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957 Palabras
Ha anochecido. Está impaciente por la llegada de su nuevo corazón. Su colección casi es completa. Mira el cielo y observa que esa noche la luna se volverá a convertir en su fiel cómplice. Aquella mujer había roto las reglas al no tenerlo en cuenta. Le había dado la oportunidad, le había dado las instrucciones y lo único que hizo es tirarlas a la basura. Un grave error. Tenía que eliminarla de su camino. Está estacionado cerca de la casa de su víctima que vive en una colonia de mal gusto donde la palabra «delincuencia» está escrita en todas las puertas de las casas. Cierra los ojos intentando captar todos los sonidos que se producen más allá de los propios del viento y de las personas que pasan a su lado, sin prestarle atención. No es un hombre muy paciente, pero puede llegar a serlo si se lo propone. En ese momento no tiene prisa alguna. Con su lengua humedece sus labios y con ansia aprieta el volante con ambas manos. Pasados quince minutos consulta la hora que marca su reloj de mano: son las siete en punto. No deja de pensar que cuando era niño su padre solía llevarlo al teatro junto a su hermano menor. No le gustaba, pero nunca se negó a asistir ya que eso hubiera supuesto un buen castigo. «¡Pum!» Escucha un portazo y cuando levanta la vista la mujer sale corriendo a toda velocidad. Está seguro de que llega tarde a su trabajo. Se sube a su coche y enseguida arranca. Por una fracción de segundo piensa que la perderá de vista, pero la confianza que tiene en si mismo hace que se apresure, y dos minutos después está pisándole los talones. La persecución lo invade de adrenalina. Antes de llegar al estacionamiento del teatro se asegura de dejar su coche estacionado a unas cuantas manzanas, cerca de un callejón. Lentamente se quita la gabardina colocándose una chaqueta de piel, se pone una gorra y unas gafas oscuras. Camina entre los callejones más oscuros donde nadie transita hasta llegar a la parte trasera de aquel edificio. Entonces decide aventurarse y entrar por la puerta de atrás; cuando lo hace cree que se va a encontrar con guardias o policías, pero está equivocado. Piensa que aquellas personas son demasiado estúpidas. No hay nadie. Cuando llega a los camerinos sonríe al comprobar que están vacíos. Inicia su búsqueda cuando aquella mujer pasa corriendo justo por su lado. Está tan entretenida en sus asuntos que no se da cuenta de su presencia, lo que le hace sonreír. ¿Qué clase de persona no se da cuenta de la gente que pasa a su lado? Cuando ve el camerino al que entra, se detiene en seco. Una joven rubia de veinte años aproximadamente sale acompañada de otra chica con un vestuario idéntico. Ambas sonríen sin percatarse de que alguien está detrás de ellas. Desaparecen en uno de los camerinos al fondo. Abre con cuidado la puerta que está al lado. No hay nadie. Aprovecha para comprobar que todo está en orden en su maleta. Espera cinco minutos más y se asoma con sumo cuidado. Al ver que no pasa nadie, decide que es el momento de entrar en acción. No seguir el juego supone un castigo. Hasta ese momento nadie ha resuelto el final del laberinto. Hace mucho tiempo que tomó la firme decisión de dejar de asesinar el día que alguien ganara el juego y llegara al final del laberinto, pero hasta ese momento nadie lo ha logrado. Camina despacio disfrutando de cada segundo mientras el suelo de madera del pasillo cruje a cada paso bajo sus pies. Cuando llega al camerino gira el pomo y abre la puerta lentamente. Entra y cierra la puerta con pestillo. La mujer está de espaldas. Tiene puestos unos auriculares a todo volumen. Mientras escucha embelesada ordena los maquillajes. Es entonces cuando él coge el cuchillo de su maleta y con rapidez le corta el cuello sin darle tiempo a ella a reaccionar. Cae al suelo. Lo observa aterrorizada. Es la víctima que menos trabajo le ha supuesto, pero al no haber cumplido al pie de la letra con las reglas ni haber entrado al juego, no es digna de su ritual. Se acerca a su maleta mientras la mujer se desangraba. En cuestión de segundos deja de existir. Saca un bisturí y con especial cuidado y tenacidad le hace un corte en el tórax. De pronto, escucha música que inunda todo el teatro: es el momento que aprovecha para sacar su sierra eléctrica y seccionarle el tórax cuidando de no destruir lo que quiere obtener de ella. Al parecer la música que ha escuchado equivale a las pruebas de sonido. Coge un frasco de la misma maleta y se colocó unos guantes de látex para poder extraer su corazón. Lo coloca dentro y lo cierra. La mujer, ya sin vida, está rodeada de un enorme charco de sangre. Rápidamente coge una bolsa de plástico enorme para meter los guantes, el bisturí, el cuchillo y la sierra. Después coge sus guantes de piel y saca una rosa recién cortada. Le da un beso y la coloca dentro del hueco donde falta su órgano vital. La música deja de sonar pocos minutos después y es entonces cuando se prepara para comprobar que no haya dejado algo que lo pueda delatar. Todo lo ha hecho con el suficiente tiempo antes de que alguien pueda entrar. Cuando está preparado para salir, se asoma para verificar que fuera del camerino no hay nadie: todo está en orden por lo que sale a toda prisa dejando un silencio ensordecedor en el camerino que huele a muerte. Una colección. Un juego macabro. La primera carta lanzada. Empieza la peor pesadilla que se viviría en Clart From.          
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