpir. "Y tanto que está ocupada, o al menos lo estaba. Por tu culpa estoy aquí debajo..." —No, no, tranquila— vuelve a cerrar las piernas gracias a dios— No estaba haciendo nada importante, dime. ¿Qué te preocupa? Hay un silencio. Puedo imaginarme como Hanna abre la boca, pero vacila, aunque no sé si lo hace de verdad. Marie espera, paciente. —Se trata de Andrew...— dice, como si hablara del tiempo— El de... —Sí, sé cuál Andrew. ¿Quién más podría ser? — se burla con un resoplido, aprovechando que no puedo hablar y defenderme. —Bueno, es que no es el único Andrew de por aquí— se intenta escudar, pero al momento ve que no hay razón para ello y calla. —¿Qué le pasa a Andrew? — la ayuda Marie— Oh, espera, ¿qué opinas de él? —¿Que qué opino? — duda— No lo sé, ya no lo sé— me la imagino pasándose una mano por la cara, cansada— Al principio creía que tiene lo que se merece, que no era más que un vago que no quería estudiar y un gamberro que quería vivir la vida demasiado deprisa. Luego..., luego me di cuenta de que me había equivocado. Por algún motivo, vi que no era así; que está atrapado en su estatus y no parece molestarle, se ha resignado a alcanzar su “reputación” anterior. Hace una pausa como si meditara si ha dicho los vocablos correctos. Al callarse, ya no tengo nada en lo que concentrarme, así que vuelvo a sentir el sudor recorriendo mi cuello y mi espalda, perlando mi frente. Sus palabras resuenan en mi cabeza. Su voz desconcertada al hablar sobre mí casi me provoca una sonrisa. —Y siempre...— continua, con un tono de voz que denota que está imaginándose mi persona, que parece que lo dice más para sí misma que para nadie— Siempre que pienso que ya lo conozco, que sé lo que va a decir, que sé lo que va a hacer...— se traba dos segundos y luego explota, cabreada, sorprendida, indignada— ¡Me equivoco! Es que no me lo creo... antes en el pasillo, pensé que iba a soltar algún comentario mordaz de los suyos, que iba a hacer su típica mueca..., ¡pero no! ¡Se rió! Rió como si le acabara de contar un chiste. Y se le veía...— su voz vuelve a decaer y tartamudea, avergonzada— Se le veía divertido de verdad. Y su risa era... —¿Atractiva? — le da un empujón Marie. —Sí— asiente, todavía avergonzada, pero sin miedo de aceptarlo. Parpadeo. Definitivamente debería de haberme ido de la sala, yo no debería de estar escuchando esta conversación. Esto no se supone que tuviera que saberlo así y Marie piensa lo mismo, pues en ese momento desliza su pie hasta delante y me da un golpe, como preguntándome si he oído eso, si no estoy feliz de ello. Hanna suspira, esta vez con molestia. —Mi problema es que no sé tratar con él. ¿Cómo se supone que tengo que enfrentarlo? No sé con qué me va a salir mañana. Siempre es tan... imprevisible. Puedo adivinar fácilmente una ancha tierna sonrisa en los labios de Marie cuando la mira. Ya tiene la respuesta. —Sé tú misma. No hay truco para acercarse a Andrew, créeme. Dile lo que piensas, haz lo que creas conveniente y ves aprendiendo sus reacciones. Eso sí, ahora te sorprenden porque no estás acostumbrada. Cuanto más lo conozcas, más te mostrara su verdadero ser y empezaras a ver cuáles son las verdaderas reacciones que tiene. Que hablen de mí como si no estuviera me hace sentir bastante incomodo y más cuando se trata del yo interior y mierdas de esas, porque son cosas que principalmente hago sin ser consciente y si me las recalcan no dejaré de pensar en ello. Es como si te dijeran que caminas ligeramente torcido hacia un lado, pues desde entonces no paras de pensar en ello, intentándote enderezar y pareciendo retrasado mental. El resto de la conversación, si es que hay un resto, no lo escucho. Estoy concentrado dándole vueltas a todo. A ella y a sus palabras. Lo siguiente que sé es que la puerta del despacho se acaba de cerrar y Marie ha retirado su silla hacía atrás. Me mira. —¿Qué, eres consciente de lo que acaba de ocurrir? Gateo con un gruñido de esfuerzo fuera y me alzo, sacudiéndome el pantalón. —Sí, que nunca debía estar aquí durante su conversación. Dicho esto, ella me mira atentamente. Parece que me quiere decir algo, quiere seguir rebatiendo lo que se ha hablado, pero mis decididos pasos hacia la puerta la detienen. No quiero hablar de ello. Creo que había quedado bien claro en nuestro encontronazo en las escaleras: Ella y yo, no hablamos. Cuando paso por delante del patio, no puedo evitar pararme a escuchar el pájaro. Y es entonces cuando me doy cuenta de que lo envidio, lo admiro y lo envidio. Él siempre canta; llueva, nieve, o truene. No parece decaer nunca. Él no es raro. Él no es como yo. Cuando acabo de darme cuenta de cuánto lo envidio, salgo de allí a paso cansado. Apenas quedan unas horas para que acabe el horario escolar. La gente irá a los dormitorios a hacer las maletas para el finde. Yo, podré respirar tranquilidad otro fin de semana más. Al fin y al cabo, no tendré que preocuparme por Ismael. Me detengo a pensar. Necesito hacer un plan. Voy a estar la semana siguiente expulsado, encerrado en los dormitorios y aparte de rajar, he de buscar otra manera de entretenerme. Van a ser unos largos 7 días que se van a sumar a este finde, lo cual hacen 9 largos y aburridísimos días. Suspiro. Juegos de mesa descartados porque estoy solo y no voy a jugar conmigo mismo. Estoy a punto de darme por vencido y morirme del aburrimiento, cuando se me ocurre algo.   