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La Venganza de la Ex Esposa

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venganza
oscuro
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matrimonio bajo contrato
familia
drama
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Descripción

Cuando la joven y millonaria Valeria confió su vida y fortuna al hombre que amaba, jamás imaginó que él y su mejor amiga conspirarían para destruirla. Envenenada y al borde de la muerte, su esperanza llega de una inesperada benefactora. Tras recuperarse y reinventarse, Valeria regresa con un solo propósito: hacer pagar a quienes la traicionaron, usando el poder y la seducción como sus armas principales.

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Capítulo1
El agua fría se deslizó por mis manos temblorosas, mezclándose con pequeños ríos rojizos que bajaban hacia el desagüe. Hice gárgaras para limpiar el sabor metálico en mi boca, pero el dolor punzante en mi estómago me hizo soltar un jadeo y sujetarme del lavabo para no caer. Cerré los ojos por un instante, deseando no volver a abrirlos. Estaba tan cansada... Cansada de luchar, cansada de existir. Pero no podía rendirme, no cuando Vanessa estaba al otro lado de la puerta. Mi enfermedad ya me había robado tanto; no podía permitir que me arrebatara también a mi mejor amiga. Levanté la mirada hacia el espejo, y lo que vi me llenó de un vacío aún mayor. La mujer que solía ser había desaparecido. Mi cabello, antes brillante y sedoso, colgaba opaco y sin vida sobre mis hombros. Mis ojos verdes, alguna vez llenos de luz y vitalidad, ahora eran dos pozos vacíos rodeados de sombras. La piel tirante sobre mis pómulos y las profundas ojeras gritaban lo evidente: me estaba consumiendo. Me había convertido en una extraña dentro de mi propio cuerpo. —Valeria, ¿estás bien? —la voz de Vanessa me hizo saltar, acompañada de un leve golpeteo en la puerta. —Sí... excelente. Ya salgo —mentí, obligando a mi voz a sonar tranquila mientras mi cuerpo apenas se sostenía en pie. Vanessa. Mi mejor amiga. Solo pensar en ella aliviaba un poco mi dolor. Desde que comenzó mi miseria, ella ha sido mi único pilar y la razón de que siga luchando por vivir. Este es su momento, su compromiso con Augusto, no se trata de mi. Lo que sea que me este sucediendo puede esperar. Debe esperar. Me limpié las manos con la toalla y sequé despacio mi boca. Era momento de encerrar mis problemas en una cajita y no dejarlos salir hasta mañana. Cuando salí del baño, la vi rodeada de una explosión de telas y colores. Vanessa llevaba puesto un vestido rojo de encaje que le llegaba a las rodillas, ceñido a su figura esbelta. Lucía radiante, como siempre. No pude evitar sonreír al recordar el primer día que la vi. Fue en la orientación universitaria, mucho antes de que Max apareciera en mi vida. Yo tenía dieciocho años, una maleta llena de sueños y un miedo enorme a estar lejos de casa. Ella estaba ahí, sentada en la primera fila con su cabello oscuro recogido y una sonrisa confiada que parecía iluminar toda la sala. Lo supe en ese momento: sería la tía de mis futuros hijos Desde ese momento, fuimos inseparables. Un año más tarde, me presentó a Max, su amigo de la infancia. Dos años mas tarde, ella me sonreía cálidamente mientras caminaba el me llevaba al altar. Fue la dama perfecta. Cuando le lancé el ramo, solo deseaba una cosa: que ella pudiera encontrar la misma felicidad que había encontrado yo. Entre cafés interminables y noches sin dormir, hemos alimentado una hermosa amistad. En unos meses, ella estaría caminando al altar con el amor de su vida y yo estaría ahí, en primera fila deseando su felicidad, como lo hizo ella hace cinco años. Durante estos meses, solo deseaba que Dios me diera la fuerza para soportar mi enfermedad, para verla vestida de blanco antes de partir de este mundo y verla ahora me hace sentir muy afortunado. —Estas hermosa —dije con una sonrisa, aunque mi voz sonó más débil de lo que esperaba. Vanessa