Capítulo 5 | Olive

1971 Palabras
―Te ves nerviosa ―murmuró Mimi cuando, al otro día, ambas nos preparábamos para ir al encuentro con el posible chico misterioso. O como prefería decir ella: «las citas para encontrar a tu otra mitad». ―No lo estoy ―negué aplicando rubor en mis mejillas y brillo en mis labios. Los apreté para hacer enfatizar el color rojizo―. Solo es un trámite ―acoté. ―No es un trámite, es una cita. En realidad, dos citas ―reformuló sonriendo anchamente mientras me miraba a través del espejo. ―¡Qué no son citas! ―exclamé volviendo la cabeza para mirarla directamente―. Solo quiero pedirle al… al chico misterioso, sea Darren o Elijah, que desmienta el romance. Eso es todo ―resumí cansada de llamarlo por el apodo que le había dado la prensa. ―Pero podría surgir el amor a primera vista, ya sabes. Y tu padre se pondría muy feliz con esa noticia ―agregó como quién no quiere la cosa. Bufé y me concentré en acomodar todo mi castaño cabello en una red, de tal manera que casi no ocupara espacio. ―En todo caso sería amor a segunda vista, porque la primera vez solo hubo odio ―enfaticé aprovechando el momento en que Mimi miró hacia otro lado para poner una decena de pulseras azules en ambas muñecas. ―¿Entonces crees que podría haber un flechazo en el reencuentro? ―dudó con renovada sagacidad. ―No, Mimi. ¡Por dios! ―siseé alzando las manos con redención―. Me haces decir cosas que no quiero. Mejor ayúdame a ponerme esta peluca, ¿quieres? Mimi rió burlándose de mí, sabiendo que mi fastidio no era con ella sino con la situación, y prosiguió a colocar una peluca bastante real sobre mi cabeza. Era una melena rojiza con grandes rizos que llegaba hasta mi cintura. Con ella puesta, y sin el delineado n***o que siempre usaba en mis ojos, tenía el aspecto de una chica normal y corriente… un poco despeinada y descuidada, claro. ―Casi irreconocible ―murmuró mirando el disfraz que habíamos programado la noche anterior. Después de haber analizado el plan que íbamos a llevar a cabo, ambas habíamos coincidido en que no sería buena idea que yo me anduviera paseando por las calles de Belmonte a vista de cualquier paparazzi, y menos que menos, cuando el fin era encontrar al chico misterioso con el que salía en la fotografía del momento. ―¿Casi? ―pregunté dudosa. Mimi asintió y paseando su mirada a través de mi habitación corrió al otro extremo para coger una gorra estilo skater de color fucsia y negra. Una vez que estuvo a mi lado, la ajustó sobre mi cabeza y sonrió. ―Ahora eres irreconocible ―aseguró tomando unos lentes de sol de mi escritorio y poniéndoselos ella. ―¿Segura? ―Sí. De hecho hasta yo te desconocería si no fuera porque… bueno, porque elegí el disfraz ―completó―. Te ves como una chica… normal. Y con estilo ―agregó―. Como yo. Me reí por sus ideas, no por su afirmación. ―Tienes estilo ―acepté evaluando su vestuario siempre colorido y a la moda, el cual generalmente diseñaba ella fuera de sus horas de estudio―. Pero, definitivamente, no eres normal ―alargué con una carcajada. Poniéndome de pie, miré la hora. Mimi me imitó. ―¡Falta media hora! ―exclamó con una expresión sorprendida igual que la mía―. Deberíamos salir ahora. ―Estoy de acuerdo. Apenas habíamos salido de mi habitación cuando mi mamá apareció en el otro extremo del pasillo. Nos miró detenidamente por largos segundos hasta que, ladeando la cabeza, sonrió. ―Olive, deja de usar las pelucas de las películas que has protagonizado. Y Mimi, quítate esos lentes de sol porque afuera está nublado ―aconsejó antes de seguir su camino. ―Te dije que no era buena idea usar la peluca de Dulce heroína ―siseé a la pelinegra que estaba a mi lado quitándose los lentes. Dulce heroína era la primera película que había protagonizado… exactamente cuatro años atrás. Con trece años, interpretando a una adolescente en etapa crucial entre ser popular o nadie en su escuela preparatoria, no había ganado reconocimiento en el mundo de la fama. Mucho menos al ser una filmación que