Laura.
La idea de ir a la casa del senador y no a su despacho no me gustaba, obviamente hablaríamos de sobornos, por eso evitaba su despacho y por eso accedí. La casa me impresiona bastante, me hace pasar a su oficina desde donde despacha también.
—Bienvenida—dice el senador, es un hombre de unos 55 años, muy fuerte, alto y elegante.
Estrechamos nuestras manos. Tiene la típica sonrisa de los políticos que quieren caerle bien a todo el mundo y auto atribuirse un aura de ser superior.
—Un gusto conocerlo senador, Orlando me ha hablado mucho de usted.
—A mí de ti, tiene abiertas las puertas de esta casa para ti, la novia de mi hijo imagínate, como no.
—Oh, Orlando siempre dice eso, prefiero decir que soy su amiga, mi divorcio aún no se formaliza.
—Fíjate, no sabía, toma asiento ¿Qué puedo ofrecerte para beber? —pregunta.
—Whiskey está bien—digo. Lo veo servirme un trago, que me entrega sonriente, nos sentamos.
—Puerto Mar con unas de sus tiendas ¿No?—va al grano y lo agradezco.
—Sí, es mi sueño.
—Claro, el de cualquiera que importe, como ustedes, porque imagino que sabes que Puerto Mar es puerto libre, los impuestos son mucho más bajos, para los compradores y contribuyentes en general, solo tendrías que hacer de tus almacenes en Puerto Mar tu centro de distribución nacional, y te ahorrarías muchos costos en materia impositiva.
—Veo que sabe de negocios. No es la idea, pagaremos esos impuestos de una forma u otra, no es lo que me interesa de Puerto Mar.
—¿En serio? ¿Qué entonces?
—Seríamos la única tienda en nuestro estilo.
—Por qué nadie ha obtenido los permisos antes ¿Por qué los obtendrías tú?
—Por qué hablo con la gente correcta —digo, él sonríe.
—Eres ambiciosa. Claro que puedo ayudarte, esa sería una inversión millonaria en Puerto Mar, represento el estado y nada me complacería más que su progreso ¿Tienes constructora ya?
—Sí, seré honesta, me he entrevistado con alguien ya que ha presentado un proyecto bastante bueno.
—Dame la oportunidad de mejorarlo—dice.
Sonrío sin saber que decir, me jode mucho que quiera meter una de sus compañías corruptas porque quiero hacer algo bien, como siempre y contratar una de sus compañías de mierda significaría que además del sobreprecio que me darán, robarán más usando materiales de mala calidad.
—No es punto negociable para mí, mantenemos altos estándares de calidad con respecto a la infraestructura de nuestras tiendas, estamos certificados y solo podemos contratar empresas calificadas.
—Ya veo ¿Y qué ganaría yo?—pregunta el muy descarado.
—Una jugosa comisión —digo sintiendo asco de mí, pero debo hacerlo.
Asiente, mira hacia la puerta y regresa la vista a mí, mira mi cuerpo de arriba abajo con una mirada lasciva que me incomoda bastante y me hace tragar grueso.
—Lo aceptaré pero cediendo a algo tan importante que no he cedido a nadie antes, deberé ser mejor recompensado con algo que ninguno de tus predecesores ha podido ofrecerme.
—¡Ah Sí! ¿Qué será?—pregunto tratando de sonar firme.
Pone su mano sobre mi rodilla y la acaricia, me sonríe con sus blancos y perfectos dientes, su sonrisa es maliciosa.
—Un noche muy rica con un cuerpo como el tuyo paga todo los permisos por Puerto Mar, una sola noche, imagínate un poco más—dice casi susurrando y siento un asco enorme. Mira mis pechos con descaro.
Quiero vomitar y patearlo, insultarlo y salir corriendo pero también pienso que debería salir airosa de la situación sin cercenar por completo la potencial relación, solo quiero darle dinero, no pagaré con mi cuerpo unos malditos permisos.
—Senador, que diría su esposa, no creo que eso sea necesario, créame que le ofrezco una comisión que además de pagar al inicio de la relación, puede extenderse hasta el primer año de operaciones de la tienda—ofrezco.
—Suena interesante y quiero pero sabes que también quiero, meter mi polla en tu coño, que debe ser delicioso, estas muy buena y este gusto me lo voy a dar, seremos socios comerciales después de todo ¿No?—dice y se va sobre mí, sostiene mis muñecas con fuerza.