se giró hacia mí con una expresión que me hizo olvidar mi agotamiento por un instante. Antes de que pudiera reaccionar, me envolvió en un abrazo cálido. Su delicada colonia, con aroma a rosas, me envolvió como un bálsamo. Cerré los ojos y, por un momento, el mareo y la opresión en mi pecho desaparecieron. —Todavía no me decido —murmuró, volviendo a los vestidos que estaban esparcidos por la cama—. Necesito algo que me haga brillar. —Todos los vestidos te hacen brillar, Vane —respondí con sinceridad. Ella soltó una risa ligera, se inclinó y beso mi mejilla antes de girarse nuevamente hacía arsenal de opciones. Sacó dos vestidos: uno n***o y otro violeta. Los sostuvo frente a ella, evaluandolos con mucha intensidad, de la misma forma que yo evaluaba mi reflejo en el espejo hace un rato. El n***o era elegante, con un profundo escote que caía en cascada hasta un pequeño corte en la pierna. El violeta, en cambio, era coqueto y fresco, corto, por encima de las rodillas, con un discreto escote en V. —¿Cuál crees que es mejor? —preguntó con una sonrisa que iluminaba la habitación. —Ambos son hermosos, pero el violeta te quedaría espectacular —dije sin dudar. Ella asintió, pero mi mente ya había volado a otro lugar. Me imaginé en uno de esos vestidos, en otra vida, cuando la enfermedad no había robado mi fuerza ni mi reflejo. La antigua yo habría deslumbrado, habría girado sobre sus tacones mientras Max me miraba con esos ojos llenos de amor que solía tener. Un nudo se formó en mi garganta. Ahora, esos ojos me miraban con preocupación, con lástima, y yo no podía soportarlo. Aparté la visión de mi mente y regresé al presente, donde esos vestidos no eran más que recuerdos de una vida que ya no me pertenecía. —Entonces, es tuyo —dijo Vanessa, interrumpiendo mis pensamientos—. Póntelo para cenar con Max, seguro estará muy feliz. Después pueden venir juntos a mi compromiso. Serán la segunda mejor pareja de la celebración, después de los festejados, claro. Reí débilmente, pero la idea era impensable. Un vestido así no podría quedarme bien. Mi cuerpo había cambiado tanto que solo daría lástima, y lo último que quería era ver esa expresión reflejada en los ojos de las personas. —No, Vane, de verdad, no puedo —dije, rechazando el vestido violeta con un leve movimiento de la mano. La idea de ponerme algo tan bonito me resultaba absurda. El simple hecho de pensarlo me llenaba de incomodidad. Vanessa me miró con esos ojos brillantes de siempre, como si no hubiera escuchado bien. Se acercó a mí con una suave sonrisa y estiró el vestido frente a mi. No pude evitar admirarlo, realmente era un vestido hermoso. —¿Por qué no? —preguntó con un tono que rozaba la incredulidad, aunque su voz seguía siendo suave, paciente. —Lo ves, es perfecto para ti. Te quedaría increíble, te lo prometo. Yo negué con la cabeza, sintiendo cansancio pesarme los hombros. —No es que no me guste —respondí, mis palabras saliendo un poco más duras de lo que pretendía—, es que... ya no soy esa persona. Mi cuerpo ya no es el mismo, Vanessa. Ese vestido no se verá igual en mí. Vanessa se quedó en silencio por un momento, observándome detenidamente. Luego, como si lo hubiera decidido en ese instante, dio un paso y se arrodilló para estar a mi altura. Sus manos acunaron mi rostro, ella me daba tanta paz, era imposible no ceder. —¿Sabes qué? —dijo, su voz bajando a un susurro—. No importa cómo te veas, Valeria. Lo que importa es cómo te sientes. Dices que ya no eres la misma, por supuesto que eres la misma. No te niegues la oportunidad de ser hermosa, de ser tu. Estoy segura de que esto también será bueno para Max, por un momento, volver a ser los que eran antes. Miré a Vanessa, el dolor y la frustración aflorando en mi pecho. Ella me entendía, pero no era la realidad lo que me detenía. Era el miedo de mostrarme vulnerable, de enfrentar lo que el espejo me decía. Aunque tenía razón, hace mucho tiempo no compartía un momento especial con mi esposo y me aterraba la idea de que