Mr. ELLIOT JONES

1014 Palabras
CAP.13 - MR. ELLIOT JONES Emma caminaba sin ahogo. El bosque de Ithaca no era solo arboledas. Cada rama parecía señalar algo. Cada raíz, una leyenda enterrada. El sendero se dividía entre robles y arces, con hojas que crujían bajo sus pasos como si musitaran secretos. El aire olía a tierra húmeda, a musgo, a algo antiguo que no se había dicho en voz alta. Los pájaros no cantaban. Observaban. Emma cargaba la pala al hombro. No para intimidar. Como promesa. El sol se filtraba entre las copas, dibujando sombras que parecían letras. Y en una piedra cubierta de líquenes, alguien había tallado lo que parecía una cruz. No era religiosa. Era una marca, una advertencia. O un convite. Emma se detuvo. Respiró profundo, y continuó caminando. Porque sabía que el bosque no solo se recorre: se escucha. Caminar mi lugar y encontrar los motivos. Los huecos, las rocas, los recónditos rincones que nadie conoce. Los secretos que quedan entre nosotros. Que tampoco nadie busca, nadie quiere. Son nuestros. Emma caminaba con paso seguro, pero el corazón le pesaba como si llevara rocas en los bolsillos. La Hanshaw Road no era solo una arteria. Era una herida abierta. Un lugar donde el tiempo se había parado en seco, como la vida de Juanito aquella tarde. El asfalto tenía marcas que ninguno veía. No eran de cubiertas, eran de ausencia. El fresno blanco y la acacia negra, a los costados, parecían inclinarse, como si quisieran cubrir lo que pasó. Pero no pueden. Porque el silencio de esa esquina vociferaba más fuerte que cualquier bocina. Emma pasó junto a un poste donde alguien había colgado un osito de peluche. Y aunque estaba descolorido, seguía allí. Como si esperara que alguno dijera: No fue un accidente. Fue abandono. Juanito tenía cinco años. Y una sonrisa que no cabía en su carita. Ahora, solo subsistía el recuerdo. Y Emma, que no quería injusticia. Quería verdad. Emma retorna a Hanshaw Road una y otra vez. Una tarde, nota algo que antes no había visto: una marca en el pavimento, como una huella de neumático diferente. No es de auto común. Es más ancha. Y cerca, entre los matorrales, halla un pedazo de plástico rojo, como de un espejo retrovisor. En la biblioteca del pueblo, Emma revisa viejos diarios. Encuentra una nota breve, casi escondida, de un accidente menor ocurrido una semana antes de la muerte de Juanito. El auto involucrado: una camioneta blanca. El conductor: Mr. Elliot Jones. Un anciano que solía transportar verduras a locales céntricos y al que no autorizaron a seguir conduciendo. Todo por ser mayor y ver poco. Fue duro para el viejo, aceptar que nunca más podría manejar. No le renovaron el carnet. Aceptar la vejez y reconocer una nueva forma de existir en el mundo. Es mirar el espejo y ver no solo arrugas, sino rastros de historia. Honrar el cuerpo que ha resistido. No se trata de implorar lo que ya no se puede hacer, sino de agradecer lo que aún se mantiene: el paso firme, la mirada serena, la voz que sabe cuándo enmudecer. Saber cuándo cambiar de ritmo, no de esencia. La vejez no borra la pasión, solo la transmuta. El fuego sigue, pero arde más lento, más hondo. Debe dejar de competir y empezar a comprender. Dejar de correr para llegar primero. Caminar para entender el paisaje. Todo esto pensado como consuelo. El que no habían demostrado cuando cruelmente le negaron la renovación de su licencia. Con el modo que solo un joven puede demostrar, en voz alta, delante de muchos. Con altivez. Dolía. Y fue entonces, que distraído no vio a Juanito apuntando a la luna… La floresta guarda cosas En uno de sus paseos por el bosque, Emma encuentra una lona medio enterrada. La desentierra con su pala. Adentro, hay una matrícula doblada. Y una linterna con fango seco. La matrícula coincide con la del auto de Mr Elliot… que él vendió días después del accidente. Emma disgustada enfrenta a Mr. Elliot. Él no confiesa. Pero dice: -Los niños no habrían de andar solos. - ¿Y los hombres no deberían mirar al frente? -alega Emma. Él no responde. Solo baja la vista. Y por primera vez, no levanta la voz. Emma con el rostro desencajado, le enumera lo que la madre de Juanito sufrió. Lo que fue para ella encontrarlo muerto, solo. -Con frío -como no dejaba de repetir. -Verla como poco a poco perdía el seso. Ver en lo que se convirtió, una mujer joven que parecía una anciana a poco de perderlo. Arrastrando los pies, sin vida. Un sinsentido. En cambio, usted, usted, lo abandonó. Huyó como un cobarde, desmereciendo la vida, la de un niño inocente. – Lo encontró sentado en su silla de mimbre, con la frisa sobre las piernas y los ojos nublados por la edad. Parecía frágil. Pero Emma sabía que la fragilidad no borra lo responsable. -Fue en Hanshaw Road -continuó ella, sin temblar—. Juanito tenía cinco años. Cinco. Y usted no lo vio. Mr. Elliot no respondió. Miraba al piso como si buscara una excusa entre las baldosas. -No lo vio -reiteró Emma-. Porque no quería ver. Porque hace años que no mira de frente. Ni a los niños. Ni al pueblo. Ni a sí mismo. El anciano oprimió los puños. -Yo no lo maté - musitó. -No. Pero lo arrolló su camioneta. Y usted siguió andando. Porque claudicar, para usted, es perder. Y usted nunca pierde. Ni, aunque haya sangre en el pavimento. El silencio se hizo denso. Como si el aire se negara a agitarse. Una presión comenzó a crecer en el pecho de Mr. Jones, como si alguien le hubiera puesto una piedra encima. No era dolor agudo, era peso. Intentó levantarse, pero sus piernas no respondieron. Un sudor frío le cubrió la frente, y el aire se volvió escaso. No podía decir. No podía gritar. Solo pensaba en Clear, su esposa, que había ido a comprar pan. El reloj seguía marchando. Pero él sentía que algo dentro de sí se detenía.
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR