Capitulo 1
Capitulo 1
Las luces neón titilaban sobre la pista de baile, reflejándose en los vasos de cristal donde el licor dorado giraba lentamente. La música vibrante llenaba el exclusivo club nocturno de Londres, un lugar donde las sombras y los secretos se entrelazaban entre copas y risas desenfrenadas. Un hombre guapo e imponente, con sus ojos azules vibrantes, y vestido con un impecable traje n***o, miraba a su amigo con una expresión de absoluto desdén.
—No puedes estar hablando en serio —dijo, apretando la mandíbula.
El hombre, de porte más sutil, cabello despeinado y unos ojos color miel, soltó una carcajada, se inclinó sobre la mesa, con los ojos chispeantes de travesura.
—Oh, si lo estoy. Una apuesta es una apuesta, querido amigo. Perdiste, así que esta noche serás el placer de una dama. Bailarás para ella... y lo que pase después, bueno, dependerá de ti.
El ojiazul exhaló con fastidio, deslizando los dedos por su cabello castaño desordenado. Nunca había sido hombre de juegos absurdos, pero su querido amigo, tenía una forma inigualable de meterlo en problemas. Miró alrededor del club, donde mujeres y hombres se movían al ritmo de la música. Las miradas de deseo y excentricidad eran comunes en ese lugar.
—No pienso hacerlo —gruñó.
—Claro que lo harás —Oliver sonrió, dándole una palmadita en la espalda—. De lo contrario, tendrás que pagarme el doble.
—Maldita sea— murmuró, entornando los ojos.
Con un resoplido, se levantó y ajustó el botón de su camisa negra. Si iba a hacer el ridículo, al menos lo haría con estilo. Caminó hacia el pasillo donde los bailarines esperaban su turno, y un escalofrío recorrió su espalda cuando el aire cálido del club lo envolvió.
Se quitó su traje impecable quedando solo en el pantalón, busco a su alrededor y se colocó un antifaz. Su rostro no debía ser conocido.
Ailani Rossi estaba sentada en la barra, removiendo con indiferencia el hielo en su copa de martini. Sus ojos verdes observaban el escenario sin demasiado interés, mientras su mente vagaba entre recuerdos que prefería enterrar. Diez años habían pasado desde que perdió a su padre, diez años desde que su vida se convirtió en una carrera sin descanso por alcanzar el poder. Ahora era fuerte, ahora era inquebrantable... o al menos eso intentaba creer.
—¿Va a querer otro trago, señorita?—preguntó el bartender con una sonrisa cortés.
Ailani negó con la cabeza. Su atención fue capturada por un repentino murmullo en el club. La música bajó el ritmo y las luces enfocaron el escenario. Un nuevo bailarín entraba en escena, y la reacción de las mujeres en el lugar fue inmediata: susurros, exclamaciones de sorpresa y el sonido de copas chocando en el entusiasmo.
Cuando Ailani alzó la mirada, sintió un impacto en el pecho.
Su mirada azuleja y penetrante se podía distinguir desde cualquier distancia.
El hombre que se movía en el escenario no era como los demás. Su postura irradiaba seguridad, pero no la de un bailarín profesional. Era algo más... algo peligroso y primitivo. Vestido con una camisa entreabierta que dejaba entrever su torso esculpido y pantalones oscuros ajustados, parecía fuera de lugar y al mismo tiempo completamente en su elemento.
Por supuesto, ella no sabía su nombre. Solo sabía que sus ojos azules, fríos y desafiantes, se encontraron con los suyos durante un segundo que pareció una eternidad. La electrizante tensión entre ellos la dejó sin aliento.
—Dios mío... —susurró alguien a su lado.
Eso bastó para que Ailani bajara de esa nube en la que estaban. El hombre comenzó a moverse con la música. Sus pasos medidos, calculados, pero con un dejo de rebeldía. No parecía alguien acostumbrado a ser exhibido, y, sin embargo, cada gesto suyo exudaba un poder arrollador. Su sonrisa ladeada provocó suspiros en la audiencia.
Ailani sintió que la temperatura de la habitación subía varios grados. No era el tipo de mujer que se dejaba llevar por impulsos, pero algo en ese hombre despertó un anhelo enterrado en lo más profundo de su ser. Un deseo peligroso, prohibido.
Cuando el baile terminó, el ojiazul descendiendo del escenario con una mirada impasible, el anfitrión del club tomó el micrófono.
—Bien, damas... este caballero es nuevo, pero ya es un éxito. ¡Esta noche, una afortunada podrá tenerlo para ella sola!
La multitud femenina estalló en exclamaciones. Ailani alzó una ceja.
Oliver reía de su amigo, lucía estoico, aunque Ailani, pudo notar el ligero tic en su mandíbula. Estaba claramente incómodo. Pero entonces, como si una idea absurda cruzara su mente, sintió sus labios curvarse en una sonrisa desafiante.
—Cincuenta mil —declaró, elevando su copa.
Un silencio sepulcral cayó sobre el club.
El ojiazul giró el rostro lentamente hacia ella. Su expresión era indescifrable, pero sus ojos ardían con una mezcla de sorpresa y algo más oscuro.
El anfitrión parpadeó, atónito, antes de soltar una carcajada eufórica.
—¡Cincuenta mil por el caballero! ¿Alguien da más?
Nadie respondió. Nadie se atrevió. Muchas estaban casadas y otras no tenían el dinero suficiente para dar por él.
—¡Oh!, ¿qué se siente ser comprado? —Bromeo, Oliver.
—Esto te va a salir caro —declaró molesto.
Ailani Rossi, sin saberlo, acababa de enredarse con el hombre que cambiaría su vida para siempre.
Cómo toda una dama, se dirigió a una de las habitaciones del club, dejó su abrigo en la cama y esperó sentada, con sus piernas cruzadas al gigoló de esa noche. No era que estaba acostumbrada a eso, era que solo desde que su relación de años término, ella se dedicó a amar su soledad, hasta que ese caballero llamó su atención.
—¿Te hice esperar mucho? —escuchó que el hombre le habló con voz ronca al entrar, escaneó sus largas piernas de Aitana, hasta llegar a su rostro.
—No —respondió Ailani, poniéndose de pie.
Al notar al ojiazul algo distante, decidió continuar hablando.
—No estoy acostumbrada a esto, lo hice porque... Te vi algo incómodo. —Musito tomando su abrigo.
El ojiazul se acercó a pasos apresurados hasta tocar su mano, la cual ya tenía en el abrigo. Ailani levantó la mirada y casi flaqueaba al sentir el poder de su mirada.
—Solo admiraba tu belleza —musitó dejando el abrigo en la silla que acompañaba la decoración de la habitación.
Ailani no supo qué decirle, su voz ronca y sensual la dejo sin habla, su rostro y su cuerpo, le resultaba perfecto.
La habitación estaba bañada en una tenue luz dorada. El aire se volvió más denso, impregnado de la esencia del licor, del perfume delicado de Ailani y de una electricidad que parecía chispear entre ellos.
El ojiazul mantuvo su mirada fija en ella, como si quisiera memorizar cada detalle: la curva de sus labios, el brillo desafiante en sus ojos, la forma en que su respiración se aceleraba con cada segundo que pasaba en su cercanía.
—No debiste hacer eso —murmuró él, su voz ronca y profunda, vibrando en el espacio entre ellos.
Ailani arqueó una ceja con elegancia, sin apartarse.
—¿Qué cosa? ¿Salvarte de la incomodidad? —inclinó la cabeza levemente—. No me pareció justo que te vieran como un objeto.
El hombre dejó escapar una risa baja y grave.
—Y, en cambio, terminaste “comprándome”.
Ailani sonrió, un destello de travesura cruzando su mirada.
—Quizá lo hice porque quería ver de qué eras capaz.
El ojiazul dio un paso hacia ella, reduciendo la distancia entre sus cuerpos, quedando a escasos centímetros. Su mano, fuerte, pero cautelosa, se deslizó hasta su mejilla, acariciándola con una suavidad inesperada. Ailani sintió un escalofrío recorrerle la piel, pero no era de frío; era algo más, más profundo. Algo que la incitaba a rendirse a su tacto.
—¿Y qué has visto hasta ahora? —preguntó él en un susurro.
Ailani no respondió con palabras. Sus ojos verdes descendieron lentamente hasta sus labios y él captó la invitación sin necesidad de más. Acortó la distancia y rozó sus labios con los de ella, en apenas un roce, una provocación deliciosa.
—Seré tu gigoló solo esta noche —susurró.
Sus bocas se encontraron en un beso suave, exploratorio, que pronto se tornó más intenso. Las manos de Ailani ascendieron por su pecho hasta enredarse en su cabello, atrayéndolo con más fuerza.
El beso se transformó en un torbellino de deseo contenido, una danza entre la necesidad y la paciencia. Sus lenguas se entrelazaban con un ritmo pausado, saboreándose mutuamente. El ojiazul deslizó sus manos por su espalda, atrayéndola más cerca, sintiendo la calidez de su cuerpo contra el suyo.
Cuando el aire se hizo escaso, se separaron apenas un suspiro, sus frentes juntas, sus respiraciones entrecortadas chocaban en la pequeña distancia que los separaba.
—Dime, ¿Estás seguro de esto? —susurró Ailani, sus dedos estaban aún enredados en su cabello.
Él sonrió de lado, con una intensidad oscura en sus ojos.
—Me compraste y te pagaré de la mejor manera.
Sin más palabras, la besó de nuevo, esta vez con un hambre incontenible. Sus labios se movieron con una urgencia latente, sus manos exploraban cada curva con devoción. Ailani gimió suavemente cuando sintió sus dedos recorrer su espalda, deslizándose con maestría sobre la tela de su vestido. Un fuego abrasador se encendió en su vientre cuando él la alzó sin esfuerzo, llevándola hasta la cama con movimientos fluidos.
El mundo exterior desapareció. No había clubes ruidosos, no había apuestas ni espectadores. Solo estaban ellos, consumiéndose en un torbellino de placer y entrega. La ropa desapareció en un vaivén de caricias y jadeos, revelando piel contra piel, sensaciones puras e intensas. Sus cuerpos se acoplaron como si hubieran sido creados para encontrarse, en un ritmo lento al inicio, exploratorio, hasta que la pasión los arrastró a un frenesí de deseo insaciable.
Cada toque, cada beso, cada susurro cargado de lujuria y promesas sin palabras, los sumió en un éxtasis que los dejó sin aliento. Ailani se arqueó bajo el peso de su cuerpo, sus uñas marcaban su espalda en un intento por aferrarse a algo tangible en medio de un torbellino de sensaciones. Él la adoró con cada movimiento, con cada embestida profunda que la llevó a la cima del placer una y otra vez.
Y cuando finalmente alcanzaron el clímax, cuando sus cuerpos temblaron al unísono en la culminación del deseo, se quedaron enredados entre las sábanas, respirando juntos en la oscuridad tranquila de la habitación.
El ojiazul deslizó los dedos por el cabello de Ailani, acariciándola con una ternura que contrastaba con la fiereza con la que la había poseído minutos antes.
—Pagas muy bien —susurró ella, con un tono de voz ronca por la intensidad de la noche.
—Algo que ninguno de los dos podrá olvidar. —Susurró él.