pudiera sentir lastima de mi o sentirse asqueado y ser demasiado bueno para decírmelo. —Esta bien, lo aceptaré —respondí, mi voz quebrada, aunque intentaba mantenerme firme. —Me pondré el vestido, pero... no prometo que se vea como lo imaginas. Vanessa sonrió, un brillo de triunfo en sus ojos. —Solo prométeme una cosa: que lo harás porque quieres sentirte bien, porque lo mereces. Y cuando te pongas ese vestido, verás que no eres diferente a la chica que solía brillar. Ella sigue ahí, solo tiene que recordar cómo hacerlo. Ese momento tan especial con mi mejor amiga me trajo de vuelta muchos recuerdos de nuestra época universitaria. Fueron incontables las veces que Vanessa me ayudó a escoger ropa que me hiciera sentir yo misma, siempre tuve mucha energía y mucha seguridad. Escogerme ropa era todo un reto, habían tantas cosas que me gustaba lucir. Mientras observaba el vestido sobre mi cama, una sensación incómoda se apoderó de mí. Este último año solo había usado pijamas y ropa grande, aquellas prendas que disimulaban los kilos que había perdido. Trataba de engañarme a mí misma, buscando en esas telas sueltas una protección que me alejaba de las preguntas, de las miradas curiosas, de los comentarios. Era más fácil pasar desapercibida, esconderme tras una capa de tela que me separara del mundo. Ahora, con este vestido frente a mí, el sentimiento era diferente. Estaba dejando mi cuerpo al descubierto, y la idea de hacerlo me aterraba. Ni siquiera había sido capaz de hacerlo delante de Max. Nunca lo había hecho, y esa falta de confianza me estaba devorando por dentro. El simple hecho de pensar que alguien podría verme realmente, sin las barreras, me llenaba de frustración y miedo. Mi esposo era el mejor hombre que conocía. Trabajaba incansablemente para cubrir los gastos del hospital donde me atendían, y todas las noches, después de regresar del trabajo, me preparaba la cena. A pesar de todo lo que hacía por mí, me invadía un sentimiento de culpa insoportable. Yo no podía devolverle su amor como él lo merecía. La enfermedad me tenía atrapada, y mi inseguridad me mantenía prisionera de mí misma. Lo que más me dolía era ver cómo el cambio en nuestra relación era tan gradual que ni siquiera podía reconocerlo por completo. Al principio dejé de comer con él, me asqueaba fácilmente y los ataques de tos eran cada vez más constantes. Después, puse una cortina en nuestra cama para separarnos. No quería que me tocara, me daba miedo lo que pudiera sentir y, sobre todo, no quería que me viera como realmente era. Pronto dejamos de bañarnos juntos, y, al poco tiempo, lo eché de la habitación. A pesar de todo eso, él seguía allí, siempre, haciendo todo por mí y no dejándome sola. Antes, todo era diferente. No era tan cariñoso. Recuerdo cómo mi padre cortó el dinero cuando me casé con Max, cómo estaba en contra de nuestra relación. Nuestra boda fue un acto de rebeldía, una manera de desafiar todo lo que él representaba. Al principio no tenía miedo, sentía que Max y yo podríamos con todo, que nuestra relación sobreviviría a cualquier desafío. Ambos estudiábamos, sin trabajos estables, y la madre de Max era nuestra única fuente de apoyo. Pero lo que yo no veía venir era el abuso físico y verbal que sufrí de su parte. Max nunca hizo nada para detenerlo. Solo decía: “No tenemos dinero, mamá nos ayuda. Tendremos que aguantar hasta graduarnos”. Pero ahora, su madre ya no forma parte de nuestras vidas. Max decidió apartarla cuando mi salud empeoró. No quería que ella me estresara más de lo que ya lo hacía la enfermedad, y estaba claro que su presencia solo empeoraba las cosas. Lo peor de todo era que los médicos aún no sabían qué me estaba pasando, y los constantes cambios en mi cuerpo solo añadían más incertidumbre. Él me daba tanto, y yo tan poco. A veces me sentía asqueada conmigo misma. Era una esposa terrible, incapaz de ofrecerle lo que él me brindaba sin dudar. Y, sin embargo, él seguía amándome.

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