Miro la hora en el reloj de la pared y mi compañera no llega.
- Ve, cariño - niego.
- No voy a dejarla sola, señora Martha. Está muy llena la tienda.
- tienes que estudiar. Ve y estudia, cariño - niego.
- Abigaíl - la señora Martha me toma de mis mejillas - ve a la universidad. Necesitas estudiar y yo no voy a ser tu piedra en el zapato - la miro apenada - Toma un taxi, me entrega dinero en la mano y niego. No quiero abusar de ella - ¡Tómalo muchacha! Y ve a estudiar que vas a llegar tarde.
Desabrocho mi delantal con todo el pesar del mundo, pero la señora Martha tiene razón. Tengo que estudiar y conseguir sacar mi carrera adelante. He luchado mucho por ello.
Cuando estoy pasando por la puerta, veo a mi compañera entrar y siento un alivio gigante. Miro la hora en el reloj y hago cálculos para tomar el autobús. Después de media hora, estoy llegando a la universidad.
- Llega tarde, señorita Abigaíl - Raúl, mi profesor mira la hora en el reloj de su mano.
- Discúlpeme profesor... ¿Puedo pasar?
- Que sea la última vez - un ultimátum, uno que me tomo muy en serio.
- Seguro que sí, profesor - suspiro.
La clase es una de mis favoritas, me encanta estudiar diseño y me gusta aún más cuando vemos moda. Siento que nací para esto y cuando estoy aprendiendo sobre técnica del color. Me siento como si estuviera nadando. Creo que esto es realmente la felicidad.
- Bueno, chicos... hasta el día de mañana - Raúl, mi profesor se despide y miro la hora en la pared. Realmente está muy tarde. Voy a tener que caminar bastante para tomar el autobús - Señorita Abigaíl, ¿me regala un momento? - Suspiro. ¿Ahora qué hice?
Después de recoger todas mis cosas, me acerco hasta el profesor para recibir mi regaño.
Lo veo acomodarse delante de mí y cruzar sus piernas.
- ¿Todo bien en el orfanato? - Pregunta y me sorprende.
- Está todo bien. Gracias por preguntar.
- En menos de una semana cumples los veintiuno. ¿Qué sucederá después de eso?
- Mi amiga y yo rentaremos un apartamento, ya no podremos quedarnos en el orfanato.
- ¡Entiendo! ¿Cómo vas con tu trabajo? - frunzo mi ceño.
- Bueno... estoy yendo a mis dos trabajos - levanto mis hombros.
- Verás, tengo un amigo - hace silencio - un amigo que trabaja en PRADA - abro los ojos - ¿sabes dónde queda? - asiento - ellos están necesitando una asistente. Y tú eres muy buena en lo que haces. Le hablé de ti a Eduardo - me entrega una tarjeta - si crees que tienes tiempo el sábado en la tarde, deberías de ir y ver como es - levanta los hombros.- Pregunta por el señor Eduardo y dile que yo te envíe.
- ¿A qué hora puntualmente debo de ir? - pregunto mirando la tarjeta.
- Toda la tarde. Él, es un poco complicado. Solo tenle paciencia... ¿Bueno? - recoge su mochila y toma las llaves de su auto - la tarde para Eduardo comienza a las doce y un minuto. ¿Entiendes? - asiento.
- Muchas gracias, señor Raúl. Ahí estaré, trataré de no decepcionarlo.
-¡No lo harás! Confió en ti y conozco tus capacidades - sonrío - ¿Abi?
- ¿Sí, señor?
- ¿Puedo llevarte al orfanato? Sé la hora que es y está muy tarde para que camines.
- Se lo agradezco, señor Raúl. Sería de mucha ayuda.
Vamos juntos al estacionamiento y me ayuda a abrir la puerta, el camino es agradable y trato de no hacer mucho ruido.
Raúl es un profesor muy joven, pero sabe demasiado de moda. La manera en la que enseña es mágica y hace que te enamores de lo que estás aprendiendo. Además de eso, te apasionas por conocer más y más.
- ¿En qué piensas? - llegamos a un semáforo.
- ¿Cuánto tiempo lleva dando clases?
- Llevo siete años como profesor universitario. Comencé la universidad siendo muy joven y a los dieciocho ya tenía mi primer grupo de estudiantes.
- Es usted muy joven para ser profesor - Raúl sonríe.
- ¿Creías que iba a ser un regordete?
- ¡En realidad sí! - sonrío - creo que todos lo pensamos
- ¿Y ahora?
- ¿Ahora? - lo miro interrogante.
- ¿Qué piensas ahora?
- Es evidente que no es un regordete - sonrió y bajo mi cara, tratando de cubrirla, ya que siento que la tengo caliente.
- Ahora soy el profesor más sexy de la universidad - suelta una carcajada y no puedo evitar reírme también - ¿Ya cenaste?
- No acostumbro cenar, el tiempo no es mi mejor aliado.
- ¿Aceptaría que la invite a comer algo? Puede ser un café.
- No se moleste, por favor. Es suficiente con que me lleve al orfanato.
- Bueno, entonces... acompáñeme por un café, ¿por favor? - Suspiro.
- Como negarme, señor Raúl. Después de todo, es su auto - asiente.
- Muy bien, prometo que será rápido.
Llegamos a una cafetería pequeña y acogedora, tal y como me gusta. Cuando realizamos el pago, nos sentamos a disfrutar de nuestro café.
- ¿Puedo preguntarle una cosa? Señorita - asiento - ¿cómo fue su vida de pequeña?
- Bueno - doy un sorbo a mi café mientras trato de recordar mi infancia - Estoy en el orfanato desde que nací - levanto los hombros - me becaron para estudiar en una escuela de monjas y después gane la mitad de la beca de la universidad.
- No me refiero a esas cosas. Me refiero a su felicidad. ¿Tuvo una infancia feliz?
- Recibí mucho amor... ¡Creo que sí!... - respondo un momento después de pensarlo bien - una monja. Ella fue una gran figura materna para mi amiga y para mí. Ella se encargó de hacernos sentir especiales. Celebraba nuestros cumpleaños y también nos compraba juguetes.