Voy hasta la biblioteca, aguantándome las ganas de silbar de felicidad. Estoy lo más feliz que puedo estar dentro de mí situación, gracias a mi maravillosa idea para pasar el fin de semana. Después de todo lo que ha ocurrido últimamente, el que la gente me vea silbar con felicidad no va a ser algo que disminuya las ganas que tienen de matarme. Cuando llego, el profesor Mendoza está sentado tras el largo escritorio de la recepción, ayudando a un alumno a devolver un libro prestado. En seguida nuestras miradas se cruzan al menos unos segundos y comprendo que estoy en problemas. Es raro que yo esté en la biblioteca. Va a vigilarme bien de cerca y eso no es bueno. No quiero que sepa mi verdadero motivo para venir aquí. Decido dar vueltas entre los pasillos. Vueltas y más vueltas, como si alguien me siguiera y quisiera despistarlo. No quiero ir directamente a la sección deseada. Al cabo de un minuto, paso lentamente entre dos estanterías. No hay nadie. Inspiro hondo y con rapidez, mi vista recorre los libros. Lomos con letras doradas, negras, o incluso blancas me reciben. Un título destella ante mí de entre los otros. Es un libro rojo con letras doradas. Lo cojo ávidamente y abro las páginas pasándolas ante mí tan sólo un par de segundos, luego lo cierro con impulso, lo vuelvo a dejar en su sitio y trago saliva. Repito la operación con otros dos, pero no porque me interesen, si no para despistar. Mi elección es el primero. Doy una vuelta y hago ver que miro a otro lado. Sigo solo. Inspiro y en un movimiento ágil, me giro para coger el libro rojo del principio, pero una voz me deja estático. —Señor Andrew, que sorpresa verlo por aquí. Mendoza. Carraspeo y bajo la mano con nerviosismo. Me ordeno calmarme y respirar con normalidad. Me restriego la palma contra el pantalón, quitándome el sudor frío que de repente noto que padezco. —No tengo el placer de decir lo mismo— contesto con calma, sarcástico. Tengo que parecer lo más indiferente posible, para que no sepa realmente qué he venido a hacer, para que no sepa que casi me pilla. En fin, la cuestión es que lo que le he contestado no ha sido con ganas de ofensa, es cierto, él siempre está aquí, no es de extrañar. Hace una mueca de lado, de superioridad, como si supiera que estoy intentando despistarle, como si supiera perfectamente que me ha encontrado con las manos en la masa. —Sí bueno, ¿y qué haces aquí? Me sorprende la facilidad con la que todos los profesores empiezan a hablarme de usted y luego continúan en segunda persona, o al revés. Me encojo de hombros como si realmente no tuviera ni idea, o como si le quitara importancia a mi acción. —A reírme de la bazofia de algunos. Al contrario que usted, pienso que los escritores son idiotas. La gran mayoría escriben centenares de libros que nunca se venden ni los hacen famosos. Menuda tontería. Su confianza se esfuma. Él es la rata de biblioteca de la escuela, es inaceptable que insulten a los libros/escritores/lectura en general. —El arte de la escritura no se basa tan sólo en el dinero y la fama, señor Andrew— casi escupe mi nombre. —Vaya— alzo las cejas para enfatizar, burlón— siento haberle ofendido... Él luce todavía más molesto, con el ceño fruncido. —Si sólo ha venido a eso, ya puede retirarse señor Andrew. No es bien recibido aquí. Inspiro profundamente y me obligo a no dirigir la vista al libro que quería coger. Mendoza no se va a mover hasta que yo no me vaya: Misión fallida; no puedo cogerlo. Calmo las ganas que tengo de partirle la cara y tallo una sonrisa burlona en mi rostro. Con ironía arrastro mis pies por los pasillos hasta la salida. Mendoza me acompaña bien de cerca. Nos cruzamos con varios alumnos que nos miran curiosos. Deben de creer que me han encontrado haciendo algo, o al menos al principio, luego ya no. Al ver nuestras caras, es obvio que no es así, aunque en realidad sí lo sea. Si la situación no fuera favorecedora para mí, nuestras caras serían completamente opuestas: Mendoza no iría con cara de ogro y yo no luciría un semblante triunfal.
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR