Déjame amarte

New York, la ciudad que nunca duerme. La misma que con su ritmo frenético lleva a sus propios habitantes a vivir en una vorágine de acontecimientos que no se detienen jamás. Esta es la ciudad dónde crecí, una jungla de cemento donde sobrevive el más apto y en la cuál cada día es una lucha constante por seguir subsistiendo. En pocas palabras, un verdadero infierno sobre la tierra, y es justamente aquí donde comienza esta historia... ■□■□■□■□■□■□■□■□■□■□■□■□■ Era una de las noches más frías del año, la temperatura estaba por debajo de los cero grados y el viento gélido del norte hacía que el clima se sintiera aún más difícil de soportar. Literalmente sentía como la sangre se me estaba congelando de a poco con cada segundo que pasaba a la intemperie, pero a pesar del frío que mi cuerpo estaba experimentando, debía llegar a ese lugar donde me estaban esperando. Mientras caminaba las diez calles que separan la estación del metro de aquel lugar, fui pensando en todas las dificultades por las que he atravesado últimamente y como todas esas cosas me fueron llevando a terminar envuelto en esta lamentable situación. Lo peor de todo esto es que mi madre siempre deseó que me convirtiera en un hombre digno y honorable, pero después de que ella cayera gravemente enferma, me ví en la necesidad de buscar otra alternativa para poder hacer frente a las cuentas del hospital, ya que con mis dos trabajos no podía costear los gastos de su tratamiento. Acorralado y sin tener otra opción terminé haciendo lo que jure jamás hacer, vendí mi propia dignidad por una buena cantidad de dinero. Por eso ahora me encontraba caminando a mitad de la noche mientras las luces de los carteles de neón iluminaban tenuemente la inmensa obscuridad que me rodeaba y el intenso frío congelaba el pavimento logrando que mis pisadas hicieran un leve crujido cada vez que la escarcha era destrozada bajo la suela de mis botines. A las dos de la mañana debía estar en el lugar que se me había indicado previamente, lo malo es que a esa hora solo habían unas pocas personas dando vueltas por los alrededores, personas que al igual que yo, llevaban una vida bastante alejada de las buenas costumbres y las normas morales. Estaba a unos metros de distancia de aquel sitio. Tan solo a un par de minutos de que mi vida cambiara para siempre y con el único consuelo de saber que hacía todo esto para poder ayudar a mi madre. No voy a negar que estaba bastante nervioso y aterrado por tener que hacer algo así, pero a pesar del miedo que sentía, también sabía que era demasiado tarde para arrepentimientos. Al entrar por aquel callejón, pude distinguir las siluetas de cuatro hombres que se ocultaban en la obscuridad, dos de ellos estaban de frente a mí, otro recargado sobre la pared y el último agachado a un costado mientras la brasa de su cigarrillo iluminaba parcialmente su rostro. _ ¿Este es el chico?_ Preguntó uno de ellos. _ Si, es él._ Respondió el sujeto con el que había hablado días antes. _ ¿Crees que pueda hacer el trabajo? Se nota a leguas que tiene miedo._ Exhaló el humo de su cigarrillo mientras me miraba de arriba abajo. _ Él lo hará bien, ya lo verás. Es el mejor en lo que hace._ Se acercó a mí y tomándome de los hombros me giró de frente hacia una extensa pared._ Si quieres seguir trabajando para nosotros, tendrás que lucirte ya que el jefe vino hasta aquí personalmente._ Susurró aquello tratando de que los demás no lo escucharan En cuanto me dijo eso miré sobre mi hombro intentando adivinar cuál de ellos era el jefe pero debido a la oscuridad que había en ese callejón, ni siquiera pude distinguir sus rostros. _ Dime, ¿Que tengo que hacer?._ Pregunté decidido. Estaba dispuesto a hacer lo que me pidieran a cambio del dinero que me habían prometido, y de hecho lo hice, pero lo que nunca imaginé es que iba a terminar envuelto en una persecución policial, a bordo de un vehículo robado y en compañía del líder de una banda de delicuentes... Fue justo en esa noche de invierno, en la que mi vida no volvió a ser la misma de antes... ■□■□■□■□■□■□■□■□■□■□■□■□■