apenas había traspasado los límites de Tennessee y en la que la producción y el guion no ayudaban mucho. Sin embargo, la peluca había sido de mi agrado, razón por la cual la había conservado. ―Nadie recuerda una película de hace cuatro años, Diva. Y dudo que alguien, además de mí y tus papás, haya visto tal película aquí en Belmonte. Relájate ―dijo sin darle demasiada trascendencia. ―Si tú dices. Me encogí de hombros y caminamos fuera de mi casa. No muchos paparazzi tenían mi dirección, incluso dudaba que alguno la tuviese. Mi papá se había tomado el trabajo de mi seguridad muy en serio, tanto que él mismo se encargaba de llevarme a todos lados cuando mis guardaespaldas estaban de vacaciones. Pero, aunque no lo usaba muy a menudo, yo también tenía mi vehículo. Era un Camaro 2010 púrpura, tenía algunos detalles de chapería y estaba casi nuevo si no fuera porque había andado un par de veces desde que me lo habían regalado para mis dieciséis. ―¿Estás segura que tu padre no se enojará si lo usas? Creo que tendrías que avisarle ―comentó Mimi cuando abrí la cochera y subimos en él. ―Le avisaré… cuando hayamos vuelto ―dije entre risas apenas encendí el motor. Manejar por las calles de Belmonte, sobre todo en la autopista por la orilla del mar, era mi pasatiempo frustrado. Desde que había ido a vivir a aquella ciudad, y a pesar de estar alejada de lo que era el tumulto de personas, no tenía la libertad para hacerlo muy seguido. Si no me lo negaba mi padre, entonces lo hacía mi madre. «Es por tu seguridad» solían decir. Lo cierto era que tenían razón, aunque yo no estuviese de acuerdo la mayor parte de las veces. Conduje por veinte minutos hasta que finalmente me detuve frente al Starbucks donde Mimi había citado al posible Señor Altanero, ya fuera cualquiera de los dos que habíamos llamado el día anterior. ―Faltan diez minutos aún para que llegue Darren, bajemos y esperemos dentro del local ―sugirió ella. Y así hicimos. Al principio mantuve mi cabeza gacha con miedo a que me reconocieran. No quería provocar un escándalo, mucho menos después de haber sido la figura en los PNGZ dos días atrás. Una mesera anotó nuestros pedidos y mientras esperábamos que Darren apareciese, ambas nos centramos en mirar por la ventana. No pude evitar pensar en los ojos verdes que había visto aquella noche. Él era un maldito creído, por eso no podía dejar de pensarlo. ―¿Estás segura que le dijiste a esta hora y en este lugar? ―inquirí, nerviosa, diez minutos después. Darren no llegaba y mis intentos de tranquilizarme eran cada vez más inútiles. Corroboré el texto que había escrito Mimi desde mi iPhone y no había equivocación alguna. ¿Entonces por qué no llegaba? Bajé la visera de la gorra y suspiré. ―Quizá haya tenido algún inconveniente ―murmuró. La mesera llegó con los batidos a los segundos, y aunque el aludido no apareció, decidimos beberlos. Me sorprendí cuando largos minutos después, tras haber desistido a esperarlo, mi temor a ser descubierta se fue. Entonces me sentí aliviada al poder alzar la cabeza, mirar alrededor y que nadie gritase «¡es Olive Cameron!». Aunque amaba a mis seguidores, poder salir fuera de mi casa y no tener que firmar autógrafos o posar para fotografías a cada segundo me hacía sentir totalmente normal. Como era antes. ―Me temo que no llegará ―farfulló Mimi cuando se hizo obvio que Darren no aparecería. ―Lo sé ―dije entre decepcionada y aliviada. Claro que quería ver de nuevo al chico que había hecho de mi vida una tormenta de noticias erróneas, como el hecho de que estaba comprometida o extremadamente enamorada. Él tenía que tomar crédito, desmentir el romance, y entonces yo estaría feliz y libre de rumores. Pero al mismo tiempo me asustaba que al verlo él se comportase diferente, o que en vez de ayudarme, se negara. ―Ojalá Elijah no falle ―oí decir a Mimi. Cogí una respiración, recordando que aún quedaba otra opción, y mi estómago se apretó. ―Dudo que sea él ―apenas dije bebiendo lo último de mi refresco. Cinco