Trato de mantener la calma, lucho con fuerzas para zafarme de su agarre, me suelta una mano con la que trato de quitarlo de encima de mí, me abofetea, se baja el cierre del pantalón dejándome ver su m*****o erecto, grito y quiero llorar, me bato con fuerza pero es muy alto, mucho más que yo, y es fuerte. Grito pero sé que nadie vendrá en mi ayuda, son sus hombres los que están afuera.
¡James!, pienso, pero no sé cómo podría ayudarme, me maldigo porque se ha dado la misma situación de mi hermana con su escolta, fui yo quien le pidió que se quedara afuera, él no protestó porque está cansado de mis insultos y humillaciones.
Pega la boca de mis pechos, trata de morderlos y chuparlos por encima de la ropa, lo pateo pero es muy fuerte, siento que me falta el aire, no cederé, continúo luchando. Me presiono a pensar rápido, parece un pulpo mis fuerzas me abandonan porque él es mucho más fuerte. Sé que hacer.
—Basta Orlando, senador…por favor, me lástima. Podemos hacer esto muy rico, sin violencia—susurro sugerente.
Lo escucho reírse y me ve a la cara, besa mis labios y sonrío, le devuelvo el beso. Suelta mis muñecas, me aferro a su cuello y lo beso, él responde, siento un asco enorme de sentir su lengua en mi boca, pero tanteo mi teléfono con la mano que he liberado, él recorre mis piernas con sus manos.
—No me gusta rápido, porque me gusta repetir—digo, él asiente.
—Repetirás —dice con la voz ronca.
Alcanzó mi teléfono, hago que el bese mi cuello así queda con la cabeza hundida allí, veo la pantalla de mi teléfono y marco a James. Colocó el teléfono en mi cartera de nuevo y hago que el senador me bese. Le pido que nos levantemos. Lo hace idiotizado.
—Podemos dejar esto para otro día senador—digo para provocarlo.
—No claro que no maldita puta calienta bragas, me la chupas ahora mismo—grita empujando mi cabeza hacia abajo.
—No quiero—grito.
Solo espero que James esté escuchando.
—Anda maldita perra provocadora.
—No quiero hacerlo, déjeme en paz, no por favor—grito más duro.
Me abofetea, una vez, dos veces, me toma del cabello y me empuja contra el sofá donde estábamos sentados. Va me toma de nuevo por el cabello y me lanza al piso, me patea el estómago y comienzo llorar aunque lo había evitado, maldito cerdo bastardo quiero matarlo, miro a mi alrededor con que pudiera hacerlo pero no veo nada, trato de defenderme y lo golpeo, la adrenalina hace que me levante del suelo y lo patee yo también, luchamos, es muy fuerte, sé que si James no logra llegar a mí, él vencerá.
Me patea en el suelo, me lamento del dolor, veo que me deja para quitarse el pantalón, se está desnudando el maldito, escucho que abren la puerta de un empujón y me giro rápido. Mi ojo está muy golpeado y casi no veo a lo lejos.
—¿Quién diablos eres tú?—pregunta el senador.
—El escolta de la señora Villamediana—dice James.
Escucho la pistola, James lo apunta rabioso. Entran otros hombres y apuntan a James. Trato de incorporarme.
—Sal de aquí maldito infeliz, llévenselo—grita.
—Lo mato—dice james, disparo.
—Te aniquilaran enseguida.
—Pues tendrá que matarnos a los dos—grito yo.
—Está grabada la conversación en la que ella dice que no quiere y usted intenta forzarla, la envíe a mi equipo de seguridad. ¡Máteme!—grita James.
El senador hace seña a sus hombres de que se retiren, se ve tan ridículo con sus pantalones en las manos, lo odio, y me odio por ponerme en esta situación. James me toma del brazo, me ayuda a levantarme, se acerca al mueble, toma mis cosas, sin dejar de apuntarle al senador.
—Ha sido una confusión lo que ha pasado aquí, explícale Laura, estábamos a punto de tener sexo consensuado, fue lo que pasó, ella se me insinuó, quiere unos permisos, fui débil y cedí, era una trampa de ella—trata de explicarle a James que lo mira con asco.
—¿Eso será lo que diga a la prensa, a su abogado, a su conciencia, o a su esposa?
—Esto no tiene por qué salir de aquí—insiste—, soy un senador de la república, tu un don nadie y ella una puta maldita que todos odian, es mi palabra contra la suya.
Su soberbia es apabullante.
—Será la duda contra la verdad, que los votantes decidan—dice James.
Me toma del brazo y me apura a salir. Salimos rápido de allí, lloro descontrolada, me sube a la parte de atrás del auto y se pone en marcha. Los hombres del senador nos miran como si nada hubiese pasado. Me siento tan humillada.