minutos pasaron antes de que tres chicos, de nuestra edad más o menos, entraran al local. Tanto Mimi como yo centramos la atención en ellos no tan disimuladamente como habríamos querido. Pasé la mirada de uno a otro hasta que mis pulmones se desinflaron. Ninguno de ellos era el chico misterioso. Negué en dirección a Mimi para informarla y su expresión me dejó en claro que estaba decepcionada por el resultado. ―Confío en que aparecerá ―musitó mostrando una pequeña sonrisa. No hizo más que decirlo y la puerta del local se abrió otra vez. Nuestras miradas se dispararon en esa dirección y, apenas mis ojos se fijaron en el chico que había entrado, me sentí nerviosa. Por alguna razón, mi corazón se aceleró. ―¿Es él? ―quiso saber Mimi expectante. Volví a mirar hacia el chico castaño y de ojos verdes que caminaba con pasos indecisos hacia una mesa apartada del resto. Se sentó y los dedos de sus manos comenzaron a tamborilear encima de la mesa. ―No ―negué frunciendo los labios. ¡Pero era tan parecido! Excepto por la altura, pensé. Este chico era mucho más alto. Entonces Mimi miró de reojo hacia donde se encontraba él y volvió a mirarme. No lucía decepcionada esta vez, solo un poco exasperada y feliz. ―¿Y si tampoco viene Elijah? ―me sentí presionada a preguntar. ―Vendrá ―me afirmó con una sonrisa ladina. A medida que los minutos pasaban, más dudaba de la certeza que tenía Mimi en cuanto a la llegada del chico. Era obvio que ninguno iba a venir y yo tendría que soportar por un mes más los rumores sobre mi supuesta pareja amorosa. ¡Genial!, pensé con sarcasmo. ―Liv, Liv ―llamó mi atención Mimi, en susurros. ―¿Qué? ―dudé espabilándome. Sonrió con diversión y un sonrojo se acentuó en sus mejillas siempre pálidas. ―El chico que entró hace unos minutos no deja de mirar hacia aquí ―susurró rápido y con vergüenza―. Me sonrió ―añadió bajando la mirada. Ladeé la cabeza, dirigiéndola hacia el mencionado, y sus ojos estaban puestos ―sin duda― en mi amiga. Sonreí divertida. Él parecía tan concentrado en ella que ni siquiera se dio cuenta que yo lo miraba. Pero entonces él apartó la mirada y miró lo que pareció un móvil en su mano. ―Si no llega Elijah, entonces puedes pasar a saludarlo, ¿no crees? ―le sugerí. ―¿Qué? No. Oh, ¡cómo puedes decir eso! Ni siquiera lo conozco ―dijo totalmente ruborizada. ―Solo era una sugerencia ―dije encogiéndome de hombros. Al breve silencio le siguió el corto pitido de mi iPhone anunciando que tenía un texto. Eli: Estoy en el Starbucks que mencionaste. ¿Vendrás? Mi respiración se cortó, y como no pude decir palabra, le mostré el texto a Mimi. ―¿Está aquí? ―casi gritó girando la cabeza como un búho. ―Eso dice ―susurré. Y aunque tenía miedo de buscar entre las personas que había allí y encontrarme con su cara, me obligué a mirar a mis alrededores. En las mesas del centro había en su mayoría gente adulta, y un par de ancianos a unos pasos de donde estábamos Mimi y yo. Junto a las ventanas del otro extremo estaba el grupo de tres chicos que había entrado minutos antes, y cerca de estos, el chico que le sonrió a mi amiga. Estreché la mirada buscando a más personas. No había otras. ―¿Qué sucede? ―inquirió ante mi silencio. ―No veo al chico misterioso ―dije a modo de conclusión. ―Respóndele el texto ―insistió. Sin darme tiempo a escribir, me arrebató el móvil y comenzó a teclear velozmente. Apenas lo tuve en mis manos otra vez, leí el texto. Yo: Búscame. Soy pelirroja y estoy con una gorra fucsia. Una asiática me hace compañía. ―¿Desde cuándo te describes a ti misma como asiática? ―le pregunté dejando el aparato sobre la mesa. ―Desde que decir asiática es una forma rápida de localizar a alguien en L.A ―respondió de modo automático―. Eres la única pelirroja aquí y yo la única asiática; nos encontrará ―estuvo segura. Y quizá tenía que empezar a confiar más en su seguridad, porque antes de que pasara un minuto, un cuerpo estuvo de pie a nuestro lado.
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR